Acercamiento al fenómeno de lo poético desde la hermenéutica analógica

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Joel Hernández Otañez

Resumen

El presente escrito plantea algunas ideas sobre la hermenéutica analógica y la denominada por Mauricio Beuchot inteligencia poética. Allí referimos cómo esta inteligencia posibilita la creación poética, al tiempo que tiene un estatus ontológico en el ser humano. Pondera una disposición contemplativa y una sensibilidad ante el ámbito metafísico. Asimismo, insiste en que esta cualidad puede ser una de las vías que mitiguen el dominio de la vida operativa e instrumental que se ha acentuado en las sociedades modernas.

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Hernández Otañez, J. . (2025). Acercamiento al fenómeno de lo poético desde la hermenéutica analógica. Interpretatio. Revista De hermenéutica, 10(1), 215-224. https://doi.org/10.19130/iifl.irh.2025.1/00S329X7W043
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Biografía del autor/a

Joel Hernández Otañez, Joel Hernández Otañez Universidad Nacional Autónoma de México - Colegio de Ciencias y Humanidades, Naucalpan

Licenciado en filosofía por la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, maestro y doctor en filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM; todos los títulos obtenidos con mención honorífica. Profesor de Tiempo Completo Titular C, en la signatura de Filosofía en el Colegio de Ciencias y Humanidades, plantel Naucalpan. Autor del libro Estética desde la interioridad. El pensamiento de san Agustín como inspiración en la iconografía del antiguo convento agustino de Querétaro. México: CCH/UNAM, 2019. 

Citas

Aristóteles. Poética. México: unam, 2000 (Bibliotheca Scriptorum, Graecorum et Romanorum Mexicana).

Beuchot, Mauricio. Ontología y poesía en el entrecruce de la hermenéutica y la analogía. México: Universidad Iberoamericana, 2013.

Paz, Octavio. El pliegue y sus dobles, Xavier Villaurrutia, 15 poemas. México: Coordinación de Difusión Cultural / UNAM, 1986.

En este trabajo pretendemos explorar ideas sucintas acerca de la poesía y de lo que Beuchot denomina: inteligencia poética. Se trata de referir algunos aspectos de este elevado fenómeno y, a su vez, vislumbrar las capacidades que se ponen a prueba para quienes incursionan en él. Asimismo, hablar del papel que tiene la ontología para su consumación, es decir, reconocer a esta como esencial para el universo metafórico (donde se conjuga lo intelectivo, lo imaginativo y lo emocional). Talentos propensos a la interpretación, en este caso analógica; no como recurso aleatorio, sino como extensión connatural de que crear y contemplar es trabajo hermenéutico.

Es importante recordar que la poesía ahonda en la sensibilidad humana. Que, incluso en las circunstancias de tensión social, resulta prioritaria para promover perspectivas de mayor temple, que se alejen de lo que nos disminuye o nos confronta. No es que la poesía resuelva los asuntos de crisis; pero sí resulta una instancia que abre formas de comunicación, entendimiento y comprensión. Si bien nuestro planteamiento no es estrictamente novedoso, se hace necesario subrayarlo. Estamos ciertos de que la poesía es una vía de transformación porque incide en la interioridad de las personas. Aunado a que presenta a los fenómenos circundantes con nuevos matices; más seductores y profundos.

Así, pues, los esbozos aquí planteados son resultado de la filosofía de Mauricio Beuchot. La denominada hermenéutica analógica será la vía de exploración. Vertiente de pensamiento que también se ha interesado en que la poesía mantenga su estatus ontológico y, por ende, reoriente el ser de las personas y su concepción acerca de las cosas. Si los momentos convulsos tienden a desplazar las capacidades, estas últimas deben revirar lo que las contrarresta. Es menester proclamar que la vida no es sinónimo de violencia y destrucción. Resignarse a que lo amenazante impere es, sin duda, antesala de que los horizontes poéticos y filosóficos se sustituyan por retóricas dañinas y prácticas lacerantes. Podemos adelantar que, en el ánimo de refrendar lo virtuoso, las contribuciones de la hermenéutica analógica ya son un sendero para avanzar hacia lo edificante. Acentuemos, entonces, sus ideas al respecto.

