Julio Moguel (coord.) Altamirano. Vida, tiempo, obra

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Gerardo Ramírez Vidal

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Ramírez Vidal, G. (2016). Julio Moguel (coord.) Altamirano. Vida, tiempo, obra. Literatura Mexicana, 27(1), 143-147. https://doi.org/10.19130/iifl.litmex.27.1.2016.906
Sección
Reseñas
Biografía del autor/a

Gerardo Ramírez Vidal, Universidad Nacional Autónoma de México

Doctor en Letras Clásicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Es Investigador Titular B del Centro de Estudios Clásicos del Instituto de Investigaciones Filológicas de la misma Universidad, centro del cual fue también coordinador (2010-2011); asimismo fue director de Noua Tellus, anuario del Centro de Estudios Clásicos, (2011-2014). Es Investigador Nacional nivel II. Sus líneas de investigación son: sofistas y retórica clásica, educación y política en la Grecia antigua; hermenéutica, teoría y análisis retórico. Ha sido responsable de varios proyectos de investigación sobre retórica y editor de numerosas publicaciones; fue presidente fundador de la Asociación Latinoamericana de Retórica y de la Asociación Mexicana de Retórica; actualmente funge como presidente de la Organización Iberoamericana de Retórica (2014-2017).

El libro abre con la Presentación de Rafael Aréstegui y datos familiares sobre Ignacio Manuel Altamirano de Mario Casasús. Se presenta una imagen inédita y sin fecha de Ignacio Manuel Altamirano con otros dos jóvenes como él, en Tepoztlán, estado de Morelos, y la reproducción, también inédita, de la penúltima carta que escribió, con fecha de 18 de diciembre de 1892. Asimismo, en la portada del libro se presenta un dibujo a lápiz del rostro de Altamirano, publicado por primera vez en 1879. Las breves fichas bibliográficas de los seis coautores del libro (Julio Moguel, Mario Casasús, Víctor Jiménez, Adrián Gerardo Rodríguez, Alberto Vital y Jorge Zepeda) aparecen en las solapas.

El volumen se divide en cinco partes. La primera (15-21), que es la más breve de todas, contiene un texto de página y media que Juan Rulfo escribió sobre Altamirano, al cual considera “la figura literaria de mayor relieve en su época”. A esta ficha bio-bibliográfica antecede información relevante en torno a ese escrito proporcionada por Víctor Jiménez y Jorge Zepeda.

Las partes segunda, tercera y cuarta contienen ensayos sobre Altamirano. La segunda parte, “Altamirano y la cultura”, contiene sólo un ensayo, el más largo de todos, de 54 páginas (25-79), intitulado “¿Nacionalistas versus cosmopolitas? Los términos de un falso debate y el giro de Ignacio Manuel Altamirano”. El autor, Víctor Jiménez, es arquitecto y profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México. En realidad, el capítulo no habla sobre cultura, sino que trata en torno a lo mexicano; el autor toma una posición abierta contra el criollismo, contra la ideología que se desprende de los tres siglos de época colonial y contra la etnocentricidad hispánica, a favor de un nacionalismo cosmopolita que Jiménez encuentra en Ignacio Manuel Altamirano. El propio autor lo dice claramente. Por ejemplo, afirma que “la alianza del nacionalismo de raíz indígena y popular con el cosmopolitismo exótico resultó sumamente fecunda” (34); luego se refiere a “un sospechoso cosmopolitismo ‘exótico’ mío en este territorio” (35) y con frecuencia menciona el nacionalismo cosmopolita de Altamirano, camino que sigue el autor, como lo dice al final de su ensayo. Tal vez esta orientación lleve al autor a alejarse de Altamirano, pues trata el problema sobre nacionalismo, hispanismo y cosmopolitismo en pensadores como, por un lado, el arquitecto Federico Mariscal, quien vivió a principios del siglo XX y quien se convirtió en un defensor del legado indígena, y, por el otro, José Vasconcelos, quien despreciaba lo mexicano y defendía el legado colonial e hispánico, además de haberse involucrado con el nacional socialismo. Víctor Jiménez introduce también un “Apéndice” (69-78) sobre el fraile dominico Agustín Dávila Padilla (1562-1604), quien escribió la muy conocida Historia de la fundación y discurso de la Provincia de Santiago de México de la Orden de Predicadores (1596), donde narra con lujo de detalles la cobardía de los españoles a la hora de enfrentar al filibustero Francisco Drake en la isla La Española, y en Cartagena, Colombia, en 1581.

