Muchas veces, lo que parece maldición en los paisajes mitológicos de la India no es más que un recurso que desata todo un viaje literario sobre las fuerzas divinas interviniendo en las vidas humanas con el objetivo de impartir las enseñanzas y dejarnos una riqueza narrativa.
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Sharma, Y. (2018). De maldiciones y bendiciones: el poder de la palabra como catalizador en la mitología de la India. Interpretatio. Revista De hermenéutica, 3(1), 17-31. Recuperado a partir de https://revistas-filologicas.unam.mx/interpretatio/index.php/in/article/view/80
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EULATE, Carmela (adapt.) (2002). Sakuntala de Kalidasa. México, Editorial Porrúa.
PRECIADO SOLÍS, Benjamín (2005). “The Episode of the Mausalparvan”, en T. S. Rukmani (ed.), The Mahabharata, what is not here is nowhere else, Yannehasti na Tadkvacit, New Delhi: Munshiram Manoharlal Publishers, 239-244.
WILKINS, W. J. (1900), Hindu Mythology, Vedic and Puranic, Calcutta: Thacker, Spink & Co.; London: W. Thacker & Co.
De maldiciones y bendiciones: el poder de la palabra como catalizador en la mitología de la India
La palabra, tanto escrita como articulada, es un concepto relevante en el ámbito filosófico, lingüístico, místico y religioso, sobre todo de la India antigua. Por ejemplo, uno de los mil nombres de Kŗşŋa1 o Śiva2 es Akśara,3 que literalmente quiere decir imperecedero y su significado es palabra o letra. En muchos pasajes de los libros sagrados o religiosos, es posible percibir que el poder de la palabra se adquiere mediante la atención y el respeto que se ofrecen al sonido y al significado de ésta. De hecho, es gracias a la práctica constante de ambas acciones que los seres alcanzan el poder de que todo aquello que enuncien se realice. En palabras sencillas, se puede decir que hablar siempre con la verdad convierte lo que se dice en la verdad misma.
Este artículo tiene por objetivo dar un breve panorama acerca del poder de la palabra en algunas obras literarias y purāŋicas4 del hinduismo. Para ello, se delinearán algunos pasajes en los cuales se puede percibir el uso de este poder en sus diferentes versiones e intensidades. Antes de continuar, es necesario explicar las dos nociones que se discuten en el ensayo: śāpa5 y vara,6 las cuales, en este contexto, se traducen como maldición y bendición respectivamente. Ambas son manifestaciones del poder de palabra que los seres humanos y celestiales alcanzan a través de seguir voluntariamente ya sea una vida ética, o sea tapas7 (mortificación o penitencia), o también por haber complacido a alguna de las fuerzas supremas del panteón del hinduismo. Por ejemplo, en Bhāgavata Purāŋa, Śiva le dice a rşi8 Mārkandeya:9 ¨Brahmā,10 Vişŋu11 y yo, los tres somos capaces de dar bendiciones (o poderes) y nuestra aparición nunca resulta ser sin fruto” (Vyāsa12 2004: 59).
Estas tres fuerzas cósmicas -Brahmā (el Creador), Vişŋu (el que sostiene la Creación) y Śiva (el que destruye o transforma la existencia manifiesta)- cumplen deseos a los seres humanos y divinos concediéndoles los poderes anhelados. Al momento de concederlos, las tres deidades toman en cuenta las leyes de la naturaleza que ellos mismos crearon. Un ejemplo de esto es el de Narasimha13 (hombre-león), avatāra de Vişŋu. Se cuenta que Hiraŋyakaśyapa14 hace fervientes e imposibles penitencias para complacer a Brahmā. Cuando aparece el Caturmukha15 y le pregunta qué desea, Hiraŋyakaśyapa le pide la inmortalidad. El Nacido-de-loto16 le dice que esto es imposible puesto que todo lo que nace está destinado a morir. El devoto le pide entonces que cumpla su siguiente deseo: que él no muera ni de día ni de noche, ni en su casa ni fuera de ésta, ni en la tierra ni en el cielo, ni a causa de un arma de lanzar ni por una de duelo y que no lo pueda matar ni hombre ni animal. El Dios-de-la-palabra cumple el deseo del rey Hiraŋyakaśyapa, quien no tarda en abusar de su poder y ejercer su tiranía aun sobre los seres humanos y las deidades. Para poner fin a Hiraŋyakaśyapa, “Vishnu, in the form of a being half-man and half-lion, came forth from the pillar, laid hold of Hiranyakasipu by the thighs with his teeth, and tore him up the middle”17(Wilkins 1900: 64) respetando, palabra por palabra, la “bendición” de Brahmā al rey. Se ve claramente la astucia de Vişŋu, quien hace una lectura entrelíneas de la bendición que el rey recibe y que se convierte en la causa de su muerte.
