“El camino de la diosa y el lugar de ninguna parte”, prefacio de Michel Cazenave; “Sofía”, conclusión de Pierre Solié

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Pierre Solié
Michel Cazenave
E. Galán
Blanca Solares
https://orcid.org/0009-0003-0591-8056

Resumen

Ofrecemos aquí la traducción, inédita en español, de dos fragmentos del libro de Pierre Solié, Psychanalyse et imaginal (Paris: Imago, 1980): por un lado, el “Prefacio”, a cargo de Michel Cazenave; y, por otro, la “Conclusión” del mismo libro. Ambos fragmentos han sido rescatados de unos Suplementos de la Editorial Anthropos [núm. 42, 1994, pp. 114-124], difíciles de encontrar en nuestras bibliotecas y prácticamente inexistentes en librerías. Psicoanálisis e imaginal, igualmente, es de difícil acceso; el original impreso solo está disponible en algunas bibliotecas francesas.

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Detalles del artículo

Cómo citar
Solié, P. ., Cazenave, M. ., Galán, E. ., & Solares, B. . (2025). “El camino de la diosa y el lugar de ninguna parte”, prefacio de Michel Cazenave; “Sofía”, conclusión de Pierre Solié. Interpretatio. Revista De hermenéutica, 10(1), 59-73. https://doi.org/10.19130/iifl.irh.2025.1/00S329X7W035
Sección
Dossier: Documentos
Biografía del autor/a

Pierre Solié

(1930-1993). Psicoanalista junguiano renovador de la tradición psicoanalítica francesa. Colaboró con Gilbert Durand, James Hillman y Marie-Louise von Franz en la edición de la colección L´Esprit jungien, de la Editorial Shegers (París). Autor, entre otros trabajos, de Medicina y hombre total (1961), Psicología analítica y medicina psicosomática (1969) y Medicinas iniciáticas. Sobre los orígenes de la psicoterapia (1970).

Michel Cazenave

(1942-2018). Filósofo, radiodifusor y escritor francés, especialista en la obra de Carl Gustav Jung. Gran parte de su actividad estuvo dedicada a la producción de programas sobre pensamiento filosófico y espiritualidad. Responsable de la publicación de las obras de Jung en las ediciones Albin Michel. Organizó en 1979, bajo los auspicios de France-Culture, la conferencia de Córdoba titulada “Ciencia y conciencia, las dos lecturas del universo”. Autor de La ciencia y el alma del mundo (1996) y Ciencias y símbolos. Los caminos del conocimiento (actas de la conferencia de Tsukuba, 1996). 

Blanca Solares, Universidad Nacional Autónoma de México - Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades

Investigadora adscrita al Programa en Estudios de lo Imaginario (Imagen, Arte y Religión), CRIM-UNAM. Realizó estudios de doctorado en sociología y filosofía en México y Alemania. Profesora del Posgrado en Estética y Filosofía de la Religión. Miembro del Centre de Recherches Internationales sur l’Imaginaire (CRII) e integrante del Comité Ejecutivo de la International Association for the History of Religions (IHAR). Entre sus publicaciones: Madre terrible. La diosa en la religión del México antiguo; Gibert Durand. Escritos musicales; Imaginarios mayas en la música contemporánea. Revueltas, Ginastera y Scelsi. Su libro más reciente es Imaginarios órficos de la naturaleza (2024).

Citas

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Presentación

Psicoanálisis e imaginal había sido pensado para ser traducido y publicado por la editorial Anthropos, proyecto desafortunadamente truncado y del cual solo quedaron estos avances. La traducción de los fragmentos de P. Solié, como del prefacio de M. Cazenave que aquí se ofrecen fue revisada y sugerida a Anthropos por el maestro Andrés Ortiz-Osés, quien en su momento detectó la relevancia de este libro para los estudiosos de la hermenéutica del símbolo. Dadas las afinidades y aportes de la obra de Pierre Solié al mito-análisis junguiano y la comprensión de los temas eranosianos, hemos decidido incluirlos en este apartado.

