1. Lenguas de evitación. Perspectiva sociolingüística
El lenguaje de evitación es un viejo conocido de la sociolingüística, capaz de manifestarse en diversos formatos. Unas veces recurre a una variedad, o incluso a una lengua al completo. En otras ocasiones basta con el empleo restringido, o invariablemente marcado, de un parte del inventario verbal. El ejemplo más referido, dentro de la relativamente modesta casuística acerca de esta cuestión, ha solido ser el guugu yimithirr (García Marcos, 1999). En esa lengua nativa australiana, la primera en ser alfabetizada a finales del siglo XVIII, las mujeres de una misma familia tienen una variedad propia, mediante la que se comunican entre ellas, sin que los hombres tengan acceso al contenido de sus mensajes. De esa manera crean un circuito privativo y cerrado, muy marcado desde el punto de vista sociolingüístico, puesto que establece restricciones muy fuertes, vinculantes de hecho, para acceder a ese sector especializado del repertorio verbal.
Por tanto, para acceder y emplear esa variedad especializada deben concurrir tres factores sociolingüísticos imprescindibles:
El guugu yimithirr presenta el supuesto más extremo -quizá también el más drástico- de fragmentación lingüística destinada a la construcción de comunicación de evitación. Esta, desde luego, adquiere otras múltiples y variadas manifestaciones en prácticamente cualquier retícula social, también tratadas por la bibliografía. Por supuesto que en ese inventario figuran las llamadas jergas,1 mediante las que interactúan sus miembros dentro de un ámbito temático específico. La jerga juvenil ha recibido atención constante de la bibliografía (Fajardo, 1991; Burenina, 2018), debido a que constituye una referencia sociolingüística de cualquier comunidad de habla. En efecto, los jóvenes seleccionan una parte del repertorio verbal sobre el que acuñan marcas sociolingüísticas identitarias. Pertenecer a ese estrato generacional, entre otras cosas, implica vestir de una determinada forma, pensar distinto de los mayores o emplear un lenguaje propio, también inaccesible (o, cuando menos, difícilmente accesible) para otros grupos de edad respecto de los que pretenden subrayar gruesas diferencias. Otro tanto sucede con las jergas del mundo del hampa, entre quienes la opacidad parece condición imprescindible para desenvolverse al margen de la ley. Otra clase de jergas se han desarrollado directamente asociadas al desempeño de una actividad profesional, entre personas que comparten intereses de naturaleza diversa. Así, aparecen jergas médicas, jurídicas o de la ingeniería, de la mecánica, la carpintería o el transporte, pero también del deporte o la viticultura.
Como se ve, no todas las jergas implican comunicación de evitación en términos absolutos. Un grupo profesional maneja una jerga especializada, un tecnolecto, que efectivamente constituye un lenguaje especializado, pero no con estrictas -y herméticas-condiciones de evitación. Cualquier hablante externo, con la suficiente instrucción y el correspondiente adiestramiento, puede acceder a esas jergas sin mayores restricciones. De hecho, algunas de ellas se han propagado incluso a los medios de comunicación de masas, como recurso comunicativo para atraer la atención del público. Las retransmisiones de Fórmula 1 incluyen numerosas especificaciones de mecánica e ingeniería propias de un ámbito tan especializado como la construcción de monoplazas de competición. Sin embargo, han terminado por circular sin mayores problemas entre el gran público. Los otros tipos de jergas, las que comportan evitación comunicativa, por el contrario, tienen acceso cerrado al resto de hablantes de la comunidad. Entre otras cosas, ahí precisamente reside su razón de ser y la función comunicativa perseguida.
