'Uqbar rosacruz'. Del personaje rosacruciano en la ficción romántica

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José Ricardo Chaves

Resumen

Este ensayo revisa la evolución del personaje rosacruz en el ámbito literario a partir de su aparición a fines del siglo XVIII en una novela de W. Godwin, seguida en el siguiente siglo por las versiones de Shelley y Bulwer-Lytton, así como las de tres ocultistas, P. B. Randolph, Franz Hartmann y Arnold Krumm-Heller, para finalizar en el siglo XX con las referencias de Yeats, Pessoa y Borges. 

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Chaves, J. R. «’Uqbar rosacruz’. Del Personaje Rosacruciano En La ficción romántica». Acta Poética, vol. 38, n.º 1, enero de 2017, pp. 67-82, doi:10.19130/iifl.ap.2017.1.781.
Sección
Varia

En la historia de las ideas el concepto de "rosacruz" aparece vinculado con el arquetipo del mago renacentista, del que es hermano y heredero. Ambos comparten una visión del universo alimentada filosóficamente por el neoplatonismo, el hermetismo y la cábala, todo esto sobre una base cristiana. Desde fines de la Edad Media esta última corriente había salido de su ámbito estrictamente judío y había comenzado a fecundar el medio europeo, para conformar lo que eventualmente se ha denominado "cábala cristiana" por autores como Frances Yates y François Secret, que es un tipo de cábala más heterodoxa, más desjudaizada en interpretación aunque no en estructura.

Errancia y cosmopolitismo del rosacruz

La aparición pública de los rosacruces como organización secreta se dio a inicios del siglo XVII bajo la forma de dos manifiestos anónimos titulados Fama Fraternitatis (1614) y Confessio Fraternitatis (1615), seguidos de un texto de narrativa simbólica llamado Las bodas químicas de Christian Rosenkreutz (1616), atribuido este último al teólogo luterano Juan Valentín Andrea (1586-1654), cuyo escudo de armas familiar portaba los símbolos de la rosa y la cruz, mismos que también aparecen en el sello usado por Martín Lutero. Así, el vínculo cristiano del rosacruz se daría sobre todo con el luteranismo.

En sus manifiestos, los rosacruces se presentan como una fraternidad con propósitos de conocimiento filosófico y de altruismo. Hay un interés por lo intelectual y lo religioso que no descuida los elementos éticos y que se expresan en el compromiso explícito de todo rosacruz -según las reglas de la orden- por luchar contra la pobreza, la ignorancia y la enfermedad. El rosacruz nació anónimo, con rostro desconocido o, en el mejor de los casos, brumoso, y así debía de seguir, imposibilitado por el reglamento para presentarse como rosacruz ante los otros y sin nunca usar un atuendo especial para identificarse, sino asumiendo el del lugar donde habitare. En este sentido, un rasgo del rosacruz es su invisibilidad: actúa, influye, pero no se le ubica. Tal invisibilidad social del rosacruz histórico alimentará después, a nivel imaginario, el poder sobrenatural de tornarse invisible para el caso del rosacruz literario.

Parte importante de los manifiestos es el establecimiento de la leyenda del fundador mítico de la orden, Cristián Rosacruz (ya castellanizado), quien habría nacido en Alemania en 1376 y muerto en 1484. De acuerdo con tal narrativa, fue de familia noble aunque empobrecida, tuvo una educación religiosa cristiana que le dio la oportunidad de aprender griego y latín, viajó luego al Oriente (a Egipto y a Marruecos, entre otros lugares), donde aprendió árabe y alquimia y entró en contacto con iniciados islámicos. Después habría visitado España y aprendido cábala, de donde volvió a su patria para fundar la orden rosacruz. Al morir, su cuerpo incorrupto fue guardado en una bóveda hasta ser descubierto tiempo después en una suerte de resurrección simbólica, secuencia que el poeta filorrosacruz W. B. Yeats resumió así:

Cuenta la tradición que los seguidores del padre Christian Rosencrux envolvieron su cuerpo imperecedero en dignos ropajes y lo enterraron debajo de la casa de su Orden, en una tumba que contenía los símbolos de todas las cosas que hay en el cielo, en la tierra y en las aguas bajo la tierra; colocaron a su alrededor lámparas mágicas inextinguibles que ardieron durante generaciones hasta que otros estudiosos de la Orden dieron con la tumba por casualidad (185).

