Los restos de la memoria. Una heterología de los nombres en Jacques Derrida

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Alejandro Sacbé Shuttera

Resumen

A veinte años de su partida, el legado de Jacques Derrida es sumamente rico y su vasta obra sigue interpretándose, reinterpretándose, debatiéndose, dando qué pensar, entendiendo por ello cómo utilizar su arsenal teórico para pensar “de otra manera” los problemas no sólo filosóficos sino políticos y socioculturales actuales. Por esta razón representa —quizá más que nunca— un reto enigmático del pensamiento para el estudioso del siglo XXI. En este texto busco llamar un homenaje a lo que podría ser “su nombre”, a partir de algo que quizá sea más (o menos) que una “oración fúnebre”: un “trabajo de duelo” por intervención de la memoria del ausente, que interroga por el “qué es lo que queda”, “cuál es el sentido excedente”, etc. Busco, pues, no exactamente “hacer un homenaje” a la muerte de Derrida, sino apropiarme de algunos términos que se relacionan de manera muy característica en su pensamiento, como él mismo decía al acuñar conceptos como différance, deconstrucción, doble sesión, spectrum, entre otros.

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Detalles del artículo

Cómo citar
Shuttera, A. S. . «Los Restos De La Memoria. Una heterología De Los Nombres En Jacques Derrida». Acta Poética, vol. 45, n.º 2, julio de 2024, pp. 153-64, doi:10.19130/iifl.ap.2024.2/01WS00X127S48.
Sección
Ensayos y Diálogos
Biografía del autor/a

Alejandro Sacbé Shuttera, Universidad Nacional Autónoma de México - Instituto de Investigaciones Filológicas

Licenciado y maestro en Filosofía por la UNAM, doctor en Filosofía y Estudios Culturales por la UNAM y la Universidad de California, Berkeley. Sus líneas de especialidad son la filosofía francesa contemporánea y el rescate de textos de literatura mexicana del entresiglos XIX y XX, particularmente Victoriano Salado Álvarez, sobre quien ha publicado cinco ediciones críticas. Entre sus últimas publicaciones destacan “De la crítica de la crítica a la desacralizacion de la literatura en Michel Foucault” (revista Alpha de la Universidad de Osorno, Chile, 2022) y “La polémica Harvey-Descartes y el paradigma mecanicista del siglo XVII” (revista Filosofía UIS, de la Universidad Industrial de Santander, Colombia, 2021), entre otros. Actualmente está por publicar el libro Interpretaciones del cuerpo. Salud-enfermedad en cuatro momentos de la tradición occidental. Estudios de hermenéutica filosófica, aprobado por el Comité Editorial del Instituto de Investigaciones Filológicas en mayo de 2024, en posible coedición con Siglo XXI Editores (en prensa).

Citas

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Es preciso que exista ocultamiento y promesa;
y elipsis de algo que no se presenta…
Así pues, la escritura es justamente
esa experiencia de no presentación…
Derrida, “Leer lo ilegible”

Muerte, memoria, memorial

Pocos pensadores (se) han resistido tanto al silencio de la muerte como Jacques Derrida (El Biar, Argelia, 1930-París, 2004). Más aún, han pronunciado o mejor dicho connotado tantas palabras alrededor de ella que casi la han convertido en género literario. Bajo la amargura de una experiencia en la que habitualmente reina el temor, la voz apagada de una actitud de duelo y resignación, probablemente nunca se hayan vertido tantos “signos” que se aferran como huellas a la conjura del adiós, que dilatan la pérdida, que difieren (con el rigor enigmático de esa a intrusiva y silenciosa) la partida de tantos nombres, comprendidos no ya dentro de un registro de nacimiento y defunción o bajo la lógica implacable de una presencia o una ausencia, sino en la actualidad política de un trabajo infinito de la memoria (un trabajo “de duelo”): en la espera irrenunciable de algo por venir que nos interpela con la fuerza de una promesa, pero que se instaura en el presente mediante la certeza de su inevitable lejanía. ¿Qué pasa con la memoria? ¿Cómo “re-solvemos” aquello que recordamos? ¿Es acaso posible? Son preguntas que en sus últimos años se planteó con insistencia Derrida. ¿Podemos conjurar la “presencia” del muerto o del “ausente” (i. e., el “desaparecido”) y “re-signar” (a) su mundo? ¿Silenciar su llamado y vencer a esa memoria “espectral”?

