“Introducción” a Historia originaria de la consciencia

Contenido principal del artículo

Erich Neumann
Jesús M. Gárate

Resumen

Se presenta aquí la introducción a Historia originaria de la consciencia de Erich Neumann, obra hasta ahora inédita en español. Basándose en el desarrollo de la psicología de Carl G. Jung, nuestro autor nos habla de la manera en que el inconsciente se manifiesta a la consciencia a través de imágenes primordiales o colectivas de carácter mítico. Estas imágenes son las encargadas de activar la consciencia y su desarrollo. Al igual que los rasgos morfológicos del cuerpo, según nuestro psicólogo, los elementos estructurales de la psique son heredados y causa “infalible” de desórdenes psicóticos si son ignorados o maltratados.

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Detalles del artículo

Cómo citar
Neumann, E. ., & Gárate, J. M. . (2025). “Introducción” a Historia originaria de la consciencia. Interpretatio. Revista De hermenéutica, 10(1), 45-57. https://doi.org/10.19130/iifl.irh.2025.1/00S329X7W034
Sección
Dossier: Documentos
Biografía del autor/a

Erich Neumann

Realizó estudios de filosofía, literatura, medicina y psicología analítica con Jung. Su obra se centra en el estudio del simbolismo matriarcal-femenino, la mitología cultural y la creatividad humana. Entre sus obras podemos citar La Gran Madre. Una fenomenología de las creaciones femeninas de lo inconsciente; Psicología profunda y nueva ética; El niño; Amor y Psique y El mundo arquetipal de Henry Moore. Solo el primer libro ha sido traducido al español.

Citas

Jung, Carl G.-Kerényi, Karl. Einführung in das Wesen der Mythologie. Gerstenberg, 1941. Traducción al español: Introducción a la esencia de la mitología. Madrid: Siruela, 2012.

Mead, Margaret. Sex and Temperament in The Primitive Societies. New York, 1935.

Neumann, Erich. Introducción a Historia originaria de la consciencia (Ursprungsgeschichte des Bewusstseins), inédita en español.

Neumann, Erich. Tiefenpsychologie und neue Ethik. Francfurt: Fischer Taschenbuch, 1949.

Presentación

La obra de Erich Neumann (Berlín, 1905-Tel-Aviv, 1960) gira en torno a dos temas fundamentales: la psicología profunda de lo femenino y el desarrollo de la consciencia matriarcal, por un lado; y, por otro, el hombre creativo y sus relaciones con el inconsciente. Ambos temas están estrechamente entrelazados, encontrando su punto de apoyo y última referencia en los conceptos del “inconsciente colectivo” y los “arquetipos”.

Son numerosos los trabajos de Neumann que se ocupan de la consciencia matriarcal La Gran Madre; Amor y Psique: el desarrollo psíquico de lo femenino; Sobre la Luna y la conciencia matriarcal; Los estadios psicológicos del desarrollo de lo femenino, entre otros. La “consciencia matriarcal” es el estado originario de la posterior evolución de la consciencia patriarcal: esta última se caracteriza por el desarrollo y consiguiente autonomía del yo consciente, forzando en ocasiones la ruptura de los dos sistemas psíquicos: inconsciente y consciencia. Tal ruptura sería la causa de la neurosis y desorientación del hombre moderno, que se encuentra desligado del “fondo materno”. Por el contrario, la consciencia matriarcal nos remite a un estado psicosocial en el cual se da una ligazón entre el yo y el inconsciente. Aquí la psique forma un todo unitario y global: es la situación psíquica del hombre en sus momentos creativos (hay una sintonía o concordancia entre ambas estructuras). En la consciencia matriarcal se da la participación mítica, la unión de la consciencia y de lo transpersonal o colectivo. El yo propio de esta consciencia matriarcal es un yo receptivo, busca la sintonía con el inconsciente, y se deja llevar por él, dando forma y figura a lo misterioso, numinoso, a lo sin forma.