En Psicoanálisis e imaginal, sin negar los aportes de Freud, de Lacan o de Mélanie Klein pero, sobre todo, atento al pensamiento de Carl G. Jung y de Henry Corbin, Pierre Solié muestra la tendencia del psicoanálisis a la reducción de la imaginación, opacando con ello en el hombre un órgano de conocimiento auténtico. Tomando como mediación simbólica a Isis, Perceval, Grainne, la mujer celta, o Hiawatha, el indio, así como meditando sobre la gnosis o la alquimia, Pierre Solié se dedica a describir, a través de estas figuras, el proceso iniciático de descubrimiento y autoconocimiento del alma. Michel Cazenave, filósofo, escritor y, también, especialista en la visión junguiana de los arquetipos, nos hace una sensible y erudita síntesis del recorrido intelectual de Solié que nos sirve para la mejor contextualización de esta magnífica obra.

El camino de la diosa y el lugar de ninguna parte: Prefacio2

Ya desde los inicios de su obra se van delineando las etapas de lo que puede llamarse, después de todo, la “vía” de Pierre Solié, su tao personal, del que dan fe un buen número de libros, signos objetivos de esa larga progresión.

En su primer ensayo, dedicado a la práctica de la medicina general, bosqueja tras la panoplia de los síntomas que trata la terapia orgánica la paleta de una psicosomática, cimiento de una posible reconciliación de la física y la biología con las “ciencias del alma”.3 En un segundo estadio, y con un título revelador, favorece el encuentro de esta psicosomática con el psicoanálisis de Jung, definiendo un marco teórico que, sesgado subyacentemente por la noción de psicoide, enraizamiento fisiológico del arquetipo, nos hace entrever la posibilidad de ese Mundo Uno que todas las grandes filosofías de la experiencia vivencial han afirmado siempre.4

En 1976 se produce un giro decisivo. En una inmersión histórica y geográfica, Pierre Solié lleva al lector tanto a los pueblos etnológicos como a Mesopotamia o a la Grecia de los Asclepíadas, explicitando la tesis de una filiación chamánica del psicoanálisis moderno. Mediante un entramado de comparaciones extremadamente precisas, señala que entre la cura diseccionada por Eliade5 y el proceso analítico moderno hay diferencias de grado de reflexividad, pero en absoluto de esencia.

En el fondo, es este el momento en que Solié se hace plenamente junguiano (la psicología analítica es en primer término, indudablemente, una explicación de lo sagrado desde el momento en que se manifiesta en el alma). Adhiriéndose por fin a Jung, se dispone a sobrepasarle para serle aún más fiel.

Toda cura psicoanalítica profunda… constituye una iniciación individual a medida. Tiene su ceremonial, sus ritos, de los que forman parte los honorarios, como ya ocurría en la Antigüedad y la Prehistoria. Su “humillación”, su “interrogatorio”, su “confesión”, su “expiación”, su “regresión”, su “descenso a los Infiernos” y sus “combates”, hasta llegar a la “muerte simbólica”, la confrontación con la Sombra…; su apelación a Ishtar, Zarpanitu, Isis o Deméter, al “Ánima” y todas sus representaciones; la “resurrección del Ánimus”, sus “bodas sagradas”; su “segundo nacimiento por el Espíritu en el Espíritu”, etc. En resumen, todas las hierofanías que hemos encontrado en el alma de los pueblos arcaicos y antiguos están presentes en el alma del europeo del siglo XX… Entre la mitología psicosomática egipcia que hemos descrito y nuestra propia mitología psicoanalítica solo hay una diferencia de matiz. Tal vez esta diferencia resida únicamente en el hecho de que podemos afirmar que no la hay. Esta simple afirmación significa que nuestra propia “cartografía” psicosomática no consigue embaucarnos, impidiéndonos creer que detentamos la verdad definitiva, lo que supone una enorme diferencia. Es verdad… Nosotros no tenemos, en materia de terapéutica, las pretensiones del farmacoterapeuta o del cirujano; hasta el punto de que, al cabo de cierto número de años de práctica psicoterapéutica, los conceptos de diagnóstico y curación nos resultan completamente marginales. Al límite, ¿somos médicos? Aun respondiendo afirmativamente, estamos mucho más próximos del chamán y del sacerdote curandero que del médico-píldora o bisturí. Incluso somos, seguramente, los chamanes de nuestro siglo.6

