3. El poema como medio y sus claves de lectura
La relación astros/poesía es una relación ineludible de la que Manilio es consciente, como lo hace evidente desde los primeros versos del poema:15
Carmine divinas artes et conscia fati
sidera diversos hominum variantia casus,
caelestis rationis opus, deducere mundo
aggredior […] (Manil., 1.1-4)
Pretendo con mi poema que desciendan del cielo,16 obra de una mente superior, la sabiduría divina y los astros que, conocedores del destino, van modificando la dispar suerte de los hombres […]
No es casualidad ni simple convención que la palabra que inaugura el poema sea precisamente carmen. Más allá de sus connotaciones místicas y esotéricas,17 o quizá precisamente por ellas, el término en posición enfática es significativo pues sugiere que el poema es la única forma que el poeta considera adecuada para la exposición astronómico-astrológica, no solo por sus posibilidades expresivas (aun constreñidas por el verso o quizá por ello mucho más eficientes y penetrantes) sino también por su congruencia con el planteamiento central del poema: lo ineluctable del destino y la correspondencia entre cielo y tierra. A diferencia de otros poemas didácticos como Sobre la naturaleza de Lucrecio, las Geórgicas de Virgilio o el Arte amatoria de Ovidio que abren con la invocación a la Musa o describiendo brevemente el argumento de su poema, Manilio decide hacer hincapié, antes que nada, en la forma, para destacar la elección del verso como medio de transmisión. La relevancia de este hecho no es menor, como se aprecia en su insistente repetición en el lapso de apenas veinticinco versos (Manil., 1.10, 12, 19, 22, 24) y muchas veces más a lo largo de la obra.18
Ahora bien, la elección del poema no tiene que ver, como en el caso de Lucrecio, con la intención de endulzar la copa para atenuar la amargura del brebaje, sino de “hacer ver”, a través de la compleja y movible estructura de la poesía, algo tan complejo y sublime como el universo:
[…] iuvat ire per ipsum
aera et immenso spatiantem vivere caelo
signaque et adversos stellarum noscere cursus.
quod solum novisse parum est. impensius ipsa
scire iuvat magni penitus praecordia mundi,
quaeque regat generetque suis animalia signis
cernere et in numerum Phoebo modulante referre (Manil., 1.13-19).
[…] es placentero viajar por el éter, vivir deambulando por el inconmensurable cielo y conocer las constelaciones y el movimiento contrario de las estrellas. Pero de poco sirve conocerlo solamente; es más placentero entender a profundidad las entrañas del universo majestuoso, distinguir cómo, al momento de engendrarla, rige con sus constelaciones la vida de los seres vivos y, finalmente, [poder] recrear todo ello en los versos de mi poema, siendo Febo mi armonía.
Traduzco el verbo latino referre por “recrear” y no por “decir” o “contar” e incluso “cantar” como lo han hecho otros traductores,19 porque me parece que el verbo tiene un sentido imitativo o emulativo y que es precisamente en esta posibilidad mimética del funcionamiento del universo donde está cifrada la elección del verso. En este sentido, el sintagma in numerum Phoebo modulante referre encierra una significativa ambigüedad: se refiere, por una parte, a la poesía de Manilio favorecida por el dios Apolo y, por otra, a la estrecha relación entre la armonía cósmica, la música y la poesía, relación ya testificada, entre otros, por Cleantes, Cicerón y Quintiliano.20 Así pues, cuando el poeta dice, en los versos inmediatamente posteriores, que se ha de consagrar a dos templos, el de la poesía y el de la astrología (bina mihi positis lucent altaria flammis, / ad duo templa precor duplici circumdatus aestu / carminis et rerum Manil., 1.20-22), no hay que ver en ello el establecimiento de una distinción entre una y otra materia y mucho menos un paralelismo, sino la íntima vinculación de ambas con el poeta.21 En este sentido, la poesía es la elección del poeta en la medida en que es el resultado natural o “fatídico” de la comunión (sympátheia) entre el macrocosmos y el microcosmos, pues solo a través de su regularidad y orden puede “retratarse” o “reflejarse” de manera fidedigna lo que acontece en la bóveda celeste:
[…]
certa cum lege canentem22
mundus et immenso vatem circumstrepit orbe
vixque soluta suis immittit verba figuris (Manil., 1.22-24).
[…] En su inmenso orbe, el universo, debido a la configuración de sus constelaciones, difícilmente admite un estilo prosaico y [por eso] resuena alrededor del poeta que versifica con un patrón métrico.