Lo femenino (entendemos lo “femenino” y lo “masculino” simbólicamente, tanto la mujer como el hombre individuales participan de ambas categorías) queda definido por dos caracteres fundamentales, los cuales se corresponden con diferentes fases de desarrollo. En primera instancia, lo femenino se distingue por su carácter elemental, conservador, que lo lleva a hacerse con todo lo que surge de él. La psique en su estado original es dominada por el inconsciente (madre), que lo abarca y contiene todo; el ego (niño) que comienza a desarrollarse no consigue desligarse, y continuamente acaba sumiéndose en la inconsciencia. Pero este carácter eminentemente maternal se torna en una fase posterior de desarrollo en el carácter transformador, propio también de lo femenino. Es el aspecto dinámico, que lleva al movimiento, al cambio, a la transformación. Es la madre que en estado de embarazo no solo siente la transformación obvia del hijo, sino la suya propia. El ego, que ha abandonado el estado original de contención placentera, se posiciona frente al inconsciente, dándose una situación de tensión o peligro, pudiendo acabar en la ruptura definitiva o en la vuelta y retorno a la madre. Solo manteniendo una armonía tensa permanente es posible escapar a la esclerosis, logrando la transformación, la creatividad.

En esta fase, el ego ya formado puede resistir la fuerza de atracción del inconsciente, y además, como consecuencia de esta relación tensional, el ego resulta enriquecido. Es el fenómeno de la creatividad, proceso creativo que solo es posible si el sujeto no queda recluido en su individualidad racional. La creatividad o transformación exige la participación de toda la psique, pues solo mediante el concurso conjunto del yo consciente y del inconsciente (colectivo) se puede alcanzar la producción creativa. El papel del artista es conectar con el mundo de los arquetipos, y extraer nuevos valores que añadir al canon cultural vigente, si bien es posible y frecuente que dichos nuevos valores no sean aceptados por el grupo. El artista viene a renovar el canon cultural dominante, siendo tal tarea contestada por la consciencia colectiva. No es de extrañar que hoy en día, cuando los antiguos dominios de lo colectivo, tales como la religión, los mitos, festivales, ritos, etc., han perdido su influencia, sea el arte el ámbito por excelencia donde es posible para el ego individual fundirse con el fondo transpersonal de los arquetipos y recuperar la experiencia de una relación global, total, con la realidad circundante y con el “tú”. Al desarrollar la consciencia nos hemos alejado de la experiencia del mundo; en el proceso creativo nos es dado recuperar dicha experiencia sobre la que se ha erigido nuestra razón.

En su obra fundamental, Historia originaria de la conciencia, cuya introducción traducimos a continuación, hace Neumann un recorrido evolutivo de la consciencia del hombre moderno desde sus orígenes pasando por las diferentes fases de desarrollo. No es un estudio propiamente histórico sino evolutivo, pues no es posible establecer una correlación exacta entre las épocas históricas y las etapas del desarrollo. Se trata, más bien, de ver las diferentes fases o estadios por los que pasa la consciencia, fases que podemos observar tanto en el desarrollo individual de la persona, como en el del grupo o especie. En un principio es el inconsciente el que domina el conjunto de la psique formando una totalidad unitaria. Es el estado caracterizado por la figura del Uroboros (la serpiente que, formando un círculo, se muerde la cola), símbolo de la perfección originaria, de la unión indistinta de los contrarios. A partir de aquí, la consciencia se irá desarrollando y adquiriendo progresivamente más independencia hasta conformarse como una estructura autónoma. Llegados a este punto existe el riesgo de que se produzca un cisma, y de que el yo consciente se desligue por completo del trasfondo inconsciente, o, lo que es lo mismo, la cultura de la naturaleza, la razón de la vida. Esta es la causa última de la neurosis propia del hombre moderno: su aislamiento, su reclusión en un yo individual y racional.

