El Arrunte indiano: imitación lucanea en la Mexicana (1594) de Gabriel Lobo Lasso

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Jorge Luis Torres Magallón

Resumen

Entre la materia histórica que Gabriel Lobo Lasso de la Vega incluyó en el canto 22 de la Mexicana (1594) se encuentran los presagios de la caída de Tenochtitlán que relata López de Gómara en la Conquista de México (1552). Este trabajo examina cómo el poeta ficcionalizó el pasaje cronístico imitando
el Catálogo de prodigios de la Farsalia de Lucano y creando a Goro, personaje ficticio modelado a partir del Arrunte lucaneo. Se demuestra, además, que el poeta se valió de las traducciones castellanas de la Farsalia, hecha por Laso de Oropesa (1541), y de la Jerusalén liberada, hecha por Juan Sedeño (1587).

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Cómo citar
Torres Magallón, J. L. . «El Arrunte Indiano: Imitación Lucanea En La Mexicana (1594) De Gabriel Lobo Lasso». Nova Tellus, vol. 43, n.º 1, marzo de 2025, pp. 173-90, doi:10.19130/iifl.nt.2025.43.1/071S00X24W68.
Sección
Artículos
Biografía del autor/a

Jorge Luis Torres Magallón, Universidad Nacional Autónoma de México, Unidad de Posgrado

Licenciado en Literatura Intercultural (en el área de Tradición Clásica) por la Escuela Nacional de Estudios Superiores (ENES), Unidad Morelia, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Actualmente, cursa el programa en Letras Españolas de la Maestría en Letras de la UNAM. Ha sido profesor de asignatura en la licenciatura en Literatura Intercultural de la ENES Morelia. Sus líneas de investigación incluyen la tradición clásica en la épica renacentista; la relación entre crónicas novohispanas y épica cortesiana; y la sobrenaturalidad en la literatura popular. Fue beneficiario de una beca del Proyecto Conacyt “De la épica romana a la épica de Indias. La pervivencia de los modelos clásicos en las epopeyas sobre la conquista de México”, que dirigió el Dr. Antonio Río Torres-Murciano.
Ha publicado dos artículos (uno en coautoría): “ ‘Ahí pasan como cosas demasiado extrañas’: relatos aterradores de Morelia”, Revista de Literaturas Populares, 17/1, 2017, pp. 54-83, y “Las luces del cerro de Patagalana: la relación entre los fuegos fatuos, las brujas y los tesoros enterrados”, Revista de Literaturas Populares, 18/1, 2018, pp. 115-135.

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1. Introducción

Gabriel Lobo Lasso de la Vega, poeta madrileño celebrado por sus compañeros de Corte y por los propios Lope de Vega y Cervantes,1 compuso dos epopeyas dedicadas a las hazañas de Hernán Cortés: Primera parte de Cortés valeroso y Mexicana (Madrid, Pedro Madrigal, 1588) y Mexicana (Madrid, Luis Sánchez, 1594).2 Al igual que los demás poetas áureos que escribieron épica cortesiana,3 Lasso adaptó la materia histórica (las gestas de Cortés) de las fuentes cronísticas, entre las que destaca la Conquista de México de Francisco López de Gómara (Zaragoza, Agustín Millán, 1552),4 a los modelos literarios, particularmente a la Eneida de Virgilio (Río Torres-Murciano 2016, p. 86).5 Durante la composición del Cortés valeroso, Lasso fue compelido por su mecenas, don Martín Cortés, a excluir de la trama cualquier rastro de ficción que pudiera poner en riesgo la veracidad de lo relatado.6 Sin embargo, como notó Amor y Vázquez (1970, pp. XXVII, LI), el encuentro del poeta con la Jerusalén liberada de Torcuato Tasso (Ferrara, Vittorio Baldini, 1581),7 así como la muerte de su mecenas en 1589 (Río Torres-Murciano 2018, p. 453), movieron al madrileño a desechar la prometida continuación del Cortés valeroso en pos de una nueva primera parte: la Mexicana. Si bien el último canto de la versión previa ya seguía el paradigma poético tassesco (Amor y Vázquez 1970, p. LI; Río Torres-Murciano 2018, pp. 437, 453), este adquirió en la composición de la segunda mayor pujanza, como puede apreciarse en las innovaciones introducidas por el poeta en la obra.8 Además de inscribirse en el dualismo cristiano característico de la Jerusalén, la Mexicana sigue un virgilianismo estructural que “determina el orden en el que las dos secciones del plano sobrenatural, la infernal y la celeste, se presentan al lector” (Río Torres-Murciano 2018, p. 450). Y si bien el influjo de Lucano no desempeñó en el plan poético de la Mexicana un papel ni por asomo similar al de Tasso o Virgilio -cuya influencia ha sido estudiada por Amor y Vázquez (1967; 1970, pp. XXXVI-LVIII) y Río Torres-Murciano (2018, pp. 449-452), respectivamente-, Lasso introdujo en el canto 22 numerosas octavas de imitación lucanea que son fundamentales para el clímax del poema.9

2. El catálogo de prodigios (Mex., 22.22-30)

En el capítulo 145 de la Conquista de México, López de Gómara refiere un agüero que presenciaron los indios antes de la llegada de los conquistadores (Miralles Ostos 2006, p. 207): “vieron eso mesmo pelear por el aire gentes armadas, unas con otras; cosa nueva y maravillosa para ellos, y que les dio qué pensar y qué temer, por cuanto se platicaba entre ellos cómo había de ir gente blanca y barbuda a señorear la tierra en tiempo de Moteczuma”. El madrileño utilizó el portento para recrear un episodio en el que, luego de la salida de Cortés rumbo a Veracruz para apresar a Pánfilo de Narváez (Mex., 22.19-20), los indios evocan un aciago portento al ver a Moctezuma prisionero (22.22-23):

La memoria afligiendo con agüeros
en los pasados tiempos ofrecidos,
con algunos presentes, graves, fieros,
no menos admirables que temidos,
por donde rastrearon que a extranjeros
habían de ser sus cuellos sometidos,
los cuales en el aire osadamente,
visto habían pelear con pecho hirviente.
En todo a los iberos semejantes
eran estos guerreros belicosos,
que con golpes durísimos, pujantes,
los aires asordaban orgullosos.
Estos del fiero Antípoda triunfantes
iban, cargados de trofeos honrosos;
y así, cuando al Hesperio el indio vido,
ser dijo el que en el aire había vencido.