El aprendizaje de diversas lenguas es un rasgo importante del rosacruz, no sólo para aprender en sus fuentes las doctrinas esotéricas, sino también para enseñarlas después a sus cofrades de otros países. El cosmopolitismo errante y políglota es parte de su perfil.

¿Fausto rosacruz?

Mencioné al inicio la cercanía entre el rosacruz y el mago renacentista, del tipo de Cornelio Agrippa o John Dee. Al respecto me parece significativo de este perfil, parcialmente compartido, la aparición cercana en el tiempo tanto de la trilogía rosacruz (a inicios del XVII) como del primer Fausto literario, a finales del XVI (1587), ambos en lengua alemana. Y es que Fausto encarna en buena medida los rasgos del mago renacentista, vistos desde una óptica luterana que lo condena por sus supuestos vínculos con lo diabólico. En esta percepción cristiana, la magia es inseparable del diabolismo, pero también hay que tener en cuenta que, en la visión renacentista neopagana, la magia es un tipo válido de conocimiento y de práctica que no necesariamente se vincula con el diablo. La asociación establecida entre el mago Fausto y el demonio es de origen cristiano, ya sea católica o reformista, pero no corresponde a la visión neopagana del Renacimiento. Justamente, como bien lo ha mostrado Ioan Coulianu en su libro Eros et magie à la Renaissance, pese a sus diferencias teológicas, católicos y protestantes se unieron en su lucha contra la cultura mágica renacentista, y la aparición del Fausto literario es un síntoma cultural de esta batalla, igual que lo fue la quema de brujas y de herejes.

Si comparamos el Faustbuch de 1587, ese Fausto popular, anónimo, traducido casi de inmediato al inglés, pero mejorado lingüísticamente con un inglés más poético que el duro alemán de origen, y que sería materia prima, hipotexto del Fausto del dramaturgo isabelino Marlowe (1604), con el coetáneo corpus rosacruz (Fama, Confession y Bodas), más notables son los contrastes entre ellos que su afinidad en tener como eje la creación de un personaje imaginario vinculado con el conocimiento oculto, en un caso Fausto y en el otro Cristián Rosacruz. Para empezar, Fausto está basado en un personaje histórico, de existencia reconocida, parcialmente documentada, anterior en casi un siglo a la primera versión alemana por escrito, mientras que Cristián Rosacruz tiene una base simbólica y mítica, aunque, como Fausto, en calidad de personaje vivió mucho tiempo antes del momento en que se cuenta la historia.

Fausto está concebido desde la Reforma, su ideología es en buena medida contrarrenacentista (según la entiende Couliano), lo que lo diferencia de Rosacruz, máscara viva de esoterismo cristiano con influencia islámica y judía, algo más propio del Renacimiento. Aunque ambos surgen en contexto luterano, el de Fausto es conservador y condena la magia, mientras que el luteranismo de Rosacruz la tolera, lo que ha llevado a decir a la historiadora Frances Yates que los rosacruces "eran luteranos mágicos, herméticos y cabalísticos, particularmente adictos al simbolismo alquímico" (1983: 467). Yates ve a los rosacruces como "herméticos reaccionarios" en la medida en que siguieron aceptando a Hermes Trismegisto como figura histórica y como autor del Corpus Hermeticum, considerado fuente antiquísima de sabiduría, anterior a Platón y Moisés, de tanta influencia hasta el Renacimiento. Sin embargo, su prestigio decayó cuando en 1614 Isaac Casaubon demostró filológicamente que su antigüedad no iba más allá de los primeros siglos de nuestra era, con una autoría plural y no única, con lo que Hermes Trismegisto, igual que su heredero Rosacruz, resultó carente de fundamento histórico y perteneciente sólo al ámbito mítico y textual. Los rosacruces resultaron inmunes a la argumentación filológica e histórica de Casaubon y conservaron su fe en la extrema antigüedad del Hermes Tres Veces Maestro. De aquí su carácter reaccionario.