Además de jergas, se puede ejercer la evitación comunicativa mediante variedades étnicas al completo. Entre los gitanos españoles, el caló ha actuado durante generaciones en esa dirección. Se sigue discutiendo si constituye una lengua por completo distinta del español, alguna forma de hibridación idiomática o una variedad del español con gran cantidad de préstamos (Gamella et al., 2011). Se debaten, igualmente, sus proximidades y diferencias con el romaní, el romaní-caló o el llamado gitañol, así como si esas diferencias remiten a una misma unidad lingüística común, si son variedades emparentadas pero distintas o, incluso, si se han fusionado con el español (Jiménez González, 2009). Es una problemática sin duda interesante, aunque lejana de la atención prioritaria aquí. El caso es que, con independencia del estatus lingüístico exacto del caló, este actúa como un instrumento comunicativo privativo de la comunidad gitana en España que, entre otras cosas, permite desplegar una comunicación propia y, en gran medida, inaccesible desde fuera de ella.
Las variedades o las lenguas religiosas han actuado a menudo en la misma dirección. Desde la más remota antigüedad, las lenguas clásicas, inaccesibles para el común de la población, sin embargo, ejercían como vehículo de intercomunicación entre las castas sacerdotales. Constituía, pues, no solo una forma de identificar a sus miembros, sino también un mecanismo de control y preservación de las verdades de la fe, reservadas a los especialistas. En Mesopotamia, cuando los acadios sustituyen a los sumerios como pueblo hegemónico, se mantienen las creencias religiosas y también su transcripción exclusiva en sumerio. Los sacerdotes acadios aprenden esta lengua, interpretan sus contenidos y los transmiten a la feligresía (García Marcos, 2008).
Otras lenguas de evitación han sido producto de la dinámica de la vida urbana. La década de los ochenta conoció el máximo apogeo del verlan (l’envers > lan-ver > verlan) francés, una jerga urbana que, como su propio nombre sugiere, invertía el orden de las sílabas constituyentes de una palabra, con elisiones ocasionales de las mismas. Suponía, básicamente, una forma de protesta simbólica contra el orden establecido (Mela, 1988; Azra y Cheneau, 1994). Su uso implicaba la adscripción tácita a ese talante y a esa lectura de la vida social. En el Río de la Plata se usó una réplica literal del procedimiento francés, el verse que procedía a las mismas inversiones silábicas.
En el mundo hispánico se cuenta con el caso emblemático del lunfardo bonaerense. Se desarrolló en la bisagra entre los siglos XIX y XX, formando una base léxica procedente de las lenguas aportadas por la abundante inmigración llegada a la ciudad. Inicialmente, el lunfardo ejerció como lengua de evitación para los delincuentes. Parte de esa jerga, en todo caso, caló en la sociedad capitalina. Es conocida la debilidad de Carlos Gardel, el emblema del tango argentino, por el lunfardo, hasta el punto de que para algunos autores terminó por convertirlo en el registro identificativo del género musical (Aravena, 2003). El caso es que con el tiempo parte del lunfardo ha terminado asentándose en la lengua común, sobre todo en los registros coloquiales rioplatenses (Conde, 2011). En el momento en que se traslada a la lengua general, naturalmente, pierde su poder de evitación comunicativa.
Dentro de la misma Argentina, el rosarigasino es una variedad de evitación surgida en la ciudad de Rosario. Tiene un mecanismo relativamente elaborado. Consiste en la inserción tras la vocal tónica de la secuencia “gas + vocal de igual timbre al de la vocal precedente”. Valga como ejemplo el caso de ‘hola, amigo’, que se convierte en hogasola amigasigo. A ello hay que agregar un aumento sustancial en la velocidad de enunciación (Reyes, 2006).
No es el único ejemplo, en todo caso, que aporta Latinoamérica de procedimientos comunicativos de evitación. En la Ciudad de México es conocido el llamado idioma de la f. En esta ocasión, se añade ese fonema a cada vocal, formando una nueva sílaba que se repite. De esa forma, ‘perro’ se convierte en peferrofo(Hurtado, 2021). En el norte de México, en Sonora, se usaba en la década de 1960 una variedad llamada jeringozo, también femenina, entre niñas y adolescentes, que consistía en repetir cada sílaba con una /p/ seguida de la misma vocal de la sílaba precedente: yopo no sepe hapablapar jeperipingoposopo, ‘yo no sé hablar jeringoso’.
