1. Gongorismo
Al contrario de Tenorio, consideramos que en la Hernandia los pasajes que describen los detalles de la naturaleza no se restringen a las “pequeñas cosas” (147) de la flora y la fauna, sino que se extienden a variados aspectos tanto naturales como culturales de la tierra americana: labores, vestidos, arquitectura, fisonomía, dioses e incluso la lengua. Así, el poeta no sólo se detiene a contemplar la cochinilla tlaxcalteca que produce tinta (III, 69)11 o la imponencia del monte Cuatlapanga (VI, 13-17), sino que reparará en los tejidos con pelo de conejo de los mexicas (V, 67-70), el calzado, el penacho y la ropa que ostenta Moctezuma (VII, 52), la arquitectura de Iztapalapa (VI, 69-70), el color moreno de las doncellas mexicas (VII, 42-46) o la fiereza peregrina de dioses como Huitzilopochtli (V, 23-25) o Tezcatlipoca (VI, 42-46); a toda esta atención por el detalle propia de la lección gongorina se suma la práctica de imitar compuestamente los versos del cordobés. Valga de ejemplo la aparición fantasmagórica y polifémica del dios Tezcatlipoca:
Ni de Tinacria promontorio altivo
ni de Quito, peruano Mongibelo
—gargantas por adonde Lete esquivo
con avenidas de humo empaña al cielo—,
compiten al membrudo jayán vivo,
monte animado, pues de cielo y suelo
no solo iguales las distancias toca,
todo lo ahúma el aliento de su boca (VI, 32)
12.
La lección gongorina también alcanza a la lengua náhuatl, pero en construcciones de conceptos más complejos que pueden escapar a primera vista:
Asombros a la tierra estaba dando
la opulencia del alto Moctezuma,
pues fue lo menos para su decoro
domar cerros de plata, montes de oro (V, 64, 5-8).
Siguiendo la lección gongorina de plata como ‘agua’ (Góngora, Polifemo, XV, 120: “en carro de cristal campos de plata”), los “cerros de plata” de este verso serían cerros de agua. En lengua náhuatl, altépetl era el nombre que se les daba a los pueblos mesoamericanos y dicha voz significaba literalmente ‘cerro de agua’ (Gran Diccionario Náhuatl [en adelante GDN] 2012). Así pues, en esta octava lo que Moctezuma doma no son sólo las riquezas indianas (“montes de oro”), sino las ciudades y sus pueblos (“cerros de plata”). Considerando, como se verá más adelante, el conocimiento de la lengua náhuatl que demuestra tener el poeta de la Hernandia, no creemos que la formación de este sintagma sea una mera coincidencia, sino un concepto bien armado a partir del conocimiento del náhuatl y la lección gongorina. Es así que el gongorismo de la Hernandia abarca detalles tan particulares como el lenguaje de uno de los pueblos americanos.
Mas el magisterio de Góngora no para ahí. El género épico de la Hernandia permite no sólo incluir descripciones paisajísticas y de costumbres, sino bélicas, en las cuales debe, de hecho, destacar, como lo hace bellamente en esta octava:
Tendiendo su madeja, alta colina
peinarse deja de escuadrón dentado
que, al compás con que el parche lo examina,
más pulido le asienta su trenzado;
aquí los batidores la bocina
oyen del Tlaxcalteca, cuyo alado
ejército, vistoso y opulento,
con plumas rojas enmaraña al viento (III, 41).