El desarrollo de la consciencia, aparte de otros factores, está determinado por los arquetipos, imágenes primordiales que pueblan el inconsciente colectivo, y en los cuales está contenida la memoria de la experiencia inconsciente, que el hombre en su infancia, individual y colectiva, ha tenido de la realidad. En palabras de Jung, podemos pensar en los arquetipos como “configuraciones de la pulsión”; son el correlato psíquico, imagínico, de los instintos. En los arquetipos están recogidas, en forma de imágenes, las vivencias fundamentales del hombre.

El arquetipo en-sí permanece siempre oculto, y solo es a través de sus manifestaciones simbólicas como la consciencia llega a tener acceso a él. Es en el arte, la religión, la mitología y folclore donde los arquetipos se plasman en formas plásticas. En la investigación de Neumann los arquetipos tienen una doble significación: en primer lugar, los arquetipos nos indican en qué estado de desarrollo se encuentra la consciencia y cuál es la relación de fuerzas entre las diferentes estructuras de la psique. Por tomar un ejemplo, los arquetipos de la Gran Madre (dominio del inconsciente maternal sobre un ego embrionario) y del Héroe (autonomía del ego) hacen referencia a dos estructuras psicosociales de muy distinto signo. Asimismo, los arquetipos “inician el proceso de reacción consciente y asimilación”, es decir, los arquetipos interpelan a la consciencia, la fuerzan a entablar un diálogo con ellos, a concienciar el contenido de estos, contribuyendo de esta manera al desarrollo de la consciencia. Esta solo puede extender sus fronteras mediante la apropiación de los contenidos del inconsciente colectivo; el yo personal surge a partir de lo transpersonal, y si bien la propia psique tiende hacia la consolidación de la consciencia individual, es preciso evitar que esta corte todo lazo de unión con el inconsciente colectivo, el cual se mantiene ahí, amenazando con inundar la consciencia. Hay que evitar los dos extremos: la neurosis o desligación, y la locura o inflación del inconsciente colectivo.

“Introducción”

El intento de mostrar las fases arquetípicas del desarrollo de la consciencia está basado en la psicología profunda moderna. Es una aplicación de la psicología analítica de C. G. Jung, incluso cuando ampliamos esta psicología, e incluso cuando podamos traspasar especulativamente sus fronteras.

A diferencia de otros posibles y necesarios métodos de investigación que consideran el desarrollo de la consciencia en relación con los factores ambientales, humanos y naturales, externos, nuestra investigación se va a preocupar más de los factores internos, psíquicos y arquetípicos que determinan el curso de tal desarrollo.

Los elementos estructurales del inconsciente colectivo son denominados por Jung “arquetipos” o “imágenes primordiales”. Son las formas configurativas de los instintos, pues el inconsciente se manifiesta a la mente consciente en imágenes, las cuales, al igual que en los sueños y fantasías, inician el proceso de reacción consciente y asimilación.

Estas imágenes fantásticas tienen sin lugar a dudas sus analogías más cercanas en los tipos mitológicos. Debemos asumir, por lo tanto, que corresponden a ciertos elementos colectivos (y no personales) estructurales de la psique humana en general, y, al igual que los elementos morfológicos del cuerpo humano, son heredados.2

Los elementos estructurales arquetípicos de la psique son órganos psíquicos de cuyo funcionamiento depende el bienestar del individuo, y cuya lesión tiene desastrosas consecuencias:

Son, asimismo, causa infalible de los desórdenes neuróticos e incluso psicóticos, comportándose exactamente igual que órganos físicos o sistemas funcionales orgánicos descuidados o maltratados.3

