Sobre "Imágenes melancólicas. El cine de las revoluciones vencidas" de Enzo Traverso

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Marianela Santoveña

Resumen

A partir de los años ochenta del siglo XX, el panorama intelectual de Occidente experimentó un renacimiento de la memoria. Europa, tras años de ensayada indiferencia, se abocó a la memoria del Holocausto. Europa del Este se entregaría con ahínco una década después a la memoria de los totalitarismos. A excepción de quienes se empeñaron en la constelación anímica de la revuelta. La izquierda, cierta izquierda, nos dice Enzo Traverso, se volvió melancólica.

Corre el año de 1914. Sigmund Freud tiene ante sí a una mujer que ha perdido todo interés en el mundo exterior. Se encuentra postrada, completamente ajena al trajín y los quehaceres de los demás. Su mirada parece volverse hacia dentro. Pasa sus días cabizbaja, pensando en la horrible tragedia de su marido, de sus padres, de sus hijos, que tienen que convivir con ella. Parece incapaz incluso de amar. No es la primera persona que llega con el ya célebre doctor en estas condiciones. De hecho, Freud ha tenido varios intercambios con Ernest Jones y también con su discípulo Karl Abraham al respecto. Esa mujer de "disposición enfermiza" tiene claramente una "perturbación anímica" (241). Es melancólica. Un año más tarde, Freud se sentirá lo suficientemente seguro como para hablar de ella, y de todos los que se le asemejan, en un artículo capital: "Duelo y melancolía".

A diferencia del duelo, que nos parece "normal", dice Freud, la melancolía se ubica dentro de los afectos patológicos. La vida transcurre y, puesto que transcurre, hay pérdida y hay muerte. Quien logra sobrellevarlas pasa por periodos de duelo. Lenta, dolorosamente, esas personas desplazan su energía libidinal a otros objetos. El amado o la amada, la patria, la lengua, la biblioteca o el ideal se convierten en recuerdo y la pulsión de vida se aferra a nuevos amores. El problema con los melancólicos es que parecen incapaces de llevar a cabo ese trabajo de desplazamiento. Pasan los días, los meses, a veces los años, y se niegan a encontrar esos nuevos objetos de pasión erótica que los esperan en el mundo. Los melancólicos están absortos, perplejos: saben a quién o qué perdieron, pero no logran elucidar lo que perdieron con esa persona o esa idea. Como a Sylvia Plath, la pérdida los mata un poco cada día. Y, sin embargo, su obstinación requiere de una fuerza tremenda, y es probable que esa fuerza provenga de lo que Freud mismo llamara en su artículo "la constelación anímica de la revuelta" (246). ¿Acaso esa mujer melancólica puede hacer un duelo? ¿Podría ser que, pese al inmejorable consejo de Freud, esa mujer melancólica no quiera hacer un duelo? ¿Y por qué se rebela? ¿Y por qué se rebela frente a la autoridad del ya célebre doctor?

A partir de los años ochenta del siglo XX, el panorama intelectual de Occidente experimentó un renacimiento de la memoria. Europa, tras años de ensayada indiferencia, se abocó a la memoria del Holocausto. Europa del Este se entregaría con ahínco una década después a la memoria de los totalitarismos. El llamado Tercer Mundo, por su parte, descubriría su capacidad para detener y sostener la mirada sobre los horrores del colonialismo y la esclavitud. No obstante, este memorioso entusiasmo abrió el camino a un extraño gusto por la derrota. El judío, el gitano, el homosexual y el disidente de los campos; el preso de Siberia, las familias silenciosas tras la cortina de hierro; el esclavo vendido en África y llevado a América, las comunidades indígenas desplazadas, diezmadas y depauperadas, todos habían alcanzado, por fin, un lugar protagónico en la narración de la historia. Eran recordados. Los sabíamos perdidos y les guardamos luto. ¿Después? La vida siguió. Excepto que no, no siguió. Se estancó. El neohistoricismo declaró la victoria de un capitalismo global, capaz de apropiarse incluso de los vencidos, y nos vimos rodeados, como si no hubiera afuera, ni mañana.

