AA. VV. 2006 (40-1). Anales de Antropología

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Gerardo Familiar Ferrer

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Familiar Ferrer, G. (2011). AA. VV. 2006 (40-1). Anales de Antropología. Tlalocan, 15. https://doi.org/10.19130/iifl.tlalocan.2008.197
Sección
Reseñas y notas bibliográficas
Biografía del autor/a

Gerardo Familiar Ferrer

Seminario de Lenguas IndígenasInstituto de Investigaciones FilológicasUniversidad Nacional Autónoma de México

Nos complace dar inicio a una etapa de colaboración entre Tlalocan. Revista de fuentes para el conocimiento de las culturas indígenas de México y la revista Anales de Antropología , publicación hermana que el Instituto de Investigaciones Antropológicas edita anualmente. El volumen 40-I adquiere particular importancia por constituir un merecido homenaje al recientemente desaparecido doctor Jaime Litvak King. En la sección de Testimonios y en las Notas, a través de sus compañeros e incluso por un testimonio propio, podemos conocer distintas facetas de su vida y de la importante labor universitaria que desarrolló. Además de las acostumbradas reseñas, este número presenta diversos artículos que se comentan a continuación.

Armando José Quijano Vodniza presenta los resultados de su investigación sobre el pictograma quillacinga de El Higuerón, una de las 28 obras rupestres registradas en el actual municipio de Pasto, en el Valle de Atriz, al sur de Colombia. La motivación del trabajo es establecer las conexiones del pictograma con fenómenos astronómicos, en específico con el movimiento del Sol a lo largo del año. En primera instancia el autor revisa el contexto geográfico de la zona de estudio. A continuación utiliza diversos documentos históricos y datos arqueológicos obtenidos en investigaciones anteriores que dan cuenta de aspectos culturales de los grupos que habitaron el área antes de la llegada de los españoles. El pictograma está representado en dos paredes perpendiculares de roca plana que presentan una serie de figuras pintadas en rojo y amarillo. Muchos de estos diseños también se encuentran en la cerámica, los tejidos y la orfebrería prehispánica de esta zona andina de Nariño. A pesar de que su atribución a los quillacingas -basada en documentos históricos- no ha podido ser corroborada con datos arqueológicos, a partir de la arqueoastronomía el autor logra establecer una relación estrecha entre las mediciones de la sombra proyectada sobre el pictograma y la cercanía tanto del solsticio de verano como de invierno. Además identifica una segunda relación de la proyección de la sombra con un diseño circular con ocho rayos que se piensa pueda representar al Sol. Tener conocimiento hoy en día de la llegada del verano es importante por el cambio en las condiciones ambientales que ello representa, situación no muy diferente a la que seguramente enfrentaron los grupos indígenas, como lo sugieren documentos históricos del siglo xvi. Por último, se incluyen datos etnográficos actuales apoyados por la investigación arqueológica como evidencia de la importancia de los solsticios en la vida religiosa de los habitantes, tanto del pasado como del presente de esa región.

Françoise Dasques analiza el fenómeno de refracción que las exposiciones universales, principalmente de finales del siglo xix, produjeron con respecto a la construcción de la “cuestión nacional” de muchos países, específicamente en lo que concierne a la búsqueda de una arquitectura nacional. El autor analiza el caso particular de México, una nación aún joven en esa época que se vio irremediablemente inmersa en esa dinámica. Explica cómo México, para la exposición celebrada en París en 1889, presentó un pabellón neoazteca que lo mismo fue considerado extraño, que curioso, bizarro y hasta exótico, buscando, por un lado, reflejar su esencia y, por el otro, satisfacer las percepciones europeas sobre el país. Europa. Para el evento de 1900, considerando la experiencia anterior México realizó un pabellón orientado hacia el clasicismo universal con la intención de reflejar el carácter del gobierno en turno. Así, Dasques demuestra que durante los 11 años que separaron ambas exposiciones había operado un cambio en las directrices dictadas por el centro, como resultado de profundos debates en los círculos intelectuales del país, entre los cuales resalta la influencia de diversas tendencias del pensamiento francés de la época. Se había pasado de un eclecticismo que se apoyaba en la noción de continuidad entre el pasado y el presente, es decir, un evolucionismo no creacionista -donde lo nuevo se forma a partir de elementos preexistentes-, a un rechazo de las formas arquitectónicas del pasado, bajo el argumento de que resultaban inadecuadas para los tiempos modernos. El cambio de siglo sorprendió a una nación aún inmersa en el debate y en la búsqueda de un estilo arquitectónico nacional. Señala que pocos años antes de la Revolución es perceptible una traslación en las tendencias, de nuevo orientadas hacia una revaloración del pasado pero ya no el precolombino sino ahora el colonial. Finalmente, el autor describe cómo el México posrevolucionario encontró en el historicismo el fundamento sobre el cual construyó su proyecto de un arte nacional. Aunque contestando a esta corriente imbuida de nacionalismo, otras voces surgieron para introducir al debate esquemas y arquetipos que responden a la intersubjetividad, a priori, de las estructuras mentales.