Podría parecer que estos datos se alejan de lo que debería ser un trabajo sobre Altamirano. Sin embargo, a mi juicio, esas referencias resultan muy útiles para enmarcar su posición nacional cosmopolita, quien, según el autor de este ensayo, “habría sido” lector del libro de Dávila Padilla. Además, Altamirano, en efecto, rechazaba tajantemente la época colonial. Por ejemplo, sus observaciones sobre los sufrimientos a que eran sometidos los niños que acudían a los establecimientos de la iglesia para su educación, la exclusión de las niñas y de la gran mayoría de la población de la pésima educación eclesiástica, son sólo una manifestación de la opinión que a Altamirano le merecía la cultura novohispana.

La tercera parte trata sobre “Altamirano y la literatura” y la integran dos ensayos: uno de Jorge Zepeda sobre “Componente Alegórico, caracterización de personajes y descripción del entorno de El Zarco” y el otro de Alberto Vital sobre “Los nombres en la narrativa de Ignacio Manuel Altamirano”.

El primer ensayo (81-117), basado en una amplia bibliografía, observa con detenimiento la caracterización de los personajes, en particular Manuela (personaje que atrae particularmente la atención de Zepeda), la amante del Zarco, además de Nicolás y Pilar, que representan lo que debería ser el mexicano, en el contexto de la vida pueblerina del oriente de Morelos. Se trata, sin duda, de una literatura que tenía, expresamente indicada, una finalidad formativa e ideológica en los valores del liberalismo mexicano decimonónico, que a veces se ha visto como un liberalismo social. Los caracteres en El Zarco son ejemplos negativos y positivos que se deben rechazar o seguir; las descripciones paisajísticas orientan al lector hacia la riqueza y hermosura de nuestra tierra, ejemplificada con el pueblo de Yautepec. El autor del ensayo lo dice con mucha claridad al final de su texto: “De ahí que, por medio del personaje de Nicolás, [Altamirano] haya entrevisto la formación de una ciudadanía educada, productiva y consciente de sus derechos y responsabilidades como única vía para concretar la transformación de México en una democracia moderna” (112).

Jorge Zepeda se refiere también a un personaje singular: Martín Sánchez, apodado Chagollán, hombre trabajador, sencillo y tranquilo, que se vio en la necesidad de afrontar los peligros y terminar siendo el azote de los plateados. La lectura de este ensayo me llevó a recordar el libro Los plateados de tierra caliente, de Pablo o Pedro Robles (“Perroblillos”), donde se cuenta también la historia de Chagollán y su persecución de los bandidos, y la hermosa y trágica historia de amor de dos jóvenes de Jantetelco.

Por su parte, Alberto Vital se refiere al empleo de los antropónimos y topónimos en la obra literaria de Ignacio Manuel Altamirano (119-146), con el auxilio de la hermenéutica analógica. Para ello, expone el funcionamiento figurativo, metafórico o sinecdóquico de los nombres en la literatura mediante correspondencias o analogías; se refiere a la relación de los apodos con los referentes y muestra la pertinencia que la hermenéutica analógica tiene como instrumento de análisis e interpretación. La onomástica es un proceso de creación que involucra cargas objetivas y subjetivas y constituye un corpus muy apropiado para estudiar los fenómenos analógicos. Podríamos considerar el acto de nombrar en la vida real. Nuestros nombres no son neutros, sino que responden a determinados resortes en la persona que los impone, ya sea religiosos, ideológicos o culturales. En el caso de la literatura, el autor atribuye funciones a los nombres, impone nombres con diversa intencionalidad, y el lector interpreta las funciones y descubre la intencionalidad del autor, también con una carga objetiva y subjetiva. Recuerdo, por ejemplo, en la vida real, la interpretación analógica que el Subcomandante Marcos hizo del apellido de José María Aznar con el propósito de caracterizar su forma negativa de actuación, pero de una manera injuriosa.

Pues bien, Alberto Vital profundiza en estos fenómenos de nominalización, con abundantes ejemplos, orientados en particular a la relación entre los nombres de los personajes y de las obras literarias (sobre todo en La Navidad en las montañas) con nombres de personajes históricos o literarios anteriores: el Ulises de James Joyce, la Julia de Rousseau, u otro tipo de relaciones, como se muestra en el nombre de Traveller de Rayuela, de Cortázar, nombre irónico, pues se trata de un personaje que nunca había salido de Buenos Aires.