Después de haber estudiado el aspecto pulsional y fisiobiológico en todas sus facetas, siguiendo un proceso personal de chiasma (quiasma) del que de hecho es su teórico, Pierre Solié descubre la vertiente espiritual del arquetipo: vía y voces de los dioses, que invitan al hombre sin barreras, si es capaz de encontrar el camino, a una superación perpetua hacia ese pleroma divino del que habla la gnosis.

Indudablemente no se debe al azar el que, de toda la obra de Jung, sean la vertiente gnóstica por un lado y la intuición de lo psicoide y del Unus Mundus por otro7 los aspectos que hayan captado la atención de Solié. Paralelamente, explayándose libremente por la galaxia de los mitos, consagra sus estudios a las grandes figuras primordiales de las Diosas-Madre, de Tiamat a Isis, de Ishtar a Core, en un movimiento donde se tejen inextricablemente la creencia distanciada, la erudición del sabio, la experiencia del clínico y el bagaje científico acumulado durante los años de investigación.8

Como ha señalado especialmente bien Marie-Louise von Franz, nuestra conflictiva época de desarraigos y holocaustos está marcada por una triple fractura arquetípica, cuyos terribles efectos se despliegan ante nosotros:

La alienación de la divinidad, que lleva a considerar únicamente su faz luminosa e infernalizar su faz sombría. Con ese split de lo sagrado se produce un bloqueo en el proceso gnóstico, o alquímico, de la recolección del alma fragmentaria del hombre en pos de ese hombre superior y total (el teleios), lugar de conjunción de la divinidad y el hombre empírico; el menoscabo de la mujer y el olvido de las diosas a favor de un logos tiránico y dominador; tanto en Simón como en Basílides o Valentín se trataba en principio de rescatar la Sophia. “En la mayor parte de estos sistemas, el mal, el enemigo del Anthropos o de la Sophia, es la agnosia la —no—consciencia—, de donde solo la gnosis, experiencia de lo divino, puede rescatarnos”.9

Consecutivo a este menoscabo de la mujer y de la Madre, está el divorcio radical entre espíritu y materia, el desgarramiento del pleroma y el olvido del Unus Mundus.

Pero la venganza de la diosa-madre despreciada es cada vez menos expiable: el concretismo ha conquistado al pensamiento científico, incluso al religioso. Jung lo mostró claramente: toda afirmación religiosa es paradójica por naturaleza y no está referida a una realidad física. Por el contrario, dice esencialmente de la realidad de esa alma a la que pertenece. Hemos visto caer en pedazos la fe cristiana, primero en los países protestantes y hoy también, en gran medida, en los países católicos, con el fervoroso concurso de Pablo VI: Sigmund Freud parece haber vencido en su intento de demostrar que la religión es una ilusión neurótica originada en complejos.10

A esta triple situación, o a esta misma situación fundamental bajo tres aspectos, necesaria e imaginalmente intrincados, Pierre Solié intentará responder con su Mujer esencial. Este libro de referencia obligada anuda en una guirnalda doble y complementaria el retorno de las diosas con la integración del aspecto sombrío de los dioses, transformado, por un proceso de crossing-over, en principio de redención (Cáritas y Ágape) y de restitución del Unus Mundus como unidad potencial y terminal, diferenciada de la materia, del alma y del pneuma.