Roberto Beneduce nos introduce en una discusión tendiente a replantear los métodos y objetivos de investigación de la etnopsiquiatría ”estudio de la relación entre cultura, psicopatología y la terapia de las enfermedades mentales“ llevándonos de la mano a través del proceso de concepción y desarrollo de esta disciplina. A pesar de los avances, reconoce que los instrumentos, categorías o modelos teóricos occidentales aún no han sido sometidos a una relativización cultural que pondría en entre dicho su supuesto valor universal. Denuncia la ausencia de un enfoque basado en la antropología transcultural en el que la psicología y la psiquiatría occidentales sean consideradas como una más entre las muchas etnopsicologías o etnopsiquiatrías. Para ello, es necesario enfrentarse a la situación actual en muchas sociedades tradicionales, donde existen múltiples posibilidades de segmentación del evento “enfermedad”, así como diversas fenomenologías de los padecimientos. Debe dejarse atrás la reticencia a reconocer la existencia de otros sistemas de razonamiento y de curación, y distinguir el papel que representa en estas sociedades la forma de transmisión del conocimiento, ya que el traspaso oral del saber conlleva cierto grado de inconsistencia, contradicción y pluralidad, sin que ello opere en detrimento del propio saber. Por mencionar un ejemplo, el autor nos recuerda la frecuente inclusión, en la interpretación de la enfermedad por diversas medicinas africanas, de la intervención de entidades humanas, extrahumanas y sobrenaturales. Son estas situaciones en las que el análisis etnográfico se revela complementario e indisociable del psicológico e individual. Otro caso particular para él es la confrontación entre nuestras nociones de persona, de individuo, de conciencia y aquéllas de las culturas tradicionales, en las que casi siempre se incluyen clases de personas no humanas como parte integral del campo psicológico del individuo, el cual se visualiza como un teatro donde múltiples entidades entrelazan su diálogo. Señala que hoy en día se reconoce que un acercamiento antropológico y psiquiátrico respecto de las terapias en otras culturas permite comprender mejor el comportamiento de las personas y grupos ante la enfermedad o la naturaleza de los disturbios mentales, atendiendo a temas como la eficacia simbólica o la de las palabras. Finalmente, el autor concluye que sólo a través de un enfoque apoyado tanto en la etnopsiquiatría como en la etnomedicina puede entenderse el trabajo que ejerce la cultura tanto en la construcción social de la enfermedad como en la curación y su eficacia.

Ruth Gubler nos presenta el caso particular de la medicina tradicional en las comunidades indígenas actuales del cono sur de la península de Yucatán. Apoyándose en diversas fuentes documentales, considera que aunque los usos y prácticas que conforman la medicina tradicional maya han sufrido cambios a través de los siglos, básicamente siguen una línea de tradición cuyas raíces provienen de la antigüedad. Establece además la diferencia entre este saber tradicional, constituido por una pluralidad de sistemas de curación holísticos, impregnados de espiritualidad y contextualmente dependientes ”suponen tanto a la enfermedad como la salud y la medicina interconectadas con la religión, la moral y las relaciones sociales“, y la medicina alopática o biomedicina, ciencia moderna, racionalista y mecánica, basada en el sistema biomédico. Denuncia el hecho de que por desgracia la medicina tradicional sigue siendo objeto de discriminación por parte de algunos médicos alópatas que no la toman en serio y consideran que se basa en meras supersticiones. A diferencia de lo que sucede con sus contrapartes occidentales, los terapeutas tradicionales están conscientes tanto de sus propias limitaciones como de la eficacia de los productos farmacéuticos, y no atienden los casos que consideran que se encuentran fuera de su campo de acción. Junto con hueseros y sobadores, parteras y parteros, yerbateros y yerbateras, encontramos a los curanderos y h-meno´ob, quienes, a diferencia del primer grupo, requieren de una legitimidad sobrenatural para ejercer su especialidad, y se avocan a los males de causa incierta, o considerados de origen sobrenatural utilizando oraciones y rituales para contravenir sus efectos. Sin embargo, entre ellos opera una distinción vital: el papel sacerdotal del h´men, que le otorga el derecho exclusivo de llevar a cabo importantes rituales agrícolas. A pesar de algunas iniciativas exitosas, los esfuerzos de las autoridades sanitarias por hacer convivir ambos sistemas médicos aún no se ven reflejados debido a que de manera sistemática no han sido tomados en cuenta una serie de factores determinantes, que se constituyen como retos pendientes de alcanzar.