La interpretación de este pasaje, particularmente del v. 24, ha sido motivo de una discusión profusa entre los comentaristas, sin que hasta ahora se haya llegado a un acuerdo. Housman (seguido por Goold 1977, p. 7) entiende el sintagma suis figuris en su sentido lingüístico, con lo que reduce la elección del poema a una necesidad meramente comunicativa;23 Bentley (seguido por Schrijvers 1983, p. 148, y Hübner 2011, p. 164) lo entiende, más bien, como referido a las constelaciones y a la forma en que se componen;24 finalmente Volk considera que el verso encierra una ambigüedad muy peculiar del estilo maniliano.25 De todas ellas, la interpretación más convincente, en mi opinión, es la de Bentley, como se verá más abajo. Respecto a la ambigüedad sugerida por Volk, es cierto que Manilio la utiliza alevosamente (incluso para matizar o maquillar sus inconsistencias), pero no parece serlo así en estos versos. Primero, porque es claro que certa cum lege determina la actividad métrica del poeta que compone versos (canentem), lo que supone una referencia explícita a la estructura del poema (es decir, a uno de los dos altares a los que se consagra Manilio: carminis); y, luego, porque, en esta misma línea argumentativa, suis figuris estaría haciendo referencia al argumento del poema (es decir, al segundo altar: rerum, la astrología). De manera que en la aparente ambigüedad de estos versos hay que ver, más bien, una clave de lectura: el mensaje astrológico no puede ser transmitido en prosa por la naturaleza de este tipo de conocimiento y por la naturaleza de los astros. Al ser reproducción de ambos, la poesía dispone sus figuras para tal efecto.
En este mismo sentido hay que entender otros pasajes del poema que funcionan también como claves de lectura. Por ejemplo, Manil., 2.53-56:
integra quaeramus rorantis prata per herbas
undamque occultis meditantem murmur in antris,
quam neque durato gustarint ore volucres,
ipse nec aetherio Phoebus libaverit igni.
Busquemos, por entre las hierbas destilantes, senderos no profanados y, en escondidos lugares, la savia murmurante que no han probado las aves de curtido pico ni ha libado el mismo Febo con su etéreo fuego.
A diferencia de autores como Lucrecio o Virgilio en quienes encontramos el tópico de la virginidad de un espacio físico como alegoría o metáfora de la originalidad del argumento del poema o del poema mismo, en Manilio adquiere un sentido diferente, aunque no del todo desligado. En estos versos hay, en efecto, una referencia a la novedad del tema, pero, sobre todo, al desarrollo del argumento en el interior del poema. Más allá de la convencionalidad del pasaje, no es casualidad que la exhortación sea a “buscar entre las hierbas y en cuevas o rincones ocultos”. Da la impresión de que el poeta utiliza estos versos como una alegoría, por un lado, del trabajo que ha realizado con su poema “ocultando” esos integra prata, es decir la novedad del conocimiento astrológico, y, por otro, del esfuerzo intelectual que debe hacer su lector para encontrarlos y conocerlos. Desde esta perspectiva, las apelaciones a su agudeza mental no solo poseen un carácter retórico, sino también uno evidentemente pragmático, es decir, se trata de una verdadera llamada de atención al lector para que inquiera y descubra en el poema eso por lo que el poeta exalta su originalidad y exige su reconocimiento.26
El proemio del libro 3 es muy elocuente al respecto, pues justifica la originalidad del poema tanto por el argumento como por la dificultad que supone desarrollarlo:
facile est ventis dare vela secundis
fecundumque solum varias agitare per artes
auroque atque ebori decus addere, cum rudis ipsa
materies niteat. speciosis condere rebus
carmina vulgatum est, opus et componere simplex.
at mihi per numeros ignotaque nomina rerum
temporaque et varios casus momentaque mundi
signorumque vices partesque in partibus ipsis
luctandum est. quae nosse nimis, quid, dicere quantum
carmine quid proprio? pedibus quid iungere certis? (Manil., 3.26-35)
Cuando la materia prima resplandece por sí misma, es fácil navegar con viento a favor, arar un suelo fecundo con diversos instrumentos o añadir al oro y al marfil esplendor. Es asunto trillado escribir un poema sobre temas atractivos o componer una obra sencilla. Para mí, sin embargo, el desafío está en representar con mis versos cosas desconocidas: los tiempos y estaciones del universo, los cambios de la fortuna, el movimiento de las constelaciones y su partición interna. Conocer esto ya es demasiado ¿cómo será expresar algo tan grande en un poema? ¿cómo entretejerlo con la precisión del metro?