Se desarrolla aquí una metáfora que bien podríamos calificar de lírica, aunque lo que describe es una acción marcial: el recorrido que practica el escuadrón tlaxcalteca, liderado por Xicoténcatl (“el Tlaxcalteca”), a través de una colina en dirección hacia el ejército enemigo, es equiparado por el poeta al trenzado de una cabellera, seguramente femenina. Nótese que el escuadrón es un “escuadrón dentado”, imagen quizá sugerida al poeta por la forma en que se disponen con breves espacios las cuchillas de obsidiana de un arma indiana: la macuahuitl ‘macana’ (GDN 2012; Salas 1950: 79), forma que además sugiere la del peine que se usaría para hacer el trenzado de la colina, con lo que se resalta la anfibología del verbo “peinar” del verso 2 como ‘desenredar y componer el cabello’ y como ‘rastrear minuciosamente un territorio en busca de alguien o de algo’ (Diccionario de la lengua española [en adelante DRAE] 2014). Esta descripción no sólo involucra un paisaje, sino que muestra el magisterio gongorino bien acoplado a la épica. Un ejemplo probablemente más claro es el siguiente:
Cierra el cuerno
13 derecho Pictle, armado
de una concha
14 a quien precio el oro aumenta;
cierra el suyo Capuli,
15 que, empuñado,
un fresno vibra que a Hércules afrenta… (III, 47, 1-4).
En el segundo y cuarto versos se puede apreciar cómo el poeta, a pesar de lo vertiginoso del combate, se detiene en la descripción de las armas defensivas y ofensivas, respectivamente, de los guerreros indianos y cómo estas descripciones se dan con léxico propio de una descripción lírica (“concha”, “oro”, “fresno”), por no mencionar la hiperbólica referencia mitológica propia del estilo culterano.16 Lo mismo sucede con otras descripciones de armas, como los escaupiles indianos que usan los españoles (II, 30) o los emblemas, al estilo caballeresco, que los guerreros mexicas portan en un episodio ficticio donde se celebra con juegos la llegada de los europeos (VII, 73, 77, 78). Por su parte, la descripción en sí de los combates tampoco está exenta de la lección gongorina, combinándose a menudo con el símil homérico propio de la épica:
Cual a violento, negro torbellino
que a polvo y agua la montaña azota
embistiendo a truncar robusto pino
del gigante collado real garzota,
rareciéndolo obscuro remolino
lo eleva a soplos a región remota
sin dejar más señal que en lo sediento
mucho ruido, poco agua y todo viento;
no su fuga a los nuestros satisface
para el recelo que al descanso asoma.
Con más reclutas en la noche rehace
su fuerza y otra vez las armas toma;
en nuevo mar de plumas el sol nace,
cuarenta mil penachos este doma
en oro y joyas del Peruano afrenta
y con ellos al campo se presenta (III, 44-45).
Nótense las imágenes atentas al detalle, particularmente la del “robusto pino” que sobresale de la montaña y es llamado por el poeta una “garzota”, que utiliza en una acepción metafórica de ‘promontorio’ o ‘saliente’ basado en una imagen que había usado antes (I, 53) y que retoma del Polifemo, XXVII, 209-212: “Caluroso, al arroyo da las manos, / y con ellas las ondas a su frente, / entre dos mirtos que, de espuma canos, / dos verdes garzas son de la corriente”; por no mencionar la referencia a los indios peruanos, que comentaremos más adelante. La imitación de Góngora en un símil bélico es más evidente aquí:
No esfera de metal furiosa avienta
bombarda que en su vientre astucia loca
depositó cuando prendida intenta
volar de la montaña dura roca;
no volcán oprimido atroz revienta
monte que fue mordaza de su boca,
como México pudo en un momento
vomitar gentes hasta ahogar al viento (XII, 95).
Otros tópicos propios de la épica, como el de las horas mitológicas, no dejan de estar salpicados de gongorismo, combinado, además, con el despliegue de erudición clásica y astrológica que posee el poeta: “Gozaba el año su estación florida / o ya estival, según la considera / cronógrafo patricio a la medida / que en su eclíptica Febo reverbera” (XII, 108, 1-4). Asimismo, giros deudores de Góngora se esparcen libremente por toda la Hernandia (Tenorio 2011: 146): “Necedad será creer lo que no dura, / si fausto, honor, soberanía, grandeza / conviertes, a un impulso de tu azada, / en tierra, en lodo, en polvo, en humo, en nada” (X, 48). No entraremos en detalle en ellos por ahora, en parte porque ya han sido tratados por Alganza (2011: 523-526) y Tenorio (2011: 146-147). A pesar de no poder estudiar cada caso por la extensión que se requeriría,17 consideramos que la lección gongorina de describir los detalles está más presente en la Hernandia de lo que se suponía si atendemos a los ejemplos expuestos, sólo que la lección alcanza aun las descripciones bélicas y tópicos propios de la épica.
