De perspectivas, contextos y horizontes
El mundo es cada vez más estrecho debido a la expansión de los sistemas de comunicación, pero los contactos humanos verdaderos no se vuelven más fáciles, por muchas razones que no es el momento de dilucidar, siendo la barrera lingüística una de las más inmediatas cuando de entenderse entre sí se trata. No es la única; pero el traductor es alguien dedicado no solo a romper la barrera de la mudez y a establecer la luz del contacto, sino a facilitar que las personas se comprendan unas a otras más allá de las acepciones tomadas del diccionario. Más que traducir palabras, hay maneras de transmitir los sentidos que las acompañan, sentidos que van fluyendo y evolucionando a través de contextos. Desiderio Navarro sabía poner los acentos, o bien, re-acentuar los textos en un contexto de recepción novedoso que destinaba, mediante la traducción, a un receptor que no era el de origen: los teóricos rusos y, en general, extranjeros, ubicándolos en un medio sociohistórico que les era ajeno. Luchó por la comprensión con obstáculos de orden ideológicamente paradójico: en un momento de máxima difusión de la cultura soviética en Cuba, en todos sus niveles, hubo resistencia a un pensamiento más complejo del que ordinariamente se le ofrece al actor principal de la historia, o sea, el pueblo.
El tiempo avanza cada vez más rápidamente. En primer grado de primaria me regalaron un libro en el que encontré una mención geográfica, primera en mi vida, de una enigmática isla llamada Cuba. Corría el año 1953, memorable tanto para la Unión Soviética, donde nací, como para la propia Cuba (la muerte de Stalin, el asalto al cuartel Moncada), pero para la gente común, por mis lares, y desde aquella distancia, tanto moral -eran todavía los tiempos de Stalin- como espacial, no se divisaba gran cosa. Ya en mi adolescencia, Cuba se acercó tanto que adquirió materialidad e imagen ni más ni menos que con la Revolución Cubana. Se impusieron sus símbolos, sonidos e imágenes que marcaron a mi generación. El que hoy me exprese en español sobre estos temas se debe, en gran medida, a aquel grito de júbilo que había llegado hasta nosotros, y que mi generación no ha olvidado: ¡Habla Cuba, el territorio libre de América! Digan después que solo las condiciones materiales son capaces de cambiar destinos e influir en mentalidades.
Desiderio Navarro y nosotros
Desiderio Navarro, pensador crítico hacia el interior de su país, y revolucionario hacia el exterior, era un marxista convencido.
Represento, gracias a los avatares del destino, pero también a consecuencia de una libre elección debida al ascendiente que tuvo la Revolución Cubana en mi generación, a los estudios literarios mexicanos, no rusos; y la situación de la traducción y del transfer cultural del que se ocupaba Desiderio Navarro me es inherente. Pero por lógica y por la situación concreta en la disciplina, la teoría rusa, de la que por cierto supe más en México que en mi país de origen, ha estado presente aquí en igual medida que en el mundo universitario de muchos países, gracias a la traducción.1 Desiderio Navarro, como paladín del pensamiento teórico-cultural en español, ha sido una leyenda para nosotros en la Universidad Nacional Autónoma de México y en El Colegio de México, por lo menos desde fines de los setenta. Sabíamos que la revista cubana Criterios, fundada y dirigida por Desiderio Navarro desde 1972, estaba dando a conocer en español la teoría literaria contemporánea. Pero, a pesar de la obvia cercanía de Cuba, tan solo algunos números aislados de la revista caían en nuestras manos, y demasiado esporádicamente, a pesar de nuestra apremiante necesidad de contar con textos teórico-literarios en español cuando estábamos estudiando el doctorado: era el momento cumbre de la lingüística estructural y la semiótica, disciplinas piloto de la segunda mitad del siglo XX. He aquí el relativismo de las distancias físicas y morales: una Cuba vecina geográficamente, pero alejada ideológicamente; la teoría semiótica, cercana gracias a los textos en inglés, francés y, luego, traducidos al español.