Surgen en ese libro dos nociones esenciales: el logos hystericos, es decir, el verbo de la mujer (arquetípica, imaginal), junto al logos unilateral que conocemos desde hace 2 000 años; y la existencia de un mundo imaginal, Mundus imaginalis (el âlam al-mithâl de los místicos sufíes iraníes), sobre el que Henry Corbin lleva al menos 30 años llamando nuestra atención,11 siendo James Hillman el primero que señaló su realidad en el ámbito de la psicología profunda.12

Se evidencia así la existencia de un proceso iniciático que conduce al alma paulatinamente, de crisis en crisis, de pruebas en pruebas, de pasiones en pasiones, de desvelamientos en desvelamientos, en un doble itinerario horizontal y vertical, biológico y psíquico, físico y espiritual, hacia ese mundo intermediario, ese mundo tercero de ninguna parte, ese país del no-don-de (Nâ-kojâ-âbad) en que ya reparó Sphravardî en el siglo XII,13 lugar de visiones e imágenes-arquetipos donde los cuerpos se espiritualizan y la carne se corporaliza.

Esta es la vena retomada en Psicoanálisis e imaginal, llegando aún más lejos, a su lugar propio de realización. A quien se compromete en la vía de la sabiduría se le suele recordar uno de los grandes preceptos de Thot, de Hermes Trismegisto: “Si, pues, aprendes a conocerte como un ser hecho de luz y de vida, y aprendes a conocer que esos son los elementos que te constituyen, regresarás a la vida”.14

Con esta revelación se pone punto final a ese inmenso torbellino de experiencias interiores, de dramaturgias colectivas, de aperturas reflexivas que se apoderaron de todo el Oriente mediterráneo, de Alejandro a Juliano, durante 700 años: religiones y misterios de las Grandes-Madres matriciales y de sus Hijos sacrificados en el incesto cósmico; tradición neo-platónica de la filosofía alejandrina hasta las Enéadas de Plotino, los Misterios de Jámblico o la Teología de Proclo; iluminaciones de la gnosis del Evangelio de Tomás a la Pistis Sophia; operaciones alquímicas de Comario o de Zósimo de Panópolis.15 Puede decirse que siete siglos de investigaciones sucesivas llevaron al hombre antiguo, más allá de los dioses jurídicos del panteón grecolatino y del primer esfuerzo racional de los filósofos y geómetras griegos, a redescubrir las intuiciones primordiales de las religiones más antiguas —aunque reexplicitándolas a un nivel superior de autoconsciencia—: la salud reside en el despliegue del Conocimiento, de la Gnosis verdadera, es decir, en ese doble movimiento simultáneo de reflexión que permite manifestarse a la divinidad, aun permaneciendo incognoscible por principio.

Del mismo modo hoy, tras la ascensión alquímica del renacimiento, tras el romanticismo y los filósofos de la naturaleza como Schelling y Carus, tras los descubrimientos de Jung, de Corbin y de Eliade —después también de un nuevo desarrollo de la racionalidad y los descubrimientos de la física y la biología—, en ese proceso que dibuja una nueva espiral histórica, se anuda indudablemente una nueva fase arquetípica. La nueva definición de la Gnosis se sitúa así en un nivel aún más elevado, en la constitución psicoide del hombre, al atender cada vez más a ese mundo imaginal, cuyo desvelamiento se obtiene mediante una purificación incesante de sus caricaturas, de sus posibles patologías, de esos atajos que acaban en la psicosis.

Con una perspectiva tal puede entenderse mejor cómo Pierre Solié, invirtiendo nuestras posiciones habituales, puede hablarnos del psicoanálisis en Alejandría, durante la Edad Media francesa o el Renacimiento occidental, y de la gnosis que se reinstala con Carl Gustav Jung en el corazón mismo de nuestro siglo: mediante ese cambio de referentes semánticos intenta reintroducir definitivamente la psicología de las profundidades en su verdadera dimensión, la del alma. Toda historia humana se subsume en la historia mítica y sagrada, hiero-historia la llama Henry Corbin, de esa alma que es, a pesar de todo, lugar de manifestación y ámbito de la reflexión. Por ello funda tanto lo más específico de la personalidad humana como lo más colectivamente impersonal.