2. Poliglotismo
No sorprende que el léxico de la Hernandia abunde en cultismos y neologismos, pues desde la poética clásica se permitía acuñar nuevas voces, como hace Horacio en los versos 46-62 de su Epistula ad Pisones, si bien en época de Ruiz de León se prescribía que “hablando, en cuanto al uso de los términos nuevos o antiguos, no me parece que se pueda dar mejor regla de la que enseña Cicerón, que es evitar los extremos: como la elección del vino, ni tan nuevo que sea mosto, ni tan añejo que sea intolerable” (Luzán 2008: 378). Lo que sí llama la atención es que los neologismos no sólo se tomen del latín, del griego y, en consonancia con su época, del francés, sino también del náhuatl; a lo que se le añade la frecuencia con que se explican las etimologías de topónimos, antropónimos y sustantivos comunes nahuas. Veamos los casos de cada lengua.
En la mayoría de los casos, los cultismos de la Hernandia son de uso común en la literatura áurea y ya los recopila el Diccionario de Autoridades (cándido, viso, simulacro, impeler, mensurar, etc.) o siguen la lección gongorina de emplear las palabras en su acepción etimológica (aconsejarse como ‘cuidarse’ en I, 106, 6), por lo que sería ocioso referir todos aquí. Sólo mencionaremos los cultismos que parecen tomarse directamente del latín y/o del griego y las palabras que pueden tomarse como hápax en español:18parhelio ‘fenómeno solar’ (“Segundo soneto”, 3), importe ‘traslado’ (II, 26, 3), corhualas ‘flautistas’ (III, 71, 5), naulines ‘harpas fenicias’ (III, 71, 5), bimembres ‘de dobles miembros’ (IV, 14, 1), biyugo ‘biga’ (IV, 15, 4), asenso ‘aceptación’ (IV, 50, 8), histriada ‘actor’ (V, 13, 2), saba ‘mirra’ (V, 41, 7), pegma ‘andamio’ (VII, 17, 1), cursor ‘corredor’ (VII, 31, 3; 84, 6), berilo ‘piedra preciosa verde’ (VII, 44, 6), crisopacio ‘piedra preciosa amarilla’ (VII, 44, 7), lanista ‘entrenador de gladiadores’ (VII, 95, 2), mirmilonio ‘gladiador que pelea con casco y red’ (VII, 95, 3), melárquica ‘melancólica’ (IX, 94, 8), epulón ‘hombre que come mucho’ (XI, 11, 1). Ahondaremos ahora sólo en cuatro de los ejemplos. El par de corhualas y naulines aparece en el mismo verso cuando se mencionan los instrumentos musicales con los que Tlaxcala recibe a los españoles: “las sambucas, corhualas y naulines / con dulces ecos el ambiente hiriendo / hacen en harmoniosa concordancia / a la sinceridad más asonancia” (III, 71, 5-8). Lo que cabe destacar es que ambos términos son helenismos del latín (Lewis y Short 1962) y, al igual que otras de las voces, no se registran en diccionario español alguno de la época o moderno —hasta donde hemos podido investigar—, incluido el mismo CORDE, por lo que bien podrían ser dos hápax. Esto sugiere un conocimiento directo del latín y quizá del griego, lo cual no es