Juan Carlos Grijalva y Michael Handelsman (eds.) 'De Atahuallpa a Cuauhtémoc. Los nacionalismos culturales de Benjamín Carrión y José Vasconcelos'

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Leonardo Martínez Carrizales

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Martínez Carrizales, L. (2016). Juan Carlos Grijalva y Michael Handelsman (eds.) ’De Atahuallpa a Cuauhtémoc. Los nacionalismos culturales de Benjamín Carrión y José Vasconcelos’. Literatura Mexicana, 27(1), 149-153. https://doi.org/10.19130/iifl.litmex.27.1.2016.907
Sección
Reseñas
Biografía del autor/a

Leonardo Martínez Carrizales, Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco

Es licenciado en Ciencias de la Comunicación (Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, unam), maestro en Letras Mexicanas y doctor en Letras (Facultad de Filosofía y Letras, unam). Actualmente, es profesor-investigador titular C adscrito al Departamento de Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana, plantel Azcapotzalco. En esa institución se desempeña como integrante del cuerpo docente del Posgrado en Historiografía, y como jefe del Área de Historia e Historiografía. Actualmente se encuentra en prensa el libro en el cual se contienen los resultados del proyecto de investigación sobre los discursos, las representaciones y los sistemas conceptuales de las minorías letradas en el México independiente, Tribunos letrados. Aproximaciones al orden de la cultura letrada en el México del siglo XIX. Es integrante del Sistema Nacional de Investigadores. También ha sido profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México entre los años de 1992 y 2008. Es autor, entre otros libros, de La sal de los enfermos. Caída y convalecencia de Alfonso Reyes. París 1913-1914 (2001); Alfonso Reyes-Enrique González Martínez, El tiempo de los patriarcas. Epistolario 1913-1914 [estudio, edición y notas] (2002); El recurso de la tradición. Jaime Torres Bodet ante Rubén Darío y el modernismo (2006). También ha sido editor de dos libros colectivos: Espacio. Presencia y representación (2009), y El orden cultural de la Revolución Mexicana. Sujetos, representaciones, discursos y universos conceptuales (2010). Entre sus líneas de investigación se destacan, además de las minorías letradas del México independiente, la crítica y la historia literarias, la historia de la retórica en México, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Emilio Rabasa y la Revista Mexicana de Literatura.

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Este libro organiza 13 contribuciones escritas por otros tantos especialistas que, desde diferentes perspectivas, abordan el tema de los nacionalismos culturales en que tanto el mexicano José Vasconcelos como el ecuatoriano Benjamín Carrión comprometieron sus respectivas trayectorias y gestiones públicas. El primero de estos personajes desarrolló el núcleo de sus actividades en el primer ministerio de educación pública de la triunfante Revolución mexicana, hacia la primera mitad de los años veinte del siglo pasado; el segundo, ferviente admirador del mexicano, desplegó su gestión pública más notoria hacia los años cuarenta al frente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Hay un vínculo muy estrecho entre el talante de ambos personajes, la índole de sus actividades públicas al frente de sendas misiones civilizadoras, y el universo conceptual que les permitió reducir tales actividades al orden de un discurso acreditado socialmente, políticamente prestigioso en su tiempo y, por tanto, influyente. Esta cercanía es la que permite desarrollar a la mayor parte de los autores reunidos en De Atahuallpa a Cuauhtémoc una perspectiva comparatista.

Salvadas las diferencias de escala y de tiempo que separan al México de los años veinte del Ecuador de los años cuarenta, la comparación entre Vasconcelos y Carrión es posible porque ambos encarnan el mismo modelo de intelectual público. Se trata del modelo encarnado por un hombre de letras que, sustentado en las instituciones y políticas de un Estado popular, proclama su legitimidad por medio de la dirección de programas que contribuyen a formular un pacto social de índole nacionalista y democrática. De este modo, la herencia y el prestigio del hombre de letras civilizador, propio del siglo XIX, transforma una parte de su capital simbólico de naturaleza liberal bajo el influjo del giro populista que caracteriza la emergencia en el orden político del siglo XX de vastos sectores populares. El modernizador ilustrado de su comunidad mediante la socialización de los sistemas racionales de la letra (el lenguaje, el derecho), se convierte en redentor social, agente letrado de un Estado populista.

La proximidad entre el caso mexicano -único en su tiempo en el orbe de América Latina- y el ecuatoriano que hace posible la perspectiva comparatista dominante en De Atahuallpa a Cuauhtémoc se refuerza, al margen de las instituciones y las políticas de Estado, en el registro cordial de los afectos personales. José Vasconcelos y Benjamín Carrión entablaron una amistad que se desarrolló con el matiz propio del trato entre maestro y discípulo. Esta relación amistosa siguió el curso determinado por las fuentes simbólicas que alimentaron la comunidad escolar y varonil propia del americanismo de corte arielista, fuentes que permitieron a José Vasconcelos, luego del ostracismo al que se vio orillado por efecto de los cambios de mando de la Revolución mexicana en 1924 y 1929, radicar en el ámbito de ideas prestigiosas una acción pública que ya carecía de plataformas estatales. La noción de mestizaje, nacida de los condicionamientos ideológicos propios del arielismo, en conjunción con otros discursos adyacentes (v. gr. el hispanismo y el regeneracionismo), y de la experiencia étnica del populismo mexicano, será la que le permita alegar a Carrión su perfil como discípulo y continuador de la gestión del mexicano al frente de instituciones de Estado. Este discipulado es uno de los puntos que da al libro que reseñamos su saludable cohesión.