Lo primero que dice el autor mexicano es que la poesía está vinculada a la ontología humana, es decir, no es aledaña a su ser sino implícita a sus capacidades. Entenderlo exige de destreza interpretativa. Implica esgrimir sobre algunas virtudes que caracterizan a esta forma de creatividad. Una de ellas es la inteligencia. Beuchot nos recuerda que esta tiene distintas vertientes. “La inteligencia reviste numerosas formas, adquiere modalidades muy diversas”.1 Es científica, técnica, instrumental y, lo que nos concierne aquí, poética. Nos precisa Beuchot que, al ser un acto de la mente, se vincula y se distancia del razonamiento. Este segundo se caracteriza por ser procesual, paulatino y progresivo; esto es, avanza entre premisas y conclusiones.2 Se nutre de los argumentos y, por ende, de las deducciones que prueban ser válidas o inválidas (si sus proposiciones son verdaderas porque no hallan contradicción o, por el contrario, falaces, si incurren en inconsistencias). Empero, a diferencia de la razón “la inteligencia es directa, inmediata e instantánea”.3 La razón deduce y argumenta; la inteligencia cae en la cuenta de lo que capta; de lo que se revela o manifiesta.4 Obviamente, no se trata de polarizar o aislar la inteligencia de la razón o el raciocinio; de hecho, definir cada una es participar de ambas. Aunque en este caso, marcar o ponderar sus matices brinda posibilidades de asimilar el fenómeno de lo poético. Tenemos, entonces que “El raciocinio es pausado, penoso y laborioso, en tanto que la intelección es rápida, descansada y gozosa”.5 El raciocinio deduce, induce, demuestra; es trabajo o elaboración. Por su parte la inteligencia —como plantea Beuchot—, es más intuitiva o intelectiva. Asiente porque logra ver. Acierta porque coincide con las características de aquello que se le presenta. Entre el raciocinio y la inteligencia avanzamos en la realidad concreta y abstracta. Esgrimiendo y comprendiendo nos allegamos a los misterios del mundo. Y, aunque una contribuye más a lo poético que otra, no dejan de ser formas que hoy en día —como veremos más adelante—, están siendo enajenadas.

Desde la filosofía griega —y así nos lo precisa Beuchot—, la inteligencia (nous) y el razonamiento inclinado al conocimiento (episteme) eran maneras de proceder y comprender la realidad: “El hombre noético o inteligente era superior al hombre epistémico o científico, porque el inteligente era inventivo, el que lanzaba buenas hipótesis y captaba con claridad los juicios; en cambio, el epistémico o científico era más bien el que era buen razonador o bueno para demostrar”.6

Si bien estos estilos tenían sus diferencias y alcances, llevaban consigo el interés de asimilar la realidad; sabiendo que el cosmos —precisamente por serlo—, implicaba un orden detrás de todo horizonte de estudio y de exploración. El proceder para interpretar y comprender no se concebía sin el sustento ontológico o metafísico. Este aliento originario es lo que la hermenéutica analógica recupera y nos quiere proponer.

La inteligencia poética resignifica universalizando, es decir, concibe lo que compete a lo humano. Revela lo entrañable. Su palabra sensible inicia acotada para extenderse. Como el propio Aristóteles explicaba en su obra destinada a la tragedia —y que Beuchot recupera—, la poesía tiende a lo universal sin abandonar lo particular; pero además invita a contemplar lo que debería ser, lo paradigmático, lo ejemplar, sin agotarse en las singularidades ocurridas como, por ejemplo, bien interesa a la historia. Recordemos las palabras de Aristóteles: “ya que la poesía trata sobre todo de lo universal, y la historia, por el contrario, de lo singular”.7

Bajo este principio de universalidad, la inteligencia poética muestra que la referencia puntual se amplía al sentir y comprender humano en general. De hecho, es capacidad de todo aquel o aquella que quiera cultivarla. Afirma Beuchot: “La inteligencia poética es, pues, la facultad de encontrar en lo que se muestra como particular, lo universal, lo general”.8 Tenemos, entonces, que lo percibido, lo asimilado, lo significado, son horizonte y vínculo. Si lo individual tiende a lo universal, luego, la inteligencia poética se caracteriza por ser metonímica. Pero también se distingue por ser metafórica o de encontrar significados en relaciones inusuales. Acercamientos inusitados que sugieren las cosas y los actos. Así pues, la inteligencia poética mantiene este vaivén de lo metonímico y de lo metafórico. Su equilibrio y cúspide es guiada por la analogía. Interpretación analógica que delibera e intuye; que contribuye a ver, sentir y pensar. Así pues, afirma Beuchot, metonimia y metáfora logran su juego, su dinamismo y su enriquecimiento por la analogía.9