raro, pues se sabe que Ruiz de León fue preceptor de latín en Puebla (Alganza 2011: 492) y, aunque no se conoce casi nada de Juan de Buedo y Girón, se sabe que fue jesuita (Alatorre 2007: 597). El siguiente par de ejemplos refuerza esta idea: bimembres y biyugo son palabras tomadas directamente de la Eneida. El primero aparece en la Hernandia cuando varias criaturas infernales huyen de Luzbel, irritado por la llegada del cristianismo a América: “Huyeron los bimembres al amago / para escaparse del rigor horrendo” (IV, 14, 1-2); “los bimembres” remite a Hileo y Folo, dos centauros hijos de las nubes de dobles miembros, los cuales fueron derrotados por Hércules, hecho que se recuerda así en Eneida, VIII, 294-295: “Tu nubigenas, invicte, bimembres, Hylaeumque Pholumque manu […] mactas”.19 También en la huida infernal aparece biyugo: “suspendiose el castigo en Salmoneo, / que en fuego gira su biyugo ardiente” (IV, 15, 3-4). Salmoneo fue un rey de Tesalia que se declaró Zeus y recorría las calles arrastrando calderos de bronce detrás de su carro tirado por caballos para simular el trueno de Zeus hasta que éste le lanzó un rayo (Graves 2001: 242-243); aparece en Eneida, X, 587: “Admonuit bijugos”20 y X, 595: “Arripuit bujugos”.21
Por su parte, en la Hernandia los neologismos tomados del francés son menos: arribo (I, 42, 5; II, prólogo), goleta (II, 18, 8), fusiles (I, 76, 2; II, 30, 2; X, 88, 4), metralla (III, 43, 3), comboya (VI, 88, 6), aproches (XI, 127, 1). Un caso especial, aunque difícil de comprobar, se halla en esta mitad de octava, donde el sujeto es Moctezuma: “con estraña constancia vuelve a hallarse / para el daño que el hado le menciona, / y en arbitrios más acres serio piensa / a la que hace de sí, del cielo ofensa” (IV, 94, 5-8). En el verso 7, por la separación de las palabras y el plural de “arbitrios”, no hay duda de que la lección correcta es “arbitrios más acres”, es decir, ‘pensamientos más vehementes, ásperos’. No obstante, dado el contexto del canto IV, que es una analépsis tras la emboscada —que derivó en matanza— de Cholula, la cual se descubre al final del canto III que fue ordenada por Moctezuma, así como por la presencia de los galicismos referidos, no puede ignorarse que el sintagma “más acres” podría generar una anfibología con “masacres”, si bien tal galicismo no se registra en español sino hasta el siglo XX (CORDE).22 Resulta igualmente temprano el uso de goleta, pues el registro de esta voz en su propia lengua es de 1752 (Corominas y Pascual 1984), siendo la Hernandia de 1755. Los galicismos en esta épica de sensibilidad más acorde a la del siglo anterior son apenas un atisbo de su época, mas podrían ser un rasgo del estilo de la épica española del XVIII, pues es de notar, además, la semántica bélica de la mayoría de ellos.
