Aunque personalidades en gran medida antitéticas en las que relumbra un genio específico,
sorprenden las coincidencias y afinidades entre Octavio Paz y José Revueltas. No sólo
nacen los dos en el año de la "Toma de Zacatecas" por el ejército campesino
que dirigía Francisco Villa y en que tuvo lugar la Convención de Aguascalientes,
acontecimientos que señalan el punto más alto de la participación de las clases
desposeídas en el proceso de la Revolución mexicana, sino que son hijos ambos de
familias radicalizadas de una clase media venida a menos a consecuencia de los
reacomodos políticos y de los cambios que experimenta el país. Si en el primero resulta
más que decisiva la influencia de su padre, el abogado zapatista Octavio Paz Solórzano,
fundador al lado de Antonio Díaz Soto y Gama del Partido Nacional Agrarista, en
Revueltas el papel adoctrinador correrá a cargo de su hermano el pintor y muralista
Fermín Revueltas, fundador del Grupo ¡30-30! y de la revista comunista
El Machete (1924). Ambos estudian en colegios privados. Revueltas
cursa los primeros cuatro años de la primaria en el Colegio Alemán, y luego se pasa a la
educación pública al fallecimiento del padre; Paz estudia en una escuela de lasallistas
y continúa en el Colegio Williams, que administran unos hermanos de procedencia inglesa.
Ambos desertan de los estudios cuando falta la autoridad paterna. Revueltas deja la
escuela muy pronto, en 1925, en que decide estudiar por su cuenta en la Biblioteca
Nacional y pasar algunas de sus tardes libres en las oficinas de El
Machete leyendo revistas y libros de la ideología comunista; Paz abandona
la carrera de Leyes que estaba a punto de terminar en 1937, dos años después del trágico
fallecimiento de su padre en las inmediaciones de Santa Marta Acatitla. Ambos viajan muy
jóvenes al extranjero. Revueltas a Moscú en 1935, en que participa como delegado en el
VI Congreso de la Internacional Juvenil Comunista; Paz a Valencia en 1937 como invitado
al Congreso de Escritores Antifascistas en apoyo de la causa de los republicanos
españoles. También muy jóvenes, ambos realizan "trabajo de campo" en el estado
de Yucatán, uno de los epicentros de la Reforma Agraria promovida por el presidente
Lázaro Cárdenas (1934-1940). Al abandonar la carrera de Derecho, Paz se enrola como
profesor en una escuela para obreros y campesinos en la ciudad de Mérida; Revueltas hará
algo semejante apenas un año después. Inspirados por esta experiencia que los remite a
la pobreza de los campesinos henequeneros, los dos escriben poemas que expresan una
profunda inquietud revolucionaria no ajena a "arranques" de carácter
nihilista: anhelan la destrucción del viejo orden para que nazca uno nuevo. Ahí en
Mérida, Paz escribe los borradores iniciales de un poema social que bien podría ser su
primera pieza realmente maestra, Entre la piedra y la flor (1941). Este
poema, que contiene una notable imprecación contra el capitalismo y el imperio del
dinero, y que inaugura entre nosotros una peculiar edad del poema lírico que se muestra
capaz de convivir con un impulso de temple manifestario sin perder por
ello su naturaleza poemática, inicia su último canto con esta exhortación destructiva:
"Dame, llama invisible, espada fría, / tu persistente cólera, / para acabar con
todo, / oh mundo seco, / oh mundo desangrado, / para acabar con todo" (Paz 2014a: 101-108).1
El poema de Revueltas, que data de esos mismos años, y que fue escrito -hay que señalarlo- con
absoluta independencia del de Paz que no será publicado sino cuatro años más tarde,
reproduce una muy semejante ansia de destrucción que deja entrever análoga afinidad
transformadora, como si a través de la exhortación lírica fuese posible acabar con una
realidad que se experimenta como agobiante e injusta: "Es preciso, es preciso, es
preciso que se caigan los muros, / que cesen los venablos de angustia que nos han
atravesado, / que quede nada más un grito clamando, herido eternamente, / y una
sobrehumana colérica voluntad como ramas de un árbol furioso / para golpear hasta el
polvo y el aniquilamiento" (Revueltas 2001:
25-28).2 El poema del joven
Paz quiere acabar con todo; el de José Revueltas golpear hasta
el polvo y el aniquilamiento. Están de acuerdo sin haberse puesto de
acuerdo.