De Atahuallpa a Cuauhtémoc es particularmente rico en información acerca de los niveles político e ideológico de la amistad arielista de José Vasconcelos y Benjamín Carrión, prolongada por este último más allá del umbral histórico de este discurso. Así, por ejemplo, Alejandro Querejeta Barceló (“Vasconcelos y Carrión: un sumario epistolar”), por virtud de la investigación en repositorios epistolares, reconstruye la relación amistosa de los personajes iniciada, gracias a César Arroyo, en Francia, a finales de los años veinte. Carmen Fernández-Salvador (“Benjamín Carrión y las políticas culturales de la primera mitad del siglo XX: de las colecciones privadas a la esfera pública”), por su parte, plantea la influencia del muralismo y la gráfica popular estimulados por la Revolución mexicana en el cambio del estatuto social del arte en el Ecuador de la primera mitad del siglo XX, patrocinado por Benjamín Carrión; cambio que implica el paso de modos de apropiación privada del arte a mecanismos y formas de participación pública en éste. A pesar del interés de este tipo de artículos por informar de los saldos del discipulado asumido por Carrión con respecto de Vasconcelos con base en la noción de mestizaje urdida en la red conceptual del arielismo, estas páginas no escapan a la necesidad de señalar un déficit en el modelo del mestizaje del Estado populista, que se hace cada vez más evidente en el horizonte de enunciación de los colaboradores de De Atahuallpa a Cuauhtémoc. Por tal motivo, Fernández-Salvador termina su artículo señalando los límites de la praxis de Carrión al frente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, desde la cual se estimuló un arte popular dirigido a la afirmación del Estado populista, y no al cambio social.

Finalmente, también merece reflexión la intención final detrás de los esfuerzos democratizadores de la cultura. A diferencia del proyecto de Vasconcelos, que tenía como fin hacer del arte un instrumento de educación, y lograr por su intermedio un cambio social, la democratización de la cultura en el Ecuador durante este periodo es la respuesta a un momento coyuntural en la historia limítrofe del país. […] En medio del fervor cívico de la década de los cuarenta, […] la cultura y el arte no fueron instrumentos de cambio, sino más bien el material con el que se construyó la ficción de una unidad e igualdad nacionales. El proyecto de Carrión y de su círculo, al igual que el impulsado por Vasconcelos en México, había fracasado en su propósito de cambio al alinearse cómodamente con el discurso oficial (242-243).

Algo parecido ocurre con el señalamiento que hace Carlos Jáuregui (“Oswaldo Guayasamín, Benjamín Carrión y los monstruos de la razón mestiza [ A propósito de los 60 años de Huacayñán, 1952-1953]”) acerca de la contradicción manifiesta entre las fracturas y las discontinuidades que se advierten en la serie de cuadros pintados por Oswaldo Guayasamín bajo el título Huacayñán y la armonía proclamada por la ideología del mestizaje de Carrión. Este déficit en la ideología del mestizaje formulada por José Vasconcelos en obras como La raza cósmica e Indología, y adoptada por Benjamín Carrión como discurso de Estado, puesto a la luz de la realidad de sociedades multiculturales que han acaparado la atención internacional desde los años noventa del siglo pasado, se convierte en la mayor preocupación del libro que reseñamos y, consecuentemente, lo provee de su eje más interesante. A este respecto, el libro abandona la perspectiva más habitual de los estudios literarios (v. gr. Javier Garciadiego, “Vasconcelos y los libros ‘clásicos’”) para efectuar un giro crítico que incorpora juicios y materiales provenientes de problemas no estrictamente circunscritos a las formas artísticas. Giro crítico del cual tanto Juan Carlos Grijalva como Michael Handelsman son plenamente conscientes y responsables no sólo como editores de De Atahuallpa a Cuauhtémoc, sino como autores incorporados en el volumen.

El déficit ya se anuncia a propósito de cuestiones específicamente literarias, como un desajuste de tiempo en el reloj de los lenguajes estéticos por medio de los cuales las minorías letradas de América Latina se expresan artísticamente. Tal es el parecer de Yanna Hadatty Mora (“José Vasconcelos y Benajmín Carrión, suscitadores de las vanguardias”) al colocar a nuestros personajes en el meridiano de las vanguardias. Entonces, quienes fueran patrocinadores de Diego Rivera y de Pablo Palacio, se revelan como deudores y practicantes de un arielismo que resulta problemático con respecto de los discursos artísticos emergentes.