Fausto versus Cristián Rosacruz

Fausto en la primera versión por escrito, es un ser caído, condenado a la larga por su búsqueda del conocimiento prohibido (emblematizado por el demonio), mientras que Rosacruz es un hombre salvado por el conocimiento, un triunfador del sendero espiritual, un "elegido para la alegría", según se lee en Las bodas químicas..., y en su historia el diablo es más bien marginal. Por ejemplo, al inicio de Las bodas... la meditación profunda sobre "los enormes secretos" del héroe rosacruz es interrumpida por un gran viento enviado por el diablo, según dice la narración, pero aquél no le hace caso y continúa con su meditación. Así, el diablo desaparece y comienza la mágica jornada de siete días del rosacruz. En cambio, Fausto no existe sin Mefistófeles y toda su vida posterior tras el pacto, así como su muerte, quedan bajo la sombra del demonio.

En términos de institución, Fausto es un hombre solo, aislado, puede tener amigos y discípulos, pero éstos no forman una organización especial, mientras que Rosacruz pertence a una orden, su conocimiento no es sólo suyo sino que se haya transmitido y compartido por un grupo. Representa un linaje, no una excepción.

Las posteriores evoluciones de cada personaje también son distintas. El carácter proteico, metamórfico, de Fausto, le permitió adaptarse con el tiempo a diferentes situaciones, culturas y lenguas. Su impacto fuera de Alemania y del alemán es enorme. El Fausto popular llegó rápidamente al teatro (tanto de marionetas como de actores) y a la gran literatura, después a la ópera y a la música, luego al cine. En contraste, el carácter fijo de Cristián Rosacruz tuvo más bien un efecto limitado, en parte porque su difusión se veía obstaculizada por su propio carácter esotérico de élite, también por la ortodoxia religiosa y política y por el avance de la visión científica y secular. Cristián Rosacruz no llegó rápido a la literatura como tal, pues su perfil de vencedor espiritual no resultaba tan atractivo como el alma caída de Fausto, por lo que la literatura, bajo la presión gótica y romántica, tuvo que hacer del héroe rosacruz un ser que, pese a un éxito inicial, se desvía de la senda, un alma descarriada, para darle así mayores posibilidades dramáticas.

Si bien Cristián Rosacruz nació con rasgos literarios en Las bodas químicas..., lo hizo dentro de un género cerrado, restringido al iniciado hermético, no al lector común. Para que el rosacruz accediera a la dimensión de letras mundanas pasaron casi dos siglos, hasta finales del XVIII, entre la Ilustración y el Romanticismo, bajo la pluma del inglés William Godwin, cuando escribió su novela St. Leon, en la que observamos su primera encarnación literaria. Para entonces ya Fausto llevaba múltiples y venturosas versiones, en incesante ciclo de reencarnaciones literarias por casi dos siglos, y ya más bien se preparaba para una de sus más celebradas formas, la que le brindaría Goethe.

Romanticismo y rosacrucismo

Fue en el contexto del surgimiento de la novela gótica y de la irrupción del Romanticismo cuando finalmente el rosacruz cuajó como personaje literario en la mencionada novela St. Leon de Godwin de 1799, seguida una década después por la novela corta St. Irvyne or the Rosicrucian, de su famoso yerno Percy B. Shelley, publicada anónimamente en 1810. Godwin, escritor ilustrado y filósofo de la reforma social, no dudó en crear un personaje rosacruz para mostrar a la magia como decadencia moral e ilustrar los errores de la razón al desviarse por los caminos de lo sobrenatural. Godwin, como hombre de la Ilustración, creía en la razón como el agente que puede conquistar a la muerte por medio del desarrollo del conocimiento y de la tecnología, pero sin embargo recurrió como artilugio narrativo al expediente mágico del elíxir de la inmortalidad, de procedencia alquímica y rosacruz.

