Stratis Papaioannou es una joven autoridad en los estudios bizantinos: las cifras de su respetable producción académica rondan la decena de libros y el medio centenar de artículos.1 Si bien su interés se ha centrado en Miguel Pselo y Simeón Metafrastés, no ha tenido reparo en adentrarse, con su acostumbrado rigor y profundidad, en los campos más diversos e insospechados de la literatura bizantina.
The Oxford Handbook of Byzantine Literature es una obra más que relevante, no sólo por su contenido, sino por el “cambio de paradigma” que propone para el estudio de la literatura bizantina. A pesar de que se publicó en 2021, comenzó a circular en 2022, y entre el 2022 y el 2023, extrañamente, aparecieron esporádicas reseñas.2 Una parte de la lentitud de su recepción se puede explicar por la pandemia, pero hay otra razón que resulta más difícil de entender: me atrevo a especular que la audiencia a la que está dirigido no lo ha entendido del todo, o, tal vez, no comulga con el nuevo paradigma.
El libro de Papaioannou demuestra, entre otras cosas, que la figura del erudito en literatura bizantina -piénsese en Krumbacher (1856-1909), Beck (1910-1999), Hunger (1914-2000), Ševčenko (1922-2009), etc.-3 pertenece a una época ya lejana y que, si bien nunca podrá ser menospreciada, ya no es funcional para los estudios bizantinos, además de que es imposible de replicar actualmente, incluso en las mejores universidades del mundo.
Al leer a estos eruditos uno se quedaba con la impresión de que la literatura bizantina era un fenómeno finito y que, aunque había zonas mal definidas, éstas, por lo general, no merecían los desvelos de los bizantinistas consagrados, o en ciernes. El libro, parcialmente escrito y totalmente editado por Papaioannou, por el contrario, nos presenta a la literatura bizantina como una tierra prácticamente ignota. Es desesperante y, a la vez, alentador, encontrar, al final de cada capítulo, frases como “hay muy pocos estudios al respecto”, “esto falta por estudiarse”, “aquello necesita revisarse”, etcétera. Hay una muy completa y actualizada bibliografía al terminar cada texto, así como una amable y útil sección intitulada “Suggestions for Further Reading”.
Existen, ciertamente, varias escuelas de bizantinistas: la inglesa, la norteamericana, la francesa, la vienesa, la griega, la italiana, la española, la argentina, la turca, la chilena, la rusa, entre otras, y el libro de Papaioannou es el punto de encuentro de casi todas ellas. Es como si se nos advirtiera que la ardua labor de entender y comprender los once siglos de literatura bizantina no solamente es una cuestión de trabajo colaborativo, sino también de incorporar diversos y, al mismo tiempo, complementarios puntos de vista.4
La obra comienza cuestionando los prejuicios de historiar la literatura de una cultura a la que se le ha tratado de entender aplicando una hermenéutica negativa, o “apofática”: los bizantinos no son griegos, no son latinos -peor aún: acostumbraban llamarse a sí mismos “romanos”-, no son europeos, no son asiáticos, no son cristianos,5 no son paganos, no son antiguos, no son modernos, etcétera. Las cuatro partes en que está dividida dicha obra plantean una visión inédita de la literatura bizantina.6
Ya que es imposible hablar de cada uno de los veinticinco capítulos que integran el libro, creemos que lo más conveniente es centrarnos en tres de los nueve capítulos escritos, o coescritos, por Papaioannou7 para lograr ofrecer una muestra del novedoso enfoque. En la introducción (“What is Byzantine Literature?”, pp. 1-17), el autor, antes de ensayar una respuesta, plantea los problemas inherentes a una pregunta de tal magnitud: ¿en qué lengua se escribió la literatura bizantina?, ¿qué período abarca?, ¿son útiles las tradicionales dualidades: escrita-oral, vulgar-culta, sacra-profana?, ¿es válido buscar en ella “originalidad”? Sus respuestas a estas interrogantes, a su vez, cuestionan las respuestas aparentemente obvias, por ejemplo: la lengua de la literatura bizantina no es únicamente el griego; hay libros “bizantinos” coptos, siríacos, árabes, georgianos, armenios, latinos, italianos (venecianos), franceses y eslavos.