Se ha mencionado que, al momento de conceder deseos, las deidades consideran las leyes de la naturaleza que crearon; no obstante, sólo en ciertas circunstancias Śiva y Vişŋu deciden quebrantar estos límites. Así, en una ocasión, a pesar de que una pareja de sabios no estaba destinada a tener ningún hijo en esta vida, debido a su ferviente tapas, Śiva -en algunas versiones Brahmā- les da la opción de tener un hijo tonto y longevo o uno sabio que muriera a los 16 años. La pareja opta por un hijo sabio de nombre Mārkandeya, quien resulta ser un gran devoto de Śiva. Cuando está por cumplir los 16 años, este niño sabio se sumerge en una profunda meditación acerca de Śiva. Durante ese tiempo, el dios de la muerte -Kāla18 o Yama- se le acerca, pero inclusive la muerte encuentra su fin a manos de Śiva, porque el Kalāntaka19 decide salvar a su devoto y cambiar lo que estaba destinado para Mārkandeya.
Curiosamente, se advierte con frecuencia que son los místicos y sabios ŗşis los que usan su poder de palabra para “castigar” a los seres humanos y a las deidades maldiciéndolos. Un nombre que sobresale en esta función es ŗşi Durvāsā -cuyo nombre significa “con quien es difícil vivir” y cuyo nacimiento se debe a la ira de Śiva-. Ŗşi Durvāsā no únicamente es muy poderoso, sino también es capaz de dar poderes a otros seres, pero es especialmente conocido, o, mejor dicho, temido, por su comportamiento volátil. En varios pasajes importantes en la literatura sánscrita, sus maldiciones funcionan como catalizadores para comenzar o dar un giro a la historia. Cabe mencionar tres de las ocasiones más sobresalientes. No obstante, antes de presentar estos ejemplos, es pertinente mencionar que es común encontrar diferentes versiones del mismo pasaje mitológico en la literatura de la India antigua. Escasas veces es significativa la diferencia y generalmente ésta no cambia la trama principal. Pasemos entonces a los pasajes.
El primero es el famoso samudra-manthan20 o batimiento del océano que se encuentra en Bhagavata Purāna, Vişŋu Purāna, Mahābhārata y otras escrituras. En este pasaje, cuando Brahmā percibe que “por el śāpa de Durvāsā los tres mundos e incluso Indra (el rey de los dioses) han perdido su gloria” (Vyāsa 2004: 437), les aconseja a los debilitados suras o devas (las deidades) que pidan a los asuras, sus enemigos por excelencia, juntar fuerzas para llevar a cabo la labor de batir el océano, con el objetivo de sacar el néctar de la inmortalidad -amŗtam-21 para compartirlo equitativamente. Se prepara esta ardua hazaña colocando a la serpiente Vāsuki22 alrededor de la montaña Mandara, que a su vez está ubicada en medio del océano. Como consecuencia del samudra-manthan emergen muchas cosas, tales como joyas y armas divinas, los seres y animales celestiales, el veneno, etcétera, antes de que salga el amŗtam. Los asuras arrebatan a los suras la bebida y Vişŋu toma la forma de Mohini23 -la mujer encantadora- para robársela con la finalidad de repartirla entre los dioses.
Varias preguntas surgen: ¿por qué los dioses tuvieron que recurrir a esto? o ¿por qué estaban debilitados ante los asuras? Por la maldición del ŗşi Durvāsā. Una vez Indra, el rey de los dioses, montado en su elefante Airāvata,24 se encuentra con ŗşi Durvāsā quien le obsequia un collar de flores divino, regalo de Śiva. Indra lo coloca sobre el tronco del elefante quien lo tira al suelo. Durvāsā lo toma como un acto prepotente de parte del rey de los dioses y lo maldice para que los dioses pierdan su fuerza y fortuna, pues el collar era un objeto divino y no se merecía este desprecio. Indra intenta explicar al ŗşi lo sucedido, pero su tentativa resulta en vano.