Todas esas variedades de evitación hispánicas han tenido un recorrido sociolingüístico variado. Hurtado (2021) menciona una traducción de El Quijote al rosarigasino. En el mismo texto señala que las variedades mexicanas no han llegado a tanto. Pero sí es cierto que se les ha prestado atención a través de blogs, páginas de Internet, o recursos como Spanish Dictionary.
A través de toda esa casuística se constata una serie de grandes pautas comunes que son, en definitiva, las que permiten delimitar sociolingüísticamente el fenómeno:
-
Son recursos verbales mediante los cuales se marca la identidad grupal.
-
Conllevan una diferenciación del resto de miembros y grupos de la comunidad de habla entre la que se desenvuelven sus usuarios.
-
Permiten desarrollar una comunicación total, o parcialmente, inaccesible para el resto de los usuarios de la misma lengua.
-
Provocan sentimientos de satisfacción, con intensidad variable, porque corroboran la pertenencia al grupo.
-
Contribuyen a crear una imagen positiva del propio grupo, al ser capaces sus miembros de crear un código propio y no accesible fuera de este.
Aquí se sostiene la hipótesis de que este es un mecanismo potencialmente universal en cualquier comunidad de habla y en cualquier entorno lingüístico. Eso no quiere decir que en todos ellos se desarrollen inexorablemente estos tipos de variedades, pero sí que puede ser una mecánica relativamente inerme a otros condicionamientos sociolingüísticos de tipo contextual.
2. Lengua de evitación en Pedro Martínez (Granada). Caracterización
En relación a todo lo comentado en el apartado anterior, aquí se examina un caso por completo alejado, incluso ajeno, a los escenarios transitados por la bibliografía habitual sobre el tema. En Pedro Martínez (Granada), una localidad rural de 1 134 habitantes en la actualidad (censo de 2018), a principios de 1980 se desarrolló una curiosa variedad de evitación entre sus adolescentes femeninas. Como se tratará de demostrar, reunía todas las características anteriores que acotan esta clase de actuaciones sociolingüísticas. Además de delimitar y caracterizar esa variedad, se propone realizar un seguimiento de ella, cuarenta años después, cuando todos los parámetros sociolingüísticos de sus usuarios han experimentado modificaciones más que sustanciales: no son -obviamente- adolescentes, han estudiado, han sido madres de familia, se han convertido en profesionales de distinta clase, la mayoría de ellas han emigrado, y, por descontado, han ampliado su mundo de referencias vitales. Para precisar la evolución de los vínculos de estos hablantes con su variedad de evitación se han propuesto cinco grandes ejes temáticos:
-
Si recuerdan esa variedad de evitación.
-
Si la mantienen en algún grado.
-
Si serían capaces de usarla en la actualidad.
-
Si la entenderían en caso de escucharla de nuevo.
-
Qué clase de sentimiento general les sugiere.
En 1981 los censos oficiales recogían 2 139 habitantes, de los cuales 25 de ellos estaban en edades comprendidas entre los 12 y los 14 años. Ha resultado, en consecuencia, perfectamente asumible intentar operar de partida con el total de la misma población. Sin embargo, no siempre ha sido posible, por diversos imponderables insalvables (decesos, hablantes con destinos desconocidos en la actualidad). Finalmente, se han localizado a 18 personas, lo que configura una muestra representativa y aceptable respecto del universo de referencia, con un nivel de confianza superior al 95% y un margen de error inferior al 15%. Aunque en términos absolutos se trata de una muestra ciertamente reducida, sin embargo, resulta suficiente para discriminar elementos cualitativos dentro de ella. Todos los componentes del muestreo fueron encuestados en relación con los cinco tópicos temáticos que acaban de señalarse, por lo que la investigación se desenvolverá dentro del ámbito de la evaluación subjetiva y, más en concreto, entre cuestiones relativas a la conciencia y las actitudes sociolingüísticas hacia la variedad de evitación analizada. Para su medición se van a combinar -y, en gran medida, a contrastar también- cálculos de escalas de implicación e índices probabilísticos. Estos últimos, por descontado, son conocidos y habituales en las investigaciones de variación social de las lenguas. La propuesta de Bailey (1972, 1973), por el contrario, resulta bastante más infrecuente. De hecho, se presentó como una alternativa al labovianismo que, en todo caso, no terminó de ser desarrollada por completo. Recientemente, no obstante, ha mostrado un rendimiento muy aceptable (García Marcos, 2021), también en la evaluación de las actitudes sociolingüísticas, sobre todo al operar entre muestras relativamente reducidas, como sería el caso que se trabaja aquí. Las escalas, por una parte, permiten un seguimiento individualizado de los hablantes, sin perder la referencia de los grupos sociales en los que estos se inscriben. Por otra, al operar con valores muy concentrados, sintetizan de manera muy gráfica la información. Por lo tanto, se procederá a emplear una secuencia binaria, 1 (para la evaluación positiva) y 0 (para la negativa).