Este “género” en Derrida (¿in memoriam?, ¿epitafio?, ¿relato epopéyico?) se remonta tal vez a los escritos dedicados al primero de una larga serie de nombres a propósito de las innombrables “muertes de Roland Barthes”,2 año y medio después de su “incalificable”3 pérdida a las afueras del del Collège de France, en marzo de 1980. Con el tiempo, la singular fuerza de ese acontecimiento condensó una inmensa poética de sensaciones literarias, conceptualizaciones, re-flexiones “cada-vez-únicas”, muchas de las cuales se encuentran concentradas en la casi veintena de textos dedicados “a sus amigos” que componen Chaque fois unique, la fin du monde (2003),4 ordenados cronológicamente de 1981 hasta 2003, que registra en su última entrada el significativo nombre de Maurice Blanchot.5

Escribir al amigo; escribirle a propósito de su muerte, re-presentarle a pesar de su ausencia. ¿Es siquiera posible? Cuando menos es “arriesgado” porque, a diferencia de aquellas muertes que inducen a leer pero de las que toda palabra de antemano se sabe póstuma, o donde el nombre no representa sino una “presencia/ausente” viva al momento de la lectura, que pudo ser distinta pero que se nos aparta en su extraña e incognoscible diferencia (que no “indiferencia” puesto que el prefijo de negación es, en este caso, lo que nos sustrae del “trabajo del duelo”). Arrojar unas palabras al nombre del (amigo) muerto, “no sólo con él e incluso a él” (en Arranz 2005c: 47) es arriesgado, pues

lo que yo creía que era imposible, indecente, injustificable, lo que desde hacía tiempo, más o menos secreta y resueltamente, me había prometido que no haría nunca (por un prurito de rigor, de fidelidad si se quiere, y porque me parecía que era demasiado grave) era escribir a la muerte, no ya después, mucho tiempo después recordándola, sino a la muerte, con ocasión de la muerte, en las reuniones de celebración, de homenaje, de escritos “a la memoria” de aquellos que en vida habrían sido mis amigos, demasiado presentes en mí para que cualquier “declaración”, o lo que es lo mismo, cualquier análisis o “estudio”, no me pareciese en aquel momento realmente intolerable (Derrida 1999a: 71-72).

Para Derrida este “género” no significaba meramente un conjunto de “oraciones fúnebres”, como si siguiese una tradición que se remonta a la retórica clásica de exaltación del valor, el heroísmo o el honor del ausente, sino una re-lectura que incluye una suerte de “ontología” (o mejor dicho: hantología) de la firma: sólo hablando de los muertos y en su nombre podemos mantenerlos en “este mundo”, cada vez de manera singular, pero bajo una “imagen” incontestable que los confina a su infinita alteridad, a una “espectralidad” imborrable que solamente persiste interiorizada en la memoria “superando, fracturando, hiriendo, lesionando, traumatizando la interioridad que habita o que le acoge por hospitalidad” (Derrida 2005d: 170); es decir, bajo el riesgo siempre latente o permanente (restant) de la pérdida, del asedio (hanter) espectral. Puesto que “espectro” es también el “lúcido rastro” del que ya no está, el suplemento que porta en sí la “imagen del muerto” que podemos presenciar (spectare) debido al spectrum fotográfico, como lo formuló Barthes en La Chambre claire en 1980,6 último de sus textos, que se entrelaza bellamente —a contrapunto— con varios desarrollos derridianos, en especial a partir de Spectres de Marx (1993). Una especie de “diálogo con fantasmas”: hablar con alguien que aparentemente ya no está y del cual sólo nos queda su nombre, con quien hemos interrumpido definitivamente la comunicación, pero que al ser la imposibilidad misma del cierre del sentido y la totalización es quizá la última condición que nos permite seguir hablando (como aquel diálogo “interrumpido” con Hans-Georg Gadamer en 1988, “retomado” a la muerte de éste en 2002).7