“Book Culture” (pp. 44-75), el capítulo tercero coescrito junto con Filippo Ronconi, expone magistralmente una de las características distintivas y más desafiantes de la literatura bizantina: su materialidad. No es casualidad que, en páginas estratégicas de The Oxford Handbook of Byzantine Literature, aparezcan veintitrés nítidas fotografías de páginas elegantemente seleccionadas de libros bizantinos (tomadas, o gestionadas, por el mismo Papaioannou). El libro bizantino fue una herramienta invaluable para transmitir la cultura, pero sus alcances no terminaban ahí, su importancia permeaba todos los estratos de la cultura bizantina, desde la vida privada hasta las relaciones diplomáticas. En uno de los cuatro recuadros estadísticos que integran el capítulo y elucidan aspectos concretos de la realidad del libro bizantino, aparece una cifra reveladora: sólo el nueve por ciento de la totalidad de los ejemplares conservados puede considerarse de contenido “literario”, el extenso porcentaje restante está integrado por obras de contenido litúrgico y teológico (p. 53). Una de las conclusiones más importantes de este capítulo, desde mi punto de vista, es que sería engañoso y carente de cientificidad tratar de separar lo secular de lo religioso, al momento de querer comprender la literatura bizantina.
El capítulo vigésimo, simplemente intitulado “Authors” (pp. 483-524), trata, aparentemente, de una obviedad, sin embargo, aplicar la supuesta obviedad a los autores bizantinos termina siendo una especie de lecho de Procusto, ya que “Byzantine authors often worked as a compilers, translators, redactors, paraphrasers, epitomizers, excerpters, or even simply as scribes” (p. 484). Incluso en esta cultura, los tradicionalmente execrados pseudónimos y apócrifos, merecen ser juzgados con otros criterios, ya que “pseudonymity could be a mere act of reverence” (p. 495). Una mirada panorámica a la literatura bizantina nos enseña que los autores más importantes -más reverenciados- son Juan Crisóstomo y Gregorio de Nacianzo; no resulta sorprendente, pues, que también sean los autores con más textos apócrifos en su vasto corpus. La meticulosidad de Papaioannou no podía dejar de lado a las autoras bizantinas, que, como pasa casi siempre en todas las literaturas, “the actual number of female writers was larger” (p. 486):
Hypathia, philosopher (c. 355-415), Athenais-Eudokia, empress (c. 400-460); Sergia (seventh century, first half); Kassia/Kassiane, poet and hymnographer (early ninth century); Theodosia, hymnographer (ninth century), Thekla, hymnographer (ninth century?); Anna Komnene, historian (1084-c. 1150-1155), Theodora Rhaoulaina (†1300); Eirene Choumnaina, letter-writer (1291-c. 1354), Theodora Palaiologina, hymnographer († before 1387). To these we may add: Anna Komnene’s mother, Eirene Doukaina Komnene (1066-1123?) and Theodora Synadene (late thirteenth-fourteenth century, first half), both founders of monasteries and purported “authors” of Typika; Thomais, the fictious author of the Passion of Saint Febronia; and three anonymous and probable female writers: the author of the early ninth-century Life of the Empress Eirene, the author of the late tenth/early eleventh century Life of Saint Eirene of Chrysobalanton, and the author of an eleventh/twelfth-century Life of Saint Auxentios (pp. 485-486).8
Finalmente, quisiera mencionar que, como muchas otras disciplinas, los estudios bizantinos y, particularmente, la literatura bizantina, cuentan con valiosas herramientas existentes en el ciberespacio: más allá del Thesaurus Linguae Graecae -el único lugar donde pueden encontrarse, e investigarse, todos los textos bizantinos-, forma parte de la bibliografía recopilada por Papaioannou y sus colaboradores, una respetable cantidad de páginas web que albergan invaluables bases de datos, la mayoría de ellas de acceso libre y gratuito.9The Oxford Handbook of Byzantine Literature no es una nave ni un mapa para ir al encuentro de la literatura bizantina, a lo mucho es un itinerario de viaje encabezado con la advertencia de que, una vez alcanzado el destino, será necesario “quemar las naves”.