Esas valoraciones pueden estar sujetas a condicionamientos sociolingüísticos de distinta naturaleza que se han condensado en torno a cuatro grandes epígrafes.
Se han neutralizado algunos de los factores clásicos en las investigaciones sociolingüísticas. Por un lado, todos los hablantes analizados pertenecen al mismo grupo generacional, por lo que no resulta pertinente incluir la edad. Por otra, como se especificará a continuación, se trata de una variedad femenina, lo que elimina el factor sexo. Por último, el abanico profesional se ha reducido a las tres posibilidades indicadas anteriormente.
Como se ha señalado, durante el arranque de la década de 1980 se desarrolla en Pedro Martínez (Granada) una lengua de evitación de base muy simple, pero extraordinariamente efectiva. En ella se combinan dos elementos:
-
A. La inserción de la secuencia “chi” ante cada sílaba.
-
B. La aceleración de la velocidad articulatoria de las frases.
De esa manera, se generan nuevas palabras con un procedimiento muy accesible y, a la vez, sistemático:
-
‘perro’ > chipechirro.
-
‘casa’ > chicachisa.
-
‘El jueves voy a Granada con mi hermana’ > Chiel chijuechives chivoy chia chiGrachinachida chicon chimi chiherchimachina.
Ese recurso ya hace de por sí difícilmente accesible la intercomunicación para los no adiestrados, tanto en la producción como en la comprensión. A ello se agrega un incremento notable, como se ha señalado, de la velocidad articulatoria de aproximadamente el doble que, en el uso idiomático habitual, lo que termina de sellar la accesibilidad de esa variedad.
Por supuesto, se trata de una opción comunicativa que está restringida exclusivamente a la oralidad, entre otras cosas porque está destinada a solventar necesidades inmediatas, siempre dentro de las coordenadas de la comunicación cara a cara.
Desde el punto de vista sociolingüístico es una variedad muy acotada por la edad, el sexo y la residencia. La empleaban hablantes en el inicio de su adolescencia, entre los 12 y los 14 años, integrados dentro de los últimos años de la escuela primaria. La pertenencia al mismo centro escolar resultaba determinante, puesto que otras personas del mismo grupo de edad y la misma población, pero escolarizadas fuera de su lugar de nacimiento, no accedían a la variedad durante sus estancias en su localidad de origen en los periodos vacacionales. Por último, se trataba de una variedad exclusivamente femenina, a la que tampoco tenían acceso sus propios compañeros de clase. Con todo ello se consigue un instrumento exclusivo de intercomunicación para las compañeras del centro escolar que les permite aislarse, tanto de los mayores como de los varones, y al que solo se tiene acceso desde la condición de alumna perteneciente al centro. Ello articuló una diglosia regida por el tipo de interlocutor y por la temática sobre la que giran sus interacciones.