Es intención de nuestra obra mostrar cómo una serie de arquetipos son componente fundamental de la mitología, y que mantienen una relación orgánica los unos con los otros, y que su sucesión en estadios determina el crecimiento de la consciencia. En el curso de su desarrollo ontogenético, la consciencia del ego individual tiene que pasar por las mismas fases arquetípicas que determinaron la evolución de la consciencia en la historia de la humanidad. El individuo ha de seguir en su propia vida el mismo camino que la humanidad ha recorrido con anterioridad, habiendo dejado rastros de su viaje en la secuencia arquetípica de las imágenes mitológicas que examinamos. Normalmente las fases arquetípicas son vividas sin ningún tipo de trastorno, y el desarrollo de la consciencia continúa a través de ellas con la misma naturalidad que el desarrollo físico se sucede en las fases de maduración corporal. Como órganos de la estructura psíquica, los arquetipos se articulan los unos con los otros de forma autónoma, igual que órganos físicos, y determinan la maduración de la personalidad de manera análoga a los componentes hormonales biológicos de la constitución física.

Aparte de su significación “eterna”, tiene el arquetipo, de suyo propio, un aspecto histórico. El ego consciente evoluciona recorriendo una serie de “imágenes eternas” y ese yo, transformado en dicho recorrido, está constantemente experimentando una nueva relación con los arquetipos. Su relación con la eternidad de las imágenes arquetípicas es un proceso de sucesión en el tiempo, es decir, tiene lugar en etapas. La habilidad para percibir, entender, e interpretar estas imágenes cambia según va cambiando el ego consciente en el curso de la historia filogenética y ontogenética del hombre; consecuentemente la relatividad de las “imágenes eternas” y de su relación con el ego consciente en evolución, se hace más y más pronunciada.

Los arquetipos que determinan las fases del desarrollo de la consciencia forman solo un segmento de la realidad arquetípica en su conjunto. Pero al valernos de la visión evolutiva o sinóptica podemos trazar una especie de hilo conductor que recorra el simbolismo oculto del inconsciente colectivo, lo cual nos ayuda a orientarnos en la teoría y en la práctica de la psicología profunda.

Una investigación de las fases arquetípicas no solo supone una contribución al desarrollo de la personalidad humana, sino que también nos proporciona una mejor orientación psicológica en diversos campos próximos, como por ejemplo la historia de la religión, antropología, psicología de los pueblos y similares. Campos todos en los cuales un acercamiento psicoevolutivo nos permitiría un entendimiento más profundo.

De manera sorprendente, todas estas ciencias especializadas no han aceptado suficientemente la colaboración de la psicología profunda, y menos aún de la psicología junguiana. A pesar de ello, el punto de partida psicológico de todas estas disciplinas se nos presenta cada vez con mayor claridad, y empieza a hacerse evidente que la psique humana es la fuente de todos los fenómenos culturales y religiosos. De ahí que no podamos evitar por mucho tiempo tomar en consideración la psicología profunda.

Debemos recalcar que nuestra exposición del mito no está basada en ninguna de las disciplinas científicas, bien sea arqueología, religión comparada, o teología, sino simple y llanamente en el trabajo del psicoterapeuta, cuyo interés son los antecedentes psíquicos del hombre moderno. La conexión entre su psicología y las capas más profundas de la humanidad aún vivas en él son el verdadero punto de partida y tema de trabajo. El método de exposición deductivo y sistemático que hemos adoptado puede que en un principio enturbie el significado actual y terapéutico de nuestros hallazgos, pero cualquiera que esté familiarizado con los fenómenos psíquicos reconocerá pronto la importancia de estas conexiones, cuya ilustración más detallada mediante material empírico actual dejamos para un examen posterior.

Como es bien sabido, el método “comparativo” de la psicología analítica coteja el material simbólico y colectivo encontrado en los individuos con los productos correspondientes de la historia de la religión, psicología primitiva, etc., y de esta manera llega a una interpretación estableciendo el “contexto”. Este método es complementado por el enfoque evolutivo, el cual considera el material desde el punto de vista de la fase alcanzada por la consciencia en desarrollo, y por lo tanto de las relaciones del ego con el inconsciente. Por consiguiente, nuestra obra enlaza con esa temprana obra fundamental de Jung Wandlungen und Symbole der Libido, incluso cuando nos veamos obligados a hacerle ciertas correcciones. Mientras que en el psicoanálisis freudiano el enfoque evolutivo nos conducía a una teoría de la libido concretística y estrechamente personalista, la psicología analítica ha desistido de continuar en esta línea de investigación.