La sensación de lejanía se prolongó, con todo y que con el transcurso del tiempo pude conocer a Desiderio personalmente y tratarlo en diferentes escenarios académicos, en México, en Canadá, y alguna vez en Cuba, pero el acceso a los textos que estaba dando a conocer era restringido y muchas veces casual,2 hasta que el modo electrónico se hiciera generalizado, y el mismo Desiderio empezara a difundir los textos traducidos en forma de CD-ROM, etc. A pesar de que esporádicamente caían en mis manos textos realmente muy valiosos y útiles para mi trabajo, como Intertextualité, compilación de los cuasiclásicos de la teoría literaria francesa, o Intertextualität, su homónimo de origen alemán, o bien el Árbol del mundo, un diccionario enciclopédico temático de antropología; hay muchos textos más que debemos al esfuerzo de Desiderio Navarro, pero al mismo tiempo hay que valorar en su verdadera dimensión sus logros como pensador y teórico de la cultura, antidogmático y comprometido.
Por cultura, en el sentido actualizado y de acuerdo con Lotman, uno de los héroes culturales de Desiderio, entiendo la totalidad del mundo humano alcanzado por el lenguaje, mundo conceptuado y transformado gracias a la actividad laboral del ser humano y evaluado comunicativamente. Un mundo fundado y reelaborado y, en la medida de este hacer humano, un mundo dicho.
Lo que el lenguaje no es capaz de nombrar no existe (para nosotros); ¿acaso no es así? No, gracias al lenguaje también suponemos, construimos hipótesis, conceptos y ponemos límites al conocimiento (siguiendo a Kant), límites que luego pretendemos rebasar mediante diversos recursos, todos relacionados con el lenguaje. Es el lenguaje el que nos permite organizar y entender la experiencia del mundo físico, interactuando para edificar lo nuevo, más allá del instinto y el código genético, y darle sentido más allá de lo palpable. Solo el conocimiento nuevamente adquirido, no el heredado genéticamente, o sea, la historia, forma parte de la memoria cultural que nos permite avanzar. Y para ello, necesitamos un lenguaje articulado y pleno de valoraciones sociales, que muchas veces hacen tropezar la comunicación, pero tenemos que lidiar con ello tomando conciencia de las limitaciones.
El oficio de traductor
El oficio de traductor, en el mundo contemporáneo, se ha convertido, sobre el terreno de la aldea global que habitamos, en una tarea fundamental; aquel que lo desempeña participa intensamente como un elemento primordial del transfer cultural, o bien, cuerda de transmisión, en la intercomunicación y en la transmisión de las “buenas nuevas” y de lo que ya se advierte, aunque todavía no se entiende ni se dice.
Desde una mirada retrospectiva, en la que, ahora nos vemos obligados a ver a Desiderio Navarro, que por desgracia ya no está con nosotros, me parece que fue un verdadero héroe cultural. Y lo fue porque habló a la Revolución Cubana, e hizo ver a la Revolución Cubana desde su horizonte intercultural, interlingüístico, de una manera diferentemente crítica:3 la vio y le habló, mediante su labor, rodeada como estaba de sujetos reales y virtuales, que la interpelaban, la interrogaban, la suplicaban o la calumniaban. Ubicó a Cuba en un diálogo actualizado.
Fundador de la revista Criterios y, posteriormente, del Centro Cultural Criterios, Desiderio Navarro dedicó la vida entera a establecer y a reforzar los contactos de la cultura cubana con los horizontes otrora demasiado remotos y casi virtuales de la Europa central y oriental; aunque, como sabemos, dentro de sus méritos hay que mencionar también a la Europa occidental y a Norteamérica. Políglota y erudito, en su oficio supo proyectar una pasión singular por el conocimiento de autores, lenguas y culturas y traerlo a esta parte del mundo para compartirlo. La significación de su trabajo rebasa los límites de la cultura cubana: pensador y teórico del mundo poscolonial, Desiderio contribuyó al pensamiento latinoamericano al desarrollar ideas y conceptos seminales de Fernando Ortiz y otros en el terreno de la transculturación, en sus modalidades concretas y realidades nuevas e inusitadas que habían reformateado el mundo circundante. Cambios que han marcado su tarea de traductor, modalidades de las que tomó conciencia teórica (apropiación, transformación, retroalimentación: traducción) a partir de Lotman y Bajtín. Desiderio Navarro hizo ver la contradicción inherente al poder cultural cubano heredado por la Revolución y su prestigio ambivalente en un país interracial e intercultural. Las analogías con la tragedia de la excelsa cultura rusa decimonónica, cultura generada por los propietarios de siervos campesinos que se hizo posible gracias al trabajo de estos, lo invitan a repensar los avatares de la historia nacional.4
Conseguidos esporádicamente y con mucha dificultad -sin mucho apoyo institucional, trabajados con el aliento de un servicio social y un deber ético-, los textos de la teoría cultural rusa publicados por Desiderio Navarro, representan al mismo tiempo una muestra en que se lee la historia del pensamiento y un libro de texto útil en las tareas prácticas con los estudiantes. (He usado textos traducidos por Desiderio al hablar de la escuela de Tartu, de la intertextualidad, del análisis del cine mexicano, entre otros temas.)
