Eurídice y el naciente poder femenino en Macedonia

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E. Gabriel Sánchez Barragán

Resumen

La historia de la reina Eurídice de Macedonia da inicio a lo que, con los años, se convertirá en una constelación de soberanas helenísticas que disputarán el trono a sus maridos e hijos y que concluye con la famosa Cleopatra VII. El presente artículo comienza por señalar algunos puntos de importancia para la comprensión del poder femenino antiguo: por principio revisa los procesos ideológicos que conllevaron a la construcción social del patriarcado, para luego analizar brevemente el papel de las mujeres en Macedonia y de las reinas en particular con las personas de las primeras princesas y su posible vínculo con la religión y, merced a ésta, con el poder. Se procede al estudio de la personalidad de Eurídice, madre de Filipo II, desde las teorías con respecto a su origen ilirio, su matrimonio con Amintas y la necesidad que de aquél pudo tener el rey, para concluir con su papel en la conjura de Ptolomeo de Aloro y su rostro como madre y soberana que inaugura el interés de las mujeres por el poder en Macedonia. 

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Cómo citar
Sánchez Barragán, E. G. «Eurídice Y El Naciente Poder Femenino En Macedonia». Noua Tellus, vol. 35, n.º 1, junio de 2017, pp. 109-30, doi:10.19130/iifl.nt.2017.35.1.762.
Sección
Artículos
Biografía del autor/a

E. Gabriel Sánchez Barragán, Universidad Nacional Autónoma de México

Maestro en Letras (Letras Clásicas) por la Universidad Nacional Autónoma de México. Es profesor de Literatura Griega, Historia de Grecia y Mitología Grecorromana. Su línea de investigación
principal es la mitología de la antigüedad clásica.

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Andrarquía y patriarcado, la segregación femenina del poder

“No hay... ni ha habido nunca, una sociedad que ni remotamente haya dejado de relacionar la autoridad y el liderazgo en el terreno suprafamiliar con el varón”.1 Con esta frase Steven Goldberg asumía el principio básico de confirmación del poder masculino y de aquí lo que él consideraba la “inevitabilidad” del patriarcado. Su aserción provenía, por una parte, de su desprecio hacia las nacientes teorías feministas en la Antropología,2 por otra, a una aparente realidad de las expresiones de control y dominio no sólo de los hombres sobre las mujeres, sino de los machos (o el macho como líder) sobre las hembras, lo cual se reflejaba en un amplio espectro que iba de la biología a la sociedad; para él, el fenómeno de la mujer en el poder era eso, un fenómeno, algo inusual producto de la ausencia de un varón que ejerciera dicho control que por natura le correspondía:

El dominio masculino es universal; no hay sociedad que jamás haya dejado de adaptar lo que espera del hombre y de la mujer, así como los roles sociales correspondientes, con la sensación del hombre y de la mujer de que es el varón el que “lleva la voz cantante”. En esta obra se va tratar de demostrar que todas las sociedades aceptan la existencia de semejantes sentimientos, y que se adaptan a ellos mentalizando a los niños en este sentido, porque no les queda más remedio que hacerlo.3

La consigna es: Existe, luego es válido e inevitable e irremplazable, silogismo que sostiene a lo largo de 265 páginas donde recurre a todos los medios para satisfacer su deseo de confirmar que no es chovinista,4 sino un científico observador que descubre la objetiva realidad del ser humano. Esta actitud de autoafirmación del rol masculino es a lo que he denominado andrarquía, apurando un neologismo que satisficiera la apremiante conducta de los varones por justificar su poder como dirigentes naturales, biológicamente predeterminados para ello, buscando razones válidas donde sea necesario para solidificar su control sobre los demás; de tal suerte, asentada dicha conducta natural por medio del razonamiento -clave inequívoca del pensamiento humano, siempre según la visión masculina-, quedaría igualmente justificado y exaltado el patriarcado, ese poder no sólo masculino sino específicamente centrado en el rol de padre, del engendrador, del creador de dinastías, agregando una serie de sentidos éticos y religiosos que terminarían por demostrar la validez de un sistema social que ha marginado no nada más a las mujeres, sino también a muchos hombres dada su estructura jerárquica que está enraizada en el dominio y el control del más débil.

Goldberg sostiene que el factor hormonal es determinante en el rol de poder, la agresión es necesaria y el hombre es, sin duda, más agresivo que la mujer, por tanto, varón y poder formarán una díada universal: “El sistema hormonal masculino confiere al hombre una ventaja insuperable para conseguir esos roles que en toda sociedad se asocian con el liderazgo, o que se consideran de prestigio, a no ser que se traten de roles que, biológicamente, el hombre es incapaz de desempeñar”.5

Mas, ¿quiénes establecen esos roles como unos de prestigio?, ¿son los roles de prestigio naturales a la fuerza y la agresión, o son el resultado de la fuerza y la agresión? En parte podríamos justificar las frases de este autor a partir de los descubrimientos científicos de su tiempo; pero si atendemos a sus propias fuentes, se descubre que el machismo imperante hace que se busquen las justificaciones científicas al pensamiento dominante y no las razones de tal estructura mental, es decir, la ciencia está al servicio del patriarcado y no pretende descubrir su origen sino justificarlo. Ello provoca que el autor concluya con un dejo de suficiencia: “La respuesta más verosímil, y al menos interesante, es que la diferencia sexual existe antes de la pubertad, pero que la superioridad masculina no se ha desarrollado hasta el punto en que empieza a manifestarse en los testículos”.6 La relación entre la masculinidad, claramente simbolizada en los tes- tículos, y el poder se regodea en ser también inteligencia, formando ahora una tríada que establece plenamente la razón de su superioridad. Al final, Steven Goldberg lo “comprobará” dedicando ocho páginas a presentar la relación entre la genialidad y la masculinidad. El ejemplo de este autor y su obra sirve para enfatizar que el varón siempre ha ejercido el poder de modo despótico imponiéndose, ya sea física o intelectualmente, aseverando que su control no sólo es natural sino indispensable. La andrarquía bien pudo iniciar como una conducta natural de defensa del grupo familiar, dada la agresividad hormonal del varón y el rol menor en la reproducción humana, a lo que se podría denominar como “papel comodín”; pues mientras las hembras de un grupo son indispensables, los machos son sustituibles más fácilmente;7 pero fue conformándose poco a poco como un “rol” a jugar, el varón pronto pasó de ser un vanguardista y protector, esto es, el miembro que puede abrir brecha y defender al grupo, a un guía y líder. Podemos imaginar esta evolución social del varón dado el papel que desempeña en sociedades “primitivas” que hoy perviven y donde los antropólogos creen reconocer los principios de la humanidad en general. En estas estructuras humanas de cazadores-recolectores, la supervivencia depende de unos y otras, las relaciones son igualitarias y el liderazgo es mínimo.8Andrarquía es cuando el varón ya ha dado categoría de éxito a ese papel de líder, cuando ha concebido el poder como un asunto de hombres, intrínsecamente relacionado con lo que lo define como animal: su fuerza, su agresividad y su dominio. A ello se anexaría por último el factor procreativo, como afirman Malcom Potts y Roger Short:

