La imagen del retorno plantea la cuestión de la sobrevivencia en el tiempo, ¿lo que regresa lo hace siempre igual?, ¿qué sucede cuando han cambiado las circunstancias que acogen ese retorno? David García aborda la evolución y metamorfosis del mito de la casa de los Atridas en las figuras emblemáticas de Orestes y de su hermana Electra. El retorno se despliega en distintas circunstancias en cuatro obras pertenecientes a la Literatura hispanoamericana del siglo XX: Electra Garrigó, tragicomedia de Virgilio Piñera (Cárdenas, 1912-La Habana, 1979); “Cuchillo y madre”, cuento de Luisa Valenzuela (Buenos Aires, 1938); Un hombre que se parecía a Orestes, novela de Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911-Vigo, 1981), y El acoso, novela de Alejo Carpentier (La Habana, 1904-París, 1980). Hay continuidad y ruptura: aunque la figura de los Atridas prevalece en toda su complejidad, se adapta a una época, a un lugar, a un clima distinto.
El mito, heredado de la tragedia griega en las versiones de Esquilo, Sófocles y Eurípides (s. v a. C.), se encuentra ya situado en la cima de un entorno difícil (la joven Atenas en plena democracia, acosada siempre por una otredad que busca destruirla); por tal motivo, su fuerza late en las distintas lecturas y reinterpretaciones que van conformando la Tradición clásica: la pervivencia del mundo antiguo a través de sus mitos en el corpus literario del mundo moderno de Occidente.
En el prólogo que sirve de antesala a los retornos, David García esboza el estado de la cuestión. En general, el carácter eurocentrista y, aun más, germanocéntrico señala como ejemplo el Diccionario de argumentos de la literatura, de Elizabeth Frenzel (p. 8), donde los estudios de la Tradición clásica han dejado de lado la vastedad literaria de la lengua española; en concreto, refiere el trabajo de Literatura comparada realizado por George Steiner en Antígonas donde no se menciona ninguna obra escrita en español, a pesar de las múltiples relecturas que de este personaje han hecho diversos autores (idem).
Aunque en España el estudio de la Tradición clásica ha proliferado con la atención de investigadores como Francisco García Jurado, Juan Antonio López Férez, Carmen Morenilla Talens y José Vicente Bañuls Oller, en Hispanoamérica hay mucho por rescatar y por hacer. En este sentido, David García desbroza el camino para atenderlo; se sirve de la Literatura comparada, que rastrea el eco, la evolución o la metamorfosis del azogue mítico en el contexto de las obras que analiza, para subrayar la presencia del mundo antiguo en vestigios que no se reducen al rastro lingüístico o a la secuencia histórica, al ampliar el horizonte hacia una teoría de la recepción: lectores creativos que desde su contexto recrean las claves interpretativas del mito (pp. 8-10).
Para iniciar la imagen del retorno, García Pérez relata en el primer apartado, Historia de una familia. La casa de Atreo: de Tántalo a Orestes y Electra, la maldición de los Atridas. La tradición oral diseminada en la épica, que servirá de fuente a los poetas trágicos para la composición de sus tramas, señala el primer trastabilleo fatal con Tántalo, cuando ofrece a los dioses en un banquete el cuerpo aderezado de su único hijo, Pélope. Esta transgresión, que le propinó un castigo eterno y paradigmático: hambre y sed insaciables, con el agua y el fruto a unos instantes de sus labios, también condenó a su descendencia a una guerra fratricida por el hambre de poder.
Sólo Deméter comió un hombro del hijo de Tántalo, que le fue restituido por otro de marfil. Los dioses le devolvieron la vida y él se casó con Hipodamia. Con ella tuvo dos hijos, Atreo (quien da nombre a la dinastía) y Tiestes. Atreo, igual que hizo Tántalo, cocina a tres de los hijos de Tiestes y los ofrece al padre en un banquete. En todo el despliegue que concatena la maldición que se cierne sobre la casa de Atreo, David García enfatiza la recurrencia de esa primera transgresión, el ofrecimiento sacrificial de la propia descendencia.
Tiestes, horrorizado, huye de las tierras de su hermano para seguir el consejo del oráculo: engendra con Pelopia, su hija, al niño Egisto, quien será criado por Atreo, ignorante de que se trata del hijo de su hermano, cuando desposa a su sobrina. Egisto, en toda la oscuridad de su origen, une a la familia de Atreo y Tiestes en la continuidad endogámica de un odio fratricida: por un lado, Egisto se convertirá en el amante de Clitemnestra, la esposa de uno de los hijos de Atreo, Agamenón, padre de Orestes y Electra; por otro, mata al mismo Atreo cuando Tiestes se lo ordena.
Las figuras centrales de estos retornos, Orestes y Electra, nietos de Atreo, inspiran a los poetas trágicos el momento más conflictivo de la historia; con ellos se fija el mito de los Atridas en una crisis que involucra y enmascara la confrontación de regímenes en la sociedad ateniense: la costumbre de vengar los delitos de sangre frente a la instauración de una Dike, entendida como justicia, cuyo instrumento jurídico supliría a la necesidad de esa venganza.
El meollo trae los hilos hasta Agamenón, padre de Ifigenia, Electra y Orestes, quien sacrificó a su primogénita a la diosa Ártemis para que le permitiera a sus naves zarpar de Áulide. Clitemnestra debe vengar la muerte de su hija; lo hace con ayuda de Egisto: el regreso de Agamenón se tiñe de púrpura cuando su esposa le da muerte entre las redes filiales de su bañera. Para salvar la vida del único que puede llevar a cabo la venganza de su padre, sacan al pequeño Orestes del palacio. Electra, desde entonces, cultiva un odio matricida: Clitemnestra no sólo ha matado a su padre, también lleva una vida disipada con Egisto. Con el regreso de Orestes, una vez llegado a la edad de la venganza, se da el reencuentro de los hermanos; la espera rinde su fruto, Clitemnestra muere a manos de su hijo (fuertemente guiado por Electra). La venganza hace girar el círculo que atrapará, una y otra vez, el sacrificio que inició con Tántalo.