La tormentosa historia de la complicada relación de la cultura cubana con la cultura ruso-soviética contemporánea por mediación de la revista Criterios está reflejada, en muchos de sus pormenores, en su trabajo. Él tradujo, por ejemplo, de la teoría rusa, lo más granado del pensamiento contemporáneo, pero no se debe perder de vista que, en la época en que comenzó a traducir a los teóricos soviéticos, se trataba de pensadores marginados como Bajtín y los disidentes: el grupo de Tartu y la escuela lingüística de verano de Moscú.
Eran marginados desde el punto de vista exclusivamente político, porque en el aspecto intelectual representaban lo más avanzado del pensamiento lingüístico y literario, así como el cultural, de su época.5 Esta presencia de un pensamiento crítico y no conformista en el horizonte hispanohablante y específicamente el cubano, significó mucho. Un pensamiento transmitido desde un país que alguna vez fue promesa y después parecía destinado a ser una muestra y prueba de que un comienzo no dura eternamente, y que, de la fiesta de la revolución se pasa a los conflictos de la cotidianidad, intolerancia, obstáculos imprevistos, presión externa inacabable, memorias conflictivas, dudas y decepciones en la condición humana. Y visualizando a los dioses de la historia sedientos de sangre, parafraseo a Anatole France: Les dieux ont soif. Convoco como testigo a Eliseo Diego, con su “Denostación al Mar Caribe” (2003 [1967]), cuyo mar, según el poeta, trajo:
En vez de buenas nuevas, iras viejas,
en vez de fundaciones, pesadillas;
quisimos mitos y nos das consejas,
calaveras en vez de maravillas.
Desiderio Navarro no fue únicamente traductor de los teóricos del lenguaje y de la cultura, sino, como dije, un pensador y teórico por cuenta propia, y esta faceta se ha reflejado de diferentes maneras en su tarea de transmisor del pensamiento ajeno. Quiero puntualizar una vez más que, siendo un marxista convencido, en el contexto de la cultura cubana se destaca como un no conformista, que, con su labor intelectual, la traducción incluida, estaba buscando introducir un análisis crítico y una visión más objetiva de los procesos y realidades sociales y políticas.
Me limito aquí a comentar su manera de seleccionar y de combinar los textos que estaba presentando al juicio del lector, al establecer un verdadero espacio dialógico para varias maneras de pensar, contrapunteando las diferentes visiones históricas del proceso sociocultural.
La preceptiva de Lunacharski
En la compilación de 2009 El pensamiento cultural ruso en “Criterios”, Desiderio escogió traducir -al lado de textos de los fundadores de la semiótica rusa como Ivánov, Toporov, Lotman, Uspenski, y de los culturólogos Piatigorski, Meletinski, Gurévich, etc., y asimismo de los críticos más recalcitrantes del stalinismo como B. Groys (cuyo escrito, por cierto, inaugura la selección)- un artículo del primer comisario popular de la educación de la URSS, Anatoli V. Lunacharski, importante personalidad cultural del periodo posrevolucionario.