Excepto que hubo quien se empeñó en la constelación anímica de la revuelta. La izquierda, cierta izquierda, nos dice Enzo Traverso, se volvió melancólica. Sabía que podía hacer un duelo, pero se negó. Se negó a elegir un nuevo objeto de amor porque no quería hacerlo, porque esa elección equivaldría a capitular ante el enemigo. Así que absorta, perpleja, pero con fuerzas de flaqueza se preguntó de nuevo por lo que habíamos perdido. Habíamos perdido el recuerdo vivo de Miguel Enríquez -militante del mir- en los jóvenes chilenos; habíamos perdido el debate revolucionario por la organización de la vida humana; habíamos perdido los carteles para portar, las frases cortas y misteriosas para escribir en las paredes y en las memorias; habíamos perdido la mirada desafiante frente a la (no tan única) civilización; habíamos perdido esa manera de recibir la derrota como un mero aviso para recomenzar, de nuevo, ir al principio. Estas pérdidas son las que nos presenta Traverso a lo largo del análisis cuidadoso que realiza de obras cinematográficas que reflejan la melancolía de izquierda. Calle Santa Fe, de Carmen Castillo; Tierra y libertad, de Ken Loach; A Grin Without a Cat, de Chris Marker; Queimada!, de Giuseppe Pontecorvo, y La tierra tiembla, de Luchino Visconti, son sólo algunas de las cintas en las que el historiador italiano encuentra la configuración del pasado como una fuerza explosiva, à la Walter Benjamin. Es decir, una capacidad de inscribir la derrota en un camino que no se ha cerrado, que se abre hacia el futuro.

En una charla sobre la melancolía de izquierda, Enzo Traverso llamaba a la melancolía "una propedéutica de la revolución". La melancolía coloca el objeto perdido, el más cercano al corazón, en el límite del tiempo, un lugar que aún no ha sido. Así como el melancólico del Barroco contemplaba la tierra, el polvo en que nos hemos de convertir, y veía el elemento de Saturno, el planeta más lejano, el melancólico de izquierda contempla estatuas caídas, revoluciones vencidas, y ve en ellas una brújula de la historia, una indicación del sendero que han de tomar las acciones por venir. A veces, la construcción de imágenes (fotogramas, secuencias, cortes, montajes) que nos orientan ha corrido a cargo del cine. Aquí encontraremos algunas de ellas. Este artículo forma parte de un libro por venir. Agradecemos a Enzo Traverso la gentileza de permitir la publicación adelantada y en español de un fragmento, este fragmento sobre el cine. Melancólicamente, esperamos encontrarnos de nuevo con este fragmento en el futuro y, con él, recomenzar. Encontrar el afuera y el mañana de los tiempos que corren.

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Cómo citar
Santoveña, M. «Sobre "Imágenes melancólicas. El Cine De Las Revoluciones vencidas" De Enzo Traverso». Acta Poética, vol. 38, n.º 1, enero de 2017, pp. 7-9, doi:10.19130/iifl.ap.2017.1.777.
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Corre el año de 1914. Sigmund Freud tiene ante sí a una mujer que ha perdido todo interés en el mundo exterior. Se encuentra postrada, completamente ajena al trajín y los quehaceres de los demás. Su mirada parece volverse hacia dentro. Pasa sus días cabizbaja, pensando en la horrible tragedia de su marido, de sus padres, de sus hijos, que tienen que convivir con ella. Parece incapaz incluso de amar. No es la primera persona que llega con el ya célebre doctor en estas condiciones. De hecho, Freud ha tenido varios intercambios con Ernest Jones y también con su discípulo Karl Abraham al respecto. Esa mujer de "disposición enfermiza" tiene claramente una "perturbación anímica" (241). Es melancólica. Un año más tarde, Freud se sentirá lo suficientemente seguro como para hablar de ella, y de todos los que se le asemejan, en un artículo capital: "Duelo y melancolía".

A diferencia del duelo, que nos parece "normal", dice Freud, la melancolía se ubica dentro de los afectos patológicos. La vida transcurre y, puesto que transcurre, hay pérdida y hay muerte. Quien logra sobrellevarlas pasa por periodos de duelo. Lenta, dolorosamente, esas personas desplazan su energía libidinal a otros objetos. El amado o la amada, la patria, la lengua, la biblioteca o el ideal se convierten en recuerdo y la pulsión de vida se aferra a nuevos amores. El problema con los melancólicos es que parecen incapaces de llevar a cabo ese trabajo de desplazamiento. Pasan los días, los meses, a veces los años, y se niegan a encontrar esos nuevos objetos de pasión erótica que los esperan en el mundo. Los melancólicos están absortos, perplejos: saben a quién o qué perdieron, pero no logran elucidar lo que perdieron con esa persona o esa idea. Como a Sylvia Plath, la pérdida los mata un poco cada día. Y, sin embargo, su obstinación requiere de una fuerza tremenda, y es probable que esa fuerza provenga de lo que Freud mismo llamara en su artículo "la constelación anímica de la revuelta" (246). ¿Acaso esa mujer melancólica puede hacer un duelo? ¿Podría ser que, pese al inmejorable consejo de Freud, esa mujer melancólica no quiera hacer un duelo? ¿Y por qué se rebela? ¿Y por qué se rebela frente a la autoridad del ya célebre doctor?