Por entonces se vivía el esplendor de la narración gótica; había en Inglaterra avidez porque se tradujeran los novelones alemanes; y en su propia producción literaria The Monk (1976), de Lewis, causaba sensación entre el público. Godwin, con apremiantes necesidades económicas, decidió reunir novela gótica, thriller psicológico y leyenda rosacruz para el caso de St. Leon, con tan buen resultado que el éxito de esta nueva novela superó al de su anterior Caleb Williams, de 1794. Su título alude tanto al cabalista Moisés de León, como a la ciudad en donde el alquimista Nicolás Flamel habría logrado la Piedra Filosofal y su consecuente inmortalidad.

Por su parte, el poeta Percy B. Shelley quiso capitalizar el éxito literario de Godwin y escribió su propia novela corta titulada St. Irvyne or the Rosicrucian, también queriendo aprovechar el auge de la novela gótica, aunque parece que no le fue tan bien como a su suegro. Shelley mismo, como buen romántico, mostraba un gran gusto por lo sobrenatural y el misterio, algo que algunos considerarían extraño en un poeta que logró notoriedad por haber defendido el ateísmo, por la misma época en que publica su novela rosacruz. La extrañeza desaparece cuando leemos al principio de su ensayo, "La necesidad del ateísmo", lo siguiente: "Dios no existe. Esta negación debe entenderse sólo en lo que afecta a una Deidad creativa. La hipótesis de un Espíritu inmanente coeterno con el universo sigue en pie" (2001: 13). Esta ausencia de "deidad creativa" de Shelley se parece más a un panteísmo emanacionista, tal vez neoplatónico, a teísmo asimilado a la naturaleza, y en este sentido sí es compatible con el misterio.

Ya antes Shelley había publicado Zastrozzi (1808), novela también de tipo gótico, aunque no sobrenatural, elemento que sí entrará en St. Irvyne, que continúa con el asunto propuesto por Godwin del elíxir de la inmortalidad, un tópico sobre el cual creció el personaje rosacruz en la tradición romántica hasta su clímax en la novela Zanoni, de Edward Bulwer-Lytton. Tal elíxir es emblema del logro en la búsqueda del conocimiento prohibido, que conduce al héroe a una paradoja trágica: tras conseguir el estado de inmortal, el rosacruz descubre que no puede conocerse totalmente a sí mismo ni realizarse espiritualmente desde su adquirida inmortalidad física, pues ello sólo es posible por la muerte que le está negada. Experimentar la agonía de la frontera entre la vida y la muerte es lo que despierta en el alma la gran conciencia espiritual. El elíxir impide morir y así encarcela en su cuerpo al héroe, en su obsesión por sí mismo.

De esta manera Shelley contribuye a la leyenda del inmortal gótico, uno que, a diferencia de otros personajes románticos como el vampiro y el judío errante, se perdió en la oscuridad mientras buscaba la luz, aunque no está completamente asimilado al mal. Su desviación es potencialmente redimible. Además del rosacruz, Shelley dio espacio en su escritura poética al judío errante para explorar la soledad, el exilio, la inmortalidad y la magia. En la elaboración de su personaje, Shelley tiene en cuenta al Fausto de Goethe, al que admiraba mucho según revela en su correspondencia, lo que se nota en el recurso del pacto con el demonio para obtener el conocimiento. De esta manera el rosacruz se contamina de diabolismo fáustico en Shelley, vía Goethe, mientras que el de su antecesor, Godwin, no había tenido necesidad de recurrir al diablo.