Retomando el surco de su Mujer esencial, Pierre Solié hace reaparecer, subrayándolas aún más, las figuras arquetípicas y teofánicas de la Mater materia y de la Sophia aeterna, o dicho de otro modo, de la Madre y la Mujer radiantes, que se muestran poco a poco, simultáneamente ante nuestra mirada y en el interior de nuestras almas.

En El mito del psicoanálisis, así como en su estudio sobre el anima, James Hillman16 señala que cualquier psicología solo puede responder a su llamada interior si reintegra las virtudes y los discursos de la feminidad. Toda gnosis sabe desde el principio que la Diosa, la Gran-Madre, la Sabiduría de Dios, como quiera llamársela según su estructura propia o su fondo cultural, es en sentido estricto la iniciadora de este mundo, su substancia y su alma, la obligada mediación entre el Principio desconocido, del que nada puede decirse sin traicionarlo, y la humanidad en su condición terrestre. A este respecto puede traerse a la memoria ese poema de Simón que narra la caída de Helena, de esa Helena que reencarna la Sophia original, la Hokmah de los judíos o la Gran-Diosa de los siriocaldeos:

Mediante ella creó la Divinidad en el principio ángeles y arcángeles.
Surgió de su pensamiento, y conociendo así la voluntad de su padre.
Descendió a las regiones inferiores.
Engendró a los ángeles y las dominaciones que han forjado el mundo.
Una vez engendrados, la retuvieron presa.
Por envidia.
Pues no querían saber que habían sido engendrados
Por un Padre que les era totalmente desconocido,
Ya que ellos tenían cautivo a su pensamiento. […]
Y a través de las edades, como de vaso en vaso,
Ella se reencarna en sucesivos cuerpos femeninos.17

En el fondo, todo pensamiento gnóstico se expresa mediante este logos hystericos que Pierre Solié ha querido poner al día; logos hystericos que es indudablemente el mejor modo de operar la conjunción de la vertiente pulsional con la vertiente espiritual del arquetipo, mediante una maduración/mutación, en una doble corriente de continuidad psíquica y discontinuidad imaginal, que conduce a ese país de ninguna parte, el único territorio donde se revela “el Dios que no es”.18

Si hay en la actualidad alguna tarea urgente es la de reconciliar la ciencia con el alma del mundo. No para confundirlas, sino para conjugarlas por fin, de tal modo que en los ojos de la carne cobre existencia esa mirada de ojos de fuego. A una obra de tal calibre se aplica a partir de ahora Pierre Solié, bajo la advocación de esta doble Diosa de quien nos habla Parménides: esa Diosa sin nombre, excepto el de Aletheia que, junto a la Afrodita del medio, madre del Eros primogénito de los Dioses, mezcla y casa la luz y las tinieblas.19 Unidad y dualidad. Verdad y matrimonio de todas las apariencias. Exclusión y vínculos infinitos: dormita también ahí esa gnosis que debe llevarnos hacia las puertas de bronce que “separan el camino del Día del camino de la Noche”.

Sofía20

Jesús dijo: El que conoce al Todo [pero] no [se conoce] a sí mismo, deja de [conocer] a todo el Lugar.