Ya que el mito ha sido atendido y desentrañado en los distintos episodios de su desarrollo (de manera magistral, hay que decirlo), David García se avoca al recorrido de las cuatro obras que le ocupan. En el primero de los retornos, Desde las calles de la Habana… La actriz Electra Garrigó, se analiza la pieza teatral en tres actos escrita en 1941 por el cubano Virgilio Piñera, Electra Garrigó. La mítica dinastía despliega su maldición en la ciudad de La Habana. Clitemnestra Plá no ha matado a Agamenón Garrigó, pero sí lo engaña con Egisto Don. La decadencia de la familia Garrigó es encabezada por el rey, quien padece la pasión amorosa por su hija Electra; Clitemnestra también ama a Orestes de forma incestuosa, al más clásico estilo Edipo; la escena del reconocimiento entre los hermanos se da, aunque hayan vivido siempre en la misma casa. Clitemnestra no muere como lo anuncian sus temores arcanos ahorcada por su hija; muere envenenada por Orestes con una papaya, símbolo tropical de su lujuria. En esta obra teatral, lo terrible es el reflejo de un sin sentido.
En el segundo de los retornos, Castración y violencia: los avatares de una hija y su madre, la metamorfosis de las figuras míticas se confunden con la oblicuidad humana. “Cuchillo y madre”, el cuento de la argentina Luisa Valenzuela, no presenta como tal a Electra o Clitemnestra, pero la tensión que entre madre e hija se establece vuelve al conflicto filial de la tragedia: ¿Por qué Clitemnestra, una vez vengada la muerte de su primogénita, se torna enemiga de Electra? David García apunta hacia la definición de Electra como sujeto existencial: se opone a su madre para llegar a “ser”. O sea que para “ser” hay que matar a la madre, ¿es este un proceso ontológico propio de la relación madre-hija? La función del cuchillo en esta trama suplanta la ausencia de Orestes, quien hará, una y otra vez, los cortes umbilicales.
En el tercero de los retornos, Parodia de Orestes: la increíble y paradójica lectura de Álvaro Cunqueiro, es donde mejor pueden apreciarse los matices que plantea la figura del retorno a lo largo de sus múltiples despliegues. En Un hombre que se parecía a Orestes, la novela del escritor español Álvaro Cunqueiro, premio Nadal en 1968, los reyes Egisto y Clitemnestra esperan la venganza de Orestes, la esperan porque conocen el mito y piensan que ha de cumplirse cabalmente. Electra ha huido con su hermano, y esta variante complica el reconocimiento que antecede a la venganza. Atentos a los viandantes, matan a todo aquel que se parezca a Orestes, pero nunca están seguros: ¿Habrán matado a Agamenón? ¿Será ese el error que impide a Orestes cumplir su venganza? Ya envejecidos, los reyes siguen esperando al “joven” que, según la tradición, les dará muerte. Orestes, el instrumento de venganza largamente aplazado, llega a Micenas siendo casi un hombre maduro. Los reyes han muerto, y la razón de ser de su mito se ha esfumado.
El último de los retornos, Esquilo y Carpentier: Orestes huyendo de las Erinias, se ocupa de El acoso, la novela del cubano Alejo Carpentier publicada en 1967, donde la Erinia de Orestes, el más universal y oblicuo sentido de la conciencia, hace su aparición. Entre los griegos, conciencia era ananke, necesidad de actuar conforme al destino; en la obra de Carpentier, conciencia es la Divina Providencia, “elemento pasivo -dice David García- que metafóricamente es culpable de todo lo que le sucede al ser humano” (p. 102). Se recomienda que la lectura de El acoso se intente durante la ejecución de la Sinfonía heroica de Beethoven, cuarenta y seis minutos, porque, según Carpentier, las Coéforas de Esquilo y esta Sinfonía fueron las fuentes de las que abrevó su estructura, planteada como mise en abyme, teatro dentro del teatro, donde el espectador, el joven perseguido, sufrirá el acoso de las Erinias-perras por medio de la música, sin que, a diferencia del mito, exista ninguna posibilidad de salvación.
En el Epílogo, David García hace un recuento de las implicaciones que la Tradición clásica tiene en los textos analizados y da una perspectiva de la introyección en el imaginario colectivo del mito que, como sucede en “Cuchillo y madre”, aún sin la presencia explícita de los personajes, alude a esa relación filial tan plagada de intensidades ontológicas. Desde esta perspectiva, ya lo verá el lector, cualquier hombre, en cualquier sitio, puede reconocerse Orestes o Electra padeciendo la maldición de sus ancestros.
Más que recomendable es la lectura de Los retornos de Electra y de Orestes porque da una visión muy puntual de los estudios de la Tradición clásica en el amplio espectro de la teoría de la recepción; utiliza espléndidamente la Literatura comparada para mostrar las recurrencias y adaptaciones de los motivos poéticos; y muestra las posibilidades de un campo aún por explorar: la presencia del mundo clásico en la Literatura hispanoamericana del siglo XX. Además, traer a cuenta la experiencia literaria bajo la figura del retorno, permite al lector vislumbrar lo que de inmutable hay en el hombre y, por supuesto, en él mismo.