INTERLOCUTOR
TEMÁTICA
SELECCIÓN
Mayores
Cualquiera
Andaluz
Compañeros
Cualquiera
Andaluz
Otras chicas
Cualquiera
Andaluz
Compañeras
General
Andaluz
Compañeras
Grupales
Variedad de evitación
La variedad de evitación aparecía únicamente entre compañeras, cuando referían temas considerados como privados o exclusivos de su interés, con independencia de la situación comunicativa en la que se encontrasen. A efectos prácticos, por tanto, podía comportarse como un code-switching en interacciones en las que se participa junto a otros hablantes externos al grupo. En esas situaciones las hablantes alternaban ambas posibilidades comunicativas, pero empleaban la variedad de evitación únicamente cuando desarrollaban temas de interés entre ellas. De esa manera se producirían interacciones del tipo siguiente, en la que participan cuatro hablantes: (A) un compañero de clase de 13 años; (B) el padre de este alumno; (C) una alumna de 12 años y (D) otra alumna de 13 años.
Sincréticamente, la interacción quedaría como sigue:
SECUENCIA
PARTICIPANTES
TEMA
SELECCIÓN
1
(B), (C), (D)
Saludos
Andaluz
2
(A), (B), (C), (D)
Excursión-1
Andaluz
3
(C), (D)
Excursión-2
Variedad
4
(A), (C), (D)
Tareas
Andaluz
5
(A), (B), (C), (D)
Despedida
Andaluz
3. Resultados
3.1 Escalas de implicación
En 2018 se localizaron las 18 hablantes que componen la muestra con la que se ha trabajado aquí, a las que se solicitó información referente a los cinco epígrafes mencionados más arriba. Como se verá de inmediato, no se ha observado un patrón común a todos ellos ni tampoco se ha registrado una influencia determinante por parte de algún factor social concreto en sus resultados.
En relación con el primero de ellos, si recordaban la variedad de evitación que habían empleado durante su primera adolescencia, el gráfico 2 constata un margen variablemente positivo, prácticamente indiscriminado entre todos los grupos de hablantes, con la excepción de una de ellas que declina pronunciarse. Se trata, por tanto, de un hecho perteneciente a la biografía lingüística de los hablantes, que ha quedado fehacientemente registrado en su memoria, al menos de manera tendencial, aunque con matices. Hay seis encuestadas que manifiestan no tener la más mínima huella de recuerdo; esto es, en torno al 33,3%. No obstante, conviene avanzar ahora que el gráfico 6 ofrece una información en gran medida contradictoria a la que de momento parece figurar entre los encuestados, lo que muy probablemente permitirá matizar los mecanismos del recuerdo lingüístico. En todo caso, una primera aproximación a esa problemática indica lo siguiente:
escalas sociolingüísticas:
DS = escala densa; DF = escala difusa;
ocupación laboral:
SV = servicios; P = profesionales; AC = amas de casa;
residencia:
EM = emigración; PB = propia población;
estudios realizados:
U = universitarios; S = secundarios; P = primarios.
La dimensión del uso efectivo y actual de esa variedad, la segunda cuestión que interesaba en este estudio, ha mostrado resultados completamente uniformes y, por lo demás, previsibles. Nadie la emplea, en ninguna circunstancia comunicativa, ni tan siquiera cuando se reencuentran las antiguas compañeras del colegio. En consecuencia, se trataría de un recurso sociolingüístico adscrito a unas circunstancias contextuales muy específicas que, una vez que decaen, conllevan la completa desaparición de la variedad de los repertorios verbales de sus usuarios.
La tercera y la cuarta cuestiones abordan un aspecto intermedio entre las actitudes y la competencia sociolingüística de los hablantes, tampoco demasiado alejado de los dominios tradicionales de la conciencia sociolingüística. Se pregunta a las encuestadas si serían capaces de volver a emplear su antigua variedad de evitación (gráfico 4) o, en su caso, si serían capaces de comprender una conversación que recurriese a ella (gráfico 5).