Se suele mencionar a Lunacharski, en el medio teórico-literario, como autor de una reseña temprana al libro de M. Bajtín Problemas de la obra de Dostoievski (1929). Una reseña, en términos generales positiva, que se considera como uno de los motivos por los cuales a Bajtín le fue conmutada la condena de cinco años en el campo de concentración en Solovkí, por una deportación a Kustanai, en Kazajstán. Con toda evidencia, gracias a esta sustitución de la pena, sobrevivió uno de los grandes pensadores del siglo XX, teórico del dialogismo y del carnaval, tal y como se aprecia desde la perspectiva presente.
Lunacharski6 fue uno de los fundadores más equilibrados del decisivo giro ideológico en la mentalidad de los actores de la cultura soviética, que muy pronto brotaría bajo el nombre del realismo socialista. Y, como dijo el poeta, “el equilibrio / ha de ser a no dudarlo recompensa / tal que no la imaginamos” (Diego 2003).
Uno de los intelectuales más brillantes entre los que contribuyeron al triunfo de la revolución socialista, Lunacharski dejó una obra bastante extensa. Fue revolucionario y estadista, escritor, traductor, publicista, crítico, historiador marxista de arte, y finalmente académico de la Academia de Ciencias de la URSS. Poseía un largo historial de trabajo revolucionario y propagandístico desde su juventud; pasó por cárceles, deportación y emigración forzada. Desde 1903 se convertiría en uno de los líderes del partido bolchevique. Recuerdo al lector lo que esto significa: apoyó a la fracción del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia encabezada por Lenin. Después del triunfo de la Revolución en noviembre de 1917 se ocupó de los asuntos de la instrucción y difusión de la cultura para las masas, convirtiéndose en comisario popular de educación, o sea, ministro de Estado. Dada la importancia de la propaganda ideológica que se le dio a todo lo relacionado con la cultura, las letras y la educación del pueblo, se trataba en realidad de uno de los puestos clave en el nuevo gobierno. Duró en ese puesto hasta 1929.
En el texto de Lunacharski que Desiderio Navarro escogió para publicar en la compilación de 2009, aparece detallado todo un programa que expresaba, de una manera concisa y clara, qué características tenía que tener la literatura y, en general, la cultura de un país que se imponía el objetivo de cambiar radicalmente el futuro social no solo propio, sino, a largo plazo, el de la humanidad entera.
Tal vez se trate de actitudes que se reproducen después de que cada revolución triunfe. En los años veinte del siglo pasado, en la Unión Soviética, dentro de las grandes expectativas de un porvenir grandioso, se pretendía construir una nueva ciencia, una nueva cultura y, desde luego, una nueva literatura proletaria que expresara los intereses de una clase supuestamente hegemónica que estaba, “supuestamente”, en el poder: el proletariado. Apoyándose en el proletariado, la única clase revolucionaria capaz de cambiar el curso de la historia, de acuerdo con la doctrina del marxismo, se pretendía también construir al hombre nuevo, y la literatura proletaria tendría en aquella empresa educativa y edificante un papel destacado. ¿Cuáles eran las tareas de un crítico marxista articuladas a partir de estos objetivos?
En primer lugar, a los 11 años de la Revolución de octubre (el artículo es de 1928), Lunacharski declara que la lucha de clases sigue vigente y se agudiza. Se sobreentiende que hay una clase “buena” y correcta, el proletariado, y las clases de suyo “malas”, por ser enemigas naturales de la clase entonces hegemónica. Se habla de luchas virtuales y armas ideológicas. Se habla de las tendencias perniciosas de la burguesía cuya reanimación, con la Nueva Política Económica, implementada a causa de la destrucción producida por la guerra civil, ya tenía que suprimirse, en la víspera del “año de la gran ruptura”, 1929, con una nueva política inaugurada por Stalin: la industrialización a marcha forzada y la colectivización en el campo que redundaría en la desaparición, de facto, de la clase campesina.
El texto de Lunacharski tiene un carácter notablemente preceptivo, escrito con la intención de orientar a los agentes (¿o actantes?) de una nueva cultura proletaria en el proceso de edificación, respecto de sus métodos y objetivos encaminados hacia la formación de un nuevo tipo de individuo: el “hombre nuevo”, constructor consciente y pleno de entusiasmo de una nueva sociedad por medio de un trabajo inspirado en la ideología de la lucha por el socialismo. Entonces, en los medios culturales, es necesario desarrollar una cultura proletaria, una literatura proletaria como un fin supremo. De hecho, y entre paréntesis sea dicho, era la única justificación para que la literatura siguiera existiendo.
