En la presentación del volumen (pp. 11-12), Jesús Paniagua Pérez, director del Instituto de Humanismo y Tradición Clásica de la Universidad de León, indica que está a punto de acabarse la edición de las obras de Pedro de Valencia, tarea inmensa que comenzó e impulsó el desaparecido y llorado Gaspar Morocho. Dentro de la obra de Valencia, extremeño de origen pero universal por sus conocimientos, los escritos bíblicos y teológicos ocupan un lugar señero, pues el mencionado fue, ante todo, gran estudioso de los textos bíblicos a los que dedicó especial afán durante toda su vida, dentro de unos momentos históricos en que la ortodoxia católica española vigilaba y controlaba cualquier escrito o manifestación referentes a la fe católica.
El prólogo (pp. 13-16), a cargo de Natalio Fernández Marcos, aborda, conjuntamente, el contenido del volumen: trece contribuciones de Valencia en el terreno de la exegesis bíblica, en la que entran, con notoria frecuencia, numerosos aspectos teológicos, examinados y estudiados con gran detalle y soltura por el humanista. El equipo que ha colaborado en los diversos estudios del libro está formado por biblistas, hebraístas, helenistas, latinistas, teólogos, etcétera, los cuales han realizado un verdadero esfuerzo pluridisciplinar. Proceden de diversas universidades (Huelva, Jaén, León, Pontificia de Salamanca, Valladolid), Seminario de Badajoz, etcétera.
La introducción (pp. 17-18) la escribe Nieto Ibáñez, coordinador de dicho equipo y de la publicación: el autor hace un inciso importante, porque el Humanismo español es, en buena medida, un Humanismo bíblico. Nuestro país tuvo gran importancia en la edición de la primera Biblia políglota (poliglota, tendríamos que decir), la Complutense, así llamada por haberse publicado en Alcalá (Complutum, en latín), apoyada siempre por el cardenal Cisneros, escrita en las cuatro lenguas antiguas más importantes: hebreo, arameo, griego y latín, y acabada en 1517. Posteriormente Felipe II encargó una segunda políglota a Benito Arias Montano, la cual se terminó en 1573: la Biblia regia o políglota de Amberes, por haberse publicado en dicha ciudad. El esfuerzo regio, en cambio, contrasta con su prohibición de publicar los textos bíblicos en las lenguas vulgares en todo el territorio ocupado por el inmenso imperio español. De este modo, las biblias en castellano aparecidas en el XVI lo hicieron en el exilio, a saber, en Amberes, Ferrara, Basilea, etc. Por su lado, Arias Montano fue acusado ante la Inquisición de haber omitido o cambiado el sentido de la Biblia en algunos pasajes. Finalmente se vio libre de los graves cargos. Arias tuvo a Valencia como alumno predilecto y gran colaborador en la citada Biblia de Amberes: el extremeño es un verdadero experto en la crítica textual, en el conocimiento de los padres de la Iglesia, en las citas de autoridad de éstos y de numerosos autores griegos y latinos, y supo recurrir a ellos con sumo acierto en defensa de su interpretación de pasajes de especial dificultad y posible ambivalencia.
Todos los escritos ahora publicados estaban inéditos Los autores han tenido que rastrear en las bibliotecas en busca de los manuscritos de Valencia, no siempre fáciles de localizar ni en buen estado. Subrayemos, en primer lugar, la dificultad de las lenguas antiguas manejadas por el escritor: arameo, hebreo, griego y latín; y, en segundo, la necesaria fijación del texto castellano que él emplea, rico en abreviaturas, y que ha tenido que ser ajustado, en todo caso, a las normas de la Real Academia Eespañola.
Menciono, de modo breve, los trece escritos incluidos en el volumen:
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“Notae in Genesim. Exposición sobre el capítulo 1 del libro del Génesis” (pp. 21-54; notas en p. 124). El estudio introductorio y la edición son de Avelina Carrera de la Red, la cual parte del Ms. 149 de la Biblioteca Nacional de España (BNE) para fijar el texto. El extremeño se detiene en los principales problemas suscitados en el relato bíblico de la creación; la redacción debe ser posterior a 1598 y está dirigida a un receptor no del todo seguro.
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“Sermón en loor de san Juan Bautista. Comentario al versículo de san Lucas 1. 66” (pp. 55-73; notas en p. 66). La introducción, es de Nieto Ibáñez, el cual revisa y adapta la edición de Abdón Moreno García, apoyada en los Mss. 5585 y 5586 de la BNE. Se trata del sermón de un predicador que, para elogio de dicho santo, parte de la Biblia, los padres y Plutarco.