La condición política de la memoria

La temática del nombre trae consigo la posibilidad de la ausencia, aquello que simplemente permanece (reste) o resiste tras la muerte; es decir, ese elemento excedente del sentido que aparentemente totaliza la función patronímica. Pese a ser en apariencia depositarios de un efecto “metafísico” de presencia, en tanto que unifican un conjunto de sentidos o fenómenos posibles de significación, para Derrida los nombres (en particular la figura del “nombre propio”) son indisociables a una condición espectral, “indecidible”, como presencia/ausencia que se relaciona con la muerte y le sobrevive, la excede. De ahí su radical significación política como “figuras de alteridad”. En Spectres de Marx nos sugiere que ante la muerte del otro no se invocan los nombres para aceptar la pérdida, la definitividad de una ausencia en un “trabajo de duelo” que lo que pretende es “asimilar” y “superar” (una especie de memoria entregada al olvido), sino que se recuerdan para nunca clausurar, nunca borrar esa alteridad irreductible, encriptada, “responsabilidad de [una] memoria que no descansa, responsabilidad que el mismo Derrida hizo efectiva en varias de sus participaciones a nivel político, ahondando en esa difícil relación entre la memoria y el perdón imposible” (Cragnolini 2006: s. p.).

Por lo mismo, la memoria no es depositaria del nombre en su integridad y remanencia absoluta, sino que compete a los restos, es una memoria fragmentaria sobre aquello que queda (reste) sin reconocer, que se resiste a todo aquello que lo liga con su identidad “originaria” y conserva su estatus nominal a condición de llevar la marca de esa alteridad imborrable. Recordamos para no olvidar, para no depositar en los anaqueles de la Historia el saber sin cicatrices de una tradición semántica que en su proceso de asimilación excluye las diferencias constitutivas de una cultura, en una dialéctica totalizante y conciliadora. Los nombres son las heridas de la memoria, trazas, huellas, que evocan los sometimientos, las luchas y las exclusiones producidas para sostener las verdades históricas. Pero la memoria también opera un repliegue sobre ellos, sin negar o rechazarlos simplemente: “no se puede operar una mutación simple e instantánea, o sea, no se puede tachar un nombre del vocabulario” (1999b: 65). Derrida utilizaba en esto la noción de paleonimia, íntimamente ligada a la estrategia de lectura. Pese a los cuestionamientos a la vieja idea de método o las resistencias a un modelo “metodológico” o metodologicista de la deconstrucción, sobre todo interpretado y desarrollado en los Estados Unidos, Derrida reconoce que hay pasos o momentos ineludibles en esta política de los nombres:

teniendo en cuenta el hecho de que un nombre no nombra la simplicidad puntual de un concepto sino un sistema de predicados que definen un concepto, una estructura conceptual centrada sobre tal o cual predicado, se procede: 1. a la detracción de un rasgo predicativo reducido, mantenido en reserva, limitado en una estructura conceptual dada (limitado por motivaciones y relaciones de fuerza a analizar), llamado X; 2. a la de-limitación, al injerto y a la extensión regulada de ese predicado detraído, manteniéndose el nombre X a título de palanca de intervención y para conservar un apoyo sobre la organización anterior que se trata de transformar efectivamente (68).8