En primera instancia, se está abordando la competencia activa y pasiva actuales de las hablantes. Pero, en última, también se indaga acerca de su predisposición para hacerlo. Una primera lectura de los datos apunta a que la conciencia sociolingüística de las hablantes no incluye el dominio actual de su antigua variedad de evitación. Sin embargo, ello no implica necesariamente que hayan perdido esa competencia de manera real. Tanto es así que los índices de la competencia pasiva crecen de manera muy estimable, respecto de los de la competencia activa, lo que indica que existe un potencial significativo al respecto.
Ha habido doce hablantes que no se han sentido competentes activos en su variedad de evitación; esto es, un 66,66% de la muestra. En cambio, la población que se siente competente pasivamente está en torno al 55,55%, diez hablantes, o lo que es lo mismo, más de la mitad de las encuestadas.
Por último, se solicitó una valoración retrospectiva de su experiencia como usuarias de aquella variedad de evitación, con lo que se pretendía conocer si el recuerdo global de la misma era positivo o negativo. El gráfico 6 muestra resultados muy indicativos y, como se ha avanzado, complementarios a lo encontrado en el gráfico 2.
Tan solo tres hablantes, en torno al 16%, mantienen un recuerdo negativo hacia aquella variedad. El resto de las encuestadas, sin embargo, atestiguaron una valoración positiva. Ello corrige, o como mínimo matiza, la valoración del gráfico 2. En un primer momento, las encuestadas pueden alejarse de su variedad identitaria de la adolescencia, pero en última instancia mantienen una valoración positiva, cargada de afectividad.
En conjunto, el gráfico 7 muestra la medición aportada por las escalas de implicación, a través de una representación gráfica radial.
3.2 Análisis probabilístico
La dimensión probabilística no ha aportado excesiva nueva información para completar el análisis que se había efectuado en el apartado anterior. En realidad, solo ha discriminado débilmente algunos de los comportamientos de los factores sociales incorporados aquí. En principio, las redes sociales densas fomentarían el distanciamiento de la variedad de evitación vernácula, contra lo que sería de esperar. Las hablantes que se han mantenido más próximas a su entorno vernáculo en lo lingüístico y en lo social, deberían ser las más proclives al conservadurismo lingüístico. Sin embargo, a la vista de los datos, sucede lo contrario, lo que plantea una discusión de sumo interés. Estas hablantes evalúan la lengua de evitación desde su cotidianidad idiomática; esto es, desde las elecciones efectivas que realizan en su repertorio verbal a diario. En ese contexto sociolingüístico la variedad de evitación simplemente carece ya de utilidad. Las hablantes migradas evalúan esa misma variedad desde unas coordenadas sustancialmente distintas. Todos sus registros sociolingüísticos de origen están clausurados en sus nuevas comunidades de acogida, al menos en principio. Es cierto que la bibliografía recoge usos restringidos de esas variedades entre grupos de inmigrados de la misma procedencia como signo de identidad grupal (García Marcos, 1999). Pero, por una parte, ello se produce en situaciones comunicativas muy acotadas y, por otra, esa excepcionalidad no evita la clausura de sus repertorios de origen. Por tanto, las migrantes están evaluando desde el recuerdo. A todo ello, quizá, podría agregarse que las hablantes con formación universitaria son las más distanciadas de cualquier forma de posible uso, ya sea activo, ya pasivo.