La interpretación del sustantivo numeros del v. 31 por “numerals” o “Zahlen”, como sugieren Goold y Fels,27 no hace sino acotar la dificultad del poema al aspecto matemático. ¿De qué valdría entonces elegir la poesía? Parece mucho más adecuado interpretar esta palabra, como lo hacen Liuzzi, Feraboli-Scarcia y Calero-Echarte, como “metros” en una clara referencia al trabajo poético,28 sobre todo si se toman en cuenta otros pasajes como 1.19 in numerum… referre, comentado líneas arriba, o 2.766-767 fata / Pieridum numeris etiam modulata canenti. Como sugiere Enrico Flores,29 el poema utiliza un léxico “científico” relativamente nuevo, pero no al grado de inventar uno distinto por completo al ya existente. De manera que at mihi per numeros… luctandum est no se refiere, necesariamente, a la dificultad de adaptar un lenguaje astronómico al hexámetro sino, más bien, a la dificultad que experimenta el poeta de reproducir los movimientos celestes constreñido por las leyes del verso, como se infiere, incluso, de los dos versos que cierran el pasaje. En este sentido, estos versos no se tratan, como en el caso de Lucrecio,30 de una queja por la pobreza de su lengua sino de hacer notar, a pesar de ella, la virtud en que está cifrada su originalidad y, sobre todo, de hacer evidente que esta es la única manera en que el poeta considera que puede hablarse de astrología. La originalidad del poema, por lo tanto, no está solo en el tema (2.53-59) sino, fundamentalmente, en la reconstrucción o imitación del cielo per numeros.31
Estos y otros pasajes, que por razones de espacio no pueden tratarse con más detenimiento, ponen de manifiesto que la elección del poema no es un asunto meramente convencional, sino que está determinada por la relación simpatética y “fatal” entre astros y seres humanos. Manilio “elige” el poema porque en realidad, por su estructura y composición, es el único medio capaz de transmitir su mensaje y, sobre todo, de hacerlo evidente, de ponerlo ante los ojos del lector. Las claves de lectura que va esparciendo aquí y allá se vuelven imprescindibles para la comprensión de este hecho.
4. Macrocosmos y microcosmos: sublimidad celeste, textualidad sublime
Buena parte de la crítica que se ha encargado del poema astrológico ha reconocido, aunque sea en una frase, la sublimidad de la poesía de Manilio.32 De la crítica contemporánea, probablemente sea James Porter el que más páginas dedicó al asunto. Para el estudioso, Manilio forma parte de una larga tradición de lo “sublime”, particularmente de lo que él llama “the material sublime”, proveniente de la filosofía presocrática, que desemboca en Lucrecio. Contrario a la idea más generalizada que se tiene sobre un antagonismo ideológico entre estos dos poetas a partir, fundamentalmente, de lo expuesto a manera de refutación del atomismo en Manil., 1.128-131, Porter sostiene que su poesía es todo menos antagonista y que Manilio construye, influido lingüísticamente por el poeta epicúreo, algo así como un “sublime lucreciano” (“Lucretian sublime”) del que se sirve para la construcción de su poema: “he is helping himself to Lucretian language in order to arrest the attention of his readers and to arouse her awe”.33
Sin embargo, la sublimidad de Manilio va mucho más allá de la “imitación” lingüística de un modelo. Es cierto que recurre a muchos desarrollos verbales lucrecianos y que, en algunas ocasiones, parece realmente estar más cerca del materialismo epicúreo que del estoico.34 Pero en realidad, el eje rector de la poesía de Manilio es, además de la transmisión de su conocimiento astrológico, la “imitación” textual del universo, por lo que, como anota Porter, desde esta perspectiva los Astronomica deben ser caracterizados “as a piece of inspirational writing with a lofty goal”.35 Por lo demás, si bien es posible que la sublimidad maniliana abreve de un modelo latino en términos del desarrollo argumental y del paradigma lingüístico,36 lo cierto es que, al menos en este último aspecto, se acerca más, incluso en términos temporales, a los postulados poéticos del tratado Sobre lo sublime.37
La poesía de Manilio busca admirar y conmover a sus lectores desde dos puntos de vista:38 con la fuerza pasional de su poesía, es decir, de su mensaje, sublime e inspirador; y con la materialización de ese mensaje en la palabra poética que, a su vez, implica el desvelamiento de la verdad celeste y su entendimiento: la poesía como reflejo del universo. El firmamento maniliano se convierte así en el texto, mientras que las palabras que lo construyen hacen las veces de estrellas, constelaciones y planetas de esa bóveda celeste.39
Existen, ciertamente, otros elementos, en apariencia contradictorios e inconsistentes, como la famosa declaración del libro 3, en que Manilio pide a su lector/discípulo no buscar en sus versos ornamento alguno sino contentarse con que la ciencia astrológica le sea desvelada;40 sin embargo, el desarrollo del poema, el orden de las palabras y la disposición de sus partes muestran un procedimiento por completo diferente. De manera que lo que parece un rechazo de la construcción artificial hay que entenderlo más bien en otro sentido. No se trata de una poesía exclusivamente ornamental o embellecedora sino del uso del ornamento como evidencia poética y como muestra “científica”. No es el arte por el arte, sino el arte al servicio de un propósito mayor. De ahí que la concatenación entre forma y contenido sea de importancia capital para la transmisión del mensaje astrológico pues, como se ha dicho, el poema tiene como objetivo ser una representación textual del universo.41
No se trata, desde luego, de una poesía visual, o no al menos en el sentido estricto del término. En todo caso, estamos frente a una écfrasis celeste con la que se van reproduciendo aquí y allá, de manera intencionada, imágenes instantáneas del universo.42 El mismo Manilio señala, en la parte final del proemio al libro 1 que, antes de cantar las leyes del destino que gobiernan el mundo, debe cantar, primeramente, sobre “la apariencia verdadera de la naturaleza y describir la totalidad del universo según su propia imagen” (ipsa mihi primum naturae forma canenda est / ponendusque sua totus sub imagine mundus 1.120-121). En efecto, todo el libro primero está dedicado precisamente al origen y a la naturaleza del universo, al nombre y a la forma de sus constelaciones, al movimiento de los planetas, etc. Ahí el lector aprende que parte fundamental de la astrología maniliana es la estabilidad del universo, producto de la armonía simpatética de los movimientos celestes, y su natural división en cuatro regiones (los conocidos como trópicos, que están colocados en lo que hoy conocemos como puntos cardinales), que colocan la Tierra en el centro del universo, lo que provoca una suerte de igualdad gravitacional: mientras que unas fuerzas celestes se mueven hacia un lado, otras hacen lo mismo hacia el lado contrario, replicándose esta tensión en la parte inferior y superior del universo.