El segundo pasaje es de la obra Abhijñānasākuntalam25 de Kalidāsa, que está inspirada en un paisaje del Mahābhārata. En esta obra maestra del renombrado poeta, el rey Duşyanta contrae el matrimonio gandharva26 con Śakuntala, en ausencia del padre adoptivo de la protagonista, y se va prometiéndole que pronto volverá a verla. A la mitad de la obra, aparece ŗşi Durvāsā:
Era este, un asceta mendigo, el temible Durvasa, quien, por sus austeridades, poseía fuerza dominadora nunca sobrepujada. Indignose al ver que no acudía la doncella a recibirlo como debiera, y tomó su ausencia por desprecio de su anciana austeridad. Levantando el puño cerrado hacia los cielos, exclamó: -¡O Shakuntala!, ¡mujer cuyos sueños van hacia el hombre que ama, y desprecia al huésped venerable que pasa por su puerta! tu Rey va a olvidarte. No recordará que te vio; no recordará que te amó, y será semejante a un hombre que obró bajo el influjo de la embriaguez, y quien al despertarse no puede repetir las palabras que pronunció en tal estado. (Eulate 2002: 42).
Las dos amigas de Śakuntala abogan por ella ante el ŗşi, quien debilita su maldición puntualizando que cuando el rey vea un objeto que él había regalado a la joven se va a acordar de ella completamente.
El tercer pasaje es de una bendición (o poder) que ŗşi Durvāsā otorga a la reina Kunti, madre de los cinco hermanos protagonistas del Mahābhārata. La princesa Pŗthā -otro nombre de Kunti- en su adolescencia cumplió todos los deberes de una buena anfitriona sirviendo al ŗşi Durvāsā quien, al estar complacido, le comparte un mantra con cuyo poder ella podía invocar a cualquier deidad para que le diera un hijo. Cuando el ŗşi se va del palacio, la princesa, por curiosidad, invoca al Sol, quien le deja un hijo. Por miedo a la difamación, la adolescente decide abandonar al niño en el río.
Dos aspectos llaman la atención en estos tres ejemplos del uso del poder de la palabra, llámese śāpa o vara (bendición o maldición). Por una parte, la intensidad de la maldición varía. En el caso de Indra, Durvāsā castiga a todos los dioses por algo que podría parecer un descuido mínimo y sin intención y, a pesar de pedirle perdón, el ŗşi decide no disminuir el castigo. Por otro lado, en el caso de Śakuntala, el castigo es reducido. El tercer caso es todavía más interesante, lo que parece una bendición para Kunti, se convierte en una maldición, puesto que la curiosidad por averiguar el poder de la bendición lleva a la princesa a vivir con el remordimiento de haber abandonado a su hijo. Así, una maldición puede reducirse y lo que parece ser una bendición puede hacer sufrir al beneficiario.
Este último ejemplo permite introducir el texto del que se retoman los pasajes que a continuación se presentan, me refiero al Mahābhārata, una de las dos epopeyas más importantes de la literatura sánscrita -otra es el Rāmāyaŋa- y una de las obras literarias más extensas escritas hasta ahora. En el primer libro de este compendio se admite que todo está en este libro: “/kesZ pkFksZ dkes p eks{ks p Hkjr”kZHkA ;fngkfLr rnU;= ;UusgkfLr u rr~ Dofpr~AA” dharma, artha, kāma y moksha (los cuatro purusārthas)27 se encuentran en el Mahābhārata -lo que no está aquí no está en ningún otro lado- (Vyāsa 2004: 56.33).
Esta cita marca la importancia de este libro en el hinduismo y la razón por la que escogí algunos de sus pasajes para analizar dentro del contexto de este artículo.
Pasemos entonces a describir la importancia del papel y el poder de la palabra en este libro que se enorgullece de contener absolutamente todo acerca de lo humano y lo divino, y lo describe en más de un millón de palabras.
