Este libro reúne trabajos que son fruto de discusiones en el seno del Seminario de Estudios para la Descolonización de México, fundado por Rubén Bonifaz Nuño, y de investigadores del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (cialc) fundado por Leopoldo Zea. Entre otras cosas, de manera transgeneracional, el volumen invita a pensar que el tema de la descolonización no se reduce a los especialistas en América Latina ni a temas sociales, porque, al abordarlo desde el discurso, concierne a todas las disciplinas. No hay saber que sea ajeno al discurso, y la descolonización opera como un cedazo al señalar, como un acto de memoria, el lugar de enunciación.
Discurso y descolonización es como un prisma que tiene muchas caras y cada una de ellas refracta la luz de maneras diferentes. El punto de toque siempre es la descolonización y, en ese sentido, ubíquese en el tiempo en que se ubique, en el discurso y el lenguaje que aborde, señala la actualidad del tema. Así, el texto “Descolonización de las imágenes antiguas mexicanas. La identidad negada”, de Octavio Quesada García, aborda la descolonización desde el lenguaje de las imágenes divinas de las culturas originarias para enfocar la cara de la vergüenza que esconde esa forma del autoodio que es el racismo característico de nuestra sociedad (avergonzado de su componente indígena -agrego yo- al que hoy prefiere arrumbar en el desván del pasado glorioso que reditúa solo en materia turística: el “indio” presente molesta al paisaje pero, como sabemos, ha desarrollado estrategias de resistencia centenarias que para el Estado son insondables). El texto “La guerra entre Incas y Chancas: con-versiones y escenas de escritura en la obra de fray Martín de Murúa”, de Clementina Battcock, analiza este episodio de la contienda que es clave en la historia de los incas, en la versión que presenta la Historia general del Perú, del mencionado fraile tras comparar diversas versiones. El trabajo de Sofía Reding Blase: “El discurso anticolonialista de la Orden de Predicadores en el siglo xvi”, remite por supuesto al discurso protector de Bartolomé de Las Casas, al que considera útil hoy para la autodeterminación de los pueblos, ilumina puntos de reflexión crítica de sumo interés, como por ejemplo la universidad al servicio del poder. Muy interesante resulta el abordaje de Guillermo José Mañón Garibay en su texto “Ética y conquista: el discurso de justificación de la esclavitud” de una impronta filosófica que analiza la historia de la famosa controversia de Valladolid entre Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de Las Casas (en la cual conocemos el papel estelar de los argumentos basados en Aristóteles para determinar la humanidad de los indígenas americanos). La pregunta del autor nos lleva al tema de la esclavitud de los negros, y es la Escuela de Salamanca la que, además de justificar la servidumbre de los africanos, puede ofrecer los argumentos para condenarla en 1681 en al menos tres de sus exponentes: Bartolomé Frías de Albornoz, Francisco José de Jaca y Epifanio de Moirans. La actualidad de este texto se deja ver hoy en Ceuta y Melilla, en las costas del Mediterráneo, donde mueren en cantidades vergonzantes “migrantes” africanos (la palabra migrante cada vez suena más a eufemismo y se vuelve insostenible). Pero también debe verse el movimiento de recolonización: en un mundo globalizado que no da descanso hasta arrancar definitivamente el suelo de África. ¿Migrantes? Así como las aves, estos seres humanos son emigrantes… En la voracidad de la nueva colonización, se vuelven aquello que Zygmunt Bauman llamó “poblaciones superfluas”.
“La Proclama de la Independencia de México (1642) y el indigenismo de Guillén de Lampart”, de Gerardo Ramírez Vidal, analiza con seriedad y de manera crítica a un personaje muy simpático -literario, en el sentido existencial del término, de aquellos que viven a la orilla de la ficción veraz-, que en el siglo xvii, al modo de otros de otras historias, sin proponérselo hace el bien o al menos, como en este caso, deja una semilla descolonizadora. Freud nos enseñó a desconfiar de las intenciones de los sujetos y, en ese sentido, en un nudo simple entre medios y fines, el autor rescata también de la biografía abigarrada del personaje de intenciones indudablemente monárquicas, su adolescencia en movimientos subversivos. Con el buen tino y el desprejuicio que requiere la investigación generosa, Ramírez Vidal rescata al vituperado inspirador de El Zorro como una muestra de que “ya a mediados del siglo xvii, un visionario irlandés había vislumbrado la posibilidad de sublevación de las colonias españolas en América” (79).
En el texto “De Marco Tulio a Belisario Domínguez”, Bulmaro Reyes Coria expone la asociación entre las filípicas de Marco Tulio contra Marco Antonio y de Belisario Domínguez contra Victoriano Huerta: “dos senadores que presentan resistencia al jefe del Ejecutivo en turno en épocas donde la resistencia a la autoridad significaba el sacrificio supremo de la vida”. Ambos baluartes de la libertad de expresión que, como sabemos, es el punto de partida contra la colonialidad del poder. Las palabras de Belisario Domínguez citadas en el texto estremecen por su actualidad en las últimas décadas… (89, 90). Basten tres palabras: “política del terror”.