La paleonimia designa, así, “otro nombre” para la operación crítica (llamada a menudo “deconstrucción”), que lo que hace es justamente introducir ese “otro” en el nombre a través del uso de figuras como el injerto, la inoculación o inseminación, la invasión parasitaria, la infección o contaminación bacilar, la ruptura o penetración del himen, la imposibilidad de inmunización; todas ellas metáforas o figuras de la intervención que Derrida considera incondicional en el cuerpo de los enunciados que forman parte del sistema del discurso público-político. Estas figuras no se reducen a metáforas de la lengua, sino que Derrida las problematiza en relación con los complejos fenómenos políticos de la inmigración, de la marginación social y económica, de la extranjería, entre otras. Y se interroga:

¿Qué significan estas palabras? ¿Qué valor suponen? ¿Qué hacer con ellas? […] La tarea es tan acuciante como difícil hoy: por todas partes, en particular en una Europa que tiende a cerrarse hacia el exterior en la medida que dice abrirse hacia dentro […]. Las palabras ‘refugiado’, ‘exiliado’, ‘deportado’, ‘persona desplazada’, e incluso ‘extranjero’ han cambiado de sentido; apelan a otro discurso, a otra respuesta práctica, y cambian todo el horizonte de lo ‘político’, de la ciudadanía, de la pertenencia nacional y del Estado (1999b: 68 y 125).

En otros términos, “intrusiones, o invasiones y allanamientos al sentido oficial, o tomas del espacio público” (Martínez de la Escalera 2013: 14). Derrida practicaba esta operación en conceptos como “emancipación”, “democracia”, “liberación”, “justicia”, entre otros, de fuerte connotación liberal-ilustrada, pero resaltando su heteronomía irreductible. O en otro ejemplo, con las categorías políticas tradicionales de “derecha” e “izquierda”. En vez de rechazar estas palabras, ¿por qué no darles un nuevo valor de uso manteniendo su fuerza en la memoria? ¿Por qué no legitimar el derecho a intervenir de otra forma, trans-formar las condiciones de producción del discurso público-político comenzando por el examen y producción de sus conceptos?9

Frente a una tradición de “izquierda” que busca desligarse del trabajo intelectual por considerarlo agotado o reiterativo y pasar directamente a la acción, la crítica teórica de los conceptos, de la que la deconstrucción es uno de los enfoques, llega a considerar el pensamiento y la lengua como un proceso co-sustantivo a la acción política; “la ‘verdadera’ acción política siempre supone una filosofía, [en la medida en que] cualquier acción, cualquier decisión política debería inventar su norma y su regla. Semejante gesto implica o transfiere filosofía” (120). O en otra parte, cuando se le cuestiona sobre la eficacia del pensamiento en la emergencia del cambio institucional: “El pensamiento no es la palabra de la palabra. La palabra es pública, y todas las transformaciones políticas pasan por la palabra. ¿Conoce algún cambio político que no haya pasado por la palabra?” (1995a: 102).10

No se trata simplemente de “juegos del lenguaje” donde se adoptan ciertas palabras y se reserva o exclusiviza su uso a contextos arbitrarios determinados en cada caso por los hablantes, sino de pugnar por un uso radicalmente político de los nombres, es decir, un uso que considere un espacio atravesado en todas partes por la alteridad, signado por “el peso de lo otro, [aquel] que dicta mi ley y me hace responsable, me hace responder al otro, obligándome a hablarle” (97). Como aquel fantasma del padre de Hamlet, que irrumpe y se aleja hablando en otra lengua (Adieu!, adieu), reiterando su presencia espectral en la memoria (remember me!); un vivo-muerto (ni vivo-ni muerto) que sólo llega a ser inteligible como acontecimiento, aquello que sobreviene “por la fuerza que pone la alteridad en deshacer los entuertos de la dominación y hace espacio a una [oportunidad de] invención” (Traverso: 255), a la posibilidad de la justicia, a la memoria. Los nombres son acontecimientos de escritura: escribimos los nombres para seguir teniendo presente su dimensión espectral, recordar esa condición excedente que los lleva al límite, que los asedia y les comunica incondicionalmente con ese otro irreductible que (se) aparece.