Más copioso y particular en la Hernandia es el uso del náhuatl. Por un lado, no es infrecuente que se explique la etimología de los muchos topónimos y antropónimos que nombran el mundo nahua: “Chicomóztotl (que a mejor idioma / traducido equivale a siete cuevas)” (V, 44, 1-2); “Ixtlixóchitl (el pimpollo / de los hilos que peina y en la muerte eriza)” (V, 48, 5-6), “Axayácatl (equivale o suena / al que anda en aguas o al que trae cubierto / el rostro siempre)” (V, 57, 1-3). Estas explicaciones se multiplican en el canto V, donde se relatan las costumbres e historia del pueblo mexica y se registran las etimologías de los siguientes nombres propios nahuas: Aztlán (V, 46, 1), Tenuch (V, 47, 1), Tlatecátzin (V, 48, 1), Techotlálan (V, 48, 3), Maxtla (V, 50, 1), Ixcóhuatl (V, 50, 5), Acamapich (V, 52, 1), Huitzilíhuitl (V, 53, 1-2), Moctezuma (V, 56, 2-4), Ahuítzol (V, 58, 1-4); en otros cantos aparecen etimologías adicionales: Cuatlapanga (VI, 16, 7-8, aunque implícitamente), Nepantla (VI, 45, 1-2), Otomcapulco (X, 145, 1-2), Tlatelolco (XII, prólogo) y Azcapotzalco (XII, 18, 2-4).23 Por otro lado, se usan sustantivos comunes nahuas con y sin explicación: “En sus mitotes (danzas apacibles)” (V, 98, 1), “Teotl24 llama al español, y aunque se engaña” (VI, 87, 5); usando también sustantivos comunes para nombrar a personajes indianos ficticios, como guerreros: “Occelotl y Tlalistic,25 del combate / padrinos, a la valla se presentan” (VII, 56, 1-2), o doncellas: “Por cuanto —¡qué dolor!—, Sitlatl26 esquiva, / estrella para mí la más ingrata” (VII, 60, 1-2). Además de éstos, otros sustantivos comunes nahuas usados en el poema son:27Capuli ‘cerezo’ (III, 47, 3), tlahuipochis ‘brujas’ (VI, 28, 2), tamene ‘indios de carga’ (VI, 63, 2), teponaztle ‘atabal’ (VI, 80, 4), Chiltecpi ‘chile pequeño rojo’ (VII, 11, 3), Cuauhtenehua ‘el nombrado águila’ (VII, 11, 5), cueitl ‘enagua’ (VII, 48, 1), Niahuaxóchitl ‘flor de un maizal’ (VII, 48, 2), cactle ‘zapato’ (VII, 52, 1), acates ‘cañas’ (VII, 52, 2), tlaquen ‘vestidura’ (VII, 52, 5), Acaltetepo ‘lagarto’ (VII, 73, 2), Cuauhtli ‘águila’ (VII, 75, 1), Olinteht ‘movimiento’ (VIII, 83, 2), Miscuac ‘serpiente de nube’ (X, 6, 2), Chimal ‘escudo’ (X, 9, 2), Mestli ‘luna’ (X, 23, 7), Chichime ‘perro’ (X, 65, 7), Huamúchitl ‘árbol corpulento, espinoso’ (X, 113, 1), Tecólotl ‘tecolote’ (X, 116, 1), Tzintámatl ‘nalga’ (X, 117, 3), Tzopílotl ‘zopilote’ (X, 118, 7), Tochstli ‘conejo’ (X, 121, 6), Cuauhtzápotl ‘variedad de zapote’ (XII, 31, 2) Tetl ‘piedra’ (XII, 42, 3), Telpochs ‘joven’ (XII, 50, 1) y Cletl ‘hielo’ (XII, 103, 2). A éstos pueden sumarse otros sustantivos de origen americano que se emplean con frecuencia, pues los más ya estaban integrados al español en el siglo XVIII: antara (II, 44, 1), cacique (I, 124, 2), cúes (X, prólogo), huracán (XI, 20, 1), magueyes (V, 97, 6) y piragua (II, 14, 4).
Un caso especial que consideramos demuestra el conocimiento avanzado que el poeta de la Hernandia tenía del náhuatl se halla en esta octava:
A vista suya, vuelve la apacible
armonía de torcidos caracoles,
festejando a su usanza la plausible
entrada de los fuertes españoles;
los efectos confirman de falible
la sospecha que dieron los huantzoles;
adormécense al fin en la bonanza
hasta ver dónde llega la confianza (III, 81).