El texto de Margarita Aurora Vargas Canales toca una de las heridas sangrantes del continente: Haití, esa montaña entrañable que mira al mar, cuna de los maestros de libertad. El título de su trabajo evoca las palabras de Edouard Glissant “La primera independencia es la del pensamiento”, al que agrega: “después vendrán las otras”. La autora expone un debate abierto sobre diversos caminos hacia la independencia donde puedan converger los distintos componentes: culturales, políticos y económicos. Si Saint Domingue logró su independencia política en 1804 (recobrando su nombre taíno, Haití), la pregunta es por qué “la solidaridad inter-islas entre los diferentes grupos de esclavos que se rebelaban” (102) no alcanzó para independizar a Guadalupe y a Martinica. En estas últimas, sin embargo, se gestó un núcleo imprescindible para el pensamiento des-colonial (105), empezando por Franz Fannon: Aimé Cesaire, Édouard Glissant (luego, Raphaël Confiant, Patrick Chamoiseau, Daniel Boukman). Herida abierta: como dice una autora desconocida, hoy “la perla de las Antillas es el espejo de nuestra ilustrada hipocresía”.1
Del otro lado de la isla, Jesús María Serna Moreno aborda la “Cimarronería cultural en el Caribe. El caso de la República Dominicana”. El autor abordará, con Roger Bastide, la creación del “negro” en tanto “hombre-mineral que garantizaba la acumulación primitiva de le economía capitalista” (108) y su solidaridad para la liberación junto con el taíno en tanto “prodigio de supervivencias etnoculturales” (110). El texto se nutre de entrevistas y testimonios que permiten ver una rica tradición que entrelaza culturalmente estas resistencias.
En el texto “Descolonización en la Bolivia de Evo Morales”, Gaya Makaran, despliega una muy interesante lectura crítica de una descolonización que -me permitiría decir- se va volviendo “de Estado”… La descolonización interna es caracterizada aquí desde el punto de vista político (en tanto refundación del Estado, plurinacional), económico (liberado de la explotación capitalista en aras de un socialismo andino: basado en la comunidad, la reciprocidad, el respeto a la naturaleza…) y cultural (recuperando la identidad indígena). Si bien el primer mandato de Evo Morales (2006) lo mostró como un mandatario activista en el movimiento indígena-popular, a partir de la promulgación de la Constitución (2009) cambió la posición “de la rebelión a la reconciliación” (125). Sin duda Bolivia llegó más lejos en su plan descolonizador que ningún otro Estado del continente con su carta magna polifónica; sin embargo, el texto critica el encorsetamiento de la descolonización en un viceministerio, el poco cambio que hubo en el modelo económico y sobre todo la visión hegeliana y estatista de Álvaro García Linera, que contradice la idea indígena de “dispersar el poder” (129). Hacia el final (sería interesante saber en qué fecha fue terminado el texto, porque no menciona el conflicto por el tipnis (Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure), que data de 2011 y en el cual Evo Morales acusa a la resistencia de “medioambientalismo colonial”);2 más allá de las críticas muy pertinentes, la autora considera que el gobierno de Evo Morales ha iniciado un cambio cuyo afianzamiento tomará generaciones. Sin duda, de todos los países del Cono Sur, Bolivia emprendió el cambio más sólido y tuvo logros indiscutibles en muchas áreas clave (vitales); sin embargo, el desarrollismo no deja pasar ciertos límites en la descolonozación. Cabe preguntarse (esto corre por mi cuenta y pienso en México mañana) en qué medida el imperativo unificatorio (afín al Estado) permitirá que germinen libremente las diferencias que animan al socialismo andino (y que solo se gestan en las organizaciones comunitarias).
El libro cierra con una propuesta. En el texto “El estudio de la educación en la filosofía de la historia latinoamericana”, Lilian Álvarez Arellano narra su experiencia al proponer un programa descolonizador del curso “Problemas educativos de América Latina” en el Colegio de Pedagogía, en el cual el sujeto se vuelve objeto de estudio. Desde su participación en el Seminario de Estudios para la Descolonización de México y en consonancia con la experiencia narrada, la autora propone pensar la descolonización desde la filosofía de la educación como alternativa al camino trazado por los maestros de la filosofía de la historia latinoamericana (Zea, Roig, Villoro, entre otros). Con mucha razón apunta: “La educación ha afincado entre nosotros las condiciones necesarias para facilitar o incluso garantizar el despojo y la explotación, pero también es la educación la que puede hacer nacer y afianzar la conciencia y las prácticas que nos descolonicen” (139). Y su propuesta marca un cambio importante en el lugar de enunciación, ya que no ilumina con un reflector a los “próceres que llevaron a su cima ideaciones o luchas” (140), sino que se ubica desde la pequeña perspectiva, múltiple, que -sin afán totalizador- traspasa muros y va echando luz sobre los que están “dentro, en las orillas o fuera de los diversos proyectos de educación”. Esto es posible porque la educación -a diferencia de la historia teleológica de las ideas- tiene lugar en diversos ámbitos de transmisión: formal, no formal e informal (140).
Al cerrar el libro, le auguro al lector que lo habitarán nuevos interrogantes y que probablemente alguno de todos encamine sus próximas reflexiones. En mi caso, anotaría, por ahora, dos: un nombre que eché de menos en estas páginas, el del maestro que, en esta universidad, sin condiciones, me enseñó a encontrar mi propia senda descolonial: Enrique Dussel. El segundo, más que inclinarme por cuestiones de identidad, me invita a profundizar en la traducción heterónoma -entre experiencias- como otra forma de descolonización, aquella que me enseña la justicia del otro (que no para el otro).