Si bien el sexenio de Cárdenas con su fraseología y su acción reformadora e incluso
socializante es básico en su conjunta formación, tanto Paz como Revueltas dan señas de
una notable precocidad que ya los encuentra "politizados" desde finales de la
década de los veinte, o sea, desde la época del llamado "Maximato". La
radicalidad de Paz tiene que ver con una suerte de "comunismo agrarista", que
hereda de su progenitor, a quien había acompañado siendo muy niño en su destierro
voluntario en los Estados Unidos; la de Revueltas, con el comunismo proletario que lo
lleva a ingresar en las juventudes del Partido Comunista. En su libro Poeta con
paisaje, Guillermo Sheridan sostiene de modo tajante que Octavio Paz
"habría participado, como buena parte de la juventud educada de la clase media
capitalina, en la campaña de Vasconcelos para la presidencia en 1929". Aunque es
cierto que Sheridan se corrige él mismo de inmediato al aclarar: "No mucho, la
verdad, pues era muy joven y su participación fue acaso en calidad de muchedumbre que
gritaba '¡Viva Vasconcelos!' por las calles" (92); me temo que su dicho responde más a la fantasía de un ensayista que
intenta hacer biografía que a una realidad comprobable. Si Paz hubiera simpatizado con
la campaña de Vasconcelos, no hubiera tenido impedimento para reconocerlo él mismo en su
libro autobiográfico Itinerario. Ahí, al referirse al año crucial de
1929, omite de modo significativo toda mención a este movimiento. Afirma, en cambio:
"Yo tenía quince años, terminaba mis estudios de iniciación universitaria y había
participado en una huelga de estudiantes que paralizó la universidad y conmovió al
país" (Paz 1993: 46-47). Es todo, y se
explica. Ni Revueltas ni Paz tendrían por qué sentirse invitados a participar en una
campaña "reformista" como la de Vasconcelos, que había sido -no se olvide-
alto funcionario del régimen del que ahora tomaba distancia, cuando ellos tenían puestas
sus simpatías en causas más radicales como sin duda lo eran las de Emiliano Zapata y
Carlos Marx.
En efecto: otro aspecto que los hermana es su fervorosa y temprana lectura de Marx. El
fallecido colega Jorge Fuentes Morúa demostró de manera fehaciente que a Revueltas lo
deslumbró a finales de los años treinta la lectura de los Manuscritos
económico-filosóficos de 1844, traducidos por primera vez al español por
Alicia Gerstel Rühle y José Harari, un escritor argentino y una exiliada centroeuropea
que habría llegado a México acompañada de su esposo Otto Rühle para escapar de la
persecución nazi en Alemania.3 La
predilección de Revueltas por el concepto de enajenación así como su casi obsesivo
vínculo con la dialéctica de Hegel, provienen sin duda de esta lectura que lo habrá de
acompañar toda su vida y que se refleja en algunas de sus novelas como Los días
terrenales (1949) y Los errores (1964), se explicita en su
famoso Ensayo sobre un proletariado sin cabeza (1962) y culmina en
plena madurez del autor con la Dialéctica de la conciencia (1982), cuya
publicación es póstuma.
