Castañeda de la Paz, María. 2006. Pintura de la peregrinación de los Culhuaque-Mexitin. El Mapa de Sigüenza. Análisis de un documento de origen tenochca

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Ascensión Hernández de León-Portilla

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Hernández de León-Portilla, A. (2011). Castañeda de la Paz, María. 2006. Pintura de la peregrinación de los Culhuaque-Mexitin. El Mapa de Sigüenza. Análisis de un documento de origen tenochca. Tlalocan, 15. https://doi.org/10.19130/iifl.tlalocan.2008.196
Sección
Reseñas y notas bibliográficas
Biografía del autor/a

Ascensión Hernández de León-Portilla

Seminario de Lenguas IndígenasInstituto de Investigaciones FilológicasUniversidad Nacional Autónoma de México

La edición presente del Mapa de Sigüenza constituye la posibilidad de hacer nuestra una de las fuentes pictográficas más completas de uno de los acontecimientos más relevantes de la historia de los mexicas o aztecas, la llegada al Valle de México del pueblo que logró crear el imperio más extenso y el más representativo de cuantos se desarrollaron en Mesoamérica. Y digo “hacer nuestra” porque el libro incluye, además de un estudio muy amplio, la reproducción fiel del documento, en color y con acabado que imita el papel original según se conserva en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia. Fue elaborado muy pronto, a mediados del siglo xvi y hay que decir que forma parte de un corpus testimonial de tempranos documentos en los que se registró el pasado de los pueblos nahuas, dentro de un marco más amplio, el de los principales pueblos mesoamericanos, entendiendo por principales aquellos que lograron formar unidades políticas que dejaron un legado cultural. Este corpus testimonial elaborado en múltiples lenguas, se comenzó a generar muy pronto, en la década de 1530 y junto con las grandes crónicas del xvi y xvii, constituye un manantial inagotable para reconstruir la historia de Mesoamérica.

La Pintura de la peregrinación o Mapa de Sigüenza es un excelente ejemplo de documento temprano en el que se trata de salvar la memoria de un hecho del posclásico, la peregrinación de los mexicas y su llegada al Valle de México donde fundan Tenochtitlan y donde comienza su grandeza. Hay otros documentos que narran este hecho como la famosa Tira de la Peregrinación o Códice Boturini. Por su belleza y cantidad de datos, el Mapa de Sigüenza ha sido muy citado y copiado, aunque no se había hecho de él un estudio monográfico. Es sin duda un acierto de María Castañeda el haberlo elegido como tema de estudio para interpretarlo y comprobar que es una de las grandes fuentes pictográficas del siglo xvi.

Dice ella en la “Introducción” que su objetivo es responder a las peculiaridades del documento y esclarecer la finalidad para el que fue elaborado y, así, poder captar el mensaje que el documento trasmite. Para ello distingue cinco rasgos distintivos sobre los que apoya su estudio: la ruta de la peregrinación; la importan-cia de Chapultepec; la ausencia del glifo de Coatepec y de Tula; la extraña colocación de Chicomoztoc en el Valle de México, y la fundación de Tlatelolco.

Sin duda, todos estos temas históricos están muy bien desarrollados e inclusive son puntos de controversia y discusión que mantienen muy en alto el nivel académico del libro. Con base en la tarea muy bien hecha de la autora, presentaré aquí mi propia lectura como una más de un lector cualquiera, pero siempre siguiendo el camino que ella traza y observando la riqueza que guarda este mapa, según queda manifestada en el análisis de María. En él veo yo, tres niveles de comprensión del documento; un primer nivel se deriva del análisis de los rasgos físicos; un segundo, de la propia historia del documento; y por último, un tercer nivel contenido en la parte medular del estudio, la titulada “Descripción y análisis del documento”.

El primer nivel, el análisis de los rasgos físicos del documento, está contenido en un primer capítulo bastante extenso, aunque hay que advertir que los capítulos no aparecen numerados. Se abre con una discusión sobre si es mapa o pintura y se pretende responder a una pregunta: la esencia misma del documento. En realidad es las dos cosas, ya que en él se representa el espacio y el tiempo con pinturas, a la manera prehispánica. Poco a poco, la autora nos introduce en el soporte físico que son tres tiras de papel de amate pegadas para formar un espacio amplio en el que se representa un tiempo largo y lleno de sucesos como es la peregrinación de los mexicas.

En este examen físico surgen muchas preguntas a las que Castañeda da respuestas: la línea de los dibujos -imágenes y glifos- ¿es mesoamericana o europea? El color tiene sombreado: ¿que significa esto?; las formas humanas tienen rasgos pre y posthispánicos; ¿cuales son las convenciones para representar a los personajes? Y, más allá de las imágenes humanas: ¿qué modelo representan las formas arquitectónicas de templos, temazcales, juegos de pelota, etc.? Por qué tienen tanta importancia las formas geográficas, montes, aguas, árboles. “Unas veces”, dice la autora, “las formas siguen el más puro estilo prehispánico; otras, parecen ser el reflejo de la nueva situación, la de una transición estilística con la que comenzaron a experimentar” (p. 31).