[…]

Jesús vio a unos pequeñuelos mamando, y les dijo a sus discípulos: Estos pequeños que maman son como los que entran en el Reino. Ellos le dijeron: ¿si somos pequeños, entraremos en el Reino? Jesús les dijo: ¡Cuando hagáis que los dos [sean] uno, y cuando hagáis que lo de dentro sea como lo de fuera y lo de fuera como lo de dentro, y lo de arriba como lo de abajo! ¡Y si hacéis que lo masculino y lo femenino sean una sola cosa, a fin de que lo masculino ya no sea masculino y lo femenino ya no sea femenino […] entonces entraréis [en el Reino].21

La gnosis es ante todo conocimiento de sí mismo. Aplica al pie de la letra la sentencia del frontón de Delfos: “Conócete a ti mismo y conocerás el Universo y los Dioses”. Porque el Universo y los Dioses están en nosotros y nosotros estamos en el Universo y en los Dioses. El Reino está en lo más profundo de nuestro ser como también en lo más lejano de nuestro universo. Tan radicalmente subjetivo como radicalmente otro: Sí-mismo-Otro. Nosotros estamos —cibernéticamente— enmarcados por estos dos extremos: “más infinito”, “menos infinito”. En la actualidad fechamos nuestro universo en 15 000 millones de años. Hubert Reeves, astrofísico, nos confirma esta cifra gracias al estudio de la “radiación fósil”, pero añade “esto es cierto en un tiempo lineal, pero en un tiempo logarítmico nuestro universo tiende hacia ‘menos infinito’ en el pasado y hacia ‘más infinito’ en el futuro”.22 Entre estos dos extremos se encuentra el cero, enmarcado por el infinito de los números negativos y el infinito de los números positivos. Del cero —que no es ni la nada, ni la anulación, sino eso que hace posible toda matemática digna de tal nombre— surgen las dos series de números, como del Vacío —budista o eckhartiano— surge sin cesar la Creación, una ola burbujeante que me arrastra lejos de mis orígenes, y que debo remontar para encontrar en ellos mis fuentes y mis fines.

“Los discípulos dijeron a Jesús: Dinos cómo va a ser nuestro fin (hae = telos). Jesús dijo: ¿Si me preguntáis por el Fin es que habéis descubierto el Comienzo (arkhé)? Porque allí (donde está) el comienzo, ahí estará el fin. ¡Bienaventurado aquel que llegue al comienzo: conocerá el fin y no conocerá la muerte”.23 El Reino se sitúa en la conjunción “más infinito”, “menos infinito”, en el cero, en el “Dios que no es” de Basílides, en el Vacío, en la docta ignorantia de Nicolás de Cusa,24 origen y fin continuos de un mundo que es. Por eso Jung, y tras él Marie-Louise von Franz,25 hacen del número “una manifestación primera del espíritu y una propiedad inalienable de la materia”. Del cero brota primero el uno, la unidad, la unidad banal, pero también el Uno, el Totalmente Uno, el único, “una idea, un arquetipo un atributo de Dios, la mónada”. En el cuatro se detiene la resolución de las ecuaciones, tanto de cuarto grado como de toda ecuación. “El cuatro es la cima y el término de un ascenso”. Hubert Reeves nos enseña también que para sobrepasar el núcleo de helio (de cuatro protones), el universo se ha armado de paciencia durante varios milenios, hasta conseguir fabricar núcleos más pesados, retomando su evolución.

Hemos visto la importancia de nuestras cuaternidades. El Cosmos (orden) nace del Caos (desorden) mediante la organización estructural del número. Hemos visto lo costoso que resulta a cada cual dominar ese Caos precosmogónico, esa boca de Sombra, ese Vacío, ese cero, a lo largo de la vida. En la primera parte, para diferenciarse de él y ordenarlo, en la segunda para volver a él y reordenarlo (reversio) en escatogonía. Escatogonía que no es sino una nueva visión, imaginal (Sophia-Khristos), de la boca de Sombra original —imaginaria (Tiamat-Apsu)—. Entre estos dos extremos infinitos, están todos los números y sus ordenaciones arquetípicas, todas las cuaternidades intermedias de los Dobles y los Complementarios: Marduk-Zarpanitu oponiéndose a Apsu (Kingu) Tiamat (oralidad); Osiris (pene)-Isis (vagina) oponiéndose a Seth (Apofis)-Hathor (vampiro) (analidad); Osiris (Horus)-Isis (puella) diferenciando sus Dobles y Complementarios espirituales (pneumáticos) en Eros (genitalidad). “Señor Osiris” y “Señora Isis” bregan al menos hasta la cincuentena —en el mejor de los casos— intentando vencer la posesividad de su genitalidad pulsional y transformarla en Eros. Después redescienden hacia los orígenes para librar el combate contra su esclavismo, intentando conjugar la cuaternidad anal con la cuaternidad Cáritas. Por fin, afrontando el último encuentro con la boca de Sombra por excelencia, conjugar la cuaternidad oral con la cuaternidad del Ágape.