Además de la mayor fortaleza física y tamaño de los hombres, su necesidad de asegurarse de la paternidad añade un segundo ámbito de problemas. El chimpancé promiscuo nunca puede “saber” cuál es su prole, así que la paternidad no tiene gran interés [...] Entre las especies que forman harenes, como los leones o gorilas, asegurar la paternidad se convierte en una meta primordial con una solución relativamente directa: luchar para expulsar a los machos rivales. Entre los seres humanos, donde el macho suele invertir en la producción de la generación siguiente, la situación es más compleja.9

La paternidad incluye definitivamente al hombre, dadas las condiciones de gestación y dependencia del infante, mismas que son una limitante para la madre que requiere de un compañero (de allí, tal vez, nuestra tendencia a la monogamia), aunque sea de unos cuantos años; tales condiciones provocan el interés de los varones por su descendencia y la consabida transmisión de sus genes que antes se denominaba “sangre” o linaje. De la andrarquía al patriarcado hay un paso, si bien uno muy importante, porque ahora no cuenta solamente la propia trascendencia, sino la de futuras generaciones que sean una parte de ese macho que se irguió como líder. En los animales las medidas de asegurar su descendencia están regularmente dirigidas al control de las hembras y la defensa de los machos vagabundos o de otros grupos que buscan el emparejamiento, así como el infanticidio de las crías de otro;10 en el macho humano el resultado es una serie de medidas represoras que, a diferencia de las ejercidas por simios y antropoides, tienen como objetivo suprimir la libertad femenina a fin de asegurar dicha descendencia, de aquí su complejidad.

Todas estas medidas se enlazan y entrecruzan hasta formar el complejo del patriarcado, una organización política, económica, religiosa y social que relaciona la idea de autoridad y liderazgo con el varón, en concreto con aquel que ha engendrado uno o más herederos de esa misma autoridad y liderazgo. Las medidas serían finalmente asimiladas de tal manera por las mujeres que se aceptarían como una realidad sine qua non y las promoverían, porque considerarían que respetan su calidad de esposas y madres; nada más aquellas que anhelaran las categorías masculinas de control se hallarían descontentas, pero éstas son aberraciones de la sociedad perfecta que el varón creó a lo largo de los milenios y solidificó por todos los medios a su alcance, siendo el más reciente el manejo de la razón.

Enarbolando la bandera de la legitimidad de los hijos, los hombres fueron creando una sociedad que los favoreciera. En aquellas comunidades de cazadores y recolectoras, el trabajo de ambos es apreciado, pero en la sociedad horticultora la mujer se convirtió en la unidad económica y la poca cacería permitió al hombre el tiempo libre para gestionar y controlar la economía. Cuando llegó la sociedad agrícola y la fuerza del hombre fue necesaria para el arado y el manejo de las bestias de tiro, no sólo se rotó el centro de dicha sociedad hacia él, sino que ella no pasó por lógica igual a controlar la economía, él fue el gran proveedor y el controlador de esos bienes, la economía quedó en manos de los varones como un legado; la acumulación de riquezas le pertenecía y la heredaba a los que consideraba ser también “él”, de aquí las condiciones para la segregación de la mujer de la sociedad y de la economía, lo que debemos suponer ocurrió paulatinamente y sin que fuera muy evidente.

El patriarcado ha mantenido apartadas a las mujeres del poder, pues éste no se tiene, se ejerce, no es una esencia o una sustancia, es una red de relaciones, por lo que el poder siempre es una cuestión de grupos11 y los varones no sólo supieron crear para su grupo el poder, sino que excluyeron a las mujeres para que no generaran su propio sistema. Uno de los mayores logros del patriarcado es el aislamiento de las mujeres, el odio entre ellas que se refleja en máximas que se repiten una y otra vez, y no porque carezcan de un cierto sentido de verdad en ellas, sino porque se exacerban a fin de perjudicar cualquier vinculación.12 Segregadas en sus ámbitos privados, sin compartir sus experiencias con otras mujeres e impelidas a desautorizarse mutuamente, el patriarcado ha minado la autoestima de las mujeres como individuos y como colectividad. Adecuadamente, la antropóloga Margaret Mead definió lo femenino no como un conjunto de características que se adscribieran a las mujeres, ni como las actividades que ellas pudieran realizar y desarrollar mejor, sino como la infravaloración que teñía siempre lo que las mujeres fueran o hicieran.13 Por ello resulta importante la valoración de aquellas mujeres de la historia que han desafiado esta construcción social que parece tan universal, ya que con ello se comprueba que no es precisamente así. Las mujeres de otros tiempos que alcanzaron el poder y forjaron medios diferen- tes de control, deben ser revisadas y destacadas en aras de reconocer que se puede desarrollar un gobierno femenino que pueda dar soluciones a los problemas más allá de la forma tradicional aceptada como la más preclara o única.