De hecho, el primer texto teórico-doctrinario que Revueltas da a las prensas es ya una nebulosa
aplicación de estas y otras (como las de Mariátegui) lecturas marxistas a lo que
podríamos llamar el "problema nacional". Revueltas da a las prensas, en
efecto, en 1939, un folleto titulado "La Revolución Mexicana y el
proletariado" (Revueltas 1985).4 Dejándose llevar por el entusiasmo que
le causaban las transformaciones realizadas por el régimen de Cárdenas, el joven
Revueltas está convencido de que el país se encuentra en la antesala misma del
socialismo, y que sólo falta dar un pequeño empujón para acceder a él. Curiosamente,
Octavio Paz declara de modo retrospectivo algo muy semejante: "Si yo hubiese
escrito El laberinto de la soledad en 1937, sin duda habría afirmado
que el sentido de la explosión revolucionaria mexicana -lo que he llamado la
búsqueda- terminaría en la adopción del comunismo" (Paz 1993: 38).
Una revisión de las primicias editoriales de Octavio Paz indica que él también conoció este
libro fundamental, como es posible comprobarlo si se hace una lectura cuidadosa de un
texto muy poco conocido que su autor dejó olvidado en las revistas Taller y
Tierra Nueva y que habría escrito y publicado por esos mismos años. Me
refiero a "Vigilias: diario de un soñador". En una prosa muy cercana a la de
los románticos alemanes, en la que abundan las citas de Nietzsche, y en la que no faltan
referencias a Engels, Scheler, Kierkegaard y Baudelaire, Paz no sólo se declara
partidario de una "sociedad sin clases" y no sólo se duele de que el dinero
sea "la única criatura viva del mundo burgués", sino que hace suyos los
pensamientos del joven Marx y declara que el mundo capitalista es una suerte de autómata
siniestro que no persigue nada sino su propio fin maquinal. Sostiene ahí Octavio Paz:
"El trabajo, en el mundo capitalista, es infinito, es decir, no tiene fin,
ni finalidad; no sólo no posee ningún sentido personal sino que su esencia
consiste en no tener sentido y en ser impersonal, puesto que no es más que una rueda que
exprime el tiempo y lo vacía, chupando toda su sustancia" (2014a: 147).5 El
anti-humanismo radical del capital ha logrado que el hombre se convierta en "un
instrumento de su instrumento", con lo cual, podríamos agregar, queda sumido en la
enajenación. El dinero, quintaesencia de este sistema, se convierte en un poder autónomo
y a la vez arbitrario. El diagnóstico del joven Paz es agudo y a la vez implacable:
no es una clase la que se sirve de él para expresarse y mantener su poder, es él quien se sirve de sus poseedores para realizar su fatalidad [...]. Pero el dinero no tiene fin ni objeto, es, simplemente, un mecanismo infinito, que no conoce más ley que la del círculo. Es la más pura de las realidades modernas, porque es la más abstracta. No tiene ningún sabor terrenal. No sirve para nada, puesto que no se dirige a nada. Y todos giramos en su órbita, sin salida alguna, en un mundo sin principio ni fin, vacío (148).
No está por demás recordar que todo el Manuscrito de Marx es una invectiva
contra el capitalismo y que la sección III del mismo está dedicada en exclusiva al
asunto del poder del dinero. De tal suerte, sostiene Marx: "La alienación se
manifiesta, por una parte, porque mi medio de subsistencia pertenece a
otro; porque el objeto de mi deseo es el bien inaccesible de
otro; y por otra parte, porque toda cosa es en sí misma
otra que ella misma, porque en fin -y esto vale igualmente para el
capitalista- en general domina el poder inhumano" (78). La idea del capital como un autómata carente de humanidad que ejerce un
poder irresistible que avasalla con todo, está formulada aquí. Acerca del otro gran
tema, el del dinero, Marx afirma, entre otras cosas: "El dinero,
por el hecho que posee la propiedad de comprarlo todo, que posee la
propiedad de apropiarse de todos los objetos, es, por consiguiente, el
objeto en el sentido más eminente" (124). A lo que añade, después de interesantes citas de Shakespeare y
de Goethe: "Puesto que el dinero, noción existente y manifiesta del valor, confunde
y cambia todas las cosas, es la confusión general y el cambio de todas las cosas, por
consiguiente el mundo dado vuelta [el mundo invertido], la confusión y
el cambio de todas las propiedades naturales y humanas" (129-30). En otra parte del mismo texto, Marx hace
referencia al carácter autotélico del dinero, noción que sin duda
sirvió de base a los desarrollos de Paz: "Hasta qué punto el dinero que parece el
medio es el verdadero poder y el objetivo único -hasta qué punto aquel
medio que hace de mí un ser, que me apropia el ser material extraño, es su
propio objetivo..." (77). En estos pasajes Marx insiste, para decirlo de otro modo, en que el dinero
no sólo convierte en un medio a quien debiera ser un fin en sí
mismo: el hombre; sino que este aparente medio es en un sentido muy
determinado y según los resultados prácticos un fin en sí. Esto es:
un fin que se cumple a sí mismo.