Zanoni, el Gran Rosacruz

Tampoco lo hará el siguiente rosacruz literario, el de Bulwer-Lytton, Zanoni, el de mayor fuerza y con quien el prototipo llega a su esplendor con la publicación de la novela en 1842. En el ínterin otros autores, tanto en Inglaterra (v.g. Maturin, Mary Shelley) como en Francia (v.g. Balzac) habían creado sus propios inmortales, más o menos rosacruces, que por cuestión de extensión no se abordarán aquí. Zanoni es la gran novela rosacruz, la que supera el entorno gótico que le habían dado sus antecesores y le brinda al texto y al personaje profundidad estética y filosófica, esto debido en parte a la propia militancia ocultista del autor, aunque también a sus amplias lecturas de filosofía romántica alemana. Bulwer-Lytton (1803-1873) fue un escritor con gran reconocimiento en vida, aunque su muerte y el tiempo transcurrido hayan erosionado grandemente su imagen y su legado literario de tipo histórico y costumbrista, aunque no, llamativamente, a sus títulos de corte fantástico, que son los que hoy lo mantienen vigente, y entre los que destaca Zanoni, aunque también podrían mencionarse A Strange Story y The Coming Race, esta última de ciencia-ficción. Otro de sus títulos que ha logrado sobrevivir hasta nuestros días por sus adaptaciones al cine y a la televisión es The Last Days of Pompey (Los últimos días de Pompeya) de 1834.

Bulwer-Lytton no sólo obtuvo el aplauso del público general sino sobre todo del lector ocultista, que mantuvo vivos sus libros fantásticos, sobre todo el Zanoni, cuando ya su estrella literaria menguaba en las otras facetas. Por ejemplo, Madame Blavatsky, la fundadora de la teosofía en el último cuarto del siglo XIX, se refirió a él siempre en términos muy elogiosos, y en su primer libro, Isis Unveiled, dijo que "no author in the world of literature ever gave a more truthful or more poetical description of these beings than Sir E. Bulwer-Lytton, the author of Zanoni" (citado por Roberts: 160). Debido a esta gran admiración, algunos estudiosos contrarios a Blavatsky han querido ver en la narrativa del escritor inglés una fuente importante de los escritos de la teósofa rusa, lo que es una tontería que demuestra de paso su escaso y prejuiciado conocimiento de dicha autora, que supera con creces cualquier identificable inspiración "bulwerlyttoniana". Incluso en los casos de académicos tan notables como Mircea Eliade y Gershom Scholem, es casi seguro que no hayan leído seriamente a Blavatsky, dado el tenor endeble de sus afirmaciones; quizás la conocieron indirectamente por segundas fuentes, o desde la perspectiva negativa de René Guénon, sobre todo en el caso de Eliade (tal como lo mostró Wasserstrom en su Religion after Religion, de 1999, y después Grotanelli, 2002).

La novela, a la que el autor llama en algún momento "ensayo poético", cuenta la historia del misterioso Zanoni, rosacruz cálido, amable, de temperamento artístico, con poderes sobrenaturales; de su maestro Mejnour, rosacruz frío, analítico y, de alguna manera, su contrario; así como del discípulo Glyndon, que fracasará en su intento por entrar a la orden ya que, como Fausto (que es mencionado directamente), es proclive a la lujuria. Zanoni es un inmortal que, sin embargo, al fin logra morir en un acto altruista hacia el final de la novela para alcanzar la verdadera inmortalidad que, paradójicamente, sólo se consigue con la muerte. Todo esto en el contexto represivo del terror generado por la Revolución francesa, que es vista de manera negativa y algunos dirían que hasta reaccionaria.

Parte de la inspiración para el personaje de Zanoni se debió al célebre mago de fines del siglo XVIII, Cagliostro, verdadero Fausto de tiempos de la Ilustración, viajero y curandero de gran influencia entre nobles y plebeyos, y que acabaría sus días en las mazmorras de la Inquisición. Incluso en algún momento de la novela se habla de Zanoni como de un "segundo Cagliostro", con el que comparte rasgos de supuesta juventud eterna, don profético, dominio de múltiples lenguas, poderes curativos y demás. No sólo Bulwer-Lytton mostró interés por el Cagliostro histórico. Ya antes que él había sido objeto de interés por parte de autores alemanes como Schiller y Goethe y de franceses como Nerval. A su vez, Zanoni inspiró a Dumas para escribir su propia versión de Cagliostro, inmortalizado literariamente en su novela Joseph Balsamo. Mémoires d'un medecin (cfr. García Saleh 2014).