La tácita identificación de los españoles con la “gente blanca y barbuda” en Gómara es explicitada por Lasso al afirmar que los guerreros eran “en todo a los iberos semejantes”. La visión representa el encuentro armado entre los ejércitos indígena y español, y la identificación expresa entre los extranjeros con el que “en el aire había vencido” prefigura en la trama la victoria final de España sobre el Imperio Mexica, aunque esta no haya sido contemplada en el plan narrativo del poema.10 Pese a seguir, en general, la dispositio de la Conquista, Lasso intercala en este canto dos grupos de pasajes cronísticos. El primero corresponde a los capítulos 96-104, en los que Gómara relata el arribo de Narváez, la salida de Cortés a Veracruz, la rebelión de los mexicas, la derrota de Narváez y el regreso de Cortés a México (Miralles Ostos 2006, pp. 137-143). El segundo, al capítulo 145, “Señales y prognósticos de la destruición de México” (2006, pp. 207-208), que el madrileño recrea en las octavas 22.22-30 de la Mexicana, entre la salida de Cortés a Veracruz (22.19-20) y la rebelión de Tenochtitlán (22.50-55). Sin embargo, ¿por qué el poeta anticipa la materia del capítulo 145, intercalándola en la de los capítulos 96-104? Porque la Mexicana, pese a ser una epopeya histórica, sigue unos moldes que desde la Antigüedad son consustanciales al género épico. Si la fuente historiográfica aportó la materia (los presagios de la conquista), los modelos literarios aportaron la forma: el catálogo de prodigios,11 tópico que, a partir de Lucano, fue recurrente en la épica culta hasta, por lo menos, el siglo XVII.12 Lasso moldea la enumeración de prodigios de Gómara a imitación del catálogo de prodigios del canto 1 de la Farsalia (522-583), en el que Lucano narra los portentos que fueron vistos en Italia antes de la guerra civil entre Julio César y Pompeyo. Tras la breve analepsis, Lasso trae de nuevo la acción al presente al comenzar a narrar una serie de agüeros que vieron los indios en ausencia de Cortés (Mex., 22.24.1-4): “Los aires de amenazas se hincheron, / de pronósticos tristes y señales, / la tierra y mar bastante indicio dieron / del ímpetu preciso de sus males”,13 reescritura del inicio del catálogo de prodigios lucaneo: superique minaces / prodigiis terras inplerunt, aethera, pontum (Phars., 1.525-526).14 Es, no obstante, la traducción castellana de Martín Laso de Oropesa (Lisboa, Luís Rodriguez, 1541) el texto que Lasso siguió (f. 10r): “los soberanos dioses amenazando, hincharon de pronósticos y señales el aire y mar y tierras”.15 Al imitar a Lucano, sin embargo, Lasso refundió en los versos 22.24.1-4 (en una especie de contaminatio épica) los tres pasajes de la Araucana en los que Ercilla relata algunos portentos. El primero es el verso “el aire de señales anda lleno” (Ar., 8.41.1-3), cuyo antecedente, como notó Lerner (2018, pp. 268-269, n. 34), es el propio prodigiis terras implerunt, aethera, pontum lucaneo, que inspiró también a Tasso (“s’empie di mostri e prodigi il cielo”, GL, 9.15.4). El segundo es la aparición de Eponamón a los araucanos (9.8.3-8, 2018, p. 279):

Súbito comenzó el aire a turbarse,
y de prodigios tristes se espesaba:
nubes con nubes vienen a cerrarse,
turbulento rumor se levantaba;
que con airados ímpetus violentos
mostraban su furor los cuatro vientos.

El tercero son los prodigios que vieron los indios al arribar los españoles a la isla de Talcaguano (16.25.3-6, 2018, p. 476): “por siniestro pronóstico tomado / de su ruina y venideros males, / viendo aquel movimiento desu­sado / y los prodigios tristes y señales”. Los versos 22.24.1-4 de la Mexicana son una imitación superpuesta del inicio del catálogo de prodigios lucaneo con alusiones textuales a la Araucana. Y pese a que el cordobés es el modelo común, ninguno de los épicos quinientistas le confiere a la divinidad la potestad sobre los portentos, como sí lo hace Lucano. No obstante, Lasso sugiere, con base en los sacrificios a Huitzilopochtli (Mex., 22.40-51) -como se verá más adelante-, que los agüeros son una advertencia que el demonio envía a los indios ante el inminente avance de los españoles, cuya religión ponía en riesgo la idolatría en Tenochtitlán.16 En las siguientes octavas el poeta enlistará otros veintidós portentos, a los que iremos anotando sus respectivas fuentes cronísticas y modelos épicos (22.24.5-30):