Aunque el complejo texto de "Vigilias", premonitorio de otros textos que Paz
escribirá en su madurez, merecería una amplia revisión aparte, considero que es
necesario indicar al menos dos cosas. Primero, que su conocimiento resulta indispensable
si se trata de encontrar los primeros gérmenes de lo que años después se convertiría en
uno de los ensayos más famosos de Paz: El arco y la lira (1956).
Algunos señalamientos respecto al papel del ritmo en la creación poética, así como la
idea de que en una sociedad comunista no será necesario en absoluto escribir poemas o
inventar canciones pues la vida misma será poema y canción encarnados, ya se anticipan
en estas prosas tan influidas por el Romanticismo. Segundo, que estas
"Vigilias" también resultan de valor estratégico si se quiere acceder al
análisis del poema Entre la piedra y la flor, que mencioné antes, pues
este hipotexto fundador podría explicar, entre otras cosas, no sólo la rabia
anticapitalista que recorre al poema, sino la sorprendente existencia de la IV sección,
dedicada toda ella a la temática del dinero. Van como ejemplo unos breves pasajes
pertinentes: "¡Oh rueda del dinero, / que ni te palpa ni te roza / y te deshace
cada día! // [...] ¡El mágico dinero! / Sobre tus huesos se levanta, / sobre los huesos
de los hombres se levanta. // Pasas como una flor por este infierno estéril, / sin
llamas ni pecados, / hecho sólo del tiempo encadenado, / carrera maquinal, rueda vacía /
que nos exprime y deshabita, / y nos seca la sangre, / y el lugar de las lágrimas nos
mata. // Porque el dinero es infinito y crea desiertos infinitos" (2014a:
106-07).6
En cuanto a las lecturas que nos ofrecen tanto Paz como Revueltas de las propuestas contenidas
en Economía política y filosofía de Marx, que ambos habrían conocido
gracias a la edición que propiciaron los exiliados alemanes a finales de los años
treinta, quisiera destacar dos diferencias que se antojan fundamentales. Primero, que en
Revueltas esta lectura tiene, por decirlo así, efectos retardados, de modo que se torna
detectable sobre todo a partir de la publicación de Los días terrenales
(1949), para dar su fruto final en la Dialéctica de la conciencia
(1982); mientras que en Paz -por lo que se ha visto- los efectos son de hecho
inmediatos. Segundo: que mientras a Revueltas esta lectura le permite tomar distancia de
la dogmática estalinista, al ayudarle a considerar que el comunismo no es la solución
del problema del ser humano, sino apenas una condición para el ejercicio cabal de su
libertad; Paz accede a una original interpretación "romántica" del texto, con
lo que de manera perspicaz logra evadir tanto la mediación de la teleología hegeliana
como la astucia historicista de la negación de la negación. Mientras
que la lectura de Revueltas reivindica sobre todas las cosas la presencia de Hegel en
Marx, así como la noción de ser genérico del hombre que viene de
Feuerbach (lo que da lugar a una lectura "humanista" del marxismo), Paz
comprende al joven Marx como hubieran podido hacerlo los Fruhromantik
alemanes. Si Novalis hubiera conocido a Marx -por supuesto que se trata de una
preposteración y de un imposible histórico- lo leería con los ojos con que lo leyó el
joven Octavio Paz. El capitalismo es un círculo infernal; el capital, un autómata
siniestro que sólo persigue sus propios fines. A través del más abstracto de sus
instrumentos, el dinero, el capital vuelve al hombre instrumento de su instrumento y lo
convierte literalmente en un objeto puesto a su disposición.7 En todo caso, me atrevo a sugerir, los efectos
anti-estalinistas de esta precoz lectura de Marx tendrían que ver con el artículo que
publicó Paz denunciado la existencia de los "campos de concentración"
soviéticos en la revista Sur en 1951, tal y como lo documenta Klaus
Meyer-Minnemann en Literatura
Mexicana (2002).