Con Bulwer-Lytton el rosacruz llega a su clímax literario y después el desarrollo secular y científico lo deja atrás. Nuevos sujetos misteriosos surgen en la escena literaria, siendo el vampiro el más importante y seductor, sobre todo en el fin de siglo con Bram Stoker y su Drácula. Por el lado de los ocultistas, sin embargo, Zanoni sigue viéndose como el gran paradigma literario y algunos de aquéllos, siguiendo su ejemplo, se lanzaron a la aventura narrativa para expresar asuntos doctrinales. Se generó una producción literaria de procedencia ocultista, con logros dispares en términos de calidad, enfocada sobre todo al género fantástico y a la poesía. Los ocultistas practicantes pronto descubrieron las ventajas de la narración literaria para transmitir sus ideas y, dependiendo de su cultura y de su habilidad literaria, así fueron los resultados.

Practicantes ocultistas que escribieron novela

Tres ejemplos de novelas rosacruces procedentes de ocultistas practicantes son Ravalette. The Rosicrucian's Story, del norteamericano P. B. Randolph (1825-1875), notable esoterista del tiempo de Madame Blavatsky, fundador de la ¿primera? orden rosacruz en el continente americano; Una aventura en la mansión de los adeptos rosacruces, del alemán Franz Hartmann (1838-1912), y Rosa-Cruz. Novela de ocultismo iniciático, del germano-mexicano Arnold Krumm-Heller (1876-1949), que aunque publicada ya muy entrado el siglo XX (1918), todavía conserva una visión tardorromántica del tema.

De las tres novelas, Ravalette, de 1863, es quizá la más lograda literariamente, pese a su estilo brusco, poco cuidado, afeado para el escéptico con largas partes doctrinales, pero la situación dramática planteada es interesante, con un personaje de tipo fantástico, un inmortal que se manifiesta en múltiples formas y nombres, un ente verdaderamente proteico. Uno de los atractivos del Ravalette personaje es su metamorfosis incesante y sobrenatural, que lo torna huidizo y ambiguo. No en balde el famoso autor de origen austriaco Gustav Meyrink, creador de otro icono de monstruo fantástico, el gólem, tradujo al alemán la novela de Randolph. Meyrink, escritor y ocultista, supo valorar la parte iniciática pero también literaria de Ravalette, al grado de traducirla. También influyó en su propia obra narrativa, tal como se aprecia en El ángel de la ventana de occidente (1927), una de las novelas más importantes de Meyrink, algo obscurecida por el éxito de El gólem.

Está también la novela de Franz Hartmann de 1887, Una aventura en la mansión de los adeptos rosacruces, con una trama narrativa endeble pues domina el afán doctrinal. Hartmann fue un teósofo que estuvo muy cerca de Madame Blavatsky mientras vivieron en la India, y al regresar a Europa continuó trabajando en los medios teosóficos, masónicos y rosacruces, en donde destacó con sus libros y actividades esotéricas. Viajó mucho, incluso estuvo en México, y escribió esa novela que destaca por la "teosofización" que hace del rosacrucismo, su lectura a partir de las enseñanzas de Blavatsky (con sus ingredientes hindúes y budistas) en el de por sí espeso caldo esotérico occidental -hermetismo, cábala, neoplatonismo-. Llama la atención cómo el autor presenta como rosacrucismo lo que en realidad es teosofía blavatskiana. Incluso se usan en sus exposiciones rosacruces muchos términos de la jerga teosófica.