A: RECUERDO DE LA VARIEDAD; B: CAPACIDAD DE USO; C: CAPACIDAD DE PRODUCCIÓN; D: CAPACIDAD DE COMPRENSIÓN; E: VALORACIÓN
A
B
C
D
E
(+)
(-)
(+)
(-)
(+)
(-)
(+)
(-)
(+)
(-)
Estudios
Universitarios
0,8
0,2
0
1
0
1
0
1
0,4
0,6
Secundaria
0,8
0,2
0
1
0,2
0,8
0,2
0,8
1
0
Primaria
0,7
0,2
0
1
0,2
0,7
0,4
0,5
0,8
0,1
Residencia
Emigrantes
0,6
0,3
0
1
0,1
0,8
0,1
0,8
0,8
0,1
Pueblo
0,6
0,3
0
1
0,3
0,6
0,3
0,6
0,6
0,3
Profesión
Hogar
0,5
0,5
0
1
0,5
0,5
0
1
1
0
Profesionales
0,7
0,3
0
1
0,1
0,8
0,1
0,8
0,5
0,4
Servicios
0,6
0,3
0
1
0,1
0,8
0,3
0,6
0,8
0,1
Red
Densa
0,3
0,6
0
1
0,3
0,6
0
1
1
0
Difusa
0,7
0,2
0
1
0,1
0,8
0,2
0,7
0,7
0,2
PROMEDIO
0,6
0,3
0
1
0,1
0,7
0,1
0,7
0,7
0,1
En todo caso, se ha de ser sumamente cauto a la hora de interpretar datos probabilísticos con muestras tan reducidas. La oscilación entre una tendencia positiva o la contraria puede depender de los resultados que aparezcan en una o dos hablantes. Naturalmente, con tan poca masa estadística no es posible discriminar si se trata de comportamientos lingüísticos meramente individuales o, por el contrario, si son una manifestación prototípica de tendencias más extendidas entre un grupo de hablantes. No deja de ser una duda muy similar al principal reproche metodológico que se le ha formulado a la dialectología: cómo, a partir de una muestra limitadísima de hablantes (a menudo tan solo uno) se infería la totalidad del habla de un punto geográfico. Por lo demás, la capacidad discriminatoria de los índices probabilísticos en esta ocasión es considerablemente reducida, como muestra el siguiente gráfico.
4. Conclusiones
La investigación realizada aquí muestra, en primer lugar, que los mecanismos verbales de evitación constituyen un universal, con un potencial de aparición sociolingüísticamente ilimitado. Frente a otros casos examinados por la bibliografía, en esta ocasión se ha documentado un comportamiento verbal de evitación también en un pequeño núcleo rural entre un colectivo específico, completamente acotado en las mujeres y con un grupo de hablantes relativamente reducido.
A continuación, se ha mostrado que para elaborar un repertorio verbal de evitación no se precisa necesariamente de una enorme sofisticación lingüística, con lo que se mantiene una pauta bastante estable en la bibliografía. El verlan francés invertía el orden de las sílabas, el caló incorpora préstamos de una lengua desconocida para el resto de los hablantes de su comunidad de habla, las jergas juveniles adoptan vocabulario de otros registros. La evitación no requiere de recursos verbales de extraordinaria sofisticación. Su éxito radica en que la simplicidad de esas soluciones sea efectiva; esto es, que no sea directamente accesible al resto de hablantes con los que se comparte el espacio sociolingüístico dentro de una comunidad de habla o de una comunidad lingüística. En esta ocasión ha bastado con la incorporación de una sílaba, que ejerce como prefijo arbitrario, y la aceleración articulatoria en los discursos de los hablantes, un mecanismo que activó un grupo de niñas recién ingresadas en la adolescencia, todavía en la escuela del pueblo.
Esa simplicidad no impide que se desarrollen algunos de los procesos sociolingüísticos más clásicos en el análisis de las situaciones de contacto de lenguas y/o dialectos. La variedad de evitación de Pedro Martínez, como se ha señalado, desarrolló una diglosia local, con sus correspondientes situaciones de code-switching. Esos mecanismos, inicialmente descritos para las comunidades de habla con situaciones de contacto lingüístico, sin embargo, se sabía que pueden extenderse a otros contextos en los que cumplen con funciones análogas, tal y como ha sucedido aquí.
El caso de Pedro Martínez ha puesto de manifiesto que la evitación verbal está directamente vinculada a un mecanismo fuerte de acotación sociolingüística, tanto en lo concerniente a los grupos de hablantes que participan en ella, como a las situaciones comunicativas en las que actúan. En esta ocasión fueron las jóvenes adolescentes quienes los desarrollaron, siempre para preservar la privacidad en las interacciones comunicativas entre ellas. Ambos rasgos, especificidad grupal + especificidad funcional, son universales comunes a cualquier mecanismo de evitación verbal.