Caer del aire humor sanguino vieron,17
mal agüero en las aves y animales,18
y una estrella fogosa, vehemente,
volar sobre ellos del rosado oriente.19
Vieron envuelto en fiero incendio el cielo
y, entre prestos relámpagos fogosos,
en bonanza bajar rayos al suelo,
con frecuencia de truenos espantosos:20
la faz se oscureció del rey de Delo
y sus cabellos (crespos y hermosos)
en el medio escondió de su discurso,
forzándole de nieblas gran concurso.21
Vieron cometas que, con largas colas,
sobre la gran ciudad se reclinaban;22
grandes peces salir de entre las olas
del mar y que en la tierra se quedaban;23
al mediodía las Cabrillas solas
compitiendo con Titán relumbraban;24
estrellas nunca vistas descubrieron,
que de su perdición prodigio fueron.25
Vieron una visión bajar en vuelo,
estando al sacrificio un hombre dando,
el cual, con ojos fijos en el cielo,
estaba a Dios con lágrimas llamando.
Esta le dijo: “amigo, ten consuelo,
que al que pides favor te está aguardando,
y presto cesará el torpe ejercicio
del sangriento, inhumano sacrificio”.26
Oyeron llorosísimos aullidos
de perros, y en serpientes silbos roncos,
de fieras asperísimos bramidos,
retumbando su horror en huecos troncos;27
abriéndose, la tierra dio estallidos,
hinchiendo el aire de gemidos broncos:
bajó también su quicio con estruendo,
de que el orbe quedó todo tremiendo.28
De súbito las luces se murieron
que estaban en los templos encendidas;29
las ofrendas de suyo se cayeron,
aunque en escarpias gruesas suspendidas.
De día mil nocturnas aves vieron
graznar, en varias partes esparcidas;
de noche en la ciudad fieras hallaron,
y bestias que la lengua humana hablaron.30
Oyeron muchas voces espantosas
que en los sepulcros los difuntos daban;31
apareciéronse ánimas penosas
que el venidero daño denunciaban.32
Oyóse estruendo y voces belicosas,
que en los desiertos campos resonaban,
cual si dos gruesas haces se embistieran
y en sangrienta batalla contendieran.33

3. Las ceremonias propiciatorias (Mex., 22.31-37.5)

Luego de los prodigios vistos en Tenochtitlán, Lasso continúa el episodio al introducir un personaje llamado Goro (Mex., 22.31):

Vistos en la ciudad estos agüeros,
confusos, recelosos, atajados,
acuerdan de llamar los agoreros
de Colimán y Talco más nombrados:
donde estaban dos vanos estrelleros
que de gente vivían apartados,
el uno de los cuales único era
(llamado Goro) en revolver su esfera.

Esta octava es la reelaboración de los versos que suceden a los prodigios de la Farsalia, en los que Lucano describe la llegada a Roma de un célebre arúspice tusco de nombre Arrunte (1.584-586, f. 11r): “Vistos en Roma estos prenósticos y monstruos acordaron como era costumbre antigua de traer los adivinos de Tuscia. Y el más excelente que a la sazón había se llamaba Arunx, que vivía en la desierta Luca”.34 Lucano sigue la narración de la procuratio prodigiorum (Phars., 1.589-608), ritos entre los que destaca el sacrificio amburbial (1.592-593, f. 11v): “Mandó que anduviesen en torno a la ciudad y que lustrasen y purgasen con gran fiesta los muros”. En el capítulo 80 de la Conquista, Gómara describe los atroces templos de Tenochti­tlán (Miralles Ostos 2006, p. 118): “Están todos bañados en sangre y negros, de como los untan y rocían con ella cuando sacrifican algún hombre”. El madrileño aprovechó la sugerente descripción del cronista para recrear un episodio, modelado a partir del amburbium lucaneo, en el que Goro, tratando de apaciguar a los dioses, oficializa unas macabras ceremonias (Mex., 22.32-33):

Este mandó que luego degollasen
diez niños, de a tres años cada uno,
también cien conjugadas, y mezclasen
la sangre en una urna, todo en uno,
y que la piedra hiena dentro echasen
y, de la frente de lobo pelo uno,
los dos ojos y entrañas de un raposo,
cabeza y pie de perro vedijoso.
Con esta sangre Goro humildemente
el templo rocïó y sus dioses vanos,
llevando en procesión copia de gente,
ganados y plebeyos ciudadanos.
Rezando con voz baja y pecho hirviente,
roció también los muros mexicanos,
con larga toga de algodón ceñida
y la calva cabeza en leche ungida.

Los ingredientes con los que Goro mezcla la sangre de las víctimas provienen de cuatro cánidos (hiena, lobo, raposo y perro), reminiscencias -notadas por Amor y Vázquez (1970, p. 175, n. 6) - de la Ericto lucanea (Phars., 6.671-672). Mientras que Arrunte ordena limpiar los muros de Roma, el Goro lassesco, en una evidente subversión de los ritos purgativos romanos, rocía los templos, estatuas y muros con la sangre de los indios sacrificados. Los rituales propiciatorios de Arrunte culminan con un sacrificio rechazado por los dioses:

Y entonces llevó a las aras para sacrificar un toro de cerviz escogida y por domar […] Haciéndole arrodillar, extendía por fuerza su cuello al cuchillo, y no saltó de la víctima la sangre que suele: antes salió de la larga herida, en lugar de la colorada sangre, una derramada podre amarilla. Y atónito entonces de ver las mortífe­ras señales de los sacrificios, tomó presto la asadura, y quiso inquirir la ira de los dio­ses, mas sola la color le espantó luego porque estaba toda amarilla y salpicada de unas mancillas negras y teñida, como la sangre se había helado por las venas estaba toda verdinegra (Phars., 1.608-620, ff. 11v-12r).

Lasso adapta el esquema lucaneo de los sacrificios taurinos a un contexto indiano en el que ya no son los animales, sino los cautivos indígenas, las víctimas ofrendadas (Mex., 22.35):

Abrió en las aras Goro al uno el pecho,
mas, en lugar de sangre, por la herida
(de que no quedó el indio satisfecho)
salió una verde cólera encendida,
y de otros veinte el sacrificio hecho,
salió la misma mezcla recocida:
los muertos corazones no latían
y de cuajada podre se cubrían.