Un segundo nivel de la importancia del códice está contenido en las páginas dedicadas a la historia. Piensa ella que esta pintura, que sin duda perteneció a Sigüenza y Góngora, proviene de Texcoco, de la casa de los Alva Ixtlilxóchitl. Es muy probable que así fuera, pues allí hubo un centro de elaboración de documentos desde el reinado de Nezahualcóyotl. Aquí cabe resaltar que es un milagro que esté entre nosotros. La pintura pasó por las manos de Boturini, Antonio de León y Gama, el Padre Pichardo y, finalmente, fue rescatada de las manos del hijo de José Fernando Ramírez y se guardó para siempre en su actual paradero. En esta odisea fue copiada una docena de veces por investigadores como Gemelli Carreri, Clavijero, Humboldt y Aubin entre otros. Sin duda, el códice tiene una historia rica que la autora cuenta de tal forma, que deja al lector cautivado y preso de temores. Es la historia de muchas creaciones humanas que despiertan la codicia y a veces la sustracción de la pieza. Por fortuna, esta historia acaba bien.

Finalmente el tercer nivel de la lectura se deriva del contenido del documento, la parte medular del estudio. Es el ya citado capítulo, “Descripción y análisis del documento”, y abarca muchas páginas. En él se hace una lectura glifo por glifo de todo lo que pasa en el mapa desde la salida de Aztlan hasta la fundación de Tenochtitlan, o como dice la autora, “un recorrido salpicado de numerosos topónimos que representan a los pueblos por los que el grupo pasa a hacer estancia, la mayoría acompañados de su nombre con una glosa en náhuatl, a veces, apenas perceptible” (p. 57). Ahora bien, la imagen de cada topónimo entraña un acontecimiento histórico, centrado en uno o varios sucesos que hay que ir descubriendo, interpretando y sobre todo reconstruyendo. La reconstrucción implica una tarea complicada que la autora hace con esmero y erudición conectando las imágenes y las glosas con las fuentes que narran el mismo acontecimiento histórico, es decir, la peregrinación de los aztecas o mexicas.

Tales fuentes son muchas y María Castañeda las utiliza para poder leer el Mapa; unas son de origen prehispánico como los códices mixtecos, y otras posteriores a la conquista como los códices pictográficos con glosas nahuas elaborados en la región central de México. Importantes son también las extensas crónicas de los siglos xvi, xvii que surgieron una tras otra como cascadas de datos históricos en las que se pueden encontrar referencias vivas a los sucesos del posclásico. Unas tienen autor como las de Durán, Sahagún y Torquemada, Chimalpahin, Ixtlilxóchitl y Tezozómoc. Otras son anónimas, aunque la historiografía moderna asegura que se deben a la pluma de indígenas ilustrados que pronto aprendieron el alfabeto latino, como la Leyenda de los soles, los Anales de Cuauhtitlan y la Historia Tolteca Chichimeca. Todos estás crónicas son caminos por los que transita la autora, desde los que ella puede seguir la singular ruta trazada en el Mapa de Sigüenza.

La ruta es larga y tiene muchos recovecos: para poder transitarla sin perderse, María la divide en cuatro secciones que conectan el punto de partida, Aztlan, con el de llegada, Tenochtitlan. Dos son los elementos sobre los cuales hace su lectura: los guías y la ruta. Los guías aparecen identificados con su glifo onomástico encima de la cabeza, conforme a la tradición mesoamericana. Con detalle los presenta la autora y señala que algunos de ellos van a tener relevancia en la historia mexica como Ténoch y Huitziltzin. Para reconstruir la personalidad de cada uno, la autora buscó pacientemente datos en fuentes y en estudios modernos para identificar y conectar imagen y glosa. Nos dice que fueron trece los guías que salieron de Aztlán y que enseñaron a su pueblo la larga marcha a esta inmensa ciudad.

El otro elemento es la ruta que siguen los mexicas con trece paradas hasta llegar a Papantla. En la ruta hay topónimos que contienen muchos datos geográficos e históricos, datos que la autora conecta con fuentes para sacar nueva información. La primera sección es “De Aztlan a Papantla”, y en ella hay dos puntos de debate en torno a estos dos topónimos. De Aztlan, más allá de los elementos que componen el glifo, que son muchos, señala su valor metafórico como lugar de blancura, tesis que sustenta en varias fuentes. La localización de Papantla donde debería estar Tula, es una novedad respecto de otros documentos sobre este mismo tema. Sugiere la autora que la presencia de Papantla forma parte de una tradición relacionada con el viaje de Quetzalcóatl quien, tras pasar por los volcanes, se dirigió a tierras totonacas (p. 82).