El resurgir de las reinas: la monarquía helenística

Las mujeres en Grecia vivieron una suerte variada a lo largo de los siglos y, en cuanto al poder, un detrimento que las llevó a un mutismo misógino. Ello habría de cambiar para la última etapa de la vida helena y si bien se puede sospechar que, como en el caso de las espartanas, esto se debió al carácter militar de los reyes de aquellos tiempos convulsionados que permitió a sus consortes apropiarse de una parcela del poder, no es menos cierto que también se logró merced a que esas mujeres tomaron conciencia de su valor como reinas y ello favoreció finalmente a su género, habida cuenta de otra serie de factores que aquí, por cuestión de espacio, no exploraré. No es posible buscar el modelo de las reinas helenísticas en las señoras espartanas, ni tampoco en las liberadas de la Atenas clásica, sino en las reinas homéricas, en Arete, Helena o Penélope, que aparecen en público, que se hacen cargo de sus reinos en ausencia de sus maridos y que son idolatradas por sus pueblos; reinas por derecho propio en última instancia.14 Apuntaré ahora, de manera general, de dónde proviene el papel destacado de las reinas helenísticas para luego tratar sobre la primera soberana destacada en la casa de Macedonia.

La religión se yergue como el baluarte del poder femenino, así como la relación íntima que las reinas sostenían con la o las diosas, incluso como sus encarnaciones; fueron estos roles los que les brindaron un acceso al ámbito público, que les estaba prohibido por herencia patriarcal a no ser en lo referente a los dioses, ámbito que pudo desempeñar la mujer desde tiempos ancestrales. Las reinas se apoyaron en la religión y en las diosas de modo particular para figurar en los entornos políticos, ya como benefactoras de cultos, ya como promotoras de ellos. La religión en la antigüedad era un medio viable de acceder al poder, las y los sacerdotes eran miembros destacados de la sociedad y sus prerrogativas e influencia eran muchas, por lo que no se duda que las monarcas recurrieran a la ayuda de estos clérigos como un medio de control de las masas y como una manera a la vez de acercarse al pueblo bajo el halo de santidad y respeto que los dioses merecen.

Eurídice, madre de Filipo, favorecía el culto de Euclía, “buena fama”, a quien ya Baquílides considera la diosa que “lleva el timón de la ciudad” y junto a Concordia guarda la paz entre los ciudadanos,15 aspecto que no debemos pasar por alto como un deseo de la reina por consolidar su posición. Olimpia, mujer del citado monarca, no sólo estaba ligada al culto a Higia, la salud,16 sino que junto con su hija Cleopatra procuraban al pueblo trigo en tiempos de penuria en nombre de los dioses.17 No es extraño que las reinas fueran las sacerdotisas de diversas diosas,18 luego serían incluso concebidas como sus encarnaciones, como ocurrirá con Berenice en Egipto quien será representada como la diosa Tique, fortuna, para finalmente ser ellas mismas diosas por derecho en los tiempos de los Ptolomeos.

Al parecer, era más común entre los macedonios y posteriormente en los reinos helenísticos que las reinas participaran en muchas actividades públicas (fuera de Atenas y sus medidas coercitivas), mismas que ya les competían a las mujeres de las sociedades griegas, tales como funerales y bodas, sin contar con festividades propias y exclusivas; parece que las damas macedonias participaban en los banquetes de sus maridos, si bien ocasionalmente;19 en dichas celebraciones, las mujeres representaban con sus atuendos claramente el estatus y poder de sus maridos, a más del propio. Era usual que las mujeres helenísticas portaran el velo como una especie de “casa portátil”, un medio para que su estado de mujeres decentes no se viera menoscabado por su movilidad fuera del hogar:

Podemos delinear a estas mujeres de la realeza como rostros ensombrecidos por el velo o, tal vez, parcialmente visibles a través de las telas transparentes, destellando con el oro y la púrpura, perfumadas y, algunas veces, conducidas en literas igualmente decoradas con lujo. Sus vestidos, sus joyas, e incluso los vehículos que las transportaban, mostraban la riqueza y la parafernalia de la monarquía. La legislación suntuaria en Atenas de un periodo anterior nos recuerda que las familias de elite empleaban a sus miembros femeninos para disponer y señalar su riqueza y poder.20

Se ha señalado incluso que la arquitectura de los palacios helenísticos representaba un medio por el cual el interior y el exterior se vinculaban. El palacio de Egas, hoy Vergina, contenía una baranda donde las mujeres podían hacer apariciones públicas ante el pueblo sin que se viera perjudicada su reputación, algo parecido a la ventana y los balcones donde suelen aparecer las familias reales de la actualidad. De igual modo, se ha señalado la posibilidad de que las mujeres desde aquella baranda hayan observado los espectáculos que se celebraban en el teatro.21 Dadas las condiciones modernas de los restos del palacio macedonio, es difícil saber si las mujeres tenían habitaciones reservadas, y qué tanto deambulaban por el palacio y se encontraban con los hombres de la corte. En tiempos de las soberanas que responden al nombre de Cleopatra, que forman casi una dinastía por sí mismas dentro del linaje de los Ptolomeos, es más fácil suponer una movilidad mayor, quizá también por el antecedente de la libertad entre las egipcias.

No obstante, como reconoce Elizabeth Carney,22 la especialista en mujeres helenísticas de la realeza en la actualidad, el problema más difícil a resolver sobre el lugar de las reinas es el grado en que las damas de la corte se relacionaban con hombres que no fueran sus esposos, hijos o hermanos. Todo parece apuntar a que esto ocurría, ya que las fuentes alegan una y otra vez cómo las reinas se dirigían a los cortesanos e incluso a miembros menores de la corte, sosteniendo acaloradas discusiones o concertando alianzas con ellos,23 actos que al parecer se llevaban a cabo en persona y no por medio de algún emisario.