Hartmann empieza su cuento muy en la tradición de los märchen o relatos maravillosos de los germanos, en el contexto de las montañas alpinas de Baviera, donde ocurre la historia. Ahí el aspirante a rosacruz emprende el ascenso a la montaña geográfica para acceder a la montaña simbólica, en un escondido valle, un Shangri-La alpino en el que hay un monasterio teosófico donde habitan los rosacruces y donde él recibe instrucción. Sin embargo, cae víctima de la lujuria con una ondina (cual viejo relato romántico), como Glyndon en Zanoni, y entonces debe abandonar el ascético lugar sagrado. Lo que pareciera un sueño es afirmado como realidad por la presencia de una literal flor de Coleridge. Como escribió el autor inglés: "Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces qué?". Pues así le pasa al rosacruz accidental de Hartmann, que al despertar de lo que podría ser un sueño se encuentra con su propia flor del Paraíso, la proveniente del monasterio teosófico. Asombrado, exclama: "Cogí el lirio y no se desvaneció en mi mano, era tan palpable y real como el suelo que pisaba" (128). Y no sólo el lirio proviene de allí: también un poco de oro y un libro cargado de símbolos, para que no quede ninguna duda de la otra realidad rosacruz.

Krumm-Heller y el ocultismo multicultural

Queda por comentar la novela de Krumm-Heller, Rosa-Cruz, publicada originalmente en Berlín en 1918 con el título de Der Rosenkreuzer aus Mexico (El rosacruz de México), traducida al español por el propio autor y publicada en Barcelona y México con capítulos añadidos a la edición en alemán, correspondientes a las experiencias catalanas del autor y del personaje, en los erosionados e iniciáticos macizos de Monserrat, después de haber estado en México y Alemania. Otra vez estamos frente a una pareja rosacruz de maestro y discípulo, en el que el primero es germano-mexicano. Mantiene una presencia en la política del país, ha apoyado a Francisco I. Madero y luego a Venustiano Carranza, y salió del país hacia Alemania con la llegada al poder de Victoriano Huerta, donde continúa su historia con asuntos amorosos y doctrinales, hasta su triunfal iniciación en Monserrat. A diferencia de la novela de Hartmann, el contexto político del personaje es importante. Si la Revolución francesa había desvelado a Zanoni, la Revolución mexicana hace lo mismo con Rassmusen, el rosacruz criollo de Krumm-Heller.

En contraste con los personajes de Bulwer-Lytton o de Hartmann, aquí el aprendiz rosacruz no debe renunciar a la sexualidad sino encauzarla adecuadamente. Sin duda, para un lector mexicano o latinoamericano, esta novela resulta interesante por la vinculación que se hace de la tradición rosacruz, hasta entonces sobre todo europea, con lo mexicano e hispanoamericano en general, ya que ahora el eclecticismo teosófico, ya inaugurado por Hartmann, quiso incluir en su ensamble rosacruz a las culturas indígenas americanas, a semejanza de lo que hizo Krumm-Heller mientras vivió: fue un personaje de primera en el mundo ocultista de su época, perteneciente a muchas filiaciones esotéricas europeas, que logró integrar a América Latina (Chile, Perú, México, Brasil, Venezuela) en el circuito ocultista occidental a nivel de organizaciones y estructuras institucionales, además de asuntos de doctrina. De hecho uno de sus nombres ocultos fue Maestro Huiracocha (como el dios/gobernador inca), tras haber tenido una experiencia mística en Perú.

Rosacruces en la alta literatura

Para buena suerte del lector la atracción literaria por Cristián Rosacruz no quedó, después de Bulwer-Lytton, en manos sólo de los ocultistas metidos a escritores, pues ya en el siglo XX grandes poetas lo tomaron en cuenta en sus creaciones. Ya mencioné el caso de William Butler Yeats en su breve descripción poética de la tumba secreta del Padre Rosacruz. En ese texto establece un paralelismo entre su estado de animación suspendida y el de la imaginación en la cultura occidental, hasta el momento en que escribe, 1895, "cuando el mundo externo ya no es la norma de lo real".

También el poeta portugués Fernando Pessoa escribió tres sonetos a Christian Rosencreutz, con un epígrafe de la Fama Fraternitatis que se refiere al aspecto de su tumba. El tercer soneto acaba justamente con esa imagen: "Quieto en la falsa muerte a nosotros expuesto, / Cerrado el libro, contra el pecho puesto, / Nuestro Padre Rosacruz conoce y calla" (112).