La Psique y el Espíritu se organizan sobre el fondo de Bios (vida) y Physis (Naturaleza, Materia). Las correspondencias entre sí son significativas —esto es, producen Sentido—. Se explica en términos de pensamiento causalista la recapitulación de la filogénesis en la ontogénesis. La onto-psico-génesis, como recapitulación de la filo-psico-génesis, ya no puede contemplarse por más tiempo con tal perspectiva. Deben hacerse intervenir las “coincidencias exageradas”, las “signaturas”, las “correspondencias” paracélsicas del pensamiento mágico, pero sin perder de vista las adquisiciones del pensamiento causalista científico, y conjugar estas dos formas de pensamiento. Es lo que Jung intentó con su concepto de sincronicidad, conjugándolo con el de causalidad. Dos fenómenos que ya no están vinculados por una relación material de causa a efecto, sino por una relación “inmaterial” de Sentido (Logos, Noos, Pneuma).

Por ejemplo, una joven paciente, que podría calificarse de “caso límite esquizofrénico” si aún hiciésemos diagnósticos, se presenta en mi consulta y se dedica a hablarme de su madre, muerta desde hace algunos años, como de alguien vivo y en dificultades que le crea problemas. Es decir, presenta un estado confusional, de despersonalización, hasta el punto de no reconocerse en el espejo. Las dificultades que esta joven enferma describe a propósito de su madre son las mismas que está viviendo ella. En otros tiempos se hubiera dicho que estaba poseída por el “espíritu” de su madre muerta o, por el contrario, desposeída de su propia personalidad por el “espíritu” de su madre, que se la habría llevado al reino de los muertos. Se hablaría entonces de “robo del alma” a manos de la muerte. El chamán emprendería el viaje —peligroso— al reino de las Sombras para rescatar de la muerte el alma de su paciente —generalmente en un combate—, y después habría efectuado —siempre peligrosamente— el viaje de retorno para, ya junto a su paciente, “reinfundirle” el alma recuperada del infierno. Esta técnica de curación es aún muy utilizada y constituye una gnosis por sí misma, es decir, un “saber censurado” y solo adquirido mediante “iniciación”. Poco más o menos, no es otra cosa el psicoanálisis: un saber censurado sobre el llamado “inconsciente”.

Mientras mi paciente continuaba hablándome del sufrimiento de su madre —y del suyo—, percibí en un momento dado acentos, temas que me parecía haber escuchado —o leído— ya en alguna parte. Al cabo de algunas sesiones, la luz se hizo en mí: ella me recitaba, en lenguaje actual, los versículos del Libro de los Muertos de los antiguos egipcios. Me sumergí en su lectura y después le pregunté a mi paciente si había leído —o conocía— ese libro. En absoluto. Su mirada —no “discordante”— mostró incluso una extrema sorpresa. Ambos nos sumergimos entonces en él. Y nos sumergimos en todos los sentidos de la palabra: en el texto, en el pasado, en los dibujos, en el sarcófago (extendida bajo los cojines de mi diván). En suma, recorrimos todas las etapas de los “doce pilares de Osiris” y pasamos de la Duat de condenación eterna, donde se encontraba la paciente desde la muerte de su madre (duelo patológico), al Amenti de resurrección de Osiris.