La reproducción textual de este hecho puede apreciarse en los juegos de palabras y en las expresiones paradójicas que reflejan esas tensiones,43 como el refugit mundus […] fecitque cadendo que se enmarca en los siguientes versos:
idcirco manet // stabilis, // quia totus ab illo
tantundem refugit // mundus // fecitque cadendo
undique, ne caderet // medium // totius et imum (Manil., 1.168-170).
Permanece estable por esto: porque todo el universo se aparta de ella [sc. de la tierra] en la misma medida y lo hace cayendo de todos lados para que la parte central e ínfima de la totalidad no se derrumbe.
Además de la expresión antitética, señalada por Colborn, hay otro elemento que imita la estabilidad de la Tierra en medio del mundo: el sustantivo mundus está situado en el centro del hexámetro intermedio, como lo están también, en el hexámetro superior e inferior, los adjetivos stabilis y medium; y en los tres casos las palabras han sido colocadas por el poeta en la misma posición métrica, entre la quinta y la séptima cesura,44 todo lo cual intenta reproducir en el texto esa suerte de fuerza gravitacional que mantiene estables la Tierra y el universo.
Puede apreciarse una intención similar en 1.469-471, donde Manilio discurre sobre la posibilidad de contemplar las constelaciones cuando la luna llena resplandece en el centro del cielo y opaca a aquellas estrellas que no poseen nombre alguno:
praecipue, medio cum
lun[a im]plebitur orbe,
certa nitent mundo tum lumina: conditur omne
stellarum vulgus, fugiunt sine nomine turba.
Sobre todo, cuando la luna llena está en medio del cielo, brillan en el universo determinadas estrellas: se oculta el vulgo estelar y huye la turba sin nombre.
De nuevo, la intención del poeta es imitar el acontecimiento celeste colocando la palabra luna al centro del hexámetro, franqueada por medio… orbe como delimitándola, mientras que la sinalefa entre luna e implebitur (que imposibilita la cesura heptemímera y, en consecuencia, una pausa en la lectura) y el ritmo espondaico del verso generan la sensación de rotundez, grandeza y completitud propia de una luna llena. Quizá es más evidente la intención textual del poeta si el pasaje maniliano se compara con lo que parece ser su fuente, una conocida estrofa de Safo, que tratando el mismo tema dispone las palabras de manera diferente:
ἄστερες μὲν ἀμφὶ κάλαν σελλάνναν
ἄψ ἀποκρύπτοισι φάεννον εἶδος
ὄπποτα πλήθοισα μάλιστα λάμπη
γᾶν […]
los astros, en torno a la hermosa luna, ocultan su rostro luminoso cuando, pletórica, ilumina aún más la tierra […].45
Volviendo a Manilio, otro fenómeno colocacional semejante puede advertirse en un par de versos de la primera parte del libro 3, dedicada a explicar la importancia de los athla o sortes, astros encargados de las diferentes actividades y experiencias del hombre en la tierra, complementarios de los otros dos círculos, a saber, el del zodiaco, con sus doce signos, y el de los “dodecatropos” con sus doce templos.46 Este círculo de doce sortes, sobrepuesto a los anteriores, ocupa, dice Manilio, el centro y el corazón del universo:
quae, quasi, per mediam, // mundi // praecordia, partem
disposita obtineat […] (Manil., 3.61-62)
Estas [sc. las sortes], situadas en la parte central, ocupan la parte más íntima del universo […].