Cristina Oehmichen, con base en la situación de los mazahuas, obligados a desplazarse a la ciudad de México, denuncia la violencia a la que se ven sometidas las poblaciones originarias de México, y analiza su expresión en la capital del país, uno de los principales polos de atracción de los movimientos migratorios indígenas. La autora entiende la violencia como un concepto socialmente construido, donde intervienen la cultura y la subjetividad de los actores. Señala que es un asunto multidimensional que atraviesa todo el tejido social y que puede presentar múltiples formas. Demuestra también que esta violencia tiene una gran profundidad histórica que puede ser rastreada hasta el momento mismo de la definición del país, proceso del cual fueron excluidos los indígenas al no reconocerse la naturaleza pluricultural de la nación. La construcción de la identidad nacional se diseñó desde el punto de vista del mestizo, en donde el otro, el indio, tendría que ser educado y asimilado. Nos muestra cómo una de las formas más claras de violencia dentro de las relaciones interétnicas es el racismo, el cual es palpable en discriminaciones, abusos, malos tratos, desventajas en la lucha por el empleo, la vivienda, la educación, la salud, la justicia, los servicios, por mencionar sólo algunos de los ámbitos de la vida social. En esta dinámica, asegura que han jugado un papel fundamental los medios masivos de comunicación al difundir la asociación entre el fenotipo indígena y el delincuente. Debido a ello los indígenas intentan, muchas veces infructuosamente, pasar inadvertidos ocultando su pertenencia étnica. Otro ejemplo que destaca es la concepción de que los indígenas regulan sus relaciones mediante prácticas opuestas a la racionalidad del derecho positivo. La violencia en las relaciones interétnicas es un tipo de violencia estructural que desencadena otro conjunto de violencias, como la cotidiana, la política y la simbólica, criminalizándose de esta manera la diferencia cultural.

Ana Virginia Pérez Mora analiza las estrategias de uso del espacio aplicadas por los jóvenes en dos centros culturales al oriente de la ciudad de México: el Centro de Arte y Cultura “Circo Volador” y la Fábrica de Artes y Oficios “Faro de Oriente”. La autora aplica a ambos el concepto de “espacio transversal”, aquel que traspasa, cruza e interseca otros espacios devenidos territorios, en el que los jóvenes pueden llevar a cabo una apropiación y uso del espacio de manera semejante a lo que ocurre en los espacios no institucionalizados, como la calle. Por ello, sugiere la autora, el acercamiento debe centrarse en las relaciones que los usuarios establecen con estos espacios que sólo existen en tanto aparecen. Los propios usuarios son entendidos como seres de la indefinición que, como pasajeros o transeúntes, ya han salido del lugar de origen pero no han llegado a su destino. Tal vez el principal valor de esta investigación es la visión panóptica con que la autora se aproxima al problema, que le permite considerar tanto el punto de vista institucional de estos centros -noción que remite a la concepción de control-, como la visión de los usuarios, que incluye la condición social y los rasgos culturales que los representan. Es decir, no sólo logra dar cuenta de las acciones del Estado enfocadas en el sujeto juvenil, sino que logra transmitirnos las prácticas y dinámicas de uso y apropiación del espacio por parte de los jóvenes en ambos centros, similares, pero al mismo tiempo con notables diferencias que los vuelven complementarios y partícipes en la formación de la identidad de las culturas juveniles urbanas en el contexto de la ciudad de México.