Tras examinar las entrañas del toro, Arrunte comprende los hados adversos de Roma (Phars., 1.630-638, f. 12r): “Cuando Arunx vistas estas cosas, hubo entendido las señales de los grandes males futuros, dijo con gran sospiro: ‘con gran dificultad soberanos puedo yo dar a entender a las gentes, las cosas que entiendo serles por vos aparejadas por que este mi sacrificio no fue por ti gran Júpiter aceptado’ ”. Lasso calca el esquema de la Farsalia (Mex., 22.36-37.5):

Visto por Goro los futuros males
que la no acepta ofrenda prometía,
los pronósticos tristes y señales
de que el cielo, la tierra y el mar se henchía,
dijo: “Ofendidos dioses celestiales,
¿cómo la entorpecida lengua mía
al afligido pueblo mexicano
dará a entender lo que obra vuestra mano?”
Con esto y un suspiro dolorido
dijo: “grandes miserias aguardamos;
nuestro dios de la guerra está ofendido
y en vano en aplacarle nos cansamos.
Ruegos ni sacrificios no ha admitido”.

El madrileño narra enseguida el sacrificio de los veintinueve “cautivos maniatados” restantes (Mex., 22.40-49), cuyos corazones extirpados son arrojados al templo de Huitzilopochtli. Esta parte del episodio, que no tiene ya su origen en la Farsalia sino en la crónica de Gómara (cap. 15, Miralles Ostos 2006, p. 26), constituye el último eslabón narrativo en la lista de desencadenantes de la guerra entre españoles y mexicas, pues el demonio, introduciéndose en el cuerpo del estrellero (Mex., 22.47-49), lo obliga a comunicarle al pueblo tenochca su designio de matar a los españoles (22.50.1) y evitar la llegada del cristianismo (22.51).35 El hecho de que los indios busquen respuestas en el templo de Huitzilopochtli tras los prodigios (22.22-30) y las fallidas ceremonias de Goro (22.31-39) es un testimonio de que estos sucesos sobrenaturales son solo algunas de las intrigas demoniacas que, en la Mexicana, intentan frenar el avance de los cristianos y evitar el eventual derrocamiento de los sacrificios infernales, al igual que en la Eneida Juno trata de retrasar la llegada de los troyanos al Lacio.36 El demonio (identificado aquí con Huitzilopochtli) es el incitador de la guerra entre españoles y mexicas de la misma manera en la que Alecto es la instigadora del conflicto entre latinos y troyanos en la Eneida (7.324-571).37 Aunque Lasso reproduce la naturaleza ominosa de los portentos en la Farsalia, desecha cualquier rastro de pesimismo, pues los prodigios en el poema sirven para moldear la narrativa victoriosa y providencial de España frente a la idolatría indígena que está destinada a sucumbir.38 Pese a la profunda impronta de Lucano en el canto 22, su influjo queda subsumido en la fuerza modeladora que la Eneida ejerce en la configuración sobrenatural de la Mexicana.

4. Conclusiones

El catálogo de prodigios y la aruspicina que realiza Goro en la Mexicana (22.22-37.5) de Gabriel Lobo Lasso son un ejemplo paradigmático de cómo los épicos cortesianos adaptaron la materia histórica recabada de las fuentes cronísticas a las convenciones del género. Las octavas 22.22-30 representan la epicización de los presagios de la caída de Tenochtitlán que refiere López de Gómara en la Conquista de México (cap. 145), pues el poeta los entreveró con los prodigios de la guerra civil que cuenta Lucano en la Farsalia (1.521-583), trazando paralelismos entre historia y ficción. Esta convergencia, sin ser manifiesta, le transmitía al lector la sensación de estar leyendo a Lucano y no una mera crónica de sucesos americanos. De los veinticuatro portentos incluidos en el catálogo, catorce provienen de la Farsalia (4, 8, 11, 12, 14, 16-24), cinco de la crónica de Gómara (1, 5, 10, 13, 15) y tres de la Jerusalén liberada (3, 6, 9). Hay, además, dos de imitación mixta (2, 7), en los que Lasso calca algunos versos de la Araucana. Las alusiones a Ercilla, sin embargo, son pinceladas con las que Lasso termina de adornar su imitación a Lucano y a Tasso. Las octavas 22.31-37.5 son, en cambio, una ficcionalización de los sangrientos rituales indígenas que relata Gómara (caps. 15, 80) a imitación de las ceremonias amburbiales romanas (Phars., 1.592-593). En ellas, Lasso introduce al agorero indígena Goro, personaje ficticio modelado a partir del Arrunte lucaneo. Los evidentes paralelismos textuales indican que, a la hora de imitar a Lucano y a Tasso, el madrileño contaba con las traducciones castellanas de la Farsalia de Martín Laso de Oropesa (1541) y de la Jerusalén liberada de Juan Sedeño (1587); como había sugerido acertadamente, respecto a este último, Amor y Vázquez (1967, p. 187; 1970, p. LI). Si bien fue Luis Zapata en su Carlo famoso (Madrid, Juan Mey, 1566) quien cantó por primera vez en octavas reales los prodigios de la conquista de México (14.124-126, ed. Reynolds 1984, pp. 132-133), Lasso tiene el mérito de ser pionero en epicizar y ficcionalizar el episodio cronístico imitando los modelos literarios. Con la senda inaugurada por el madrileño, este nuevo tópico reaparecería en las dos epopeyas cortesianas del siglo XVII escritas en español.39