Tradicionalmente ŗşiVyāsa es considerado como el autor del Mahābhārata. No hay que olvidar, sin embargo, que, como sucede con la mayoría de los textos antiguos, la cuestión de una autoría única es debatible. Probablemente, a lo largo del tiempo, algunos pasajes se añadieron y otros se fueron quitando del texto original. En ese sentido, explicar los procesos de redacción que experimentó la epopeya hasta llegar a su forma actual es un tema que merece una investigación aparte, por ello sólo mencionaré tres de los “textos” más reconocidos: Jaya (8800 versos dictados por Vyāsa), Bhārata (24000 versos recitados por Vaiśampāyana) y Mahābhārata con poco más de 100000 versos narrados por Ugraśrava Sauti. Este libro no tiene una narración lineal o unidireccional; hay textos entre textos. De hecho, algunos pasajes del libro han cobrado tanta importancia que parecen tener “vida propia”. Un ejemplo evidente es de la Bhagavadgitā. No obstante, la historia principal trata sobre la dinastía Bharata, específicamente acerca de los antecedentes, la batalla y las represalias que ésta tuvo entre los hijos de los hermanos Pāndu y Dhŗtrāşţra.
En las páginas que siguen brindo la lectura de algunos pasajes de esta epopeya tomando en cuenta el tema del poder e importancia de la palabra (o promesa). No sería prudente ni posible analizar todo el libro; por ende, me limitaré a algunos pasajes que considero importantes para el argumento principal de este artículo.
Comencemos nuestro recorrido a través de la epopeya con Bhīşma, el hijo de Sāntanu y Gangā -la personificación del río Ganges- quien se encuentra entre los personajes principales del Mahābhārata. Tío-abuelo de los kauravas y los pāndavas, Bhīşma posee casi todas las cualidades y virtudes de un ser ideal: guerrero invencible, adiestrado en todo tipo de armas, hijo obediente, poseedor del conocimiento de los vedas y otras escrituras sagradas. Es posible argumentar que, sin este personaje, no existiría el libro ni la batalla del Mahābhārata. En ese sentido, es irónico que su nacimiento se deba a una maldición.
Uno nace porque desea o porque no puede superar sus deseos. El nacimiento de los seres se debe a los deseos para su propio beneficio o placer. Cuando una deidad o un ser celestial comete algo indebido es castigado y debe nacer como ser humano. Esto es lo que sucede con Bhīşma. Él es uno de los ocho hermanos celestiales vasus.28 En el libro 1 de esta epopeya, la historia cuenta que en una ocasión estos ocho hermanos, acompañados de sus esposas, visitaron el āśram29 de ŗşi Vaśişţha.30 La esposa de Prabhāsa (Dyaus) se queda fascinada con Kāmadhenu31 -la vaca divina regalo de los dioses al ŗşi- por lo que pide a su esposo que la robe. Prabhāsa comete el error de hurtarla con ayuda de sus hermanos. Como castigo a este acto, ŗşi Vaśişţha maldice a los ocho hermanos anunciándoles que nacerán como seres humanos. Los vasus ruegan al ŗşi que los perdone. Éste reduce su maldición para siete de ellos, quienes vivirán una vida muy corta como seres humanos; sin embargo, no levanta el castigo a Prabhāsa, pues como protagonista del robo tendrá que vivir una vida humana muy larga.
Ganga, el río celestial, promete a los ocho vasus que los liberará de sus cuerpos humanos en cuanto nazcan. La unión de Gangā con Śāntanu -el futuro padre de los ocho vasus- también tiene una maldición como antecedente. Śāntanu, en su vida anterior, era un virtuoso rey quien fue invitado a la corte divina para participar en una reunión. Mientras todos los dioses estaban rezando a Brahmā, el viento sopló descubriendo el cuerpo de Gangā. Con excepción del rey, todas las deidades bajaron su mirada como una muestra de respeto hacia Gangā. Por este acto indebido, Brahmā lo maldice presagiándole que su deseo carnal por Gangā sería la causa de sufrimiento en su siguiente vida.