La cuarta parte contiene dos ensayos sobre “Altamirano y la Historia” y contiene dos trabajos. El ensayo de Adrián Gerardo Rodríguez lleva por título “La ‘imaginación histórica’ de Ignacio Manuel Altamirano. La ‘Revista Histórica y Política (1821-1883)’” (148-170). Se subraya la enorme importancia que la historiografía tuvo en el siglo XIX mexicano, en concomitancia con la ciencia histórica desarrollada en Europa, lo cual contrasta con el poco interés que ha despertado Altamirano en la crítica de la historiografía en México. En seguida, el ensayista aborda el problema de la singularidad de la obra histórica de nuestro autor y los impulsos que lo llevaron a escribir este tipo de textos, y subraya que la Revista histórica y política (1821-1883), “además de adelantarse a las obras de Vicente Riva Palacio [México a través de los siglos] y de Justo Sierra [México: su evolución social], y de prolongar el esfuerzo iniciado por Manuel Payno con su Compendio de Historia de México (1870), encierra una fuerza expresiva y una visión que la vuelve un objeto singular dentro de la historiografía liberal” (154). En la “Revista Histórica”, el tixtleco divide el tiempo histórico mexicano del siglo XIX en tres etapas. La primera abarca de la consumación de la independencia, en 1821, al fin de la influencia de Santa Ana, en 1853; la segunda, comienza con la revolución de Ayutla, en 1854, y termina con el triunfo republicano durante la invasión francesa, en 1867; la tercera abarca desde la presidencia de Benito Juárez al gobierno de Manuel González (1882). Actualmente seguimos esa división tripartita del acontecer histórico mexicano en los planes de estudio y en las publicaciones de historia.

Los escritos históricos de Altamirano tienen una fuerte orientación didáctica e ideológica; el autor parece haberse alejado del liberalismo estricto y optar por un liberalismo social (aunque a mi juicio, “liberalismo social” es un contrasentido), e incluso fundar y expresar sus juicios históricos con el criterio de la “lucha de clases” (lo que lo acerca al marxismo). Gerardo Rodríguez aborda de manera crítica esta postura y otros conceptos importantes para entender la conciencia histórica en Altamirano.

El ensayo de Julio Moguel (coordinador del volumen) intitulado “Altamirano historiador. Los escritos sobre José María Morelos” (171-182), es una reflexión concreta sobre Altamirano como historiador y sirven como introducción a los textos que se presentan en la última parte. Después de la Guerra de Reforma y de la Intervención francesa, en las que él participó activamente, Altamirano muestra un optimismo desbordado, pero quince años después la situación no es como él la había vislumbrado; es en esa época que se encuadra la producción histórica de Altamirano sobre José María Morelos y Pavón y, en particular, los tres textos sobre Morelos. Después de contextualizar la obra, Moguel se refiere a la calidad de los escritos históricos de Altamirano, los cuales tienen “una originalidad y un calado de investigación suficientemente serios como para que se les ubique como materiales historiográficos de primera” (178), y luego se refiere al uso “de la historia para la confección de las obras literarias”, que es equidistante del uso de la literatura para la confección de su obras históricas.

Luego de la valoración de la labor historiográfica de Altamirano, en la quinta parte, “Altamirano escribe sobre José María Morelos” (183-267), donde se incluyen tres textos: “Morelos en Zacatula (Cuadro de la insurrección de 1810)” (185-200); publicado en 1880; “Morelos en el Veladero (El paso a la eternidad)” (201-233), de 1883, y “Morelos en Tixtla” (235-267), publicado en 1886.

Se trata de una de las facetas menos conocidas y más polémicas de nuestro autor, pues al parecer habría emprendido, al final de su vida, el trabajo de referir los acontecimientos de la Independencia de México, asunto que no se conserva entre su amplia producción, aunque sí otros escritos que aquí se reproducen, textos que lo presentan como un historiador sui géneris. Ya en 1947, Mariano Azuela lo había acusado de distorsionar “los hechos históricos al servicio de sus fines pedagógicos”, y de “torcer la verdad y deformar los acontecimientos, las cosas, los personajes, encaminándolo todo de acuerdo con una idea fija”. Sin embargo, habría que señalar la existencia de dos concepciones opuestas dentro de la historia: una es aquella historia objetiva, científica, basada en el escrupuloso manejo de los datos; la otra es la historia clásica, considerada como “maestra de la vida”, con una función didáctica.

Altamirano se inscribe claramente en esta última tendencia. Sus tres textos contienen páginas bellísimas, que retratan, con la viveza que le era característica, acontecimientos que él convierte en espectaculares, dentro del desarrollo de las acciones militares del general Morelos de octubre de 1810 hasta el 26 de mayo de 1811. Dice así en el primero de sus textos (187), con el que cerramos esta presentación:

Una tarde del mes de octubre de 1810, ya al declinar el sol, descendía por el camino que serpenteaba entre las colinas boscosas de la sierra que flanquea por el lado de oriente al río de Zacatula un grupo como de veinte jinetes.

Distinguíanse apenas en los claros del camino volviendo a ocultarse entre la arboleda que revestía las últimas vertientes de la montaña, pero cuando bajaron a la llanura, cuando al seguir el camino que costea la margen izquierda del río antes de dividirse, fueron bañados de lleno por la luz del sol poniente, pudieron ser observados con exactitud.