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    Parece que para 1587 el poeta “ya estaba en la guardia interior del Palacio, al servicio de sus majestades, cargo que desempeñó durante los reinados de Felipe II (1555-1598) y Felipe III (1598-1621)” (Avilés y Pérez 1937, p. 11) y que trabajó como “continuo e historiador sui generis y tuvo su temporada de catarribera o pretendiente en la Corte” (Amor y Vázquez 1970, p. XV). Fue, además, “conocido y admirado […] por escritores coetáneos” (Pullés-Linares 2005, p. 18), como se deduce de los sonetos preliminares del Cortés valeroso y de la aprobación de uno de los precursores del poeta, don Alonso de Ercilla, que figura al comienzo de la Mexicana. Lope de Vega menciona a Lasso en su comedia Juan de Dios y Antón Martín (1895, p. 195, apud Amor y Vázquez 1970, p. XIII, n. 2); Cervantes, por su parte, lo alaba en Viaje del Parnaso (5.295-98, ed. Gaos 2001, p. 133); elogios, para Amor y Vázquez (1970, p. XVIII), “quizá más circunstanciales que sentidos”.
    Para las epopeyas renacentistas se utilizarán las siguientes abreviaturas: Afr. (Petrarca, Africa); Lab. Fort. (Juan de Mena, Laberinto de Fortuna); Ar. (Alonso de Ercilla, Araucana); GL (Torquato Tasso, Gerusalemme liberata); Austr. (Juan Rufo, Austríada); CV (Primera parte de Cortés valeroso) y Mex. (Mexicana) de Gabriel Lobo Lasso. Las epopeyas renacentistas se citan por canto, estrofa(s) y verso(s).
    Como señala Río Torres-Murciano (2016, p. 86), Alfonso Méndez Plancarte (1942, p. XXV) y Alfonso Reyes (1946, pp. 334, 337; 1960, pp. 338-339) acuñaron, por separado, la etiqueta “ciclo épico cortesiano” para designar las epopeyas que tuvieran como tema las hazañas de Cortés. Pullés-Linares (2005, p. 79) lo denominó, por su parte, el “ciclo épico mexicano”. En este artículo incluiremos el Canto intitulado Mercurio de Arias de Villalobos (México, Diego Garrido, 1623) en este marbete, siguiendo la propuesta de Pullés-Linares (2005, p. 95). Para una lista pormenorizada de los poemas que componen el ciclo, vid. Río Torres-Murciano (2022, p. 65, n. 148; 2024, p. 32).
    La crónica de Gómara se convirtió en la fuente principal de toda la épica cortesiana hasta la publicación del Canto intitulado Mercurio en 1623. La utilización de la crónica de Gómara por parte de Villalobos ya había sido señalada por Pullés-Linares (2005, p. 96) y puede comprobarse puntualmente en una referencia explícita al cronista soriano que Villalobos anota a propósito de la aparición del ángel (1.31.7, García 1907, p. 210, n. 2).
    Como destaca Lara Garrido (1999, p. 46), “el epos histórico responde siempre a formas, más o menos armónicas y más o menos escoradas hacia uno de los polos, de resolver la dialéctica entre la materia (el núcleo histórico) y la forma del género (el exigido modo de ficcionalización)”. Amor y Vázquez (1970, p. XX) propuso una categorización de los pasajes de la Me­xicana en función del grado de discrepancia entre estos y la materia histórica de la Conquista de México: “discrepancias de detalle; casos para los cuales se encuentra base cronística, pero que la alteran o desarrollan; episodios novelescos o fantásticos”. Ante la falta de un término ad hoc para designar la adaptación de la materia histórica al molde formal del género en la épica cortesiana y que no supusiera, necesariamente, su “ficcionalización”, Río Torres-Murciano (2016, p. 91) acuñó el término “epicización”, procedimiento que consiste en “reformular a la manera de Virgilio las noticias transmitidas por los cronistas, estableciendo a mayor o menor escala correspondencias implícitas o explícitas entre hechos y personajes de la conquista de América y hechos y personajes de la Eneida” (Río Torres-Murciano 2016, p. 87).
    En una misiva reproducida en los preliminares del Cortés valeroso, fechada el 13 de julio de 1582, el hijo del conquistador y segundo Marqués del Valle le instruye al poeta procurar “escusar todas poesías, pues la mezcla dellas suele causar menos opinión y autoridad a la historia, y la que es tan verdadera (como esta) es justo que carezca (para siempre) de toda duda” (Pullés-Linares 2005, p. 122). Esta restricción no impidió que Lasso introdujera algunos episodios ficticios señalados por él mismo en el prólogo: “Solo en la variedad del onceno canto y descripción de la casa de la envidia del dozeno, podrá el lector recrear algún tanto el ánimo cansado de tantas veras y verdades si gustare de poesía y ficciones” (Pullés-Linares 2005, p. 132). Sin embargo, como notó Río Torres-Murciano (2018, pp. 428-429), Lasso entreveró algunas ficciones no declaradas, como los episodios de las doncellas indígenas Clandina (4.51-115; 8) y Gualca (12.16-18). El Cortés valeroso se cita por la edición de Pullés-Linares 2005.
    La Jerusalén sustituyó desde fines del Quinientos —y especialmente a lo largo del XVII— al Orlando furioso de Ludovico Ariosto (Ferrara, Francesco Rosso, 1532) como modelo predilecto de los poetas épicos españoles (Cebrián García 1989, pp. 174-175), a pesar de Avalle-Arce (2000, p. 27, n. 10): “La influencia de Tasso en la épica colonial es insignificante, con alguna excepción episódica”, apreciaciones que Río Torres-Murciano (2018, p. 453, n. 95) considera, “al menos por cuanto respecta al ciclo épico cortesiano, inexactas”.