Puesto que Lunacharski hablaría de la importancia de la valoración social [sotsial’naia otsenka],7 el principio máximo se formula así: lo que es bueno para el proletariado, lo que corresponde a los intereses del proletariado, es bueno. Nótese que tiene lugar una casi imperceptible sustitución de conceptos. En esta obsesiva y declarativa identificación con el proletariado, se pasa por alto el hecho de que prácticamente ninguno de los que pretenden definir los intereses del proletariado proceden de esta capa o clase social. El fundador de la literatura del realismo socialista, M. Gorki, con su novela Madre (1906), a pesar de su mitologizante biografía ampliamente difundida, procedía de la pequeña burguesía. Los teóricos Plejánov y Lunacharski venían de la nobleza media ilustrada. Incluso Mayakovski, poeta propagandista del socialismo, venía de una nobleza culta trabajadora venida a menos. En fin, los hacedores de la cultura y de la literatura proletaria provenían mayormente de las capas burguesas ilustradas.
Esto me recuerda la situación de la literatura indigenista en la América Latina, producida generalmente desde el exterior con respecto a las sociedades indígenas, convirtiendo al indígena en un objeto de análisis sociológico o estético, sin que logre ser el sujeto de sus propias valoraciones del mundo circundante. José María Arguedas, por ejemplo, era uno de los que advertían este notable desajuste y buscó eliminarlo con los medios a su alcance al plantear al sujeto desde el interior de la sociedad indígena.
Los revolucionarios adoptaron la causa proletaria y de diferentes maneras emprendieron la formación de los líderes de la clase obrera, por medio de círculos políticos, fundación de partidos, organización en torno a los periódicos de propaganda política como el Iskra (‘Centella’) de Lenin y Plejánov. Con el triunfo de la Revolución, el lugar que se asignaría a la cultura y las letras en la nueva sociedad socialista era de una enorme importancia debido a la necesidad de adoctrinamiento ideológico de las masas. El cine, por cierto, también se valoraba como un recurso del acceso más fácil al receptor por educar.
La lucha de clases seguiría, según Lunacharski y otros representantes de esta corriente marxista, aun después del triunfo de la Revolución socialista, dentro de la nueva sociedad. Anatoli Vasílievich muere “estratégicamente” en la víspera de la “agudización de la lucha de clases”, esto es, de los grandes procesos políticos iniciados por Stalin, en contra de los “enemigos del pueblo”, entre los cuales bien pudo haber terminado el primer comisario popular de educación.
En el artículo de Lunacharski hay un “nosotros” y un “ellos”: fuerzas hostiles a “nosotros”, que no solo suelen ser hostiles activamente, sino también “inconscientemente”, por su pasividad, su pesimismo, su individualismo, sus prejuicios, sus perversiones, etc. (2009: 338). Esto se refiere a los escritores, a los que de entrada se les reprocha la tristeza, el pesimismo y las “perversiones” (¿cuáles?, lo dejo a la imaginación del lector) propios de las costumbres burguesas. El optimismo es obligatorio, puesto que se implanta en aras de la formación del hombre nuevo y del nuevo modo de vida (338) orientado hacia un futuro utópico, pero que se figuraba alcanzable. Los sentimientos negativos que no caben en el marco del optimismo oficial se valorarían como “supervivencias” y “lunares” del capitalismo. En cuanto a la sátira, esta se percibía como contrarrevolucionaria y se perseguía desde una crítica “proletaria”: lo atestigua la obra y el destino de M. Bulgákov, autor de Un corazón de perro y de El maestro y Margarita.
La crítica marxista es sociológica por definición. En esta faceta, debe ser orientada dinámicamente hacia un futuro luminoso, de acuerdo con los intereses del proletariado.
En lo que se refiere a los aspectos teóricos, el contenido prevalece sobre la forma. Un crítico marxista debe estudiar el contenido, o sea la esencia social de la forma. En esta insistencia sobre el contenido por encima de la forma, se percibe un eco del ataque crítico a la escuela de los formalistas, reprimida precisamente en la misma época. Puesto que el marxismo no es solo una doctrina sociológica, sino un activo programa de construcción, un crítico marxista que busca influir en la sociedad es un combatiente.