La segunda sección es la peregrinación por los grandes lagos, donde los mexicas intentaron asentarse en tierras culhuacanas y tepanecas. En primer término en Tzompango, al sur de Tula. Después, en sitios más cerca al Valle de México: Cuauhtitlan, Xaltocan, Chalco, Tepetzingo, Cuauhtepec, entre otros. En esta etapa de la peregrinación señala que fueron recibidos con hostilidad creciente hasta llegar al enfrentamiento en Chapultepec, donde fueron derrotados. Siguiendo el método de completar el significado de los glifos con la información de las fuentes, Castañeda reconstruye la vida en las orillas del lago, una vida nada fácil, ya que los mexicas sufrieron hambre, enfermedades y humillaciones. En la lectura de esta etapa, la autora se detiene en analizar el último topónimo, Chicomoztoc, que en otros documentos sobre este tema aparece como el lugar de origen, la cueva matriz, “lugar de fuerte carga simbólica íntimamente asociado con el nacimiento de los pueblos” (p. 87). Para explicar esta anomalía, la autora propone dos respuestas: la primera es que el concepto de Chicomoztoc está muy presente en pueblos cazadores y quizá ya estaba en desuso en la época en la que se elaboró este documento. La segunda, un simple error del tlacuilo.

El hecho es que de Chicomoztoc pasamos a la tercera sección que es la peregrinación por tierras tepanecas, las de Azcapotzalco, Tacuba y Coyoacán, en la primera mitad del siglo xiii. En esta etapa, la autora identifica diez lugares que se localizan en el oeste del Valle de México, como Huitzquilucan y Xalatlauhco. Tampoco fue fácil para los mexicas deambular por estas tierras en las que ya llevaban tiempo dominando los tepanecas de Azcapotzalco, otro grupo nahua que se les había adelantado. Finalmente llegan a Chapultepec donde los mexicas chocan con una alianza de los centros de poder del Valle, Azcapotzalco y Tacuba al oeste, Coyoacán y Culhuacan al sur, y Xochimilco y Chalco más al sur. La autora reconstruye este momento crucial de la historia analizando la información proporcionada por imágenes y glifos, enriquecida con la información de las fuentes, momento que es punto de llegada de la peregrinación y punto de partida de la historia mexica.

Ya en el Valle, Chapultepec es la cuarta etapa que culmina con las fundaciones de Tlatelolco y Tenochtitlan, tras dividirse el pueblo que había vencido mil adversidades. En el Mapa, Tlatelolco es un simple montículo de arena, pero en el presente estudio cobra vida con cronistas como Chimalpahin y Torquemada, quienes dan a la fundación de la ciudad un toque divino. Destaca ella que los tlatelolcas construyeron una historia similar a la de los tenochcas y llegaron a tener un poder relevante hasta la conquista de la ciudad por Axayacatl.

En contraste con el simple montículo de arena de Tlatelolco, el mapa concede un espacio enorme a la llegada de los mexicas a Tenochtitlan, después de refugiarse en Tizapan y Culhuacan donde tuvieron que pagar tributo de sangre y donde lograron hacer ligas matrimoniales para así crear linajes. De Culhuacan tuvieron que huir y, después de correr varios lugares por las orillas del lago que la autora lee con detalle, llegan a la isla entonces deshabitada, conducidos por su caudillo Mexi.

La lectura de los signos que representan la ciudad recién fundada, es hecha con esmero y erudición de fuentes. A través de ella podemos acercarnos a la estructura urbana de la incipiente Tenochtitlan, y a su contexto lacustre del siglo xiii; podemos ver también cómo surgen los primeros barrios, cómo se disponen las acequias y, sobre todo allí están los fundadores junto al nopal, que pasa a tener la función de árbol cósmico o axis mundi, conforme a la cosmología mesoamericana. La fundación de la ciudad es el punto final de este documento en el que se armonizan espacio y tiempo representados por imágenes y signos, en los que se narran los principios del esplendor de un pueblo en una superficie plana, de forma magistral y bella.

Parte de la comprensión que se nos ofrece en este tercer nivel son los “Apéndices”, en especial los dedicados al análisis de los glifos tantos toponímicos como onomásticos. El análisis implica una lectura de elementos iconográficos y glosas alfabéticas, y la lectura lleva a una interpretación que Castañeda hace con conocimiento histórico y lingüístico. Por último, otro acierto es el “Cuadro comparativo de las glosas en las diferentes copias del mapa”, en el “Apéndice III”. En el cuadro podemos comprobar el rigor de los copistas e importante papel que ellos tienen en la historia de la transmisión cultural. En suma, la presente edición del Mapa de Sigüenza, no sólo viene a llenar una carencia editorial, sino también a completar el conocimiento histórico-filológico de una fuente mexica del posclásico vista desde la perspectiva de los mexicas ilustrados del siglo xvi.

Ascensión Hernández de León-Portilla

Referencias

  1. (). . . CONACULTA, INAH, El Colegio Mexiquense. .177. + reproducción facsimilar del Mapa en color