Palabras finales

El trabajo del duelo al que aludía Derrida no significa un resignarse y superar o exteriorizar mediante la escritura panegíricos u oraciones fúnebres o, por otro lado, proveer a la memoria un soporte material (letras doradas, bustos, formas arquitectónicas, el nombre dado a una calle, etc.) o inmaterial (un homenaje en silencio, el sonido fúnebre de unas trompetas) que nos prodiguen una sensación (pasiva) de consuelo que, como indica el Diccionario de la lengua española, se define como un ‘alivio’ o ‘descanso’, en este caso un dolor, ciertamente, para quien se le acaba un mundo y le ‘oprime el ánimo’, pero que no deja de ser ‘molesto’.11 Descanso, pues, de la responsabilidad de escuchar… al muerto, y por extensión al otro, a quien ya “no está” o “no es” para nosotros (“dar vuelta a la página”, como se dice comúnmente). Pero ello equivale a una “ontologización de la memoria”, que busca fijar y apuesta por olvidar, mientras lo que olvida es su condición espectral.12 Por el contrario, el trabajo del duelo al que se refiere Derrida trata de inscribir a un tiempo y en definitiva (d’un coup) a la memoria en la cuestión política. De ahí que se hable —y tan necesario es hacerlo— de “políticas de la memoria”, que en vez de sustancializarla y enterrarla para siempre se mantenga en estado de alerta, atenta o “vigilante” a su asedio fantasmal. Una “hantologización de la memoria”, si el término lo permite:

Hay que hablar del fantasma, incluso al fantasma y con él, desde el momento en que ninguna ética, ninguna política, revolucionaria o no, parece posible, ni pensable, ni justa, si no reconoce como su principio el respeto por esos otros que no son ya o por esos otros que no están todavía ahí, presentemente vivos, tanto si han muerto ya, como si aún no han nacido […]. La objeción parece irrefutable. Pero lo irrefutable mismo supone que esa justicia conduce a la vida más allá de la vida presente […], de su efectividad empírica u ontológica: no hacia la muerte sino hacia un sobre-vivir, a una huella cuya vida y cuya muerte no serían ellas mismas sino huellas y huellas de huellas, un sobre-vivir cuya posibilidad viene de antemano a desquiciar o desajustar [out of joint] la identidad del presente vivo, así como toda efectividad. Por tanto, hay espíritus […]. Y es preciso contar con ellos. No se puede no deber, no se debe no poder… contar con ellos. Que son más de uno: le restant (1995a: 12-14).13

Señalábamos que Derrida a menudo se planteaba por qué lugar (o no-lugar) tiene la memoria. Por descontado, ninguno. Por lo tanto, hay que darle su lugar “cada-vez-único”, no en la exhibición de sus restos sino en el debate, en la discusión (acto público por antonomasia). En su singularidad, de manera provisoria, como ocurre con la différance que es igualmente un acontecimiento que constantemente se desplaza, se desborda, (se) excede. No “dar ese lugar” bajo una semiótica del espacio que haga de ello su definición —“su lugar”— en el mundo (de los significados) pues no es acto consumado sino un proceso en movimiento incesante.14 “Qué recordar, cómo recordarlo, cómo conservarlo y transmitirlo en el entendido, vigilante, de que cualquier decisión debe dejar abierta la puerta […] al acontecimiento de la justicia” (Martínez de la Escalera 2007: 50). Hacia el final de Spectres de Marx el filósofo franco-argelino menciona los trabajos posibles de una “nueva Internacional”, que no se confundiría con aquella Segunda Internacional o la Internacional Socialista, pero a cuyo nombre sería imposible renunciar, dado que responde efectivamente al principio de una organización internacional ante la “magnitud de los problemas [mundiales] que apelan a [su] solidaridad […], [y a la que pertenecen] todos aquellos que sufren y todos los que no permanecen impasibles ante la magnitud de estas necesidades, todos los que, sea cual sea su condición cívica o nacional, están dispuestos a orientar hacia ellas la política, el derecho y la ética” (1995b: 118).15

