El volumen que comentamos es una muy cuidada edición de Ifigenia cruel, precedida de un sustancioso prólogo de Javier Garciadiego -“Elaboración, objetivos y recepción de Ifigenia cruel” - (pp. 9-65), seguido del “Comentario a la Ifigenia cruel” (pp. 143-158) de la pluma del mismo Alfonso Reyes, reflexiones fechadas en París el 4 de enero de 1960, así como de un sucinto registro iconográfico (pp. 159-170). Es de destacar el extremado cuidado editorial de este pequeño volumen que, por su bajo costo, contribuirá a difundir esta ya consagrada obra lírica; no obstante las virtudes de esta edición, se echa de menos que al tratarse de un poema constituido por cerca de un millar de versos no se hayan numerado en función de razones didáctico-metodológicas. Al mencionar a J. Garciadiego, sugerimos la lectura de su valioso trabajo Sólo puede sernos ajeno lo que ignoramos. Ensayo biográfico sobre Alfonso Reyes, México, El Colegio Nacional-Universidad Autónoma de Nuevo León, 2022, 515 págs., donde remite a aspectos clave sobre la gestación de Ifigenia cruel.
Ifigenia cruel es el largo poema que el humanista regiomontano Alfonso Reyes entregó a la imprenta en 1923 con el subtítulo “Poema dramático”, en sustitución del nombre anterior “Parodia trágica” según constaba en el manuscrito de 1922. Se trata de una composición en verso libre, modalidad expresiva a la que el propio Reyes designa “prosaica”, según señala en carta a su amigo, el cubano José María Chacón y Calvo. En esta composición su autor recrea la mítica figura de Ifigenia a la que aborda a partir de una experiencia personal: el distanciamiento de las ideas políticas de su padre, incentivadas y orientadas al campo de la violencia por su hermano Rodolfo. Independientemente del cavilar político-filosófico de Alfonso y pese a que se había manifestado contrario al levantamiento de su padre contra Francisco I. Madero, el hecho de ser hijo de un golpista y hermano de alguien que proclamaba la violencia, son circunstancias que le significaron duros años de exilio en España hasta que, por mediación de su amigo José Vasconcelos, incorporado entonces al nuevo gobierno, los dirigentes sonorenses sumaron su nombre a la causa a través de funciones diplomáticas, donde Reyes, con los años, alcanzó posiciones relevantes, así, por ejemplo, estuvo varios años como Embajador en Argentina donde entabló amistad con J. L. Borges.
El haber aceptado participar del nuevo gobierno le significó el distanciamiento de su progenitor, al que nunca dejó de admirar, y la ruptura definitiva con su hermano. Sobre esa delicada cuestión J. Garciadiego en la “Presentación” de este volumen comenta que “su objetivo era explicar y justificar su decisión, amalgamando su biografía con la mitología griega” (p. 16). Para entonces Reyes, que ya pasaba los treinta años, hacía tiempo que venía incursionando en la cultura helénica, resultado de lo cual, entre otros trabajos, estaba su ensayo “Tres Electras del teatro ateniense”, obra de juventud en la que se percibe su gusto por abordar antiguos mitos, no vistos como antiguallas de museo, sino como un saber viviente vertebrado sobre los grandes problemas que aquejan al hombre. Se ve también, a partir de la elección de la figura de Ifigenia en su poema, su inclinación por temas de la familia trágica de los labdácidas, apoyándose principalmente en las dos piezas que Eurípides dedica a la joven Ifigenia: Ifigenia en Áulide (estrenada póstumamente en el 406 a. C., a cargo de un Eurípides junior, acaso su hijo), e Ifigenia en Táuride (del 414 a. C.), pieza esta última de hondo lirismo como se advierte en sus coros.