En efecto, el surgimiento del fondo humano colectivo como una realidad transpersonal nos ha obligado a reconocer la relatividad de nuestra propia posición. La multiplicidad de formas y fenómenos en que se expresa la diversidad infinita de la psique humana, la riqueza de culturas, valores, pautas de comportamiento, y cosmovisiones fruto de la vitalidad de la estructura psíquica del hombre, hace parecer, de antemano, cualquier intento de alcanzar una orientación general una aventura peligrosa y de signo incierto. Aun así, tal esfuerzo debe ser hecho, si bien teniendo en cuenta que nuestra orientación específicamente occidental es solo una entre otras muchas. El desarrollo de la consciencia como una forma de desarrollo creativo es una conquista particular del hombre occidental. El desarrollo creativo del ego consciente significa que, a través de un proceso continuo que se ha prolongado durante miles de años, el sistema consciente ha absorbido más y más contenidos inconscientes extendiendo progresivamente, sus fronteras. Aunque desde la antigüedad hasta los tiempos más recientes vemos cómo continuamente un nuevo y diferentemente configurado canon cultural reemplaza al anterior, es característico de Occidente el haber logrado un continuo cultural e histórico en el cual cada canon es paulatinamente integrado. La estructura de la consciencia moderna descansa en esta integración, y en cada periodo de su desarrollo el ego debe absorber fragmentos fundamentales del pasado cultural que le son transmitidos por el canon de valores insertos en su propia cultura y sistema de educación.

El carácter creativo de la consciencia es una característica fundamental del canon cultural de Occidente. En la cultura occidental, y en cierta medida también en el lejano Oriente, podemos seguir el continuo, si bien a menudo tortuoso, desarrollo de la consciencia a lo largo de los últimos 10 000 años. Solamente aquí el canon del desarrollo en fases, encarnado colectivamente en las proyecciones mitológicas, ha llegado a convertirse en modelo para el desarrollo del ser humano individual; solamente aquí se han dado los comienzos creativos de la individualidad asumidos por el colectivo y presentados como el ideal de todo desarrollo individual. Siempre que este tipo de ego consciente creativo se haya desarrollado, o esté desarrollándose, las fases arquetípicas de la evolución de la consciencia están en vigor. En las culturas estacionarias, o en las sociedades primitivas en las que los rasgos originales de la cultura humana se mantienen vivos, las fases más tempranas de la psicología humana predominan de tal modo que los caracteres “individual” y “creativo” no son asimilados por el colectivo. Ciertamente, los individuos creativos y poseedores de una consciencia más fuerte son aquí clasificados por el colectivo como antisociales.4

La creatividad de la consciencia puede ser puesta en peligro por totalitarismos religiosos o políticos, pues cualquier fijación autoritaria del canon conduce a la esterilidad de la consciencia. Tales fijaciones, sin embargo, solo pueden ser provisionales. Por lo que se refiere al hombre occidental, la vitalidad del ego consciente y de su capacidad asimiladora está más o menos asegurada. El progreso de la ciencia y las cada vez más obvias amenazas por parte de las fuerzas inconscientes para con la humanidad obligan a la consciencia, desde dentro y desde fuera, a un continuo autoanálisis y expansión. El individuo es el portador de esta actividad creativa de la mente y, por lo tanto, permanece como el factor decisivo de todo desarrollo occidental futuro. Esto sigue siendo verdadero a pesar del hecho de que los individuos cooperen y se comprometan mutuamente con una democracia espiritual.