Una vez más, es evidente que la intención del poeta es remarcar esta centralidad colocando para tal efecto las partes significantes en el medio del verso: mediam, mundi praecordia, donde nuevamente mundi ocupa un lugar entre la quinta y la séptima cesura. Por lo demás, la disposición no es una casualidad y responde al principio básico de la astrología maniliana, expresado en 1.16-19 con la misma juntura, que entiende el zodiaco, con los círculos que lo componen, como el corazón y la potencia vitalista del universo.47
Son precisamente los signos zodiacales los que otorgan al poeta otra invaluable oportunidad para mostrar sus más altas dotes como poeta y como imitador textual del universo, pues el hexámetro, al tiempo que restringe las posibilidades descriptivas, brinda a Manilio un sinfín de posibilidades expresivas e imprime un ritmo propio a las secuencias narrativas. En este sentido, en el proemio del libro 2, antes de avocarse a la descripción de los signos zodiacales, sus relaciones y la tutela de los dioses sobre ellos, el poeta exalta la fuerza de una razón superior que todo lo gobierna, sin cuya anuencia e intervención en el orden cósmico nada podría permanecer en orden, privaría el caos y terminaría por desaparecer el universo. Los versos que describen esta razón divina nos indican, con el sentido y también con la disposición de sus elementos verbales, la potestad de esta razón sobre los seres vivos a pesar de su lejanía:
hic igitur deus et ratio, quae cuncta gubernat,
ducit ab aetheriis terrena animalia signis,
quae, quamquam longo, cogit, summota recessu,
sentiri48tamen, ut vitas ac fata ministrent
gentibus ac proprios per singula corpora mores (Manil., 2.82-86).
Así, pues, la razón divina que lo gobierna todo, orienta a los seres animados mediante sus constelaciones etéreas y obliga a sentir que son ellas las que rigen el destino y la vida de los hombres y las costumbres propias de cada ser, aun cuando los separa una distancia enorme.
El influjo de los astros obliga al hombre a aceptar (sentiri) que son ellos los que deciden (ministrent) la vida, las costumbres y el destino de los hombres. Nótese que esta relación jerárquica se manifiesta colocando el verbo cogit en la parte central del v. 84, mientras que los verbos que dependen de él y que completan su sentido abren y cierran respectivamente el v. 85, como formando una figura geométrica triangular.
El trazo de este tipo de figuras en el poema no es un hecho aislado o fortuito, sobre todo en el libro segundo, dedicado precisamente a la descripción zodiacal y a las relaciones graduales entre signos, como puede observarse en 2.273-278, donde se explica, precisamente, la relación de los signos triangulares:
circulus ut dextro signorum clauditur orbe,
in tris aequalis discurrit linea ductus
inque vicem extremis iungit se finibus ipsa,
et, quaecumque ferit, dicuntur signa trigona,
in tria partitus quod ter cadit angulus astra
quae divisa manent ternis distantia signis.
Como el círculo del zodiaco se cierra en su órbita derecha, una línea se extiende en tres rectas iguales que se intersecan mutuamente en los extremos: los signos que alcanza se llaman triangulares porque el ángulo, dividido en tres partes, recae sobre tres astros que permanecen separados por una distancia de tres signos.
Como en el caso del fragmento anterior a este, la disposición jerárquica de los verbos involucrados en la descripción del triángulo parece representar textualmente la figura. No es baladí resaltar el hecho pues, en términos astrológicos y según el propio Manilio, la influencia de una estrella depende en su totalidad de la relación geométrica que establece con las otras.49 Los signos zodiacales, según el poeta, se relacionan y se dividen en triangulares, cuadrangulares, hexagonales y heptagonales. De la precisión de su graduación depende la fuerza de su efecto. Las combinaciones, desde luego, son posibles, pero disminuyen su efectividad. De todas estas figuras y graduaciones, la más efectiva y poderosa es el triángulo.50
Hasta aquí me he ocupado de elementos estructurales del hexámetro que sirven al poeta como herramienta para su objetivo. Pero no son los únicos. Una manera más de representar textualmente los acontecimientos celestes es a través de tropos y figuras. En 2.287-290, por ejemplo, Manilio habla de los signos cuadrangulares, es decir, aquellos separados por cuartos de círculo y formados por lados iguales. Los versos en que el poeta los describe se caracterizan por la aliteración y la abundancia de consonantes oclusivas que complican el flujo del hexámetro y que generan la impresión de ir cortando como con líneas rectas el verso:
[…] at, quae divisa quaternis
partibus aequali laterum sunt condita ductu
quorum designat normalis virgula sedes,
haec quadrata ferunt. […]
[…] Pero los signos separados por cuartos de círculo, formados por una igualdad en las líneas de sus lados y cuya posición designa una línea recta se conocen como cuadrangulares. […]
Como se ha dicho, la aliteración y abundancia de consonantes oclusivas forman una parte de la representación; la otra se aprecia en la disposición, podríamos decir cuasi quiásmica, de los hexámetros: el verso que abre la descripción comienza en el segundo hemistiquio del primer hexámetro, a partir de la sexta mora, mientras que el verso que la cierra comienza en el primer hemistiquio del último hexámetro. Estos dos semi-versos forman la parte superior e inferior del cuadrado rectangular. Los dos hexámetros restantes, que describen la formación del cuadrado y que ocupan todo el verso, ocupando así una línea más larga, constituyen las líneas laterales. A todo lo anterior hay que sumar el hecho de que la descripción de esta figura geométrica ocupa precisamente cuatro versos. No es casual: Manilio repite al menos en tres ocasiones más este procedimiento. Por ejemplo, en 3.365-376 donde el poeta habla de la duración semestral de largas noches y días interminables. La explicación ocupa doce versos como haciéndonos transitar temporalmente por ellos.51
El hipérbaton es quizá la figura más recurrente en la poesía de Manilio y en su intento por imitar los acontecimientos del universo. Y lo es probablemente por la movilidad que le proporciona al texto, incluso cuando lo que se busca es el efecto contrario, como en la explicación del estatismo celeste del libro 1, vv. 474-482:
Et, quo clara magis possis cognoscere signa,
non varios obitus norunt variosque recursus,
certa sed in proprias oriuntur singula luces
natalesque suos occasumque ordine servant.