En el trágico griego, en el tratamiento de esta figura legendaria, cuando la hija de Agamenón y Clitemnestra, a punto de ser llevada al altar para ser sacrificada en honor de Artemisa, por extraño designio de la diosa -¿arrepentimiento por haberla pedido en compensación porque el atrida había matado a uno de sus ciervos, ya por piedad?- acaece un prodigio (If. en Ául., v. 1581): la sustitución de la joven virgen por un animal, quedando a salvo de ese modo la muchacha. Mucho se ha escrito sobre esa sustitución de la que, en la ficción dramática, no parecen haberse percatado quienes asistieron al sacrificio de la doncella (¿bajaron los ojos para no ver un espectáculo cruel, los cerraron por designio divino, o bien la diosa se valió de un artificio no comprensible desde la lógica de los mortales para llevar a cabo esa sustitución?).
Una vez salvada la joven, la propia Artemisa, tras haberle hecho perder la memoria, la lleva a su santuario de la antigua colonia de Quersoneso, en la ribera del mar Negro, junto a los taurios, para incorporarla como sacerdotisa de su sangriento ritual dado que, de ahora en más, su papel consistirá en sacrificar en honor de la diosa a los extranjeros que lleguen a ese lugar distante. Hasta que la tyche hace que su hermano Orestes y su fiel amigo Pílades arriben a esa costa donde, tras ser aprehendidos, son llevados ante el santuario de Artemisa para que Ifigenia cumpla con lo estatuido por el rito. Es allí donde tiene lugar la muy lograda escena de la anagnórisis o reconocimiento de los hermanos.
Orestes, para liberarse del hostigamiento de las Erinias debido al matricidio que ha cometido, por indicación de Apolo ha viajado hasta ese rincón de los taurios con el propósito de robar la estatua de Artemisa y llevarla a la Hélade. Tras dar cuenta a Ifigenia de lo sucedido con sus padres, le propone retornar junto con él a Grecia, mas Ifigenia, decididamente dice que no volverá a la Hélade. No desea seguir atrapada por los lazos de la fatalidad de una familia trágica -Reyes dice “maldita”- y prefiere, en cambio, permanecer junto a los taurios con el solo propósito de escapar de un destino ominoso al que, fatalmente, está ligada su familia. Ante esa invitación, su valentía, arrojo y decisión se resumen en solo dos palabras “no quiero”, aspecto que ha abordado con claridad Carlos García Gual en un trabajo significativo (“Ifigenia dice no”, en Ifigenia cruel. Una lectura crítica, Monterrey, Universidad Autónoma de Nuevo León, 2017, pp. 99-116), véase también la reseña a este volumen de Alicia Leal (en Criticismo, 24, oct./dic., 2017, en línea).
Cabe destacar que mediante este acto Ifigenia una vez más muestra su vocación libertaria, circunstancia que el propio Eurípides había también expresado en Ifigenia en Áulide cuando la joven, tras enterarse del porqué ha sido llevada hasta el campamento aqueo en Áulide, motu proprio, decide inmolarse en favor de Grecia (If. en Ául., 1383-1385).
Como refiere J. Garciadiego en su “Presentación”, es bien sabido que Racine dedicó una tragedia a esta creatura de ficción, estrenada en 1674, de igual manera que lo hizo Goethe en su Iphigenia in Tauris o, entre otros, el caso de Gluck quien compuso una ópera en cuatro actos con libreto de N.-F. Guillard; sin embargo, en el caso de la de Alfonso Reyes, como él mismo declara se trata de “su” Ifigenia dado que se valió del ejemplo de esta heroína griega para expresar su arrojo y valentía al apartarse de la historia familiar diciendo “no” a un pasado político del que deseaba liberarse. Tanto por la elección del tema, cuanto por su tratamiento el poeta A. Reyes optó por un decidido acto de libertad y, en ese sentido, la joven Ifigenia fue su modelo. Al respecto recordemos que los mitos griegos están ahí, como detenidos en un tiempo sin historia, a mano de cualquier creador que, como en el caso del citado Alfonso Reyes, los toma para recrearlos.