Cualquier intento por parte de la psicología analítica de perfilar las fases arquetípicas debe comenzar estableciendo claramente la diferencia fundamental entre los factores psíquicos personales y los transpersonales. Los factores personales son aquellos que pertenecen a una personalidad individual y que no son compartidos por ningún otro individuo, independientemente de si son conscientes o inconscientes. Los factores transpersonales, por el contrario, son colectivos, suprapersonales o extrapersonales, y han de ser considerados no como condicionamientos externos sino como elementos estructurales internos. Lo transpersonal representa un factor que es en gran medida independiente de lo personal, pues lo colectivo, en su correlato personal o individual, es un producto tardío de la evolución.

Toda indagación histórica ―y toda consideración evolutiva es en este sentido histórica― debe comenzar por lo tanto con lo transpersonal. En la historia de la humanidad, así como en el desarrollo del individuo, hay una preponderancia inicial de los factores transpersonales, y solo en el curso del desarrollo toma presencia el ámbito de lo personal y adquiere independencia. El hombre consciente individualizado de nuestra época es un hombre tardío, cuya estructura está levantada sobre fases humanas previas preindividuales de las cuales solo poco a poco se ha ido desligando la consciencia individual.

La evolución de la consciencia en fases es tanto un fenómeno humano colectivo como un fenómeno particular del desarrollo del individuo. El desarrollo ontogenético o individual puede ser considerado por lo tanto como una nueva reformulación del desarrollo filogenético o colectivo.

Hay dos fenómenos psíquicos que son consecuencia de la interdependencia de lo colectivo y lo individual. Por un lado, la historia de los primeros pasos del colectivo está determinada por imágenes primordiales internas que aparecen exteriormente como factores poderosos ―dioses, espíritus, démones― que se convierten en objetos de culto. Por otro lado, el simbolismo colectivo del hombre también aparece en el individuo, y el desarrollo psíquico, con o sin contratiempos, de cada individuo está regido por las mismas imágenes primordiales que determinan la historia colectiva de la humanidad.

Debido a que nos hemos propuesto exponer el canon completo de las fases mitológicas, su secuencia, sus interconexiones y su simbolismo, no solo nos está permitido, sino que es una obligación, extraer el material relevante de diferentes esferas de la cultura y de diferentes mitologías, independientemente de si están presentes todas las fases en cualquiera de las culturas.5

No sostenemos por lo tanto que todas las fases del desarrollo de la consciencia han de ser encontradas siempre, en todo lugar ni en todas las mitologías, de la misma manera que la teoría de la evolución tampoco sostiene que todas las fases de la evolución de cada especie animal han de darse en la evolución del hombre. Lo que sí afirmamos es que estas fases de desarrollo se conforman ellas mismas en una secuencia ordenada, determinando de esta manera todo desarrollo psíquico. Igualmente afirmamos que estas fases arquetípicas son determinantes inconscientes y que pueden ser encontradas en la mitología, y que solo contemplando la estratificación colectiva del desarrollo humano junto con la estratificación individual del desarrollo de la consciencia podemos llegar a una comprensión del desarrollo psíquico en general, y del desarrollo individual en particular.

De nuevo, la relación entre lo transpersonal y lo personal, que tiene un papel decisivo en toda vida humana, queda preformada en la historia del hombre. Pero este aspecto colectivo de la relación no ha de ser entendido en el sentido de que hechos históricos, únicos o recurrentes sean “heredados”, pues hasta el presente no se ha encontrado ninguna prueba científica sobre la herencia de características adquiridas. Por esta razón, la psicología analítica considera que la estructura de la psique está determinada por dominantes transpersonales a priori ―arquetipos― los cuales, siendo componentes y órganos esenciales de la psique, moldean el curso de la historia del hombre.