El caso fue mucho más complejo y más rico de lo que pueda contar aquí. Lo que querría resaltar de esta corta relación es la “coincidencia significativa”, a varios milenios de distancia, entre la mitología de los muertos de los antiguos egipcios y el duelo patológico de una joven parisina de la segunda mitad del siglo XX. Aquello que se llama su Inconsciente conocía el Libro de los Muertos de los antiguos egipcios y por lo tanto sabía —o buscaba— el buen camino “chamanístico” de la travesía de Osiris, muerto, fragmentado y renacido. En este caso yo fui su Isis. Más exactamente, mi Complementario Ánima (Ba) fue su Isis, uniéndose —hierogámicamente (Ib)— con su propio Complementario Animus (Ba), en dificultades tras la muerte de su madre, y que soportaba todavía en esa época la proyección fusional de su Doble (Ka) y de su Sombra (Khaibit). Siempre podrá verse en ello una rivalidad edípica no “liquidada” con el personaje materno, y por lo tanto una enorme culpabilidad por la muerte de esta, aun a riesgo de una caída en el duelo patológico… ¿Por qué no?, cuando esta explicación puede bastar… Pero aquí, si hubiéramos partido de este presupuesto causalista, habríamos ido a la catástrofe. Por otro lado ya se había intentado eso antes de mi intervención, saldándose con varias hospitalizaciones. El nivel patológico era netamente preedípico —sobre todo anal—. El pensamiento “mágico” era, pues, de rigor. La gnosis de los antiguos egipcios le hacía “señas”, no podía atenerse a la de la Grecia “edípica”. Nos fue preciso revivir la dramaturgia osiriana.

La sincronicidad es esa correspondencia significativa más allá de los años, los milenios, los millones y los miles de millones de años entre un Sentido —una información como se dice hoy— y otro Sentido —otra información— idéntico o análogo. Todo pasa como si el Universo material (Physis, Morphé, Hyle) estuviera dotado de un “saber absoluto” (Jung y Hegel), es decir, de una forma de la Subjetividad (Universo inmaterial: Eidos, Noos, Logos, Noûs, Pneuma, Verbo, etc.), mediante la cual, en todo instante y por todas partes (ubicuamente), cada corpúsculo, cada átomo, cada molécula, cada estructura estaría informada de lo que hace su homólogo en cualquier región del Universo. Es lo que algunos físicos de hoy26 llaman “no-localización de la información”. Es ubicua. Reeves llega incluso a denominarla “Conciencia” al nivel más elemental de las partículas. Por ello, la “nueva física moderna” recoge las visiones gnósticas más elaboradas, las de un Filón, de un Plotino, de un Pseudo-Dionisio, por ejemplo, pero también las de un alquimista al que Jung se remite ampliamente en su Mysterium conjunctionis,27 G. Dorn, para quien la vivencia de su individuación comprende tres fases: el alma vivifica al cuerpo en la unio naturalis; el espíritu vivifica al alma en la unio mentalis, el unus mundus (mundo Uno) vivifica al espíritu uniéndose a él. Ese es el Mysterium magnum de Paracelso. Por unus mundus G. Dorn “entiende el mundo potencial del primer día de la creación, cuando nada existía todavía in actu, es decir en el Dos y la pluralidad, sino solamente en el Uno”.28 En suma, el Cero, grávido de creación, continúa siendo el “Dios que no es” —aún— de Basílides, el pleroma del primer Sermón de Jung, el mundo arquetípico, el mundus imaginalis…, el fondo trascendental de nuestro universo empírico, que contiene, en potencia, todas las condiciones que determinan la forma de los fenómenos empíricos, el acto. A estas condiciones hoy las denominamos Información. Información con I mayúscula, absoluta —como el Saber—. No viene y si viene lo hace sin venir; y Ella aparece, aunque Ella no venga, pues Ella está allí antes que todas las cosas, incluso antes de la llegada de la inteligencia. Se puede así parafrasear a Plotino cuando nos habla del Espíritu, pero poniéndolo en femenino —como Sophia, la Sapientia Dei—.

Mayo de 1980.

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Ídem.