El verso 6 contiene en posición de rima una palabra que no logramos rastrear en ningún diccionario ni fuente en general: “huantzoles”. No obstante, se encontró una expresión que podría explicar el vocablo: uel tzontetl ‘idiota, tonto, estúpido’ (Portugal Carbó 2015); el significado particular de tzontetl como ‘rebelde, obstinado’ (GDN) encaja con el contexto de la narración, pues en su camino a Cholula Cortés sospecha que
no venían los de aquel gobierno a visitarle, y comunicó su reparo a los embajadores mexicanos, extrañando mucho la desatención de los caciques a cuyo cargo estaba su alojamiento, pues no podían ignorar que le habían visitado con menos obligación todas las poblaciones del contorno. Procuraron ellos disculpar a los de Cholula, sin dejar de confesar su inadvertencia, y al parecer solicitaron la enmienda con algún aviso en diligencia, porque tardaron poco en venir de parte de la ciudad cuatro indios mal ataviados, gente de poca suposición para embajadores, según el uso de aquellas naciones: desacato que acriminaron los de Tlaxcala como nuevo indicio de su mala intención; y Hernán Cortés no los quiso admitir, antes mandó que se volviesen luego, diciendo en presencia de los mexicanos: “que sabían poco de urbanidad los caciques de Cholula, pues querían enmendar un descuido con una descortesía” (Solís 1997: 142).
Los “huantzoles” de III, 81, 6, por tanto, serían esos cuatro indios mal ataviados.28 No hemos hallado un vocablo similar ni en la Historia de Solís ni en la de Bernal u otras, tampoco en épicas cortesianas previas como El peregrino indiano, De Cortés valeroso y Mexicana o el Canto intitulado Mercurio, lo cual hace pensar que el poeta de la Hernandia tenía un conocimiento del náhuatl de primera mano.
3. Imitación de poetas novohispanos
La imitatio auctoris o imitación compuesta comprendía la necesidad de imitar con la poesía a los maestros y no sólo a la naturaleza, una idea de origen grecolatino rastreada hasta “la imagen aristofanesca de la abeja que, libando en múltiples flores, elabora su propia miel” (Lázaro Carreter 1979: 94), y que durante el Renacimiento sería discutida pero nunca desechada, llegando, por el contrario, a incluir la imitación no sólo de los autores clásicos, sino también, bajo la autoridad de Dante y Petrarca, de los modernos en lengua romance (97). Junto con Góngora y Virgilio, como se ha visto, el poeta de la Hernandia liba de otras flores como Garcilaso (I, 2, 8), Ercilla (I, 23, 1) y Camões (I, 7, 1); sin embargo, también parece hacerlo de algunos poetas novohispanos del siglo XVII. La idea es arriesgada, ya que, por una lado, la mayoría de los poetas que mencionaremos no tenían ni de lejos la misma celebridad de los clásicos españoles como para ser imitados, y, por otro lado, la imitación es escasa y bien puede no provenir de los poetas novohispanos sino de algún uso común de las imágenes y la retórica; empero, queremos señalarla. Caso aparte es el de la imitación de sor Juana, pues es frecuente y se sustenta en la admiración a la Décima Musa mencionada en el propio texto. Además de ella, tres son los poetas novohispanos que creemos pudieron enriquecer los versos de la Hernandia: Arias de Villalobos (1568-?), Bernardo de Balbuena (ca. 1562-1627) y Matías de Bocanegra (1612-1668).
En dos versos de la Hernandia: “Cortés cortés al régulo visita” (II, 13, 2) y “Cortés cortés delante de él hincado” (VII, 129, 8) hallamos un posible dejo del Canto intitulado Mercurio (1623) de Arias de Villalobos: “Mas al traje cortés de corte y gala, / cortesmente a Cortés llevó a su sala” (72, 7-8, citado de Méndez Plancarte 1995). Si bien simplemente podría ser una coincidencia retórica, es interesante la consonancia en el recurso barroco de ambos poetas. Además del tema y estilo compartidos con la Hernandia, en el poema de Villalbos “pululan aztequismos y alusiones que su autor anota” (Méndez Plancarte 1995: 16). Un estudio más detenido de ambas obras podría tal vez revelar otros puntos de contacto e influencias.