En esta comparación de los dos personajes con la generación de vanguardia, se evidencia una radicalidad menor en Carrión y Vasconcelos que la que demanda la modernidad para dar carta de identidad a quienes se pretenden sus ciudadanos: aquellos capaces de destruir lo instituido, y, en los casos más afirmativos y trascendentes, volver a crear con sus ruinas. Signados más bien por la conciliación prevanguardista del arielismo, ambos personajes se presentan asentados en la plataforma sólida y firme de la erudición y el conservadurismo, en el sentido de preservación de la cultura sin voluntad iconoclasta (267).

El problema indicado por Yanna Hadatty Mora adquiere su tono más severo e incisivo en la primera parte del libro. Los artículos allí reunidos se hacen cargo de la problemática realidad de los pueblos indios inmersos en el orden liberal y capitalista de los Estados nacionales de América. Desde los años noventa, las ideologías del Estado nacional homogéneo e integrador han entrado en crisis gracias a su conflictivo encuentro con las naciones indígenas que reclaman un orden político intercultural y multiétnico.

De este modo, la ideología del mestizaje alimentada en depósitos discursivos que datan del liberalismo del siglo XIX, se encuentra con una realidad que le resulta irreductible. Una realidad que ha perdido la regularidad y la continuidad de nociones sobre la sociedad, los intelectuales y la cultura contenidas en el orden estatal-nacional del liberalismo capitalista. En esta crisis se implica el agente letrado del Estado nacional, el intelectual encarnado por José Vasconcelos y Benjamín Carrión. Tal es, por ejemplo, la relectura que Michael Handelsman (“Visiones del mestizaje en Indología de José Vasconcelos y Atahuallpa de Benjamín Carrión”) emprende de estos hombres de letras con base en los dispositivos interpretativos urdidos alrededor de conceptos como la colonialidad del poder (Aníbal Quijano). De acuerdo con las premisas críticas de esta relectura, el mestizaje de índole hispanista resulta un discurso moderno que reproduce las asimetrías entre Europa y las culturas amerindias. El relato del tiempo y del espacio que se encuentra cifrado en la idea de mestizaje abrazada generosamente por Vasconcelos y Carrión tiene como denominador común el dominio hispánico y la supresión de las diferencias amerindias, modelo de un régimen de colonialidad reproducido en diversos ámbitos de la vida social. A contrapelo de la mayor atención que Carrión demostró con respecto de la diversidad y complejidad de América, de acuerdo con la perspectiva de Luis A. Marentes (“Cuauhtémoc y Atahuallpa: símbolos del mestizaje iberoamericano en Vasconcelos y Carrión”), éste no dejaría de adherirse a la tesis hispánica de la modernidad mestiza de América. Con respecto de este problema planteado por la revisión crítica imperante en el volumen que nos atañe, encontramos formulaciones tan radicales como la siguiente, de Carlos Jáuregui:

La ideología del mestizaje ha sido en América Latina la forma predominante de interpelación populista y de producción de “consenso” e identidad nacional. Ésta, que hoy vemos como una algarabía discursiva que llenó con su nadería homogeneizadora e hispánica casi un siglo de la historia cultural latinoamericana, permitió a varios sectores de la inteligencia liberal -a la que he llamado la constelación de Ariel- reinventarse en el populismo y responder a los desafíos de las insurgencias campesinas e indígenas, a la emergencia del proletariado urbano, y a los conflictos políticos de los procesos de modernización en América Latina (97).

El núcleo más representativo de las contribuciones escritas de De Atahuallpa a Cuauhtémoc parte de la convicción de que el “consenso” de la “ideología el mestizaje” se ha desfondado definitivamente y, con éste, sus actores, discursos e instrumentos. Desde hace lustros, como consecuencia del reclamo que los pueblos originarios de América han venido haciendo de participación efectiva y directa en la gestión de los asuntos públicos y en la conformación del orden social, la idea de América como un continente mestizo por virtud de los recursos de la identidad hispánica, latina y, en última instancia, occidental, resulta no sólo insuficiente para el manejo simbólico de las formaciones sociales del continente, sino enmascaradora de las desigualdades inscritas en el diseño imperante del poder público. A este respecto, resultan muy elocuentes tanto los señalamientos de Rocío Fuentes (“José Vasconcelos y las políticas del mestizaje en la educación”) a propósito de la educación intercultural, como los de Esteban Loustaunau (“Imaginar la ecuatorianidad en tiempos de crisis: Cartas al Ecuador y la representación cultural de la migración contemporánea”) acerca de las mutaciones que la experiencia de los migrantes han operado en la idea homogénea de nación. La inclusión de esta clase de materias (políticas públicas educativas y comunidades migrantes) entre los recursos de los investigadores reunidos en De Atahuallpa a Cuauhtémoc. Los nacionalismos culturales de Benjamín Carrión y José Vasconcelos reproduce en el ámbito disciplinario la insuficiencia de conceptos como el mestizaje y su matriz latina, construidos en el seno de los estudios literarios tradicionales, con respecto de las complejas tensiones que caracterizan la estructura cultural de América Latina.