Ahora bien, los críticos también deben asumir un importante papel en la ardua tarea de orientar a los escritores, dice Lunacharski.8 El público conoce la consabida opinión de que un crítico es un escritor frustrado, opinión de la que deriva la cáustica duda que corroe la conciencia de no pocos críticos acerca de la legitimidad de su oficio ante sí mismos. Pero Anatoli Vasílievich Lunacharski, al parecer, pasa por alto esta tremenda duda que de vez en cuando azota a los que se dedican a los estudios literarios: ¿no seré yo un escritor frustrado? No, para el ministro de educación, el crítico y el historiador literario deben sentirse capacitados para darles instrucciones y orientaciones a aquellos que sí están seguros de su vocación de creadores y saben que tienen algo que decir. “El auténtico crítico marxista […] está obligado a ser un maestro y, muy particularmente, un maestro del escritor joven o novel” (2009: 345). También hay que reeducar a los recalcitrantes. Para esto, los críticos deben emprender en primer lugar un análisis sociológico del autor y de la obra desde el punto de vista de la lucha de clases. Nosotros, desde nuestra actual perspectiva, podemos estar muy de acuerdo con que un análisis sociológico sea indispensable en el análisis, y que sea la primera herramienta que nos esclarece el origen de las ideas que predominan en una obra determinada y su dependencia del medio social en que surgen. Pero, en las instrucciones de Lunacharski se adivina una enorme y casi mágica fe en el poder educativo de la letra escrita, y, en consecuencia, les prescribe a los críticos la tarea de un portavoz de las ideas políticas orientadas hacia el futuro y todavía no comprobadas en la práctica. En estas condiciones, esclarecer el origen de la ideología del escritor a menudo sonaba a denuncia política.
Tras G. V. Plejánov,9 señala acertadamente Lunacharski el hecho de que las formas de producción de una sociedad dada influyen de una manera directa en el arte y literatura solo en una medida ínfima. Diríamos, lo hacen por mediación del lenguaje, nunca directamente, del lenguaje concebido como medio de comunicación social por excelencia que transmite ante todo las valoraciones inherentes a la ideología. La lengua, decía M. Bajtín, si bien no lo es todo en la vida humana, sí que es ubicua y acompaña todas las manifestaciones de la comunicación social. Lunacharski, en cambio, pone como mediador entre las bases económicas y la superestructura ideológica a la estructura de clases de la sociedad y la psicología de clase, sin poder explicar de qué manera la psicología de clase es capaz de manifestarse sin mediación. De este modo, separa la forma y el contenido de las obras y condena sobre todo a la forma como posible depósito de tendencias nocivas para una clase “hegemónica”, el proletariado, que se está capacitando para la construcción de un nuevo mundo. La forma equivocada puede dañar el contenido o entrar en contradicción con él, dice Lunacharski. Se trata de un eco de las polémicas en torno al método formal y el grupo de los formalistas (“esos típicos voceros del decadentismo burgués”, dice Anatoli Vasílielvich), grupo que justamente fue iniciador de los estudios teóricos específicos de la lengua y la literatura en el siglo XX, y antecesores inmediatos del estructuralismo.
El vocablo polémica proviene del griego pólemos, que quiere decir ‘guerra’. Guerra se les dio a los formalistas, hasta el punto en que aquellos que no emigraron a tiempo, como Roman Jakobson, dejaron de existir como grupo y se dedicaron a sus campos de estudio respectivos (filología, cine, pedagogía) y aun a otros quehaceres, fuera de toda tendencia teórica considerada como “nociva” por la crítica marxista de aquel entonces.