En síntesis, la apuesta es la de una transformación de lo político que irrumpa en la normalidad de los códigos de funcionamiento estatal y dé cuenta de nuevas interpretaciones y producciones de sentido. Hablar en nombre de los otros, no en su representación sino por ellos, porque “representan” la única condición de posibilidad para seguir hablando, encontrar un porvenir aun a pesar de su ausencia, aun sin ser vistos, en su presencia espectral, en la muerte incluso, que es tanto el fragmento de lo que queda como el exceso mismo —como el propio nombre de Derrida que nos asedia con el peso de su “obra”, con su muerte y su memoria.

Referencias bibliográficas

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De idéntico título: “Las muertes de Roland Barthes” [publicado por primera vez en Poétique, núm. 47, septiembre de 1981: 269-292]. Primera edición castellana en Ciudad de México: Taurus, 1999.
“‘Incalificable’ —decía en ese texto Derrida— es también una palabra que le tomo prestada […porque] designaba allí una forma de vida […] que se parecía ya a la muerte, una muerte más antes de la otra [se refiere a la reciente, de la madre de Barthes] que imitaba por adelantado. Pero eso no le impidió haber sido accidentada, imprevisible, venida de fuera e incalculable” (1999a: 69).
Cada vez única, el fin del mundo. Trad. de Manuel Arranz. Valencia: Pre-Textos, 2005a. La recopilación propuesta a Derrida es una amplia edición preparada por Pascale-Anne Brauly y Michael Naas que, sumada a los pensamientos dedicados a Artaud, Alain, Gadamer, Freud y otros —de manera menos explícita—, es además el último libro firmado “Jacques Derrida”, con dedicatoria a lo que con muchas reservas llamó su “generación”, de la cual él se consideraba uno de los últimos si no es que el “último caminante solitario” (2005a: 13). Arranz cuenta en el Posfacio a la edición castellana que la muerte sobrevino a Derrida mientras trabajaba en la revisión, justamente, de esta versión —lo cual no deja de tener cierta ironía (cf. 2005b: 267).
Leído durante el sepelio de su viejo amigo (se llevaban casi 25 años) este texto sobre la amistad (l’amitié) es también una prolongación de las palabras que Blanchot dedicara a Georges Bataille con ocasión de la muerte de éste más de treinta años antes, publicadas al final de su libro del mismo nombre —L’Amitié (1973)—. Muchas ideas contenidas en esa “esquela” son retomadas por Derrida, específicamente cuando el autor de Thomas l’Obscur parece oponerse a la idea de la muerte como alteridad radical, que permite generalmente en el duelo la “posibilidad del adiós”: “cuando viene el acontecimiento mismo aporta ese cambio: no se profundiza la cesura, sino que se desvanece; no se ensancha, sino que se nivela y se disipa ese vacío entre nosotros en que antaño se desarrollaba la franqueza de una relación sin historia” (Blanchot 2007: 264). Cabe mencionar que ambos autores influyeron profundamente en Derrida y varios otros de su generación, por lo que aquel texto sobre Blanchot, a un año de su propia muerte, pasa por ser de los últimos dedicado a quien sin duda habría motivado muchos de los primeros.
La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía, con primera edición castellana en 1990. Su original francés alcanzó a “ver la luz” de su autor pocos días antes de que a éste se le “apagara” para siempre.
La conversación/debate, conocida comúnmente en castellano como “De la recolección de sentidos a la diseminación”, tuvo lugar los días 5 y 6 de febrero de 1988 en Heidelberg. Fue reunido en una edición más amplia por la Univerity of New York, como Dialogue & Deconstruction: The Gadamer-Derrida Encounter (1989). A la muerte del más-que-centenario Gadamer, en 2002, Derrida publicó el mismo año en un periódico alemán: “Comme il avait raison! Mon Cicérone Hans-Georg Gadamer”, en que aludía a esos encounters.