El motivo de la “castración”, por ejemplo, no es el resultado de la herencia de una amenaza de castración repetida innumerables veces por parte de un padre primordial, o bien por una infinidad de padres. La ciencia no ha descubierto nada que pudiera apoyar tal teoría, que además presupone la herencia de características adquiridas. Cualquier reducción de la amenaza de castración, parricidio, la contemplación del coito parental, etc., a hechos históricos y personalísticos (lo cual supondría dibujar los comienzos de la historia de la humanidad a semejanza de la familia patriarcal burguesa del siglo xix) es científicamente inadmisible.

Es una de las tareas de nuestro trabajo mostrar que, por lo que se refiere a estos y otros “complejos”, estamos en realidad tratando con símbolos, formas ideales, categorías psíquicas y figuras básicas estructurales, cuyas infinitamente diversas formas de actuación gobiernan la historia de la humanidad y del individuo.6

El desarrollo de la consciencia en fases arquetípicas es un hecho transpersonal, una autorrevelación de la estructura psíquica, la cual domina la historia de la humanidad y del individuo. Incluso las desviaciones de la senda de la evolución, su simbología y sintomatología, deben ser entendidas en relación con estas figuras arquetípicas primigenias.

En el estudio de las fases mitológicas de la evolución de la consciencia, el acento recae en la amplia exposición del material mitológico, y en la demostración de las conexiones entre los símbolos y los diversos estratos del desarrollo de la consciencia. Solamente a partir de aquí podemos llegar a captar el desarrollo normal y los fenómenos tanto de la psique sana como de la enferma, fenómenos en los cuales aparecen constantemente los problemas colectivos como los problemas básicos de la existencia humana y que deben ser entendidos de esta manera.

Además de descubrir las fases evolutivas y sus conexiones arquetípicas, nuestra investigación también tiene un propósito terapéutico, a la vez individual y colectivo. La integración de los fenómenos psíquicos personales con los correspondientes símbolos transpersonales es de gran importancia para el desarrollo ulterior de la consciencia y para la síntesis de la personalidad.

El encuentro del yo consciente con los estratos humanos y culturales de donde surgen estos símbolos es, en el sentido original de la palabra, bildend (formativo). La consciencia adquiere de esta manera imágenes (Bilder) y formación (Bildung), amplía su horizonte y se carga con nuevos contenidos que constelan un nuevo potencial psíquico. Aparecen nuevos problemas, pero también nuevas soluciones. A medida que los datos puramente personales van entrando en contacto con lo transpersonal, y el aspecto humano colectivo es redescubierto y comienza a despertar, nuevas perspectivas, nuevas posibilidades de vida, se van añadiendo a la personalidad estrechamente personalística y rígida del hombre moderno enfermo de individualismo.

Nuestro propósito no se limita a señalar la verdadera relación del ego con el inconsciente, y de lo personal con lo transpersonal. Hemos de entender también que la falsa interpretación personalística de todo lo psíquico es la expresión de una ley inconsciente que ha conducido al yo consciente del hombre moderno a malinterpretar su verdadero papel y significado. Pues solamente cuando hayamos dejado bien claro hasta qué punto la reducción de lo transpersonal a lo personal brota de una tendencia que tuvo en un momento un significado muy importante, pero que a partir de la crisis de la consciencia moderna ha perdido todo sentido, estará nuestra tarea completada. Solo cuando hayamos reconocido cómo lo personal se desarrolla a partir de lo transpersonal, y se desgaja de él pero -a pesar del papel crucial del ego consciente- permanece siempre enraizado en él, podremos devolver a los factores transpersonales su peso y significado originales, sin lo cual es imposible una vida saludable, individual y colectiva.