La lengua es pura forma, y si alguna vez los formalistas dijeran que la literatura también lo era, recibieron respuesta ya en aquella época por parte del círculo de Bajtín (El método formal en los estudios literarios, de 1928, de Pável Medvédev, crítico marxista, y El problema del contenido, el material y la forma en la actividad estética, 1924, de Bajtín), grupo que señaló que el contenido de una obra de arte es el contenido de la actividad ética y cognitiva del hombre, plasmado en una forma artística. Esta reflexión teórica representa una complejidad mucho mayor que una valoración superficial de las posiciones de clase que un crítico marxista, de acuerdo con Lunacharski, debe emprender. “Valoraciones” directas ad hominem que pueden, permítaseme decir, ser muy fácilmente no solo subjetivas, sino malintencionadas y derivar en acusaciones que podían tener un fin funesto para los atacados. Porque un crítico marxista, decía Lunacharski, “no es astrónomo literario que dilucida leyes inevitables del movimiento de los astros literarios. Es, además, un combatiente; es, además, un constructor” (2009: 342). Tanto el escritor como el crítico estaban llamados a aleccionar, a golpear y a suprimir, y el resultado histórico de tal programa ya lo conocemos.
La valoración que el crítico marxista emprende debe ser orientada de la manera siguiente: “todo lo que coadyuva al desarrollo y al triunfo de la causa proletaria está bien, todo lo que la perjudica es un mal” (342). (Esta máxima ha de recordarle a un cubano contemporáneo otra semejante dicha por su propio líder.)
Por cierto, en la misma antología está un texto que plantea el problema de la evaluación social de la palabra desde una perspectiva más sutil. La evaluación social es inherente a la lengua, que está estratificada análogamente a la sociedad misma, y que a todo enunciado le contribuye un matiz específico que cambia de acuerdo con la situación y el contexto social, como lo explica V. N. Volóshinov en El marxismo y la filosofía del lenguaje.
En función de los objetivos que enumera Lunacharski, es válida no solo la crítica marxista, sino también la censura marxista. Además, el lector también tenía que ser objeto de educación por parte de un crítico “proletario”. Así, también se le recortaría y se le estrecharía el horizonte de la lectura, particularmente en función de un optimismo individual y social prescrito y de las malas influencias del decadentismo burgués. Podemos adivinar cuán lejos pudo llegar aquella censura. Lunacharski fue, probablemente, el iniciador y el primer teórico de la represión tanto del arte como de sus historiadores y teóricos en la Unión Soviética en la esfera del poder político.
Contrapunto: Groys
Las consecuencias de este método de la crítica marxista fueron señaladas por Borís Groys, cuyo trabajo aparece inaugurando, estratégicamente, en el primer tomo de la antología. Para entender mejor a este crítico, conviene tomar en cuenta su libro Obra de arte total Stalin. Topología del arte, asimismo traducido por Desiderio Navarro. En este libro, Groys analiza la filosofía y la interpretación de los procesos revolucionarios en la vanguardia artística rusa, de hecho eliminada por el régimen hacia 1930, y el contexto del advenimiento del realismo socialista que abarcaría prácticamente a todas las manifestaciones artísticas de la Unión Soviética (2008).
En el artículo de la antología, se pone de manifiesto hasta qué extremo pudo ser reinterpretada la “inocente” crítica que habría seguido los lineamientos de Anatoli Vasílievich Lunacharski.
La denuncia política se convertía en el método más común de la “lucha literaria” ya durante la década de los veinte. Groys, filósofo emigrado a Alemania, toma como el objetivo permanente de su crítica cultural la cultura del periodo estalinista, poniendo de manifiesto la perversión profunda del sentido político de las actitudes intersectoriales en el gremio literario, a través de sus organizaciones como LEF (sigla en ruso para Frente Literario de Izquierda) o RAPP (Asociación Rusa de Escritores Proletarios).
Groys, al analizar la relación del arte vanguardista con el poder, considera como antecedente interesante de esta actitud, más allá del poder político, a la vanguardia rusa, sobre todo a los representantes más destacados de la generación, especialmente en la pintura y la poesía: Maiakovski, Malévich.
Dice B. Groys: “La vanguardia de los años veinte convirtió definitivamente la acusación política en el principal medio de lucha con sus adversarios e identificó el programa estético con el político” (2009: 8). Resulta incluso divertido ver de qué manera, algo sofisticada, en los textos de Groys se asocia el “Cuadrado negro”, símbolo del arte vanguardista, y el aparente colmo del formalismo (por lo demás, era Malévich un consabido místico y filósofo), con acusaciones políticas.