La ejecución de la maldición comienza con una descripción romántica cuando el rey Śāntanu mira por primera vez a la mujer Gangā caminando en la orilla del río Ganges. Se enamora a primera vista y le pide ser su esposa. Gangā otorga su consentimiento con la condición de que no cuestione ninguno de sus actos, pues, en cuanto lo hiciera, ella lo abandonaría. El enamorado rey no encuentra inconveniente alguno en aceptar esta condición. Una vez casada, para cumplir sus palabras, Gangā libera uno por uno a los siete vasus nacidos en forma de sus hijos ahogándolos en el río, mientras el rey sufre viéndola “matar” a los bebés. Śāntanu, no pudiendo tolerar más la situación, cuando ve a Gangā llevar a su octavo hijo recién nacido al río, cuestiona su cruel acto. En ese momento, Gangā le cuenta la historia de los hermanos vasus y abandona al rey prometiéndole que regresará a su octavo hijo, luego de haberlo preparado para la dura vida que había de enfrentar. Transcurren aproximadamente doce años para que Bhīşma sea devuelto a su padre. Durante este tiempo, el príncipe recibe el conocimiento de los mejores maestros, sabios en el arte de la guerra y de las escrituras sagradas. Con el paso del tiempo, el príncipe logra ganar el amor y respeto no sólo de su padre sino de todo el pueblo; por tanto, es nombrado el siguiente heredero al trono.
Śāntanu vive todo este tiempo en celibato, mas, en una ocasión, cuando va de cacería, se encuentra con Satyawati y se enamora de ella. El padre de Satyawati permite que el rey contraiga matrimonio con su hija a condición de que sean sus hijos los herederos del reino. El rey rechaza esta propuesta. Al enterarse del deseo de su padre, Bhīşma no únicamente abandona el trono sino que toma el voto de vivir una vida célibe para evitar que sus hijos quieran reclamar el derecho sobre el trono. A cambio de este voto tan enérgico, Śāntanu otorga a su hijo el poder sobre su propia muerte. Es decir, Bhīşma podía escoger la hora de su fallecimiento. Él promete a Śāntanu cuidar siempre el trono, ver la imagen de su padre en el que fuera rey y no dejar que la muerte se le acerque hasta ver el reino protegido bajo el mandato de un buen rey.
Para resumir, tenemos a un ser celestial en la forma de un ser humano capaz de vencer a los dioses por sus armas, atado por su voto al servicio del trono sin importar quien fuera el rey, con el poder sobre su propia muerte, pero obligado a vivir hasta que el reino esté protegido. El castigo de ŗşi Vaśişţha, en vez de una maldición, parece ser un catalizador para el comienzo de una de las historias más intrigantes y perfectas que existen en la literatura escrita y oral.
Śāntanu muere dejando con Satyawati dos hijos. Irónicamente, ninguno de los dos reinó por mucho tiempo. Ambos mueren jóvenes, uno antes de casarse y el segundo, pese a casarse con dos princesas, fallece sin dejar ningún heredero. Satyawati convoca a Vyasa, el hijo que tuvo cuando era soltera, para que, bajo la costumbre de Niyoga,32 le dé un heredero. Mediante la unión de Vyāsa con Ambikā y Ambālika nacen Dhŗtrāşţra y Pāndu respectivamente. No obstante, al alcanzar la edad de gobernar, Dhŗtrāşţra no puede heredar el trono por ser ciego de nacimiento y su hermano menor, Pāndu, es coronado rey. El hermano ciego se casa con Gāndhāri y Pāndu con Kunti y Mādri. Acompañado de sus dos esposas, Pāndu va a un bosque con el fin de descansar de sus deberes reales, dejando el trono a cargo de su hermano mayor, a quien protege su tío-abuelo Bhīşma.
Un día en el bosque, durante una cacería, Pāndu mata sin saber a una pareja de ŗşis quienes estaban en el acto de hacer el amor. Antes de morir, el ŗşi castiga al rey maldiciéndolo con la muerte si éste se acerca a alguna mujer con deseo de hacer el amor. Después de este triste acontecimiento, Pāndu deja el reino a manos de Dhŗtrāşţra y se retira al bosque, acompañado de sus esposas, para vivir como un asceta. En una ocasión Pāndu muestra tanta tristeza por no haber dejado ningún heredero que Kunti le cuenta sobre el mantra que ŗşi Durvasa le había concedido, pero omite el detalle de haber tenido un hijo con el Sol. Con el consentimiento de Pāndu, Kunti tiene tres hijos: Yudhisţhira con Dharma;33 Bhīma con Vayu34 y Arjuna con Indra. La reina comparte el mantra con Mādri, quien invoca a los gemelos celestiales con quienes tiene dos hijos: Nakula y Sahadeva. Curiosa coincidencia, pues al igual que con Bhīşma, el nacimiento de estos cinco hermanos -los protagonistas de la batalla- se produce mediante una maldición.