Alba González Jácome y Laura Rojas Montes revisan el caso particular del ejido de Santiago Yeché, municipio de Jocotitlán, en el noroeste del estado de México, para abordar la manera como las sociedades campesinas establecen mecanismos de adaptación sociocultural al introducir en sus vidas la agricultura comercial. En otras palabras, cómo la adopción de nuevas prácticas agrícolas afecta tanto a la unidad doméstica campesina como a la agricultura tradicional. En este ejido, nos comentan, la agricultura es la principal actividad de subsistencia que la población ha practicado desde hace siglos. Hoy en día el 17.1% de la población total se dedica a producir los cultivos comerciales de gladiolo y tomate verde. Tras analizar el contexto del campo en Santiago Yeché, donde describen los sistemas agrícolas principalmente utilizados, así como los diferentes tipos de cultivos producidos, las autoras revisan los ciclos agrícolas, los costos de inversión y los principales mercados para el gladiolo y el tomate verde. Además de centrarse en el proceso de cambio sociocultural en que los pobladores se han visto inmersos, el estudio se constituye como un llamado de atención a las autoridades en todos los niveles al denunciar, por un lado, las diversas formas de corrupción a las que los cultivadores tienen que enfrentarse cuando comercializan sus productos y, por otro lado, la ineficiencia de los programas gubernamentales de apoyo al campo mexicano que ofrecen recursos que no llegan a los pequeños productores.

Beatriz Albores Zárate presenta una discusión desde una perspectiva histórica de los diferentes nombres con los que se ha denominado el espacio geográfico al poniente de la cuenca de México, que en tiempos prehispánicos correspondía a la jurisdicción otomiana de Matlatzinco. Dentro de éste distingue una parte media situada en la primera subcuenca del río Lerma, y presenta diversos aspectos geográfico-culturales que la definen y permiten que se le denomine “valle de Toluca”. A partir de documentos históricos y apoyándose en los resultados de algunas pocas investigaciones arqueológicas, además de destacar la relevancia y trascendencia del medio lacustre para la población de la zona, la autora resuelve en gran medida la imprecisión y confusión que prevalecía en torno al uso de los apelativos Matlatzinco y “valle de Toluca”. Con el fin de probar su propuesta, la autora considera algunas cuestiones relativas al papel histórico del medio lacustre en la conformación cultural del valle de Toluca, que permitieron el desarrollo de lo que ella misma ha denominado el “modo de vida lacustre”, el cual, complementado con actividades no agrícolas de caza, pesca y recolección de fauna y flora acuáticas, ha resultado fundamental para la subsistencia en la región. Por ello, denuncia la autora, es necesario evitar la agudización del proceso que conduce hacia la pérdida total del antiguo ambiente lacustre y el saber asociado a éste, quizás uno de los efectos más negativos de la industrialización en México.

Mario Alberto Castillo Hernández retoma los planteamientos de la psicología social para el estudio de las actitudes y el comportamiento de los individuos dentro de la sociedad, y los traslada al ámbito lingüístico a fin de proponer un modelo con una perspectiva psicosociolingüística que incorpore los usos y las funciones de la lengua. De esta manera, considera las actitudes lingüísticas como manifestaciones valorativas que proyectan nuestra percepción con respecto a las personas de grupos diferentes de hablantes, y por tanto nos ayudan a entender las relaciones interculturales en un contexto sociocultural dado, en donde los hablantes manifiestan la posibilidad de elegir los usos de la lengua que consideran más adecuados. Para su análisis sobre las actitudes de los maseualmej de Cuetzalan, en la sierra norte de Puebla, hacia el mexicano, como ellos denominan a la lengua náhuatl, y hacia el español, el autor emplea el concepto de “comunidad de habla” para delimitar los usos de estas lenguas y analizar la forma en que se comparten, así como los recursos con los que cuentan para comunicarse con los hablantes de otra lengua, en tanto su preferencia para utilizar cierta lengua o variedad lingüística según la situación donde se desarrolle la comunicación, o el interlocutor con el que interactúen. Castillo Hernández observa que cada lengua tiene una función específica así como sus propios usos dependiendo de los contextos socioculturales, dentro y fuera del ámbito comunitario, en los cuales a menudo pueden identificarse actitudes de menosprecio hacia las lenguas indígenas por parte de la sociedad nacional.

De este modo, el volumen 40-I de la revista Anales de Antropología constituye, entre otras cosas, un recordatorio de la importancia de los grupos indígenas para nuestro país, pero también, paradójicamente, de la falta de reconocimiento de sociedad y gobierno hacia ellos.

Gerardo Familiar Ferrer

Referencias

  1. (). . . Instituto de Investigaciones Antropológicas, Universidad Nacional Autónoma de México. . vol. 40-1, 382 pp.