    La inserción de episodios de raigambre tassesca, como el amorío entre la amazona indígena Taxguaya y el conquistador Sandoval en el canto 18 (cuyos antecedentes clásicos han sido esbozados por Segas [2016, p. 124]), a imitación del episodio de Clorinda y Tancredo de la Jerusalén liberada (Amor y Vázquez 1967, p. 188); el aumento de las intervenciones milagrosas (1967, p. 187; 1970, p. LI); la sustitución de “españoles” por “iberos” (1967, p. 184); la caracterización de Cortés como caballero cristiano (1970, pp. LI-LII) o la utilización del epíteto “general de Cristo” como apelativo de este (1970, p. XXXVIII, n. 15), que Lasso utiliza a lo largo del poema (2.60.7; 5.21.1; 6.69.1; 10.22.5; 11.38.1 y 52.1; 18.24.3; 19.46.6 y 48.1; 21.6.5; 25.5.5, 38.1 y 56.3) y que retomó de la primera traducción de la Jerusalén al castellano, hecha por Juan Sedeño (Madrid, Pedro Madrigal, 1587) (“el general de Cristo”, GL, 9.5.8, f. 135r), y no del original italiano (“i cavalier di Cristo”, GL, 9.5.8, 12.87.2, 19.52.3), aun cuando el poeta emplee en el canto 2 una variante (“el capitán de Cristo”, Mex., 2.38.1 y 51.2), más cercana a las italianas “cavalier” o “campione di Cristo” (GL, 5.33.6, 7.34.4, 18.94.1). Innovaciones que, como estima Vilà (2023, p. 270), respondían a “una reflexión artística a partir del modelo heroico de Tasso. La Mexicana se cita por la edición de Amor y Vázquez 1970; la Jerusalén liberada, en italiano, por la de Solerti 1895, y, en español, por la de Sedeño 1587.
    Aunque el paradigma lucaneo representó, como establece Nicolopulos (2000, p. 92), un modelo bastante atractivo para los poetas cristianos ya que suprimía el uso de la maquinaria sobrenatural pagana, para el momento de la concepción de la Mexicana Lasso ya estaba imbuido por el ejemplo de Tasso y Virgilio, a despecho de las apreciaciones de López Marcos (“el ejemplo de Virgilio y el precepto de Horacio de empezar in medias res fueron a menudo olvidados por los poetas españoles hasta el 1600” [López Marcos 1998, p. 86]). Y aun cuando “toda la épica de Indias puede ser calificada de ‘lucanea’ por cuanto trata hechos históricos más o menos recientes” (Río Torres-Murciano 2018, p. 426), la elección de los poetas cortesianos por un tema inmediato como la conquista de México es más una conveniencia oportuna que un intento consciente por seguir el ejemplo de Lucano. No debe perderse de vista, además, que si bien la Farsalia proveyó a la épica histórica española de un modelo narrativo adecuado para el “tratamiento de un argumento histórico” (Cristóbal 2018, p. 250), su influencia no mermó en el campo ideológico, como quiso ver Quint (1993, pp. 157-185) a propósito de la Araucana, tesis que, como señala Río Torres-Murciano (2020, p. 66), fue criticada por Lerner (1994; 2018, pp. 21-25; 1999) y Nicolopulos (2000).
    Al igual que el Cortés valeroso, que termina con la llegada de Pánfilo de Narváez (12.128-130), la Mexicana vuelve a dejar inconclusa la historia al no abarcar ni el sitio ni la toma de Tenochtitlán, acontecimientos que Lasso tenía intención de narrar en una segunda parte, como se deduce de los últimos versos de la obra: “diré, insigne marqués, en la otra parte, / que ya me falta en ésta ingenio y arte” (Mex., 25.53.7-8). El presente episodio es, en este sentido, análogo al de la profecía de Tiresias, en la que el tebano le anticipa a Ulises el curso que tomará su vida una vez vuelto a Ítaca y derrotados los pretendientes (Hom., Od., 11.118-137, ed. Murray 1945), pese a que el lector sea incapaz de comprobarlo en el relato homérico.
    Aunque Fernández-Armesto (1992, p. 292) ya había utilizado el término “catalogue of omens” aplicado a los presagios de la conquista de México, en este trabajo se empleará el término “catálogo de prodigios” —acuñado por Dick (1963, p. 42) — para referirse exclusivamente a las enumeraciones prodigiosas en la épica.
    Como señala Roche (2011, p. 318), los antecedentes más destacados están en Apolonio de Rodas (Arg., 4.1284-1287, ed. Seaton 1912, pp. 380-382), Virgilio (Geor., 1.461-488, ed. Fairclough 1916, pp. 112-114) y Ovidio (Met., 15.779-801, ed. Miller 1916, p. 420); estos últimos dos, modelos de Lucano. Luego de la Farsalia, el tópico reaparece en Estacio (Theb., 2.249-261, ed. Mozley 1928, p. 412) y, siguiendo a Roche (2011, p. 318), en Silio Itálico (Pun., 8.626-655, ed. Duff 1961, pp. 438-440), Quinto de Esmirna (Post., 12.503-520, ed. Toledano Vargas 2004, pp. 449-450) y Petrarca (Afr., 3.462-470, ed. Pingaud 1872), referencias a las que podríamos sumar los prodigios que relatan Juan de Mena (Lab. Fort., 163-164, ed. Gómez Canseco 2024, pp. 240-241), Alonso de Ercilla (Ar., 8.41-42, 16.23-25, ed.Lerner 2018, pp. 268-269 y 475-476), Torcuato Tasso (GL, 9.15, 13.53-57, 1895, pp. 338 y 100-102) y Juan Rufo (Austr., 2.29-31, 1584, ff. 25v-26r).
    Se utilizarán cursivas para resaltar los paralelismos. En caso de pertenecer al original, se indicará con [sic].
    El texto latino de la Farsalia se cita por la edición de Duff 1962.