A pesar de todo esto hay que puntualizar que las madres debieron ser más libres que las esposas, y que las viudas lo serían más que aquellas mujeres cuyos maridos aún vivían. Sin embargo, como apunté al principio, las reinas helenísticas ganaron libertad y poder, y fueron más visibles que las mujeres de épocas anteriores, cuyo único antecedente sería sin duda las damas de las viejas épicas que servían de modelo a las monarquías helenísticas, real y simbólicamente.

EURÍDICE ¿DÉSPOTA O MADRE EJEMPLAR?

Todo la zona nórdica de Grecia que ocupa hoy los territorios limítrofes entre ésta y Albania fue en la antigüedad tierra bárbara, incluyendo Macedonia. Los macedonios hablaban una lengua diferente, sus asentamientos poblacionales eran villorrios y las únicas “ciudades” eran más bien centros dinásticos, casas reales, por lo que no poseían instituciones civiles. Pueblos semi-nómadas establecían una liga de fidelidad a la casa reinante y sus aristocráticos señores, no se parecían en nada a sus vecinos del sur, griegos con derechos y obligaciones ciudadanas. Aquellos señores, más que interesarse por el pueblo que gobernaban, se solazaban en sus vidas privilegiadas, dedicados a la cacería y la guerra, su ejemplo pululaba entre los nobles que los seguían en rango. Regidos por la violencia, los macedonios vivían inmersos en un mundo de competencia agresiva por el poder y las mujeres, y en este último aspecto también eran diferentes a los helenos, pues su matrimonio era polígamo. Por todo ello, es lógico que los griegos los consideraran muy distintos y que los propios macedonios lo comprendieran.24 No obstante, macedonios y griegos compartían cierta comunidad de creencias religiosas y simbolismos y, al menos la nobleza de la Macedonia del sur, aseguraba tener ascendencia griega.

Los contactos entre los griegos y los macedonios comenzaron en los siglos VIII-VII a. C., como prueba la inclusión de éstos en las genealogías míticas de Hesíodo que hacía del epónimo Macedón, un hijo de Zeus.25 Lo cierto es que las leyendas macedonias hablaban del fundador de la dinastía monárquica de Macedonia del sur como un migrante heleno, o al menos eso se ha conservado. ¿Será que todos esos mitos se inventaron o se reformaron durante los primeros contactos con Grecia? No sería disparatado comprender que los reyes de Macedonia del sur reconocieran el potencial cultural de sus vecinos y lo procuraran para su pueblo con el fin de tener un mejor control sobre ellos. ¿O tal vez fue simple admiración, muy parecida a la que se despertó entre los romanos cuando finalmente conocieron a los helenos y su legado? El primer rey macedonio “helenizado” es Alejandro I, pero resulta que no fue un verdadero partidario de los griegos, porque durante la guerra contra Persia fue una veleta que se movió lo mismo hacia unos que hacia otros; sin embargo, su deseo de vincularse con los griegos fue el sello de su dinastía que culminaría con Alejandro III, el Magno, en quien ya luce el brillo heleno sin que por ello se deje de reconocer el ascendiente bárbaro. Todo esto viene a colación porque lo que podríamos denominar “poder femenino” propiamente no nace en el seno de lo macedonio, ni es herencia directa de los griegos, sino que llega del Oeste, de las otras tierras bárbaras.

La primera princesa macedonia que conocemos se llamó Gigea y fue entregada como esposa a un noble diplomático persa para acallar cierto problema entre las dos cortes.26 Ella no sólo solucionó con su matrimonio un posible conflicto internacional, sino que uno de sus hijos logró el gobierno de Alabanda en Frigia, ciudad que le fue cedida por el mismo Gran rey de Persia; algo inusitado por ser el hijo de una extranjera. El éxito del hijo revela sin duda el estatus e importancia de la madre en aquella sociedad de harenes y disputas entre los herederos. Amintas, como se llamaba el joven, tenía incluso el nombre de su abuelo materno y aun así logró escalar los peldaños de la nobleza persa. ¿Cuánto debería a los buenos oficios de su madre?27 Es una pregunta sin respuesta. Un caso parecido resulta el de Estratonice, sobrina de la anterior. Estratonice fue entregada al rey tracio Séutes para consolidar la frontera este del reino macedonio, y dos sobrinas de ella tendrían el mismo destino.28

Es interesante notar que una de estas dos mujeres también se llamaba Gigea,29 por lo que podemos sospechar que hay cierto sentido de dinastía femenina al nombrar de la misma forma al menos a dos princesas. Se ha sugerido que el nombre de Gigea proviene de un epíteto de Atenea.30 Hesiquio, un lexicógrafo antiguo, señalaba que el epíteto se refería a la calidad de “autóctona” de la diosa,31 pues proviene de la misma raíz que γῆ, tierra. Conjeturando, en primer lugar se reconoce un nombre real derivado del epíteto de una deidad femenina, muy posiblemente, una diosa tierra,32 por lo que no sería extraño adjudicarle a las reinas primitivas de Macedonia un sacerdocio consagrado a dicha deidad ctónica que les dio acceso al poder, por lo que dicho epíteto sagrado se convirtió en nombre propio para las monarcas. Siendo incluso más atrevido, podría suponer que los reyes obtenían su acceso al poder mediante el matrimonio con esta sacerdotisa primitiva, de ahí que quienes deseaban el poder trataran de alcanzarlo gracias a las nupcias con las herederas reales.