La metonimia y la metáfora no son meros recursos, sino que fulguran como rasgos ontológicos que se hacen manifiestos, sobre todo, en la inteligencia poética y, por ende, en el poema creado o interpretado por el lector. El mundo circundante revela a la interioridad humana que hay semejanzas: “Sentimos lo otro en sus semejanzas con nosotros, en la medida en que captamos la analogía mutua. Es una relación metafórica, ya que la metáfora es una forma de la analogía (la metáfora analógica)”.10 Por su parte la metonimia “Nos hace pasar del fragmento al todo, o, mejor aún, nos hace ver el todo en el fragmento”.11 Como mirada o inteligencia, o bien como obra poética, el camino interpretativo subyace. Perfiles y escorzos muestran sus lazos tensionales pero luminosos. Pensemos en lo que señalaba Octavio Paz respecto a la fascinación que genera la poesía al mostrar las tensiones del existir. Tensiones que mantienen la dualidad buscando la unidad: “unidad que no destruye la dualidad, sino que, al contrario, la preserva y en ella se preserva. El uno es dos y el dos es uno”.12 Y continúa señalando Paz: “La palabra que define a esta tentativa es la preposición entre […] El entre no es espacio sino lo que está entre un espacio y otro; tampoco es tiempo sino el momento que parpadea entre el antes y el después. El entre no está aquí y no es ahora. El entre no tiene cuerpo ni substancia. Su reino es el pueblo fantasmal de las antinomias y las paradojas”.13

Es lo que el mismo Beuchot reconoce del acontecer metafórico en general: este encuentra semejanzas porque admite diferencias. Es limítrofe y, sin embargo, presiente la unidad sin concluir en ella. Nos dice Beuchot que la metáfora aventura el sentido; mientras que la metonimia se inclina a la referencia. Así pues. “La metáfora es ilusión, y la metonimia, alusión”.14

Ahora bien, una de las inquietudes del filósofo mexicano es especificar no solo que la inteligencia poética abre vínculos que otras inteligencias no siempre pueden, sino que también nos reúne con lo trascendental. Nos especifica que ya la propia poesía (con su poder metafórico y metonímico) es camino a la metafísica; muestra al ser: “Por eso me parece que deberíamos llegar a la tesis de lo que la poesía ayuda a la metafísica a captar el ser, la poesía alimenta a la ontología en eso que le sería lo más propio: sobrepujar al ente para llegar al ser”.15 Se trata de mostrar (y no necesariamente de demostrar) que las cosas se desbordan a sí mismas junto con el ser humano que las contempla. Apuntan o evocan a lo que les trasciende. Apartándose momentáneamente del raciocinio o del argumento, la inteligencia poética logra entrever lo originario, lo misterioso, lo arcano. En ese sentido, el poema es un lugar de encuentro. Ofrece y resguarda. Su creación y su lectura, es decir, su interpretación, se allegan a manifestaciones del ser como la belleza o la armonía.

Tenemos que para Beuchot la inteligencia poética es analógica e icónica. Crea e incentiva la semejanza, al tiempo que abre el vínculo de la parte al todo. Sabemos que la semejanza no quiere la síntesis o la resolución última (ni siquiera en el poema mismo que emerge como resultado de la virtud metafórica); por el contrario, la semejanza acerca, conservando las diferencias. En la inteligencia poética, en el poema y, por ende, en la vida, la multiplicidad es acotada por la unidad. Diversos y distintos los entes perviven en el ser. Intuirlo, verlo, es decir, interpretarlo analógicamente, son un mismo cruce afortunado. Pero, además —y como hemos insistido con Beuchot—, a la configuración de semejanzas le acompaña el tránsito de lo particular a lo universal o de la parte al todo (como distingo de lo metonímico). Allí se anuncia que el resguardo hacia lo trascendental o hacia el ser también nos define.

Hemos dicho —siguiendo al hermeneuta analógico—, que existen otros tipos de inteligencias: científica, técnica, instrumental. Si bien todas emanan de las capacidades humanas y dicen algo del ser en general, no están exentas de equivocismos o de univocismos. Que alguna de las mencionadas pretenda prevalecer sobre las demás o, en su defecto, que la falta de distinción entre ellas produzca confusiones, es de suyo un problema. Riesgo latente que, por cierto, queda bien librada la inteligencia poética por ser más analógica, icónica, templada y contemplativa; no queriendo proceder por imposición sino expectante a la revelación. No así la científica, la técnica y, sobre todo, la instrumental que, por su naturaleza, tiende a la operatividad y eficiencia a ultranza. No olvidemos que la vida social actual crea sus propias necesidades; algunas cruciales otras artificiosas o resultantes de relaciones enajenantes. En esa atmósfera halla hegemonía la instrumentalidad. Toda ella global, hiperactiva y sin tiento, impone formas de comunicación y de relación entre los seres humanos. Si lo vigente tiende a la actualización (toda vez e inmediatamente), entonces, el cultivo de la sensibilidad contemplativa advierte con disminuir.