nec quicquam in tanta magis est mirabile mole
quam ratio et certis quod legibus omnia parent.
nusquam turba nocet, nihil ullis partibus errans
laxius aut brevius mutatove ordine fertur.
quid tam confusum specie, quid tam vice certum est?
Y, para que puedas reconocer mejor las constelaciones fulgurantes, no saben ellas variar sus puestas ni sus salidas; cada una surge, más bien, en su propia y luminosa sede y conserva ordenadamente su origen y su ocaso. Nada puede haber, en tan inmensa estructura, más admirable que la potencia divina y que todo obedezca con leyes establecidas. En ningún lugar es nociva la multitud estelar y ninguna de ellas vagabundea por todos lados modificando su órbita más amplia o más brevemente. ¿Qué hay tan confuso por su apariencia y, al mismo tiempo, tan verdadero?
Frente al orden y la aparente inmovilidad del cielo está la variación hiperbática del poema que, sin embargo, no representa caos, sino que emula el orden celeste pues, como sentencia el poeta, motus alit, non mutat opus.52 En la concepción geocéntrica del universo de Manilio es el hombre quien se mueve, mientras que los astros permanecen en una quietud eterna. En este caso, la representación textual del hombre en movimiento está magistralmente expresada en la dislocación verbal propia del hipérbaton. Algo similar sucede cuando Manilio describe los signos zodiacales que se relacionan a la distancia y de manera heptagonal. Para significar en el texto la longitud que los separa y, a pesar de ello, su influencia en la vida humana, el poeta recurre, de nuevo, al hipérbaton:53
At, quae diversis e partibus astra refulgent
per medium adverso mundum pendentia vultu
et toto divisa manent contraria caelo
septima quaeque, loco quamvis summota feruntur,
ex longo tamen illa valent viresque ministrant
vel bello vel pace suas, ut tempora poscunt,
nunc foedus stellis, nunc dictantibus iras (Manil., 2.395-401).
Pero aquellos signos que resplandecen desde lugares opuestos, suspendidos en medio del mundo con el rostro enfrentado y que permanecen separados por todo el universo cada siete signos, aun cuando están separados por un largo intervalo, no pierden su valencia y procuran sus esfuerzos a la guerra o a la paz, según lo pidan los tiempos, es decir, según ordenen los planetas concordia o discordia.
Como se ha dicho, no puede entenderse la puesta en escena de todo este aparato verbal y figurativo de manera aislada. Al hipérbaton hay que sumar otras figuras como la hipérbole, la antítesis, la anástrofe, el quiasmo, los paralelismos y las figuras etimológicas (por no hablar de la metáfora en todas sus derivaciones) que van entretejiéndose en el entramado expositivo. Por citar solo un ejemplo, la descripción final de las relaciones entre signos zodiacales cierra con varios casos que enarbolan la amistad. Uno de ellos es la amistad entre Pilades y Orestes, que sirve de contrapeso y equilibrio a todas las oposiciones zodiacales anteriores. Hasta aquí el poeta había referido solo los desencuentros y enemistades entre signos, por lo que el pasaje en cuestión parece introducir un excurso de tono moral: la amistad como armonía suprema.54 Pero más allá del argumento ético, en el pasaje es posible apreciar cómo se conjugan varias figuras, cuya intención sigue siendo mostrar la forma en que se vinculan los astros y los hombres, cómo influyen unos sobre otros y la manera en que esto se expresa en su vida cotidiana. El exemplum brinda la posibilidad a Manilio de poner en perspectiva el tipo de relaciones astrales a través, en este caso, de la antítesis, la anáfora y la figura etimológica:55
unus erat Pylades, unus qui mallet Orestes
ipse mori; lis una fuit per saecula mortis,
alter quod raperet fatum, non cederet alter (Manil., 2.583-585).
