Juan M. Lope Blanch

(1927-2002)

 

 

Radicado en México desde muy joven, Juan Miguel Lope Blanch traía, en su bagaje filológico, las enseñanzas de sus dos grandes maestros: Dámaso Alonso y Rafael Lapesa; enseñanzas aprendidas en la Universidad Central de Madrid, donde obtuvo su licenciatura en Filología Románica con los máximos honores (1949) y donde cursó estudios de doctorado en la misma área (1949-1950). Años más tarde, la Universidad Nacional Autónoma de México le otorgaría el grado de Doctor en Letras Españolas (1964).


Aunque impartió clases en la Escuela de Verano —hoy Centro de Enseñanza para Extranjeros—, la Universidad Iberoamericana y la Escuela Nacional de Antropología e Historia, su labor magisterial tuvo como principal escenario la Facultad de Filosofía y Letras de nuestra Universidad Nacional, donde su cátedra se convirtió en el impulso creador del área de lingüística, la cual fue adquiriendo gradualmente, gracias a sus enseñanzas, una nueva dimensión. Lope Blanch enriqueció las cátedras de Español Superior, Filología Románica, Filología Hispánica, el Seminario de Dialectología Mexicana, El español de América, Historia de la Lingüística Hispánica y el Seminario de Investigación Lingüística. Con el tiempo, gracias a sus enseñanzas, se fue formando un sólido cuerpo de profesores en el área de lingüística del que la Licenciatura de Lengua y Literaturas Hispánicas carecía. Y cómo olvidar que a él se le debe la creación de la maestría y el doctorado en Lingüística Hispánica.


Consciente de lo que significaba una revista de carácter científico que conjuntara las dos áreas de la Licenciatura, la lingüística y la literatura, Lope Blanch crea en 1961 el Anuario de Letras, que recogió, durante los cuarenta años que la dirigió, las voces de los más importantes hispanistas de la segunda mitad del siglo XX.


Muy pronto, después de su llegada a México, apenas 1953, Lope Blanch publica su primer estudio: Observaciones sobre la sintaxis del español hablado en México, primicia de toda una obra formidable sobre el español mexicano. Convencido de la necesidad de estudiar la realidad lingüística mexicana, hasta entonces poco y mal conocida, en 1967, Lope Blanch funda el Centro de Lingüística Hispánica, que si bien es cierto que nacía para llevar a cabo estudios sobre el español de México, gracias a su fundador se convirtió en la sede de dos grandes proyectos internacionales —hasta hoy vigentes—, creados por él mismo: el “Proyecto de estudio coordinado de la norma lingüística culta de las principales ciudades de Iberoamérica y de la Península Ibérica” y el “Proyecto de estudio diacrónico del español americano”, en los que han participado destacados investigadores de las más ilustres instituciones filológicas del mundo hispánico. El primero de estos proyectos, hoy denominado “Proyecto de la norma culta hispánica Juan M. Lope Blanch”, pone de manifiesto la visión genial y el acendrado amor a la lengua española de su creador, pues, gracias a él, se hermana el interés por el estudio coordinado de las modalidades lingüísticas de una y otra orilla del Atlántico. Algunos años más tarde, Lope Blanch consideró que era asimismo conveniente describir la modalidad popular del español de la ciudad de México; y, no satisfecho con estos grandes logros, en 1988, echó a andar el proyecto “El español hablado en el suroeste de los Estados Unidos”, en el que colaboran varias importantes universidades norteamericanas de dicha región.


A partir de 1959, Lope Blanch ingresa al Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México, donde imparte cátedra en el Doctorado en Lingüística y empieza a llevar a sus estudiantes por los caminos de la dialectología urbana y rural. Así, en su seminario, se realiza un estudio fundamental sobre la vitalidad del léxico indígena en el español de México, que vendría a colocar en su debida dimensión los exagerados comentarios sobre la excesiva influencia de las lenguas indígenas en el español de México. Pero, indudablemente, la tarea más importante realizada por Lope Blanch en El Colegio de México fue el Atlas Lingüístico de México, obra monumental de la dialectología mexicana, y me atrevería a decir, hispánica, publicado conjuntamente con la Universidad Nacional Autónoma de México y el Fondo de Cultura Económica.


Profesor Emérito por la Universidad Nacional Autónoma de México, Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura por el Gobierno de la República, Investigador Emérito del Sistema Nacional de Investigadores del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, Premio Universidad Nacional en Humanidades por la Universidad Nacional Autónoma de México, Presidente de la Asociación de Lingüística y Filología de América Latina, Vicepresidente Honorario de la Fédération Internationale des Langues et Litteratures Modernes de la UNESCO, Vicepresidente Honorario de la Conseiller de la Societé de Linguistique Romane, Miembro correspondiente de la Academia Argentina de Letras, de la Academia Chilena de la Lengua y de la Academia Norteamericana de la Lengua Española.


Maestro por excelencia, creador de espacios de investigación, autor de grandes proyectos reconocidos internacionalmente: todo eso era Juan M. Lope Blanch, pero no sólo eso. Está también su obra personal, en la que se refleja su concepción filológica del estudio de la lengua; concepción de la que fue incansable defensor. Imposible referirse a los más de 400 escritos que constituyen el conjunto de su obra; sin embargo, permítaseme señalar algunos hitos, referencias obligadas para el conocimiento de nuestra lengua: 1) La nota que en 1962 hace Lope Blanch al Curso de Gili Gaya, donde algunos de sus señalamientos (la diferenciación, por ejemplo, entre oración de complemento indirecto y oración final) fueron incorporados por la Real Academia Española en su Esbozo de una nueva gramática de la lengua española (1973); 2) sus certeras observaciones sobre el español mexicano incluidas en la última edición revisada de la Historia de la lengua española de Rafael Lapesa; 3) su aportación sobre la verdadera influencia del léxico indígena en el español de México; 4) sus imprescindibles estudios para conocer el español de Yucatán; 5) sus señalamientos sobre la reducción del paradigma verbal mexicano; 6) su meridiana precisión sobre los usos del pretérito simple y compuesto en el español mexicano; 7) su dedicación a diversos aspectos de la historia del español de México; 8) su análisis sobre la expresión temporal en Berceo, punto de referencia inevitable en la bibliografía berceana; 9) su estudio fundamental sobre Elio Antonio de Nebrija; 10) sus investigaciones sobre la lingüística clásica de los siglos XVI y XVII; 11) sus trabajos comparativos sobre las diversas hablas hispánicas, que tocan temas gramaticales y de análisis del discurso; 12) sus incursiones por los vericuetos teóricos de la definición de la oración gramatical; 13) sus propuestas sobre la clasificación de las oraciones gramaticales; 14) sus acercamientos filológicos a las obras de los más ilustres representantes de nuestra literatura; 15) el esmero con que fundó y dirigió durante 40 años, el Anuario de Letras; 16) y, por fin, el Atlas Lingüístico de México, obra a la que antes me he referido.


De forma inesperada, el 8 de mayo de 2002, falleció; dejando, es cierto, un vacío humano y académico inmenso. Pero legándonos, primero a quienes tuvimos el privilegio de ser sus alumnos y trabajar junto a él, y después a todos aquellos que se acerquen a su magna obra filológica, un ejemplo de generosidad, de honradez científica y de amor por el conocimiento de nuestra lengua española.

 

ELIZABETH LUNA TRAILL

Universidad Nacional Autónoma de México