Estratonice, por otro lado, es un nombre derivado ya de un sentido bélico (“Ejército vencedor”, literalmente), raíces muy populares en las casas reales herederas de Macedonia;33 por lo que supongo una reorientación hacia los intereses masculinos y el consecuente abandono de la identificación femenina con el antiguo poder femenino sagrado. Considero que dicha tendencia hacia lo masculino se reconoce igualmente en el siguiente nombre femenino de la realeza macedonia que registra la historia: Cleopatra, literalmente, “afamada por su padre”, sentido patrilineal que hay que destacar. La historia de Cleopatra, no obstante, da una idea a mi parecer muy clara de la importancia que la línea femenina del trono seguía manteniendo. Ella estaba casada con Pérdicas II, hermano de la Estratonice antes mencionada,34 y era madre de un hijo de éste; pero Pérdicas tenía un hijo ilegítimo mayor llamado Arquelao al que había engendrado con una esclava de su hermano. Al morir Pérdicas, Arquelao pasó a ser el regente del hijo de Cleopatra y rápidamente aprovechó la situación: comenzó por matar a su tío y primo35 y luego hizo lo mismo con su medio hermano de siete años, a quien arrojó a un pozo. Cuenta Platón que procedió entonces a desposar a Cleopatra engañándola con respecto al destino de su hijo, pues le refirió que el deceso del pequeño se debió a un accidente: el niño, al perseguir a un ganso, cayó al fatídico pozo.36 Arquelao llegaría a ser uno de los más grandes reyes macedonios cuyos éxitos en materia de gobierno reseña Tucídides.37

El reino de Arquelao, monarca de Macedonia, que había iniciado con crímenes dinásticos no podía concluir sino con más de éstos. Al parecer él ya tenía dos hijos cuando se casó con Cleopatra, un varón y una mujer.38 Con Cleopatra, quien debió ser un poco mayor que él, tuvo dos hijos más, una niña y un niño llamado Orestes. Arquelao recurrirá a una serie de movimientos diplomáticos en aras de exorcizar los mismos conflictos que lo habían llevado al trono. Pero estos problemas hacia el interior de su casa se habían acrecentado con los que le venían del exterior. Macedonia vivía presionada por las fuerzas de sus vecinos más próximos: ilirios y epirotas hacia el Oeste, tracios y escitas hacia el Este, sin contar a los tesalios y griegos del sur.

Ilirios es nombre colectivo que los griegos dieron a una serie de pueblos asentados en el territorio que ocupa actualmente Albania. Pueblo de pastores con tierras pobres que completaban la escasa producción de sus campos con rapiñas ocasionales, se distribuían en tribus y ocasionalmente surgía un caudillo que consolidaba un poder sobre todas las tribus, pero nunca lo suficientemente fuerte como para crear una dinastía o un Estado, políticamente hablando.39 Era más común que los pueblos ilirios tuvieran desplazamientos en masa provocados por las acciones bélicas de las propias tribus o de otros pueblos como los celtas de la Europa central; dichos desplazamientos afectaban directamente a Macedonia, pues no era raro que los ilirios se adentraran en su territorio y lo ocuparan a sangre y fuego.40 El territorio macedonio que sufriría más con dichas incursiones era el de Macedonia del norte o Alta Macedonia, no sólo por su cercanía territorial con los ilirios, sino también porque no existía, como en el caso del sur, una dinastía monárquica única acompañada de una nobleza, sino una serie de cantones encabezados por diversos aristócratas, así estarían los de Lincestas, Orestis, Eordea, Elimea y Timfea;41 esto favorecería las alianzas entre estos macedonios y sus peligrosos vecinos, lo que ocasionaría un grave riesgo para los macedonios del sur y sus monarcas. Parece que todo ello se reconocía como un peligro inminente en tiempos de Arquelao. Aristóteles, fuente confiable dado que fue el tutor del príncipe Alejandro III, refiere que Arquelao se vio apremiado por una alianza entre Arrabeo, rey lincesta, y un tal Sirras, por eso tuvo la necesidad de entregar a su hija mayor al rey de Elimea, Derdas, para consolidar una alianza en vistas de la eventual guerra contra Arrabeo.42 Esta historia nos interesa porque Sirras es el abuelo materno de Filipo II, por tanto padre de Eurídice, la primera reina macedonia en inmiscuirse en asuntos de Estado y, según Plutarco,43 “una iliria, tres veces bárbara”.

Sirras ha sido considerado ya un ilirio, ya un lincesta, hijo de Arrabeo, ya rey de los elimiotas, ya rey de Orestis; es decir, algunos lo ven como un extranjero, otros como un macedonio del norte.44 El texto aristotélico hace sospechar a Elias Kapetanopoulos que Sirras sería el yerno de Arrabeo I, rey de los lincestas y hombre sin hijos varones, quien, debido a su avanzada edad, delegaría en su yerno el cargo de general (στρατηγός) de sus tropas.45 El investigador heleno concluye que Sirras debió ser un licesta y por tanto un macedonio, borrando así cualquier extranjería en el linaje de Filipo II; para él Sirras es incluso un miembro de familia real, tal vez un primo del propio Arrabeo, y las noticias de Plutarco, Libiano y la enciclopedia Suda que siguen la filiación iliria, meros productos de una hostilidad hacia la casa Argeada de Alejandro Magno. Por otro lado, que Eurídice fuera una iliria tal vez era sólo una manera de denominarla bárbara y no sería raro que para los helenos como Plutarco una mujer de la Alta Macedonia fuera tan bárbara como una iliria. Con todo, las sospechas de su ascendencia iliria perduran hasta el día de hoy y no faltan aquellos que la consideran, al menos, como de ascendencia iliria,46 algo nada extraño en regiones donde la política de los matrimonios reales zanjeaba dificultades.

A mi juicio, es plausible que Eurídice fuera una lincesta y no tanto una iliria, basándome en su actitud en medio de la vorágine política en que vivió y la manera en que recurrió a los mismos medios diplomáticos que utilizaban los macedonios para evitarse problemas bélicos en la sucesión, y más porque no demuestra un gran espíritu combativo a la manera de las ilirias de las que tenemos noticias.47 No obstante, me intriga la denominación de “tres veces bárbara” (τριβάρβαρος), la cual podría aludir a su ascendencia en tercera generación bárbara, es decir, nieta de ilirios, aunque macedonia. El pasaje plutarqueano trata sobre el empeño que esta reina tuvo por cultivarse, particularmente en lo referente a la lengua griega, con esto se gana la admiración del orgulloso griego, porque ella abandonaba sus costumbres bárbaras en beneficio de sus hijos. Ello me lleva a suponer aceptable el hecho de que, al menos, fuera de linaje ilirio y me hace comprender que cuando años después su biznieta Adea, de clara ascendencia iliria, decida adoptar un nombre como reina, éste sea precisamente el de Eurídice.