A partir de los años ochenta del siglo XX, el panorama intelectual de Occidente experimentó un renacimiento de la memoria. Europa, tras años de ensayada indiferencia, se abocó a la memoria del Holocausto. Europa del Este se entregaría con ahínco una década después a la memoria de los totalitarismos. El llamado Tercer Mundo, por su parte, descubriría su capacidad para detener y sostener la mirada sobre los horrores del colonialismo y la esclavitud. No obstante, este memorioso entusiasmo abrió el camino a un extraño gusto por la derrota. El judío, el gitano, el homosexual y el disidente de los campos; el preso de Siberia, las familias silenciosas tras la cortina de hierro; el esclavo vendido en África y llevado a América, las comunidades indígenas desplazadas, diezmadas y depauperadas, todos habían alcanzado, por fin, un lugar protagónico en la narración de la historia. Eran recordados. Los sabíamos perdidos y les guardamos luto. ¿Después? La vida siguió. Excepto que no, no siguió. Se estancó. El neohistoricismo declaró la victoria de un capitalismo global, capaz de apropiarse incluso de los vencidos, y nos vimos rodeados, como si no hubiera afuera, ni mañana.

Excepto que hubo quien se empeñó en la constelación anímica de la revuelta. La izquierda, cierta izquierda, nos dice Enzo Traverso, se volvió melancólica. Sabía que podía hacer un duelo, pero se negó. Se negó a elegir un nuevo objeto de amor porque no quería hacerlo, porque esa elección equivaldría a capitular ante el enemigo. Así que absorta, perpleja, pero con fuerzas de flaqueza se preguntó de nuevo por lo que habíamos perdido. Habíamos perdido el recuerdo vivo de Miguel Enríquez -militante del mir- en los jóvenes chilenos; habíamos perdido el debate revolucionario por la organización de la vida humana; habíamos perdido los carteles para portar, las frases cortas y misteriosas para escribir en las paredes y en las memorias; habíamos perdido la mirada desafiante frente a la (no tan única) civilización; habíamos perdido esa manera de recibir la derrota como un mero aviso para recomenzar, de nuevo, ir al principio. Estas pérdidas son las que nos presenta Traverso a lo largo del análisis cuidadoso que realiza de obras cinematográficas que reflejan la melancolía de izquierda. Calle Santa Fe, de Carmen Castillo; Tierra y libertad, de Ken Loach; A Grin Without a Cat, de Chris Marker; Queimada!, de Giuseppe Pontecorvo, y La tierra tiembla, de Luchino Visconti, son sólo algunas de las cintas en las que el historiador italiano encuentra la configuración del pasado como una fuerza explosiva, à la Walter Benjamin. Es decir, una capacidad de inscribir la derrota en un camino que no se ha cerrado, que se abre hacia el futuro.

En una charla sobre la melancolía de izquierda, Enzo Traverso llamaba a la melancolía "una propedéutica de la revolución". La melancolía coloca el objeto perdido, el más cercano al corazón, en el límite del tiempo, un lugar que aún no ha sido. Así como el melancólico del Barroco contemplaba la tierra, el polvo en que nos hemos de convertir, y veía el elemento de Saturno, el planeta más lejano, el melancólico de izquierda contempla estatuas caídas, revoluciones vencidas, y ve en ellas una brújula de la historia, una indicación del sendero que han de tomar las acciones por venir. A veces, la construcción de imágenes (fotogramas, secuencias, cortes, montajes) que nos orientan ha corrido a cargo del cine. Aquí encontraremos algunas de ellas. Este artículo forma parte de un libro por venir. Agradecemos a Enzo Traverso la gentileza de permitir la publicación adelantada y en español de un fragmento, este fragmento sobre el cine. Melancólicamente, esperamos encontrarnos de nuevo con este fragmento en el futuro y, con él, recomenzar. Encontrar el afuera y el mañana de los tiempos que corren.

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ACTA POÉTICA (número 45-1, enero-junio, 2024) es una publicación semestral, editada por la Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad Universitaria, Alcaldía de Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México, a través del Centro de Poética del Instituto de Investigaciones Filológicas, Circuito Mario de la Cueva s/n, Ciudad Universitaria, Alcaldía de Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México, teléfono 56 22 74 92. URL: https://revistas-filologicas.unam.mx/acta-poetica. Correo electrónico: actapoet@unam.mx. Editor responsable: Dra. Elsa del Carmen Rodríguez Brondo. Certificado de Reserva de Derechos al uso Exclusivo del Título No.  04-2015-041309023000-203, eISSN: 2448-735X, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Certificado de Licitud de de Título y Contenido núm. 4468 y 3224, otorgado por la comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Responsable de la última actualización de este número: Dr. Alejandro Sacbé Shuttera, Aula 2, cubículo 1. Instituto de Investigaciones Filológicas, Circuito Mario de la Cueva s/n, Ciudad Universitaria, Alcaldía de Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México.  Fecha de la última modificación: 20 de enero de 2024.

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