Groys ha sido un implacable crítico de la teoría bajtiniana sobre la cultura popular y del carnaval, asociándolos con las manifestaciones de la cultura populachera urbana de los años treinta, cuando las masas campesinas afluyeron a la ciudad para completar las filas de los trabajadores de la industria, al tiempo que enormes contingentes de otros campesinos estaban siendo deportados a Siberia en calidad de burguesía rural que se oponía supuestamente a la colectivización. La expresión de este júbilo neocitadino desmedido, Groys la ve en el arte que adorna las estaciones del metro de Moscú.
Por otra parte, Groys considera que la propia figura y personalidad de Stalin se va convirtiendo en una obra de arte virtual de realismo socialista, teñida de preferencias neoclásicas y renacentistas reacentuadas estéticamente.10 Por lo demás, esta clase de exégesis con respecto a la literatura del periodo estalinista ha tenido una continuación: actualmente, no falta quien interprete El maestro y Margarita, de Bulgákov -obra relacionada con la ética cristiana y que es, a la vez, una sátira feroz de las mentalidades de los nuevos “constructores del socialismo”, amantes, cual siempre han sido, del dinero y de otros bienes terrenales-, como una novela escrita directamente contra Stalin.
Este intencionado contrapunto entre Lunacharski, Groys y, como veremos enseguida, N. Konrad, es organizado por Desiderio Navarro para explicitar las diferentes transformaciones de valoraciones, conceptos y recepciones a través del tiempo, con paralelos obvios respecto de los procesos que tienen lugar en la vida cultural e ideológica de Cuba.
Seguir los principios que explicita Lunacharski ha arrojado resultados desastrosos no solo para el pensamiento literario y cultural ruso, sino también para el cubano, como Desiderio Navarro mostró siguiendo paso a paso la historia de Criterios en el prólogo a la antología reseñada. Desiderio, a pesar de los problemas que tuvo que afrontar, de índole más diversa, logró compilar y presentar en español, en los números de la revista y en los libros aparte, a los autores más valiosos de la cultura humanística rusa e internacional de la segunda mitad del siglo XX. (También hay que insistir en la difusión de los críticos posestructuralistas, traducidos del alemán, francés y muchas otras lenguas.)
En cuanto a los rusos presentados en la antología reseñada, algunos de ellos habían pasado por cárceles y deportaciones, empezando no solo por Bajtín, cuya historia debería examinarse aparte, sino también por tales que, como Lijachov y Konrad, sobrevivieron y supieron mantener su integridad a pesar del ambiente permanentemente restrictivo y represivo que se mantuvo hasta los tiempos de la perestroika y aun después.
Coda
La perspectiva inevitable en medio de la cual se pueden vislumbrar los logros del apostolado de Desiderio Navarro me incita a hacer una “valoración” tangencial, que, volens nolens, se hace al revisar la estructura de la antología a la que están mayormente dedicadas estas líneas. El filólogo, orientalista e historiador de la cultura Nikolai Konrad (1891-1970) escribe una “Respuesta” al historiador inglés Arnold Toynbee (2009), que Desiderio Navarro publica justamente antes del artículo de Lunacharski. Konrad explica, con mucho detenimiento y buen ánimo, las ventajas de la visión marxista y soviética del proceso histórico-cultural. La fecha de este escrito: 1967. Falta un año para la invasión de los tanques soviéticos a las calles de Praga. Fue en agosto de 1968. Apenas en la primavera de aquel fatídico año, estudiamos en los cursos de marxismo en la universidad los libros de los sociólogos checoslovacos que ofrecían una visión renovadora del socialismo, un socialismo “con la cara humana”. ¿Ironía histórica? Nikolai Konrad, gran orientalista e historiador, hombre que creía en el socialismo y que pasó por las cárceles, torturas y deportación en la época del “gran terror”, fallece en 1970.
El desencuentro de la cultura cubana con el pensamiento humanístico ruso al que alude Desiderio Navarro en el comentario a los textos -desencuentro que en parte se reprodujo, en consecuencia, en el mundo hispánico- es desde luego lamentable. Pero el aporte de la actividad cultural recuperada de Desiderio Navarro, que nos ayuda a entender y a analizar, es un legado, su huella en el mundo que, espero, permanecerá.