Esto nos lleva a un fenómeno psicológico que será discutido en profundidad bajo el nombre de “ley de personalización secundaria”. Esta sostiene que contenidos que en un principio eran transpersonales y originalmente aparecían como tales son, en el curso del desarrollo de la consciencia y del yo, tomados como personales. La personalización secundaria de contenidos transpersonales primarios es en cierto sentido una necesidad evolutiva, pero conlleva peligros que para el hombre moderno pueden ser en su conjunto excesivos. Es necesario para la estructura de la personalidad que contenidos que originalmente tomaban la forma de deidades transpersonales sean finalmente experimentados como contenidos de la psique humana; pero este proceso deja de ser un peligro para la salud de la psique solo cuando la psique es ella misma considerada suprapersonalmente, como un mundo numinoso de sucesos transpersonales. Si, por otro lado, los contenidos transpersonales son reducidos a los datos de una psicología puramente personalística, el resultado no es solo un espantoso empobrecimiento de la vida individual ―que podría mantenerse como un asunto meramente personal―, sino también una “congestión” del inconsciente colectivo, lo cual tiene consecuencias desastrosas para la humanidad en su conjunto.

La psicología, habiendo penetrado en las capas de lectivas por su investigación de los niveles profundos de la psique individual, ha de convertirse en una terapia individual y colectiva capaz de hacer frente a los fenómenos de masas que están devastando a la humanidad. Uno de los objetivos más importantes de toda psicología profunda en el futuro será su aplicación terapéutica al colectivo humano. Habrá de corregir y prevenir los trastornos de la vida colectiva, del grupo, mediante la aplicación de sus puntos de vista específicos.7

La relación del ego con el inconsciente y de lo personal con lo transpersonal marca el destino no solo de lo individual, sino también de la humanidad. El escenario de este encuentro es la consciencia. En el presente trabajo, una parte fundamental de la mitología es vista como la automanifestación inconsciente del crecimiento de la consciencia en el hombre. La dialéctica entre la consciencia y el inconsciente, su transformación, su autoliberación, y el nacimiento de la personalidad humana a partir de esta dialéctica forman nuestra temática fundamental.

Bibliografía

  1. , (). . . . Traducción al español: Introducción a la esencia de la mitología. Madrid: Siruela, 2012
  2. (). . . .
  3. (). . . Francfurt: Fischer Taschenbuch. .
Jung-Kerényi, Einführung in das Wesen der Mythologie, 110. Hay traducción al español: Introducción a la esencia de la mitología (Madrid: Siruela, 2012).
Ibíd., 112.
Margaret Mead, Sex and Temperament in The Primitive Societies (New York, 1935), 228 ss.
Una investigación en profundidad de las fases arquetípicas en ciertas culturas y mitologías sería enormemente interesante, ya que la ausencia o sobreacentuación de determinadas fases nos permitiría extraer importantes conclusiones sobre las culturas en cuestión.
Es en este sentido que utilizamos los términos masculino y femenino a lo largo de toda la obra, no como características personales en relación con el sexo, sino como expresiones simbólicas. Cuando decimos que dominantes masculinos o femeninos se manifiestan en ciertas fases, culturas, tipos de persona, esto es una afirmación psicológica que no ha de ser reducida a términos biológicos o sociológicos. El simbolismo de masculino y femenino es arquetípico y, por lo tanto, transpersonal, siendo proyectado, erróneamente, en las diferentes culturas, sobre personas consideradas como las portadoras de dichas características. En realidad, cada individuo es psicológicamente híbrido. Incluso el simbolismo sexual no puede ser extraído de la persona, pues es anterior a ella. Por el contrario, es una de las claves de la psicología del individuo que en todas las culturas la integridad de la personalidad es violada cuando es identificada con, bien sea, el lado masculino o femenino del principio simbólico de los contrarios.
Véase E. Neumann, Tiefenpsychologie und neue Ethik (Francfurt: Fischer Taschenbuch, 1949).
Presentamos aquí la traducción de la Introducción de Erich Neumann a su obra magna Historia originaria de la consciencia (Ursprungsgeschichte des Bewusstseins), hasta ahora inédita en español. La traducción del original es de Jesús M. Garate. Revisión de Andrés Ortiz-Osés.