El último subrayado es mío.
Ante el cuestionamiento de si esas categorías gozan todavía de validez, Derrida reivindica la necesidad de su empleo en el vocabulario político, manteniendo incluso su estatus de oposición (en contraste con la inclinación a desestructurar las oposiciones clásicas). La razón es su extrema equivocidad y la plasticidad de su lógica de apropiación (izquierda y derecha reivindicando alternativamente las mismas causas y objetos políticos). Asumiendo su posible filiación en ese problema, abunda: “diría que la izquierda —aquella en la que a mí me gustaría decididamente reconocerme—, se sitúa del lado de quien hoy analiza la lógica desconcertante y nueva de este equívoco e intenta cambiar la estructura de una manera efectiva; y con ello la estructura de lo político, la reproducción de esta tradición del discurso político” (1995b: 119).
Como señala Martínez de la Escalera, puede decirse que “los vocabularios usados y los argumentos mediante los que son continuamente apropiados, reinterpretados hacia nuevos sentidos y conducidos a nuevas finalidades descriptivas, son ellos mismos pasajes a la acción. Son por ende actos de elaboración de sentido y no meros instrumentos del pensamiento y del discurso” (2013: 13).
El subrayado es mío.
Como pretende por ejemplo la historia literaria, “investigadora, minuciosa […], que se apodera de una voluntad difunta y transforma en conocimientos […] lo que le ha tocado en herencia” (Blanchot: 264-265).
La versión castellana traduce aquí, sustantivado, “el más de uno”. Dejamos la palabra de la edición en francés, que tanto hemos tocado aquí, y que tiene una singularísima acepción en torno a la memoria y la espectralidad.
En el sentido en que Derrida usó la différance como gesto crítico a la semiología general de Ferdinand de Saussure.
Podrían ponerse en relación estos temas con lo que se dice en Spectres de Marx para hablar sobre “el muerto” que asecha la Casa de Dinamarca; “el muerto” de Tréveris que avistó un “vivo/muerto” en un momento particular de la historia de Europa; “el muerto” que insinuó a más de cien años de “su vuelta” su “sobre-vivencia” en la antesala posible de una “nueva Internacional”.
Por razón de esta “doble lectura” el lector encontrará marcas tipográficas sobre numerosos términos, sean cursivas, sean comillas. Se quiso que así fuera pues cada marca indica algo, un guiño a otra cosa, o un ejercicio de interrelación textual en diversas épocas de la obra de Jacques Derrida.

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ACTA POÉTICA (número 46-1, enero-junio, 2025) es una publicación semestral, editada por la Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad Universitaria, Alcaldía de Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México, a través del Centro de Poética del Instituto de Investigaciones Filológicas, Circuito Mario de la Cueva s/n, Ciudad Universitaria, Alcaldía de Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México, teléfono 56 22 74 92. URL: https://revistas-filologicas.unam.mx/acta-poetica. Correo electrónico: actapoet@unam.mx. Editor responsable: Dra. Elsa del Carmen Rodríguez Brondo. Certificado de Reserva de Derechos al uso Exclusivo del Título No.  04-2015-041309023000-203, eISSN: 2448-735X, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Certificado de Licitud de de Título y Contenido núm. 4468 y 3224, otorgado por la comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Responsable de la última actualización de este número: Dr. Alejandro Sacbé Shuttera, Aula 2, cubículo 1. Instituto de Investigaciones Filológicas, Circuito Mario de la Cueva s/n, Ciudad Universitaria, Alcaldía de Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México.  Fecha de la última modificación: 30 de enero de 2025.

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