Hubo un solo Pilades, solo un Orestes que prefirió morir en su lugar; a lo largo de la historia solo ha habido un pleito así por morir, porque uno asumía su destino y el otro no cedía.
La tensión entre signos, sus correspondencias y sus derivaciones parecen ser parte orgánica del texto mediante el uso, en el primer caso, de la antítesis alter… raperet … non cederet alter; en el segundo, de la anáfora unus… unus; y en el tercero, de la figura etimológica mori… mortis.
En otro pasaje del poema, esta última figura (la etimológica) sirve particularmente a Manilio para mostrar al lector su viaje por los cielos y, al mismo tiempo, para hacerlo partícipe de él.56 En la parte central del libro 3, Manilio explica varios métodos para encontrar y determinar el horóscopo. La única manera de comprobar su fiabilidad, dice, es mediante el cálculo y la división exacta de las horas del día, ya que es la única forma de seguir la salida de las constelaciones en su momento preciso y asignar a cada grado la hora correspondiente. Ahora bien, la duración de los días y de las noches no es en todos lados la misma. Por ejemplo, en los polos. Allí, debido a la esfericidad de la tierra el cielo se arquea y, por tanto, la visión de los signos se transforma, haciendo variar sus figuras con movimientos oblicuos o perpendiculares, según la posición de quien observa. No son los astros los que se mueven para Manilio, sino el que los observa:
at, simul ex illa terrarum parte recedas,
quidquid ad extremos temet provexerit axes
per convexa gradus gressum fastigia terrae,
quam tereti natura solo decircinat orbem
in tumidum et mediam mundo suspendit ab omni,
ergo ubi conscendes orbem scandensque rotundum
degrediere simul, fugiet pars altera terrae,
altera reddetur […]
57 (Manil., 3.323-330).
Pero, al tiempo que te alejas de esa parte de la Tierra [sc. el ecuador], algo te empuja hacia los extremos axiales y das un paso y luego otro a través de la cúspide convexa de la tierra, construida en forma circular por la naturaleza, con un contorno definido y suspendida del centro de todo el universo. Por lo tanto, cuando te eleves por el mundo y al mismo tiempo, recorriendo su órbita, desciendas, una parte de la tierra desaparecerá y la otra será visible […].
El lector va moviéndose con el poema, sus pasos por la órbita terrestre son visibles por la figura etimológica gradus, gressum, degrediere, y por todos los verbos de movimiento que componen el pasaje, a los que hay que añadir el recurrente encabalgamiento de los versos y el quiasmo final fugiet… reddetur.58
En el poema también hay estructuras más complejas, como las construcciones anulares o los acrósticos, que trascienden su función meramente ornamental y cumplen un papel orgánico en las intenciones imitativas del poeta. La composición anular, por ejemplo, es un elemento de primer orden para dejar testimonio textual de la circularidad del globo terrestre, suspendido en el centro del universo:
EST igitur tellus mediam sortita cavernam
aeris, e toto pariter sublata profundo,
nec patulas distenta plagas, sed condita in orbem
undique surgentem pariter pariterque cadentem.
haec est naturae facies: sic mundus et ipse
in convexa volans teretis facit esse figuras
stellarum; solisque orbem lunaeque rotundum
aspicimus tumido quaerentis corpore lumen,
quod globus obliquos totus non accipit ignes.
haec aeterna manet divisque simillima forma,
cui neque principium est usquam nec finis in ipsa,
sed similis toto ore sibi perque omnia par EST59 (Manil., 1.202-213).
Así pues, ha tocado en suerte a la tierra la cavidad central del espacio, sustraída igualmente de la parte profunda, sin posibilidad de extenderse por anchos territorios, sino delimitada por una circunferencia que comienza y termina igualmente en cualquier punto. Tal es la faz de la naturaleza: el universo mismo moviéndose de manera circular provoca que la forma de las estrellas sea también redonda. Percibimos el contorno circular del sol y de la luna y a esta que, con su cuerpo inflamado, busca la luz de aquél, precisamente porque la redondez absoluta de su forma no recibe los rayos oblicuos. Esta forma permanece eterna e inmutable en sí misma, es lo más parecido a la figura de los dioses y no tiene principio ni fin, sino que es totalmente igual a sí misma en su apariencia y en todo lo que la compone.