La variedad de evitación de Pedro Martínez ha gozado de una vigencia temporal limitada. Fue un fenómeno transitorio, de un momento en la vida local, protagonizado por una generación, que careció de continuidad más allá de ella y de ese contexto espacio-temporal. Es un proceso en gran medida equivalente al que podrían registrar las jergas juveniles o las variedades alternativas como el verlan. Sin embargo, otras soluciones de evitación sociolingüística sí se han asentado en los repertorios comunicativos de las comunidades de habla, caso del guugu yimithirr o del rosarigasino o, incluso, en parte se han incorporado a la lengua común, como al parecer ha sucedido con el lunfardo argentino. En ese sentido, parece bastante evidente que se producen dos grandes dominios de evitación sociolingüística, que podrían caracterizarse como transitorios (las jergas juveniles, la variedad de evitación de Pedro Martínez) y estabilizados (el guugu yimithirr, el caló, el lunfardo). Los primeros tienen una trayectoria temporal concreta, un momento de aparición y una conclusión, hasta su completa desaparición del repertorio funcional de la comunidad de habla en la que han aparecido. Los segundos, en cambio, se mantienen constantes en sus repertorios funcionales.
Incluso en el menos firme de esos procesos, el de las variedades de evitación transitorias, se mantiene una considerable emotividad asociada a ellas. Los antiguos usuarios han alternado los puntos de encuentro y desencuentro en su valoración. En todo caso, han mantenido dos actitudes bastante unánimes. De un lado, han atestiguado su completo desuso. Se trata de un recurso verbal que emplearon en su día, pero que hace tiempo dejó de tener utilidad comunicativa alguna. De otro, más allá del uso, es evocado como una seña de identidad grupal, por lo que se le dispensan actitudes positivas.
En el fondo, ello no deja de apoyar la hipótesis de Vygotsky acerca de que la identidad lingüística se construye, o se puede construir, continuamente a lo largo de la vida del individuo. Nuevas condiciones contextuales, nuevas situaciones vitales, nuevos conocimientos o nuevas relaciones; todos ellos son factores determinantes para la modificación de los hábitos verbales, como de hecho se constata en esta investigación. La perspectiva vigotskiana refuta uno de los grandes postulados que ha defendido el variacionismo laboviano. Esa escuela sociolingüística ha defendido, de manera muy explícita, además, que al final de la adolescencia los individuos conforman una norma lingüística individual que luego mantienen durante el resto de sus vidas. Como muestra el caso de la variedad de evitación de Pedro Martínez, la construcción de la identidad lingüística personal va más allá de esa frontera cronológica y, desde luego, puede prolongarse durante toda la existencia de un individuo.
Por lo demás, todo ello parece ser una pauta que se sobrepone a la diversificación social. Todos los hablantes, de todos los factores sociales contemplados, han mantenido constantes comunes. Las excepciones han procedido de hablantes concretos, no de acuñaciones procedentes de los grupos sociales.
No es el único mecanismo universal que se aprecia tras el análisis de los resultados. Como sucede en los procesos de adquisición/aprendizaje de segundas lenguas o de lenguas extranjeras, se han interiorizado (y, eventualmente, mantenido) las destrezas pasivas por encima de las activas.
Por último, en el terreno estrictamente metodológico las escalas de implicación han mostrado un rendimiento más que aceptable. Sobre todo, han mostrado que las excepciones proceden de casuísticas particulares y que no obedecen a determinismo social. Evidentemente, ese rasgo no debiera ser extensivo a cualquier análisis sociolingüístico. Es más que probable que en otras ocasiones sí puedan determinarse patrones de variación directamente condicionados por la intervención de los factores sociales. No obstante, parece del mismo modo conveniente disponer de la capacidad para discriminar cuando es, o no, así. Las escalas de implicación, por tanto, son una opción considerablemente aprovechable.