Arquelao, quien alivió en algo el posible ataque de los lincestas al desposar a su hija mayor con Derdas de Elimea, hizo lo propio con su hija menor, habida en Cleopatra, con su hijo ilegítimo Amintas II, para con ello evitar que se produjeran disputas entre su bastardo y su hijo legítimo, también concebido con Cleopatra, Orestes. El reinado de Arquelao trajo la consecuente unión entre la Alta y la Baja Macedonia y convirtió su corte en una especie de centro cultural,48 desplazando la capital de Egas en el sur, a Pella más al norte. A pesar de ello, la paz no llegaría a la corte macedonia, ya que entre el reinado de Arquelao y el de Amintas III, padre de Filipo y abuelo de Alejandro Magno, hubo siete reyes y todos murieron de forma violenta: Arquelao fue asesinado por sus ex amantes Crateo y Helenócrates,49 su hijo Amintas II, por su cuñado el rey Derdas de Elimea, y su hijo Orestes por un pretendiente al trono que se llamaba Aéropo, quien más tarde adoptó el nombre de Arquelao II.50

La sucesión real fue conflictiva, pero culminó con Amintas III en 393 a. C. Al parecer, Amintas era hijo de Arrideo, descendiente al menos de Arquelao,51 estaba ya casado con una hija de éste, apropiadamente llamada Gigea, con la que procrearía tres hijos donde se reconoce la ascendencia familiar, porque dos llevan los nombres de sus abuelos.52 Tomó una segunda esposa, Eurídice, la hija de Sirras, con ella engendró otros cuatro hijos: Eurínoe, la mayor, Alejandro II, Pérdicas III y Filipo II. A pesar de que Gigea parece corresponder a la familia Argeada de la Macedonia del sur, Amintas prefiere como sucesores a los hijos que tuvo con su segunda esposa. Esto era usual en la corte, de hecho la primogenitura no era el medio de sucesión real, sino que cada monarca decidía qué hijo lo sucedería; no obstante, la razón de preferencia a los hijos de Eurídice nos lleva de nuevo a suponer que debería haber una razón para preferirlos y ello podría deberse a la madre, no a las virtudes de los mismos. Eurídice pudo reportarle a Amintas un beneficio: tal vez la paz con los lincestas a los que pertenecía -si bien esto no es muy claro, pues parece que ya se habían pacificado los conflictos entre las casas reinantes-, quizá por los vínculos que Eurídice tendría con los ilirios.53

El reino de Amintas se rigió por la diplomacia, debido a que mantuvo la presión entre los reinos enemigos de los ilirios y el de los dardanios; cual veleta, apoyó consecutivamente a los griegos que se hallaban en el poder ya fuera Esparta, ya Atenas, ya Tesalia, brindándoles auxilio principalmente gracias al grano de sus tierras. La corte era un hervidero de intrigas, por lo que Amintas debió buscar todos los apoyos necesarios y aquí entra un tal Ptolomeo Aloro o Alórites quien, para algunos, es un hijo bastardo de Amintas, pero que hoy se considera más bien “yerno” de éste, pues se sabe fehacientemente54 que fue desposado con Eurínoe, la hija de Amintas y Eurídice, aunque lo uno no niega necesariamente lo otro a la luz de los métodos dinásticos vistos con anterioridad. Dicho personaje casi fue la ruina de la casa de Amintas y no sería extraño que, como en el caso de Arquelao, intentara afianzar su posición mediante tal matrimonio, o que Amintas buscara ligarlo así al trono para evitar las rencillas, habida cuenta de que sus hijos con Eurídice eran aún pequeños.

Justino, autor romano entre los siglos II-III d. C., quien resumió la obra de Trogo, ésta del siglo I d. C., presenta el más escalofriante retrato de los años finales de Amintas III y la gran protagonista es su diabólica esposa, Eurídice. Para Justino, la reina inaugura la constelación de depravadas monarcas que lideran las historias de Macedonia, Siria y Egipto, pues lo común es que en su obra aparezcan con las más degradantes actitudes. No es fácil determinar si la aversión de Justino le pertenece a él o a la fuente que resume, pero ha convertido a las reinas helenísticas en blanco de los más fieros ataques y no es extraño que hasta el día de hoy no se dude de sus palabras, siempre y cuando se trate de las damas monárquicas.55

Las atrocidades de la reina comienzan con su apasionamiento por Ptolomeo Aloro y su complot en contra de Amintas. Eurídice, cuenta Justino, ofreció a Ptolomeo su mano a cambio de la muerte de su marido, y de no ser por su hija Eurínoe, quien descubrió el entuerto y lo comunicó a su padre, habría tenido éxito. Amintas decidió perdonar a su mujer porque sus hijos aún eran pequeños y necesitaban a su madre.56 No contenta con ello y a la muerte de su marido, la endemoniada reina no dudó en asesinar a su propio hijo Alejandro, con el objetivo de entregarle el reino a Ptolomeo y ser su esposa, para al final también asesinar a su otro hijo, Pérdicas.57 Actualmente se consideran patrañas todas las cosas escritas en contra de Eurídice por Justino, pero nos dan una idea clara de cuánto odiaban los antiguos a las figuras femeninas que lograban obtener algún papel en la vida política de sus reinos. Las propias fuentes anteriores a Justino señalan que el autor del primero de los crímenes fue Ptolomeo y que Pérdicas tuvo un fin muy diferente, ¿qué es entonces sino misoginia lo que llevó a Justino o a su fuente Trogo a culpar de todo a Eurídice, cuando incluso una fuente contemporánea de su hijo Filipo la presenta de manera muy distinta?