Por lo que llevo dicho, es obvio que a Paz y a Revueltas los hermana también una temprana
afición por la filosofía -que es de igual manera una vocación
filosófica paralela a la literaria y casi tan importante como ella. Eso me obliga a una
puntualización que tiene que ver con la época. No sólo son ambos escritores testigos por
su procedencia generacional de los primeros cambios tectónicos que está produciendo el
accidentado proceso de la Revolución mexicana, igualmente son los primeros en
experimentar en carne propia un singular deslizamiento en el techo sublime de las ideas.
El paradigma de la filosofía francesa, que había dominado durante el porfiriato y que
prevalecía todavía entre los integrantes de la generación del Ateneo de la Juventud y
hasta en una parte del grupo conocido como los Contemporáneos, es sustituido por el
paradigma de la filosofía alemana, con la presencia de Marx, por una parte, y por el
otro con la de la nueva filosofía de corte fenomenológico, a las que sin duda se percibe
como más acordes con los tiempos de transformación que vive el país.8 A Paz y Revueltas les toca en suerte pertenecer a la
primera generación que crece y echa raíces dentro del esquema emergente de estas
corrientes filosóficas. Sin mayores rodeos lo pone de manifiesto el propio Octavio Paz
en Itinerario, cuando afirma: "La influencia de la filosofía
alemana era tal en nuestra universidad que en el curso de Lógica nuestro texto de base
era el de Alexander Pfänder, un discípulo de Husserl" (1993: 49).
Obsérvese bien: Paz no sostiene que haya leído por ese tiempo a Husserl, sino que el tratado de
lógica que estudió en la preparatoria había sido redactado por uno de sus
discípulos.9 Podría sospecharse que
las primeras noticias de la fenomenología (Husserl, Scheler y Heidegger) que ya
circulaban en México a finales de la década de los años veinte y principios de los
treinta, gracias primero al magisterio de Adalberto García de Mendoza y, después, de
Samuel Ramos, habrán de propiciar en los años cincuenta el significativo interés de
Octavio Paz en el pensamiento de Heidegger, esta vez bajo el influjo personal del
traductor de El ser y el tiempo al español, el profesor José Gaos. La
presencia de Heidegger se torna decisiva, como he mostrado en mi libro Las
sendas perdidas de Octavio Paz (Escalante
2013), en la redacción de El arco y la lira, pero se
trasmina igualmente en muchos otros textos del autor, incluso de la última época. Sin ir
más lejos, la conocida sentencia de Heidegger en el sentido de que "el lenguaje es
la casa del ser", la retoma con plena conciencia el Paz tardío cuando llega a
afirmar que "la poesía es la casa de la presencia" (2014b). No está por demás indicar que la identificación entre
"presencia" y "ser" tiene una larga tradición dentro de la historia
del logocentrismo.10
Si todavía hacia el principio de los años cuarenta Paz y Revueltas podían compartir algunas
actitudes, al menos en el campo ideológico y político, la salida de Paz primero a los
Estados Unidos y luego a la Francia de la posguerra, así como su notable deriva por una
parte surrealizante y por la otra heideggeriana que se produce a partir de los años
cincuenta, terminarán por volverlos escritores muy diferentes. La dialéctica, el
movimiento incesante de la materia, los acepta Paz tanto en el mundo material como en el
de los hombres como se ve en su famoso poema Piedra de Sol (1957). El
río indetenible del fluir está tanto en el caminar de río que se curva,
emblemático del mundo natural, según vemos en el íncipit, como en el mundo social del
personaje lírico: "voy entre galerías de sonidos, / fluyo entre las presencias