Mencionaremos también a Jorge Luis Borges quien, en uno de sus cuentos más notables, "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", menciona dos veces a Juan Valentín Andrea, en tanto autor, no sólo de Las bodas químicas, sino también de un libro mencionado en una bibliografía sobre el ficticio país de Uqbar. Se refiere a él como "un teólogo alemán que a principios del siglo XVII describió la imaginaria comunidad de la Rosa-Cruz -que otros luego fundaron, a imitación de lo prefigurado por él" (433)-. Hacia el final del cuento, en una posdata, escribe sobre el nacimiento de la fraternidad: "A principios del siglo XVII, en una noche de Lucerna o de Londres, empezó la espléndida historia. Una sociedad secreta y benévola [...] surgió para inventar un país. En el vago programa inicial figuraban los 'estudios herméticos', la filantropía y la cábala. De esa primera época data el curioso libro de Andrea" (440). Posteriormente algunos pusieron en duda la existencia de dicha sociedad rosacruz, aunque no su impacto social por vía de sus manifiestos.

Borges parece adherirse a esta hipótesis, pues habla de Andrea en tanto inventor de "la imaginaria comunidad de la Rosa-Cruz", para luego acotar, con distancia escéptica, respecto a tal comunidad, "que otros luego fundaron, a imitación de lo prefigurado por él", es decir, Andrea no sería el fundador en el ámbito histórico -como Cristián Rosacruz lo es en el mítico- sino apenas su prefigurador imaginario (dicho sea de paso, la autoría de Andrea sólo está comprobada para Las bodas químicas..., no para los manifiestos). Uqbar y la primera sociedad rosacruz compartirían un proceso de creación y expansión ficticias que terminaría manifestándose a posteriori en el campo histórico. En cualquier caso, más allá de las dudas de Borges y otros, la asociación simbólica e ideológica entre rosacrucismo y luteranismo queda establecida desde sus orígenes (reales o imaginados), aunque no siempre en buenos términos, porque el primero quiere completar la reforma religiosa, social y política que, a su juicio, el segundo no había llevado a buen puerto.

Puede afirmarse entonces que, tras su nacimiento en cuna hermética, el personaje rosacruz llega al mundo literario en contexto gótico y romántico con Godwin y Shelley, alcanza madurez dramática y filosófica en Bulwer-Lytton, se pone al servicio de la doctrina oculta en Randolph, Hartmann y Krumm-Heller y llega sutil y breve a la más alta literatura en Yeats, Pessoa y Borges. Una trayectoria literaria nada deleznable para un personaje que, aparentemente, decayó desde la segunda mitad del siglo XX. Aunque tal vez otra vez esté tan sólo durmiendo en su tumba secreta para en un tiempo regresar. Nunca se sabe...

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ACTA POÉTICA (número 45-1, enero-junio, 2024) es una publicación semestral, editada por la Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad Universitaria, Alcaldía de Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México, a través del Centro de Poética del Instituto de Investigaciones Filológicas, Circuito Mario de la Cueva s/n, Ciudad Universitaria, Alcaldía de Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México, teléfono 56 22 74 92. URL: https://revistas-filologicas.unam.mx/acta-poetica. Correo electrónico: actapoet@unam.mx. Editor responsable: Dra. Elsa del Carmen Rodríguez Brondo. Certificado de Reserva de Derechos al uso Exclusivo del Título No.  04-2015-041309023000-203, eISSN: 2448-735X, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Certificado de Licitud de de Título y Contenido núm. 4468 y 3224, otorgado por la comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Responsable de la última actualización de este número: Dr. Alejandro Sacbé Shuttera, Aula 2, cubículo 1. Instituto de Investigaciones Filológicas, Circuito Mario de la Cueva s/n, Ciudad Universitaria, Alcaldía de Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México.  Fecha de la última modificación: 20 de enero de 2024.

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