Amintas muere alrededor del 370-369 a. C. y nombra como heredero a su hijo mayor procreado con Eurídice, Alejandro II. Ptolomeo de Aloro, el cuñado, debió fungir como guardián del joven monarca y ello debió ser estipulado por el propio Amintas. El monarca había mantenido una política de buenas relaciones con los ilirios, éstas parecen haber sido rotas por el flamante nuevo rey y ello provocó una discordia civil encabezada por su propio cuñado, misma que terminó con el asesinato de Alejandro II.58 Pero si podemos suponer que Eurídice haya aceptado estoicamente la muerte de su hijo como parte del bien común del reino, las acciones de su yerno cambiaron de modo abrupto cuando se estableció como regente de sus hijos menores. Fueron sólo dieciocho meses de reinado de Alejandro, luego de ello suponemos que Ptolomeo comenzó a desaparecer a todos aquellos que pudieran estorbar su ascenso al trono, comenzando con su mujer Eurínoe quien ya no es mencionada, y podríamos sospechar que también eliminó a los hijos de Gigea y Amintas; Ptolomeo finalmente forzó un matrimonio con la reina viuda Eurídice.

Se especula si el matrimonio con Eurídice, en parte al menos por las noticias de Justino, se celebraría antes o después del asesinato de Alejandro. Eurídice, según consta en Esquines, Plutarco y en Cornelio Nepote,59 es considerada como una madre ejemplar que se preocupa por el bienestar de sus hijos y se atreve a inmiscuirse en la política de su país para defenderlos. Esquines, un orador pro-macedonio de Atenas, en un discurso pronunciado ante Filipo en 343 a. C. en donde recuerda al rey la filiación que guardaba la casa monárquica con la ciudad de Palas, deja muy en claro cuál podría ser la situación en el palacio de Pella. Ptolomeo Aloro, a la sazón regente de Pérdicas, con toda seguridad esperaba el momento oportuno para deshacerse de los hijos de Amintas de trece y doce años, respectivamente.60 La posición de Ptolomeo aún no era segura, de hecho surgió otro pretendiente al trono de nombre Pausa nias que aprovechó la conjura de Ptolomeo para tomar algunas plazas en la costa de Calcídica y fortalecerse con miras a derrocar al regente; los atenienses también decidieron aprovechar la situación y recuperar del control macedonio la ciudad de Anfípolis y eligieron como general a Ifícrates, Eurídice vio la oportunidad de salvar a sus hijos. El texto de Esquines presenta a una reina valiente y elocuente que se juega con decisión el destino de su hogar y de su patria:

Llegado a esos parajes Ifícrates, con unas pocas naves en un primer momento, con la finalidad de la observación del estado de las cosas más que del asedio de la ciudad [sc. de Anfípolis]... lo envió a buscar tu madre [sc. la de Filipo a quien dirige el discurso] y, según realmente dicen todos los que estaban presentes, tras depositar a tu hermano Pérdicas en los brazos de Ifícrates, y de colocarte a ti aún un niño sobre sus rodillas, dijo: “Amintas, el padre de estos niños, cuando vivía, como hijo te adoptó, y con la ciudad de los atenienses tuvo relación de familiaridad,61 de manera que se da en ti la coincidencia de que a título particular has resultado ser hermano de estos niños y a título oficial eres amigo nuestro”. Y después de esto formulaba una apremiante petición en defensa de sí misma, en defensa de vosotros, en defensa del poder y, en una palabra, en defensa de la salvación.62

Cierto que el peligro apremiante de Eurídice se encarnaba en Pausanias, quien, de vencer a Ptolomeo de Aloro, asesinaría a toda la dinastía y de hecho Ifícrates se encargó de salvar la posible revuelta de éste, pero apoyada después por Ifícrates, como asevera Nepote,63 Eurídice debió también amedrentar lo suficiente a Ptolomeo para que evitara matar a otro de sus hijos. El hecho de que ella no haya tenido hijos de Ptolomeo64 (suponiendo que la reina no sería mucho mayor que él y que todavía podría engendrar hijos) bien puede llevarnos a la sospecha de que el matrimonio entre ambos no haya sido más que un acto de conveniencia política de parte de Ptolomeo, quien de querer fundamentar su dinastía tendría que haber obtenido un heredero.

Pérdicas alcanzaría la mayoría de edad, subiría al trono luego de asesinar a Ptolomeo, procrearía un heredero de nombre Amintas IV, para luego morir durante una campaña contra los ilirios. Su hermano Filipo ascendería como regente del niño y luego, merced a sus habilidades como líder, sería proclamado rey, haciendo a un lado a su sobrino pero manteniéndolo cerca como aliado. Eurídice sobrevivió a la muerte de sus dos hijos y alcanzó a conocer el éxito de Filipo, el más pequeño, incluso sería la gran reina madre en medio de una corte conformada por las esposas de su hijo dando pie a un reino femenino del que no tenemos sino sospechas.

Eurídice, pues, no es la mala bestia que algunos quisieron presentar, tampoco podemos ver en ella el poder político de monarcas posteriores, pero sí un temple de carácter lo suficientemente determinado como para luchar por la sobrevivencia de los suyos. Ella es el prototipo de la madre enérgica, pero devota; su poder proviene de su calidad de viuda del rey, pero conservando lo que creo fue la prerrogativa inicial de reinas: el vínculo con lo divino y éste transmitido a sus descendientes y a sus esposos, por lo que me aúno a suponerla una macedonia y no una extranjera que, como su nuera Olimpia, decidió tomar el poder como derecho propio.