resonantes". El fluir heracliteano está igual en la búsqueda ansiosa que recorre el
poema: "a la salida de mi frente busco, / busco sin encontrar, busco un instante, /
un rostro de relámpago y tormenta / corriendo entre los árboles nocturnos...". Pero
este correr es provisional. Corresponde al tiempo del "mientras tanto" y del
"todavía no". El poeta en realidad lo que persigue es una sutil epifanía que
habrá de poner fin a la búsqueda y consolidará en cambio la presencia del ser, esto es,
la del ser entendido como presencia plena. Por eso leemos, en los pasajes finales del
texto una invocación como la que sigue: "puerta del ser: abre tu ser, despierta, /
aprende a ser también... [...] / indecible presencia de presencias" (1990: 260, 262, 277). Con un gesto poderoso e
impregnado de dialéctica, que ya no inicia sino consuma el periplo reflexivo, la
epifanía pone al poeta otra vez de frente al fluir natural. Pero este fluir ha sido
neutralizado y es parte de una riqueza del ser acumulable por la figura
del poeta, cuya tentativa ha llegado a puerto. Lo dirá en otros términos al concluir su
discurso de recepción del Premio Nobel en 1990. Da a entender ahí Paz que al final lo
que resplandece es la presencia, sin duda otro nombre del
ser que alcanza a detectarse por los sentidos y que por ello sería
peculiarmente efectivo. Por eso atreve una suerte de profecía filosófica a cumplirse en
un futuro próximo: "Así como hemos tenido filosofías del pasado y del futuro, de la
eternidad y de la nada, mañana tendremos una filosofía del presente. La experiencia
poética puede ser una de sus bases." ¿Qué sabemos del presente?, se pregunta el
autor. De inmediato responde: "Nada o casi nada. Pero los poetas saben algo: el
presente es el manantial de las presencias" (2014c:
549). El corolario de Paz, por lo demás inevitable, está en lo que sigue. Con
ello, en realidad, concluye su discurso: "Entonces las puertas de la percepción se
entreabren y aparece el otro tiempo, el verdadero, el que buscábamos sin saberlo: el
presente, la presencia" (550).
José Revueltas, en cambio, fiel a su concepto de despersonalización se entrega
a ese fluir de la realidad que él llama su "lado moridor". No le interesa que
se abran las puertas del ser ni las de la percepción,
o que se instaure soberano el reino de la presencia; lo que intenta es
dejarse llevar por el flujo mismo de la realidad (un flujo sin duda heracliteano, pero
entendido en toda su eficacia a partir de sus lecturas de Hegel) que supera la realidad
de su conciencia. La tarea del escritor no es imponer su voluntad a los materiales
literarios que él habría escogido, sino dejarse llevar por ellos tratando de encontrar
la tendencia a que obedecen estos mismos materiales, y de seguirla en
todo. La subjetividad del autor, de tal suerte, podrá fundirse con la
realidad objetiva e identificarse con ella, pero sólo a un costo
que implica la "desaparición" misma del autor. Cuando esto sucede, asegura
Revueltas: "Obtenida esta identidad teórica, el pensamiento subjetivo se transforma
en pensamiento objetivo: ya que es la cosa real que se piensa a sí misma, como tal cosa,
en el cerebro del hombre". A consecuencias de ello, según Revueltas, "la
realidad objetiva se autoanaliza en el pensamiento humano y se
convierte en praxis" (1978:
224). Como quien dice, el flujo universal se autoobjetiva al apoderarse del
cerebro del escritor, convirtiéndose con ello en reflexión, es decir, en autoconciencia,
con lo que puede ya recalar en el tormentoso terreno de la acción. Mayor prueba de
hegelianismo no podríamos encontrar.