La descripción esférica de la tierra es elocuente por sí misma y sería suficiente para que el discípulo-lector entendiera el punto e imaginara la figura. Pero hay que insistir en que para el poeta el texto es en sí mismo un microcosmos y debe reflejar verbalmente, y en la medida de lo posible, el universo que describe. La construcción anular que abre y cierra con el mismo verbo esta tirada de versos contribuye a fortalecer el argumento y a plasmarlo en el texto. Su empleo es mucho más efectivo y elocuente por la colocación verbal, que intenta reproducir la infinitud de la figura geométrica, sobre todo en comparación con otras construcciones anulares como, por ejemplo, la que se encuentra en 5.253-269.60 El libro 5 está dedicado a los paranatellonta, es decir, a la influencia directa que tiene sobre los hombres la salida diurna de los signos extrazodiacales. Cuando toca el turno de la constelación de Virgo, que el poeta llama Erígone, surge del mar como memorial y ornamento de la virgen la corona de Ariadna (
quae cum tibi quinque feretur / partibus ereptis ponto, tollentur ab undis / clara Ariadnaeae quondam monumenta coronae
5.251-253). El surgimiento de esta corona implica que los nacidos bajo este signo y a esta hora del día serán proclives a cultivar huertos de plantas y flores delicadas, como olivos, violetas y jacintos o, como dice el poeta, imitarán con todas ellas la constelación bajo la que han nacido (5.262-264), pues esto es lo que piden los años de la virgen y las flores de la corona (
virginis hoc anni poscunt floresque Coronae
5.269). En este pasaje ahora es la palabra coronae la que abre y cierra los versos en cuestión, intentando imitar o reproducir en el texto una estructura circular como la de la Corona Boreal.
Finalmente hay que referirse a los acrósticos, uno de los patrones verbales más recurrentes en Manilio para modelar el universo, relacionados, además, directamente con la tradición didáctica de la poesía astronómica de Arato y de Germánico.61 Del primero ha imitado, entre otros, el acróstico lepté;62 del segundo, el de sparsu.63 Voy a detenerme solo en este último caso.
La parte final del libro 1 introduce una larga reflexión sobre los cometas, las causas que los originan y el significado que tienen para el devenir humano. Pero es a partir de 1.813 que comienza el pasaje. Los cometas, nos dice el poeta, son luces brillantes que aparecen raramente en el cielo y que desaparecen de repente. Como sugiere Colborn,64 si bien en su contexto original el acróstico no muestra relación alguna con el contexto del pasaje que lo contiene, y no pasa de ser una coincidencia, en el pasaje maniliano, sin embargo, el acróstico y el contenido están perfectamente relacionados, pues se trata de la descripción de meteoros y cometas, acontecimientos celestes que se caracterizan justamente por su paso repentino como esparciendo (sparsu) su fulgor por el cielo.65 Por lo tanto, esta reutilización y resignificación del acróstico es, como dice Colborn:
part of Manilius’ modelling of his text on the cosmos. For, as we have seen, one of the unique features of Manilius’ universe is that everything makes sense. Even phenomena that are typically awarded no astrological significance, such meteors and comets, have their place in the Manilian system. Likewise, a sequence of letters that was once just a product of chance is given meaning in Manilius’s microcosmo.66
El estudioso, sin embargo, pasa por alto que, para acentuar la fuerza de esa representación especular del acróstico, el genio de Manilio lo ha cuadruplicado: además del primer acróstico vertical, lo ha repetido una vez, en el mismo sentido; otra, en sentido inverso y una más, de manera horizontal en el último verso:
Sunt etiam rariS orti natalibUs ignes,
Protinus et raPti. subitas candeScere flammas
Aera per liquidum trActosque repeRire cometas
Rara per ingentis videRunt sAecula motus.
Sive, quod ingenitum terra Spirante vaPorem
Umidior sicca superatUr spirituS aura (Manil., 1.813-818).
Ciertamente hay fuegos de raras apariciones y desapariciones inesperadas. Épocas excepcionales han visto, en momentos de enormes conmociones, resplandecer por el gaseoso éter súbitas flamas, cometas que nacen y perecen, debido probablemente a que el vaho mucho más húmedo es doblegado por un aura seca al momento de que la tierra exhala un vapor interno.
Es cierto que cometas y meteoros pertenecen fundamentalmente al ámbito de la astronomía; sin embargo, es importante recordar que en ese momento la división entre ambas disciplinas no era tan marcada y que, por lo tanto, era posible establecer una vinculación directa con la astrología precisamente porque cometas y meteoros solían aparecer en momentos de crisis, por lo que eran interpretados como señales divinas y se les relacionaba, entre otras cosas, con ciertos tipos de calamidades. Como sea, la intención de Manilio con la incorporación aquí de este acróstico manifiesta también un elemento central en su poema, a saber, la intención fraseológica que insiste y señala los movimientos ascendentes y descendentes propios de la teoría del aspecto zodiacal,67 parte medular del poema, pero también propios de los movimientos del poeta en su viaje por el universo y del poema mismo en su composición. Por eso pide Manilio tan sentenciosamente a su lector-discípulo: “No te admires de las sinuosidades del camino y del entrelazamiento de las cosas” (ne mirere viae flexus rerumque catenas 4.394).68