Ediciones y traducciones

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Ibid., pp. 27-28, 45-54, y sobre todo 148 ss.
Ibid., p. 33.
Es una exaltación desmesurada frente a algo que se considera ajeno. Galicismo a partir del nombre del soldado francés Nicolás Chauvin de la Revolución, la primera república y el imperio, quien se mostraba demasiado apasionado en razón del régimen napoleónico y que, a pesar de 17 heridas recibidas y apenas curadas, regresó al frente, por lo que se convirtió en personaje de diversas obras teatrales. Dentro del ámbito feminista se empleó ese término para designar la defensa casi desquiciada del patriarcado por parte de autoridades, medios de comunicación e individuos particulares.
Ibid., p. 188. Las cursivas son mías.
Ibid., p. 239.
Ibid., pp. 238-239.
Así sucede entre leones y gorilas, como ejemplos de los autores citados, pero esto no es ajeno al hombre, cf. ibid, p. 246.
Vienen a la mente refranes como “el peor enemigo de una mujer es otra mujer” o “mujeres juntas, sólo difuntas”. Para un estudio de tales máximas en la sociedad mexicana, cf. Sánchez Bringas 2008, pp. 11 y ss.
Sex and temperament in three Primitives societies, apud Valera, op. cit., p. 206.
B., XIII, 183-189. Para Pausanias (IX, xvii, 1) era un epíteto de Ártemis en Beocia, Según Plutarco (Arist., 20) también puede ser una hija de Heracles y Mirtis, divinizada en territorio de los beocios. Eurídice también se vinculaba con el culto a las Musas. Cf. Carney, op. cit., p. 45.
Hyp., Eux., 19.
Ibid., pp. 45-46.
Ibid., p. 48.
Ibid., p. 49.
Ibid., p. 50.
Ibid., p. 51.
Aeschin., II, 26-29; Arr., FHG., 156F; Plu., Alex., 10, Mor., 818b-c; Curt., VII, i, 37, y Polyaen., VII, 60.
Hes., Frg., 7: ἣ δ̓ ὑποκυσαμένη Διὶ γείνατο τερπικεραύνωι / υἷε δύω, Μάγνητα Μακηδόνα θ̓ ἱππιοχάρμην, / οἳ περὶ Πιερίην καὶ Ὄλυμπον δώματ̓ ἔναιον.
Hdt., V, 21.
Cf. Hdt., VIII, 136.
Una de ellas parece ser la madre de nuestra Eurídice.
Lyc., 1152. Para la sugerencia, Hoffmann en Macurdy 1927, p. 205. El contexto se relaciona con el envío de doncellas locrias a fin de calmar la cólera de la Atenea troyana luego de la violación de Casandra en su templo en Troya. Atenea posee también el epíteto de Agrisca, que parece tener el mismo sufijo locativo que denota autoctonía. Cf. idem.
Hesich., s. Γυγᾶ.
El nombre de raíz griega bien podría ser una adaptación de la versión autóctona, esto es, la traducción helena de la palabra “tierra” del macedonio; algo incomprobable porque carecemos de cualquier noticia sobre la lengua macedonia.
Recuérdese a las Berenices, Niceas, Eunices y Nicóstratas.
La línea sucesoria de Macedonia es la siguiente, partiendo de Pérdicas el fundador de la dinastía: Pérdicas I- Argeo (de quien adoptarán el patronímico Argeadas)- Filipo I- Aéropo- Alcetas- Amintas II- Alejandro I (el primer filoheleno)- Pérdicas II- Arquelao- Amintas III- Filipo II- Alejandro III, el Magno.
Para gran escándalo de los griegos que consideraban a Arquelao como “esclavo” de su tío al ser amo de la madre de aquél, algo que a los macedonios no parecía importales.
Pl., Gorg., 471a-c.
Th., II, c. 1 y ss.
La noticia del varón parece clara, en el caso de la hija se saca por conclusión en relación con las edades de Cleopatra y Arquelao y su fecha de posible matrimonio. Cf. Macurdy 1984, p. 16.
Justino (VII, II, 6-12) dirá que fueron estas incursiones las que consiguieron hacer de los macedonios hábiles guerreros.
Parece que algunos serían propiamente epirotas. Cf. Greenwalt, op. cit., p. 282.
Arist., Pol., 1311b. Cf. también Kapetanopoulos 1994, p. 10.
Plu., Mor., 14b-c.
Cf. Macurdy, op. cit., p. 17.
Op. cit., pp. 10 ss.
Cf. Greewalt, op. cit., p. 286, n. 19.
Sobre la índole bélica de las princesas ilirias, cf. Macurdy 1927, p. 210. Revisar también las historias en torno a Adea, Cinane y Adea-Eurídice.
Es este monarca quien recibió a Eurípides en su corte, donde el poeta encontró la muerte luego de crear su famosa tragedia Bacantes, inspirado por el entorno dionisíaco de Macedonia.
Cf. Arist., Pol., 1311b.
Cf. Macurdy, op. cit., p. 207.
La sucesión es confusa, dice Justino (VII, iv, 1-2) que Amintas es nieto de Amintas II, como hijo de Menelao su hijo, nombre que también aparece como uno de sus hijos procreados con Gigea, esto complica todo.
A saber, Arquelao, Arrideo y Menelao, cf. Just., VII, iv, 5.
Cf. D. S., XV, lxxi, 1, lxxvii, 5, y Ath., Deipn., 629d.
Cf. por ejemplo Pope, p. 2.
Just., VII, iv, 7-8. Plutarco (Pelop., 27) y Diódoro (XV, LXXI) informan que fue Ptolomeo el asesino de Alejandro.
Just., VII, v, 4-8. Diódoro de Sicilia (XVI, II, 1 ss.) y Marsias (apud Ath., 629d) señalan que Pérdicas murió en combate, echando por tierra las acusaciones de Justino, posterior a ambos.
Aesch., II, 28-29; Plu., Mor., 14d, y Pelop., 26-27; Nepos., Iph., III, 2.
Aun cuando hay muchas dudas en cuanto a la edad de los hijos de Amintas y los años que se llevaban entre ellos, mis cálculos proceden de que Pérdicas habría ascendido al trono al menos a los 18 años.
Efectivamente, Amintas concertó un tratado de amistad con Atenas en el año 375374; tal vez se dio la “adopción” de Ifícrates, que no parece ser una adopción legal sino algún acuerdo político-diplomático donde el general ático recibió el trato de “hijo” del monarca.
Aesch., II, 28-29, traducción de José Ma. Lucas de Dios.
Loc. cit.
Se refiere a un vástago suyo como rehén, junto con Filipo, en la casa de Epaminondas, durante los tratados con Tebas, pero no aparece como hijo de la reina, posiblemente sería ilegítimo o hijo de la infortunada Eurínoe.