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“De la tristeza según dios y según el mundo. Consideración sobre un lugar de san Pablo” (pp. 75-107; notas en p. 158). La introducción y edición se desarrollan según lo indicado en el escrito precedente. La fuente es el mencionado Ms. 5585. Abundan las citas bíblicas, además de cuatro patrísticas y dos de autores clásicos. Las versiones castellanas de pasajes bíblicos siguen de cerca la Vulgata, pero con una serie de libertades propias del contexto humanista en que vive el escritor.
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“De differentia inter verba graeca sophía et phrónēsis. Comentario a Génesis 3. 1 y Mateo 10. 16” (pp. 109-145; notas en p. 109). La introducción es de Nieto Ibáñez; la edición y traducción de María Asunción Sánchez Manzano, que parte del Ms. 5585, ya referido. Valencia se apoya en numerosos autores griegos (Homero, Nicóstrato el Cómico), latinos (Cicerón, Horacio, Ovidio, Quintiliano), padres de la Iglesia, humanistas (Arias y el Brocense), léxicos como la Suda y el de Hesiquio, y, asimismo, el Thesaurus de Henri Estienne (Henrico Estéfano). El escrito, en latín, es bastante desordenado, y posiblemente se trata de un borrador. El propósito del humanista era criticar la obra de su coetáneo Lorenzo Ramírez de Prado.
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“Informe autógrafo a los comentarios a Ezequiel” (pp. 147-168; notas en p. 122). Introducción y edición de Pilar Pena Búa, que parte del Ms. 149 de la BNE, ya editado por Abdón Moreno. Se trata de un informe que la Inquisición le encarga a Valencia para avalar o censurar las interpretaciones y representaciones que los padres Jerónimo Prado y Juan Baptista Villalpando habían editado en Roma (1596). El trabajo consiste en un análisis riguroso de los textos bíblicos, acompañados de los comentarios de los padres. Valencia rechaza todo intento racionalista de acercarse al misterio bíblico.
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“Carta en la que se comenta la Sagrada Escritura” (pp. 169-186; notas en p. 124). La introducción es de Raúl López López y Jesús M. Nieto Ibáñez; la edición corre a cargo del primero, que parte de los ya señalados Mss. 5585 y 5586. La carta, redactada entre 1594 y 1601, y dirigida a un destinatario desconocido, aborda la doctrina de la promesa de vida, redención y libertad que el hombre recibió en el Gn. 18. 19. Valencia, en su argumentación, insiste en dos textos de las Homilías de san Macario.
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“Epístola de Pedro de Valencia al papa Paulo V (1607)” (pp. 187-203; notas en p. 77). La introducción, edición y traducción son de Raúl Manchón Gómez, que trabaja sobre los Mss. 155 y 5586 de la BNE. El escritor, en 1607, le escribe en latín al sumo pontífice con el ruego de que designe un día sagrado para culto y gloria de san Pablo, usando, con cuidada elaboración, los recursos retóricos propios de esa clase de epístolas. No se sabe si el extremeño recibió contestación a su misiva.
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“De los autores de los libros sagrados” (pp. 205-223; notas en p. 70). La introducción es de Nieto Ibáñez, que revisa y adapta la edición realizada por Abdón Moreno, basada en los Mss. 5585 y 5586 de la BNE. Típico escrito de exegesis bíblica; se centra en la datación de los libros sagrados, su autoría y contenido. El extremeño se sirve fundamentalmente de los escritos exegéticos publicados en el XVII por el dominico Sixto de Siena y el cardenal César Baronio, aunque no faltan sus interpretaciones personales.
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“Ad orationem dominicam illam Pater noster, qui es in coelis symbola” (pp. 225-293; notas en p. 401). El estudio introductorio es de Abdón Moreno, así como la edición y traducción, que ha sido revisada y adaptada por Raúl Manchón Gómez y Avelina Carrera; los tres han tenido en cuenta el citado Ms. 5585 de la BNE. El texto es complicado por los numerosos pasajes hebreos, griegos y latinos, y por el modo de relacionar los pasajes bíblicos. El autor examina la oración bajo el prisma de la paideía helenística, la cual volvió los ojos a la tradición homérica como modelo de comportamiento. Ya en la introducción, Valencia menciona, como fuentes, a Sócrates (platónico), Platón, Aristóteles, Cicerón y Galeno; a lo largo de la obra, cita con frecuencia el tratado aristotélico De mundo, y, asimismo a Dión Crisóstomo, especialmente al reflexionar sobre la idea de dios.