Al leer la Grandeza Mexicana (1604) de Bernardo de Balbuena y luego el canto V de la Hernandia, se puede advertir una afinidad en la vehemencia con que se describe la antigua ciudad de México, afinidad que empieza a notarse en la similitud entre los dos primeros versos de las estrofas argumentales de cada poema: “De la famosa México el asiento, / origen y grandeza de edificios” (Balbuena 1992, estr. argumental, vv. 1-2); “La situación de México admirable, / su grandeza, edificios, el sangriento” (Ruiz de León 2019, estr. argumental, 1-2). No hemos encontrado, sin embargo, más imitación compuesta de la obra de Balbuena en la Hernandia que ésta.29
Más posible puede ser la imitación de un pasaje de la Canción a la vista de un desengaño de Matías de Bocanegra:30
[…] cuando vio que volando,
los aires fatigando,
un Neblí se presenta,
—Pirata que de robos se sustenta,
emplumada saeta,
errante exhalación, veloz cometa—.
De garras bien armado,
el alfange del pico acicalado,
pone a su curso espuelas
desplegando del cuerpo las dos velas (vv. 191-200).
en esta octava:
Como suele veloz pirata errante,
calzando velas de ligera pluma,
escalar el cénit tras la volante
garza y bajarse con violencia suma,
tal en las ondas tanta naufragante
popa, con alas de salobre espuma,
mide, impelida sin timón ni entenas,
del cielo signos, de la mar arenas (I, 101).
Compartimos la opinión de Tenorio de que en esta octava el autor de la Hernandia “elabora una comparación origi nal: como el ave de rapiña vuela hacia lo más alto para luego descender velozmente sobre la garza, así las destrozadas naves (sinécdoque por Cortés y sus hombres) lanzan su mirada al cie lo, inquiriendo lo que les depara, y hacia la costa, anhelando tierra firme” (Tenorio 2011: 143); a lo anterior creemos necesario añadir la posible influencia del citado pasaje de Bocanegra, pues aunque el símil del ave rapaz puede rastrearse hasta el Orlando furioso II, 50, con su eco hispánico más inmediato en La Araucana X, 55, el uso de la voz “pirata” para referirse al ave rapaz, como lo hace el novohispano, no es usual. Asimismo, cuando el símil del ave rapaz vuelve a aparecer en XII, 131, otra palabra, “neblí”, vuelve a recordar el citado pasaje de Bocanegra:
No así se abate desde pardo cielo
neblí a la garza, que se juzga nieve,
y afilando las uñas en un vuelo
hace a la presa que la garra pruebe… (XII, 131, 1-4).
Tomando en cuenta la fama que gozó la Canción de Bocanegra en el XVIII novohispano a partir de las imitaciones del poema que iniciaron con la Canción famosa a un desengaño (1724) del guanajuatense Juan de Arriola (Colombí-Monguió 1982: 215), no extrañaría que un contemporáneo la imitara —asumiendo que la autoría de la Hernandia corresponde al poblano Ruiz de León.
La imitación de sor Juana es más clara y se puede decir sin equivocarse que el poeta de la Hernandia la admiraba, pues así lo demuestra en VI, 42-4731 cuando, al pasar las huestes españolas por Nepantla, se detiene extensamente a alabar el lugar que fue “del Fénix oloroso nido” (VI, 42, 8), la “patria de Juana Inés” (VI, 43, 8), a quien sus “dulces liras —¡qué suaves!— el concento / sonoro aplauden de esta heroína rara” (VI, 46, 5-6). Así, algunos versos de la Hernandia se perfilan deudores de la Décima Musa, especialmente de su Primero sueño (1692): dice sor Juana de “pulmón, que imán del viento es atractivo” (v. 213) frente a “cuya voz es imán dulce del viento” (I, 17, 2); “El mar, no ya alterado, / ni aun la instable mecía / cerúlea cuna donde el sol dormía” (vv. 86-88) frente a “la negra esfera por la espuma vaga, / y la que instable le meció en la cuna / es mar undoso, si antes fue laguna” (IV, 42, 6-8); “Y aquella del calor más competente / centrífica oficina” (vv. 234-235) frente a “Siempre fue el corazón propria oficina / de la verdad y del amor fue centro” (VIII, 72, 1-2); “Piramidal, funesta, de la tierra / nacida sombra, al cielo encaminaba” (vv. 1-2) frente a “Sombra piramidal su tez impía” (X, 89, 1). Pero el pasaje más claramente sorjuaniano son tres octavas del canto IV que narran primero la noche y después el sueño de Alcohua, un “de Tláloc papa absoluto” (IV, 36, 4) a quien, a fin de poner a los mexicanos en contra de los españoles, Luzbel se le aparecerá en sueños:
Hora era ya que, huyendo la alegría
al trastornarse de Faetón el coche,
seguían las luces por el rastro el día,
que iba pendiente del brillante broche,
y desprendiendo Proserpina fría
el capuz con que ateza obscura noche,
a los del firmamento ojos errantes
los hizo con el opio palpitantes.