    Se ha modernizado la ortografía de los textos áureos, simplificando las consonantes dobles, añadiendo las grafías faltantes y desatando las abreviaturas. El verbo “hinchar/henchir” como opción al implerunt lucaneo (Phars., 1.526) que utiliza Oropesa en su traducción está, ya para el XVI, convirtiéndose en un arcaísmo (Valdés 1969), por lo que refuerza la idea de que no solo Lasso imitó el texto de Oropesa (“los aires de amenazas se hincheron”, Mex., 22.24.1), sino también Sedeño en su traducción española de la Jerusalén liberada (“Hínchese de prodigios todo el cielo, / visiones por el aire ven malignas. / Plutón abre su abismo, y lo descarga / y de tartáreo horror la noche carga”, f. 136v); versos, a su vez, calcados por Lasso en otra octava del poema (Mex., 24.54): “Hínchese de prodigios todo el cielo, / y los aires de monstruos espantosos / que del tartáreo reino sin consuelo / Plutón vació los senos cavernosos: / arroja un torbellino y otro del suelo / con ciegos remolinos polvorosos. / Carga Megera de terror y espanto / el suelo, el aire y el nocturno manto”. A partir de aquí, todas las citas a la Farsalia en español remiten a la traducción de Laso de Oropesa 1541.
    La autoría de los presagios de la conquista de México, por otra parte, fue atribuida al Dios cristiano por Motolinía (cap. 55, ed. García Pimentel 1903, p. 153) y Juan de Torquemada (lib. 2, cap. 90, ed. Rodríguez Franco 1723, p. 233), y, al demonio, por Suárez de Peralta (cap. 10, ed. Zaragoza 1878, p. 79).
    (3º) Como notó Amor y Vázquez (1970, p. 175, n. 5), los antecedentes de la lluvia de san­gre llegan hasta la Ilíada (16.458-460, ed. Murray 1976, p. 198): Ὣς ἔφατ᾽, οὐδ᾽ ἀπίθησε πατὴρ ἀνδρῶν τε θεῶν τε / αἱματοέσσας δὲ ψιάδας κατέχευεν ἔραζε / παῖδα φίλον τιμῶν. El tópico reaparece en Ovidio (saepe inter nimbos guttae cecidere cruentae,Met., 15.788, ed. Miller 1916, p. 420), versos que Jorge de Bustamante (1577, f. 268v) traduce como “parecía que gotas de san­gre caían de las estrellas a vueltas con la lluvia”. Sin embargo, es en Jerusalén liberada donde aparece el término “sanguine” (GL, 9.15.3-4): “la terra in vece del notturno gelo / bagnan rugiade tepide e sanguigne). Aun cuando se tiene noticia de que Lasso sabía la lengua italiana (Amor y Vázquez 1970, pp. XV, n. 15, y LI, n. 29), el poeta siguió —como hizo en otras partes de la Mexicana— la traducción de Juan Sedeño (GL, 9.15.1, p. 136v): “sobre la tierra gotas caen sanguinas”.
    (4º) Este portento parece haber sido tomado de la Farsalia (fulminis edoctus motus venasque calentes / fibrarum et monitus errantis in aere pinnae, 1.587-588), pero no del texto latino, sino de la traducción castellana, en la que Laso de Oropesa explicita la mención a los animales, ausente en el original (ff. 11r-11v): “las venas y asaduras de los animales sacrificados y todos los vuelos de alas que en el aire hacen su temblor”.
    (5º) Este portento es una combinación de dos fenómenos celestes consignados por Gómara (cap. 145, Miralles Ostos 2006, p. 207): “Poco antes de que Fernando Cortés llegase a la Nueva España, apareció muchas noches un gran resplandor sobre la mar por do entró” y “llamas de fuego hacia Oriente”.
    (6º, 7º) Si bien el cielo ardiendo en llamas es un tópico de raigambre lucanea (ardentem­que polum flammis, Phars., 1.527), Lasso lo copió de la Jerusalén, en la que Tasso describe una tormenta prodigiosa (GL, 7.115.1-6, f. 117v): “El infernal horror ocupa el cielo, / con un tronante incendio sin reparo, / los truenos, los relámpagos y el hielo / hacen la fértil tierra un mar avaro”. El tercer elemento del prodigio, los “rayos”, fue dado por Ercilla (Ar., 9.9.3-4, ed. 2018, p. 280): “rayos, truenos, relámpagos apriesa, / rompen los cielos y la tierra abrían”.
    (8º) El eclipse solar lo refiere Lucano (Phars., 1.540-543): Ipse caput medio Titan cum ferret Olympo, / condidit ardentes atra caligine currus / inuoluitque orbem tenebris. Lasso, no obstante, seguramente lo tomó de la traducción de Oropesa (f. 10v): “Y el mismo Titán, yendo en medio del cielo, escondió su cabeza y su carro en una obscuridad negra, y envolvió el mundo en tinieblas”.
    (9º) El cometa como anunciador de desgracias es un tópico antiquísimo que, en el caso de la épica, aparece desde Lucano como el crinemque timendi / sideris et terris mutantem regna cometen (Phars., 1.528-529). Al ser la cola del cometa el aspecto del fenómeno que más ha despertado la admiración de los poetas épicos desde la Antigüedad, no parece que Lasso haya seguido en este punto la traducción de la Farsalia de Oropesa, quien traduce crinem como “rayos” (“rayos temerosos de estrellas y cometas que siempre significan mutación de reinos”, ff. 10r-10v), por lo que pudo haberse basado en la traducción castellana de la Jerusalén liberada (“caer se ven mil cometas espantosas, / y de fuego mil lenguas extendidas”, f. 207v) o en la Araucana (“y en forma de lagarto discurriendo, / se vio hender una cometa el cielo”, 24.5-6). Cualquiera de los pasajes le habría sugerido a Lasso la idea de las “largas colas” (Mex., 22.26.1).
    (10º) Versificación de un pasaje de la crónica de Gómara: “reventó la tierra el año de 20 cerca de México, y salían grandes peces con el agua” (cap. 145, Miralles Ostos 2006, p. 208).
    (11º) El avistamiento de las Pléyades a la luz del día es un tópico que se remonta a la Farsalia (stellaque minores / per uacuum solitae noctis decurrere tempus / in medium uenere diem, 1.535-537) y que Oropesa traduce como “y las estrellas menores, que no suelen aparecer sino de noche cuando el sol les deja desocupado el cielo, fueron vistas al medio día” (f. 10v).
    (12º) “Que de noche obscura, vieron estrellas nunca vistas” (Phars., 526, f. 10r).