Dificultades que también pueden enredarse con vicios discursivos que, algunas veces, los vemos en el terreno argumentativo o, mejor dicho, en la actitud que se toma respecto a ellos. Los que pretenden tener la razón entendida esta como vencer o ganar en la supuesta disputa conceptual que, incluso, puede ser incentivada por una de las partes bajo el móvil de ciertas imaginerías débiles, distantes o ajenas, obviamente, de la imaginación poética o del argumento filosófico eminentemente dialógico.

Preocupado por los excesos subordinados a la instrumentalidad, la postura de Beuchot es incentivar la inteligencia poética. Interés que, aunado a lo mencionado con antelación, repercute en un doble camino: el que orienta a la filosofía y el que caracteriza al suceder humano. Respecto al primero, sostiene Beuchot, se trata de alimentar a la filosofía para sacarla de la postración nihilista en la que suele caer o encontrarse.16 Por otra, es reiterar que la inteligencia poética ha sido parte de la configuración humana en todas las épocas. Estos dos impulsos resultan cruciales para enfrentar los síntomas tendientes al escepticismo, a la globalización y al eficientísimo. Así, la inteligencia poética —dialogante con la filosofía y nutriente de los talentos contemplativos y sensibles de las personas— debe ser ponderada. “Pero en la actualidad esa importancia se redobla, porque se han impuesto los parámetros de la inteligencia instrumental, que está desprovista de la riqueza de la inteligencia poética, que es más vital y, en ese sentido, más profunda”.17 Entre el escepticismo y la operatividad, van aventajando posturas que reducen al poema a un adosamiento o a un decorado. Se le enmarca como un conocimiento menor o un recurso improcedente para reorientar la vida actual. Incluso, una alegoría de la desesperación. Muestra de ello es el devenir de las sociedades actuales: se ufanan eficientes en tecnologías y comunicaciones, pero expectantes de su propio oriente o destino como colectividad.

Alejada de la simple operatividad y el bullicio, la inteligencia poética es sosegada en la interpretación. Al ser contemplativa y creativa, sus móviles son distintos a la mera instrumentalidad. Sin negar la importancia de esta última, el temple poético otorga niveles de comprensión del sentido de la vida. El existir cobra preeminencia. Las obras poéticas son posibilidad inequívoca de ello. Afirma Beuchot: “De hecho, la intelección que da la poesía sería de las más perfectas, porque reúne concepto y emoción, porque aquieta esas dos dimensiones constitutivas del hombre, de su psique, de su vida misma”.18 Como resultado o como capacidad, el poema y la inteligencia poética son distintivos de la concepción del mundo. Pertenecientes a todos los tiempos, no tienen el sello de lo actual o de lo actualizado. La inteligencia poética y la poesía como tal son requerimiento perentorio hoy en día; empero, no pueden maniobrarse bajo el recurso de la inmediatez. Su urgencia no es sinónimo de instantánea aplicación. La contemplación nunca es aprisa.

Quiero cerrar subrayando que la inteligencia poética es dialogante. Es núcleo de interpretación para el artista y para el lector de la obra. Afirma Beuchot: “De esta manera, ejercen la inteligencia poética tanto el poeta, que crea un poema, como el lector del mismo; es la inteligencia poética la que hace al poeta crear poesía y al lector o crítico degustarla o criticarla”.19 Diálogo es aquí alternativa genuina de comprensión. Es interlocución y capacidad de reconocimiento. La interpretación se vuelve extensión de lo creado y de lo asimilado. O, como destaca Beuchot: “La inteligencia poética hace al mundo el análogo del hombre”.20 Por tanto, se mantiene una disposición y comunicación sensibles con las demás personas, con el entorno y con lo que nos trasciende, es decir, lo metafísico. No es que esta inteligencia poética evidencie o demuestre las características de la alteridad o de lo que nos circunscribe, sino que es receptiva y abierta a las revelaciones, manifestaciones o indicios que la realidad anuncia. Privilegio que, obviamente, otras disposiciones epistémicas no posibilitan.