De la pereza derramó beleño
y en lobreguez los orbes vio rendidos;
aun de sí la razón no quedó dueño,
¿qué hacer pudieron los demás sentidos?
Con laxitudes agradables sueño
dejó afanes y músculos perdidos;
¡admirable poder que él solo sabe
a punzantes cuidados echar llave!
Pagaba así por señas de lo humano
a Morfeo la pensión de su tributo,
dispensando desvelos, el anciano
Alcohua, de Tláloc papa absoluto;
entra mudo Luzbel y al sueño vano
miente ilusiones, que remeda astuto;
y en las especies de la estimativa
su apariencia despliega y perspectiva (IV, 34-36).
Lo que en última instancia demostraría la imitación de sor Juana es el verso 7 de la octava 36, donde se lee la voz “estimativa”, que aparece en el Primero sueño: “los simulacros que la estimativa / dio a la imaginativa” (vv. 258-259), en un uso particular de la jerónima; como anota Alatorre, “para ella, el primero de los sentidos interiores es la estimativa, una como central que recibe mensajes de todos los sentidos exteriores; es el sentido común, el no especializado […]” (Cruz 2012: 501). De igual forma, en el citado pasaje pueden rastrearse ciertas voces que, si bien son comunes en la poesía gongorina, su elección aquí no es casual por hallarse también en sor Juana: Ruiz de León dice “de la pereza derramó beleño” (IV, 35, 1) frente al sorjuaniano “cobarde embiste y vence perezoso” (v. 175) y “desde donde a los miembros derramaban / dulce entorpecimiento” (vv. 848-849); “pagaba así por señas de lo humano / a Morfeo la pensión de su tributo” (IV, 36, 1-2) frente a “el de su potestad pagando impuesto, / universal tributo” (vv. 109-110) a “Morfeo / [que] el sayal mide igual con el brocado” (vv. 190-191). El recuerdo del Primero sueño, juzgamos, es evidente y regresará todavía unas octavas adelante cuando Alcohua contemple la visión demoniaca de la Tenochtitlan destruida: “Pasmado Alcohua del horrible espanto, / muerto al sentido, vivo al sentimiento” (IV, 40, 1-2) frente a “muerto a la vida y a la muerte vivo” (v. 203). A pesar del cambio en el gusto literario y de que su obra tuviera su última edición en 1725, se ha demostrado que sor Juana pervivió en el canon hispánico en general y, particularmente, en el novohispano del XVIII (: 496). El pasaje del canto VI, 42-47, ya había sido advertido y usado como ejemplo de tal admiración y alabanza dieciochesca de la Décima Musa (497); los pasajes añadidos que imitan el Primero sueño muestran que esa admiración alcanzó incluso la imitación compuesta, reservada para los autores consagrados. Se ha dicho también que esta alabanza sorjuaniana en los poetas novohispanos dieciochescos responde a un sentimiento patriota (492); esto mismo explicaría la imitación, aunque tímida, que en la Hernandia se hace de los otros tres poetas novohispanos aquí vistos.