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“Para declaración de una parte de la estoria apostólica en los Actos y en la Epístola ad Galatas, advertencias” (pp. 295-537; notas en p. 446 y numerosas referencias textuales). La edición crítica y el estudio pertinente son de María del Prado Ortiz Sánchez, a partir de los Mss. 464 (el principal) y 13011 de la BNE. En la obra, acabada en 1608, se abordan importantes aspectos del cristianismo primitivo, el cual, de secta del judaísmo, pasó a ser una religión universal abierta a los gentiles. Valencia toca ciertos puntos de interés no menor para la historia social de finales del XVI y comienzos del XVII: la situación de los judíos conversos, la Reforma protestante, la Contrarreforma, la lucha entre diversas iglesias españolas por conseguir la prioridad sobre las demás (Toledo y Santiago destacaron en la diatriba). Es el tratado más extenso del volumen, pues, con la introducción y notas, ocupa casi 250 páginas. Tenemos en él una muestra admirable de los enormes saberes de Valencia, pues, aparte de lo estrictamente lingüístico y literario aplicado a esos textos bíblicos, aparecen numerosos datos de otras disciplinas: arqueología, geografía, historia social y religiosa, etcétera.
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“Poemas latinos” (pp. 539-555; notas en p. 16); introducción, edición y traducción de Raúl Manchón, que revisa el Ms. 5585 de la BNE. Son cinco poemas de reducida extensión (de 16, 10, 14, 10 y 5 versos respectivamente), algo artificiosos y redundantes en la expresión: el quinto es de dudosa autoría, y los otros cuatro contienen asuntos bíblicos. Estos cuatro son dísticos elegíacos (hexámetro más pentámetro); y el probablemente espurio está compuesto por tres dísticos en que se combinan el hexámetro y el trímetro yámbico.
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“Advertencias de Pedro de Valencia y Juan Ramírez acerca de la impresión de la Paráfrasis caldaica” (pp. 557-654; notas en p. 387). La introducción es de Inmaculada Delgado Lara, que se encarga, asimismo, de localizar las fuentes bíblicas; la edición la establecen Avelina Carrera y Antonio Reguera Feo, sobre el Ms. 502 de la BNE. El trabajo ocupa, con los comentarios, casi 100 páginas. En él, Valencia y Ramírez defienden la paráfrasis realizada por Arias Montano, el más insigne biblista de nuestro Siglo de Oro, y contenida en la Biblia regia. En el escrito se entabla una polémica dura y cortante frente a Andrés de León, que había presentado 427 enmiendas a la exegesis de Arias y pretendía publicar una paráfrasis con sus propias conjeturas. En su trabajo Valencia y su cuñado Ramírez demuestran palmariamente que de León desconocía siriaco, hebreo y griego, y, al mismo tiempo, subrayan sus escasos conocimientos en latín. Tanto Valencia como Ramírez dudan, incluso, que de León hubiera dispuesto de un ejemplar de la paráfrasis de Arias. Los argumentos son de carácter exegético, donde resplandece el dominio en las lenguas bíblicas. Fueron nombrados unos censores para atender la petición hecha por de León: tres años duró la investigación, que terminó con una votación en el seno de la Universidad de Alcalá (septiembre de 1618); la Universidad Complutense, ateniéndose a esta resolución, se opuso, finalmente, a que el peticionario publicara dicha paráfrasis enmendada. Por una vez el sano criterio y saber filológico de Valencia se impusieron sin paliativos.
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“Sobre que no se pongan cruces en lugares inmundos” (pp. 655-666; notas en p. 20). La introducción y edición son de Manuel A. Seoane Rodríguez, que sigue el Ms. 11160 de la BNE. El opúsculo es de 1609 y se dirige al arzobispo de Toledo, exponiendo cómo en numerosos lugares apartados de la corte y España, se ponían o pintaban cruces para evitar que se convirtieran en lugares de inmundicia, donde los que por allí pasaban se detenían a hacer sus necesidades corporales. Valencia cita, en su apoyo, el código de Justiniano y el canon 73 del Concilio de Constantinopla (692 de nuestra era); además, menciona como argumento de autoridad a varios escritores de reconocido prestigio (Tertuliano, Juvenal, Calpurnio Sículo y Persio).
El volumen cierra con un “Índice de nombres propios” (pp. 667-682) que recoge, en mayúsculas, los nombres de autores antiguos y modernos, de personajes míticos o históricos; y, en minúsculas, los de lugares geográficos.
En resumen, estamos ante una edición bien hecha, madura, cuidada, fruto de varios años de trabajo y colaboración fecunda de especialistas procedentes de áreas diversas, útil para el hispanista, el filólogo clásico, el historiador, y, en suma, para todo estudioso del Humanismo español.