Pero sigamos con la historia. Un día Pāndu cede ante la irresistible belleza de Mādrī y fallece a causa de la maldición. Sintiéndose culpable, Mādrī decide morir junto a su esposo dejando a sus dos hijos con Kunti. Estos cinco hermanos son llamados pāndavas. Por otro lado, nacen los cien hijos del rey ciego, siendo Duryodhana y Duśāsana los mayores. Estos cien hermanos son llamados kauravas. Tras la muerte de su esposo, la reina Kunti regresa al reino con los cinco pāndavas, quienes reciben educación por parte de Bhīşma y otros maestros. Los cinco hermanos, también llamados kaunteyas, destacan en el uso de diferentes armas, pero también sufren un ambiente de hostilidad, rivalidad y conspiración de parte de sus primos. Esta rivalidad y la injusticia de parte del rey ciego Dhrtarasţra, quien quiere que su hijo mayor sea el rey, son algunos de los antecedentes a la batalla de Mahābhārata entre los pāndavas y kauravas.
En general, a lo largo de todo el libro y en la batalla en específico, Kŗşŋa juega un papel central. Aunque participa como auriga de Arjuna en la guerra, Kŗşŋa no pelea ni usa ninguna arma, sino que sirve de estratega principal de los pāndavas para eliminar a los contrincantes más fuertes, invencibles e inmortales. Con la constante ayuda y orientación de Kŗşŋa, la batalla termina a favor de los cinco virtuosos hermanos. Mas, cuando él llega con Gāndhāri, la inconsolable madre de los derrotados y muertos kauravas, ésta lo nombra el verdadero culpable y responsable de la batalla. Por lo tanto, maldice la dinastía de Kŗşŋa profiriendo que morirán matándose los unos a los otro en una pelea. Siendo una encarnación del dios supremo, Kŗşŋa es capaz de rechazar esta maldición; no obstante, la acepta porque, como argumenta el profesor Benjamín Preciado en su artículo sobre Mausalparvan, “[…] he is only fulfilling his role as nemesis, making truthful each and every vow and curse made […]”35(Preciado 2005: 244).
Incluso después de que termina la batalla, el libro continúa con ocho capítulos más, además de un apartado dedicado específicamente a la vida de Kŗşŋa. No será posible analizar en este artículo, cada ocasión en la que el uso del poder de la palabra -sea en forma de bendición o de maldición- se presenta en el libro; sin embargo, quisiera concluir con algunas reflexiones tomando en cuenta los ejemplos que mencionamos.
En la epopeya que gira alrededor de la batalla entre los parientes de una familia, el nacimiento de la mayoría de los personajes principales se debe al poder de la palabra, sea en la forma de maldición o bendición; por ejemplo, Bhīşma, un ser celestial encarcelado en el cuerpo de un ser humano; los pāndavas, en vez de nacer de su padre biológico, son descendencia o “representación” de las fuerzas divinas gracias al poder de un mantra que posee su madre; la dinastía de Kŗşŋa (y él mismo, a pesar de ser la fuerza suprema) encuentra su fin “gracias a una maldición”. Verdaderamente será difícil clasificar estos usos variados del poder de la palabra como śāpa o vara.
Es posible observar que, en las escrituras sagradas del hinduismo, nadie está libre de o es inmune a la maldición, ni hombres ni dioses. Sólo aquel que profiere la maldición tiene el poder de apaciguar o reducir el castigo. Esto podría parecer contradictorio, ya que supuestamente los sabios tienen perfecto dominio sobre sus instintos -ira, deseo, arrogancia o soberbia, entre otros-, pero son ellos los que deciden lanzar maldiciones. Lo más sorprendente es que hasta las fuerzas supremas (Kŗşŋa o Vişŋu, por ejemplo), aun teniendo la capacidad y la posibilidad de ser inmunes a estos “castigos”, los aceptan, ya que, según varios textos filosóficos y religiosos antiguos, todo lo que sucede no es más que un jugueteo (Līlā)36 o una ilusión (Māyā)37 creados por la fuerza suprema misma. Y en este jugueteo, el uso del poder de la palabra, o las maldiciones, no son más que los catalizadores que dan nuevos rumbos a esta comedia divina que, vista desde una perspectiva limitada, parece una tragedia humana.