Es menester el cultivo de la inteligencia poética porque nos deja acceder a instancias que otras perspectivas no logran. Aunado a que nos permite asimilarnos como parte fundamental del ser, es decir, asumir que somos parte del todo. Es faena ardua no dejar a la zaga los visos de la totalidad que nos acoge. No podemos obviar la pertenencia al todo, esto es, a lo que nos rebaza atesorándonos. Denostar su comprensión es mermar de algún modo la existencia. De hecho, una mejor explicación de sí pasa por la asimilación de lo que nos extralimita. Ámbito metafísico que la filosofía ha llamado tradicionalmente el Ser o el Absoluto. Esto no supone que cada poema tenga que reivindicar temáticamente lazos metafísicos; sino que la inteligencia poética mantiene distingos metafóricos y metonímicos que se allegan a lo originario o al ser.

Este encuentro demandará una interioridad alerta o atenta a la interpretación propia, esto es, una deliberación de lo que somos y de quiénes somos. Es imprescindible el cuestionamiento íntimo para consolidar el referido al fundamento último. Cimiento de las cosas y de los sujetos que nos rodean. Admitiendo, con ello, que una hermenéutica de sí es antecedente a la investigación de lo externo porque es tácito a lo interno. No se puede aventurar la inteligencia poética sin poner a prueba la intimidad humana para, posteriormente, entender mejor el mundo que nos rodea. Así pues, una verdadera exploración supone introspección.

La inteligencia poética despunta como talento intuitivo. Se despliega gracias a que el ser humano logra interpretar analógicamente los fenómenos propensos al tamiz metafórico y metonímico. Hemos señalado que uno de los frenos a esta capacidad o talento es precisamente la instrumentalidad. Eficiencia que —lejos de resolver o esclarecer el mundo— alardea la operatividad como logro incuestionable. Reactivada incesantemente, se presupone incontrovertible o, incluso, garante del ser humano. Se otorga el estatus de lo imprescindible gracias a su funcionamiento. Se la concibe privilegiada por estar en marcha. Aunque dependa de las personas su ejecución, paradójicamente, subordina a estas a perpetuos quehaceres. Nos pone a maniobrar día a día. Y lejos de que parezca un juego de palabras: la instrumentalidad nos instrumenta. La controlamos operados por ella. Y en el trajín pasa a segundo término cualquier cuestionamiento.

Sin querer negar a toda costa su importancia, debemos decir que la hegemonía de la inteligencia instrumental merma otras capacidades de comprensión. Disminuye el diálogo comprensivo con el prójimo y con el mundo. La operatividad incesante se vuelve aturdidora porque se impone unívoca. Vertiginosa, silencia la inteligencia poética. La instrumentalidad, que no está dispuesta a contemplar, opaca a la poesía. No espera revelación alguna. No se detiene en esas preocupaciones. Operativiza (que no es lo mismo que crear), como criterio insuperable. Tampoco brinda a la palabra sensible la alternativa de descubrir contornos recónditos de la existencia.

Ambas capacidades (la instrumental y la poética) deberían tener un equilibrio. Empero, no podemos negar la urgencia de replantear a aquella desde la alternativa de esta última. Sería una insensatez no señalar la inestabilidad y el deterioro feroz contra la vida misma, en este imperio de lo meramente eficaz. Detrimentos que merman la estabilidad social y el equilibrio de la naturaleza. Así pues, estamos llamados desde la inteligencia poética a modificar visiones y estilos de apreciación y conducta. Quedamos requeridos a interpretar analógicamente. Resulta urgente reparar los daños bajo el viraje de capacidades y actitudes. La hermenéutica analógica —que alienta a la inteligencia poética— es sin duda un aporte. Intuirlo es prosperar a una recomposición vital.

Referencias

  1. (). . , Bibliotheca Scriptorum, Graecorum et Romanorum Mexicana. México: UNAM. .
  2. (). . . México: Universidad Iberoamericana. .
  3. (). . . México: Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación de Difusión Cultural. .
Mauricio Beuchot, Ontología y poesía en el entrecruce de la hermenéutica y la analogía (México: Universidad Iberoamericana, 2013), 154.
Cf. Beuchot, Ontología y poesía, 156.
Ídem.
Cf. ibíd., 156-157.
Ibíd., 156.
Ibíd., 158.
Aristóteles, Poética. Trad. García Bacca (México: UNAM, 2000), 14.
Beuchot, Ontología y poesía, 159.
Ibíd., 149.
Ibíd., 143.
Ibíd., 159.
Octavio Paz, El pliegue y sus dobles, Xavier Villaurrutia, 15 poemas (México: UNAM, 1986), 4.
Ibíd., 5.
Beuchot, Ontología y poesía, 149.
Ibíd., 160.
Cf. Beuchot, Ontología y poesía, 165.
Ibíd., 166.
Ibíd.
Ibíd., 163.
Ibíd., 162.