    (13º) Esta octava es la versificación de un pasaje de la crónica de Gómara (cap. 145, Miralles Ostos 2006, pp. 207-208): “El mismo año que Cortés entró en México apareció una visión a un malli [sic] o cautivo de guerra para sacrificar, que lloraba mucho su desventura y muerte de sacrificio, llamando a Dios del cielo; la cual le dijo que no temiese tanto la muerte, y que Dios, a quien se encomendaba, habría Merced de él; y que dijese a los sacerdotes y ministros de los ídolos que muy presto cesaría su sacrificio y derramamiento de sangre humana, por cuanto ya venían cerca los que lo habían de vedar, y mandar la tierra”.
    (14º) Amplificatio de los sonidos de las fieras en Roma que refiere Lucano (Phars., 1.548-549), y que Lasso retoma de la versión de Oropesa (f. 10v): “oyeron dar llorosos aullidos a los perros”. Los versos lassescos, no obstante, están repletos de ecos textuales de la traducción de Sedeño de la Jerusalén: “O entre peñascos ásperos, y troncos / del mar se sienten los bramidos roncos” (3.6.7-8, f. 34v), “que el bramido ronco” (7.55.3, f. 107v), “del cielo no temáis el fuego ardiente, / ni los marinos ásperos bramidos” (14.64.5-6, f. 222r).
    (15º, 16º) Estos dos prodigios parecen armonizar dos pasajes, uno de la crónica de Gómara —“reventó la tierra el año de 20 cerca de México” (cap. 145, Miralles Ostos 2006, p. 208)— y otro de la traducción castellana de la Farsalia (1.552-554, f. 10v): “la tierra bajó su quicio y se hundió y los Alpes, bamboleando, sacudieron de sí la muy antigua nieve”.
    (17º) “Murió de súbito el fuego vestal” (Phars., 1.549-550, f. 10v).
    (18º, 19º, 20º, 21º) Lasso retoma estos cuatro portentos de la traducción castellana de la Farsalia, manteniendo incluso el orden de los mismos (1.557-561, ff. 10v-11r): “Y los dones que en los templos estaban colgados, que se cayeron de su ser, y las malditas aves nocturnas haber ensuciado el día con su presencia, y leímos también haber sido halladas en medio de Roma las fieras dejando con grande osadía de noche los bosques y que hubo animales que hablaron la lengua humana”.
    (22º) “Y se oyeron voces de sepulcros” (Phars., 1.586, f. 11r).
    (23º) “Y se aparecieron ánimas de muertos […]. Y vieron el ánima de Sila que se levantó en medio del campo Marcio y decía cosas por venir muy tristes” (Phars., 1.570, 580-581, f. 11r).
    (24º) “Y [se oyeron] grandes ruidos de armas y voces por los despoblados y bosques […] Oyeron estos días trompetas por el aire y a la media noche obscura cuando todo está en silen­cio oyeron tan gran grita y alarido como suelen dar dos grandes haces cuando se encuentran” (Phars., 1.569-570, f. 11r).
    “Luna” en la edición de 1541, probablemente por error del cajista. De acuerdo con Dick (1963, p. 38, n. 4) Arrunte lucaneo tiene poca conexión con el Arrunte virgiliano, siendo, quizás, una invención del cordobés.
    Lasso está exculpando —quizá inconscientemente— a Diego Velázquez y Pánfilo de Narváez por la rebelión de Tenochtitlán, responsabilidad que había sido imputada a ambos por los propios conquistadores, como puede comprobarse en la Solicitud de los oficiales reales contra Diego Velázquez y Pánfilo de Narváez y probanza contra ellos (Martínez 1993, pp. 132-133): “Todo fue e acaeció por culpa del dicho Diego Velázquez e del dicho su capitán Pánfilo de Narváez […] con su mal propósito e dañada voluntad, todo en deservicio de Sus Sacras Ma­jes­tades, haciendo rebelar a los dichos naturales, como se rebelaron, de su real servicio”.
    La asimilación de la Juno virgiliana y su monólogo (Aen., 1.37-49) en la figura del Plutón lassesco y su soliloquio (Mex., 1.23-26), así como la identificación de Cartago (Aen., 1.12-22) con Tenochtitlán al comienzo de la Mexicana (1.6-10), ha sido reconocida por Río Torres-Murciano (2019, p. 84). La Eneida se cita por la edición de Rushton Fairclough 1916.
    Sobre la relevancia del modelo narrativo que representaba la Alecto virgiliana para los poetas épicos renacentistas que deseaban introducir en sus obras las maquinaciones infernales, vid. Gregory 2006, p. 72.
    Idea que Lasso plasma desde el comienzo de la obra al hacer que Plutón se cuestione con incertidumbre “¿Será que de mi culto el ejercicio, / cese en el ancho imperio mexicano?” (Mex., 1.25.1-2). Al respecto, son ilustrativas las reflexiones de Quint (part. 1, 1993, pp. 21-96) sobre la configuración de las narrativas de vencedores y perdedores (part. 2, 1993, pp. 98-209) en la épica.
    En el Canto intitulado Mercurio de Arias de Villalobos (1.24-31, ed. García 1907, pp. 208-210) y en Las Cortesíadas de Juan Cortés Osorio (3.18-31, ed. Cadenas León 2020, pp. 106-110).
    Jorge Luis Torres Magallón es licenciado en Literatura Intercultural (en el área de Tradición Clásica) por la Escuela Nacional de Estudios Superiores (enes), Unidad Morelia, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Actualmente, cursa el programa en Letras Españolas de la Maestría en Letras de la UNAM. Ha sido profesor de asignatura en la licenciatura en Literatura Intercultural de la enes Morelia. Sus líneas de investigación incluyen la tradición clásica en la épica renacentista; la rela­ción entre crónicas novohispanas y épica cortesiana; y la sobrenaturalidad en la lite­­ratu­ra popular. Fue beneficiario de una beca del Proyecto Conacyt “De la épica romana a la épica de Indias. La pervivencia de los modelos clásicos en las epopeyas sobre la conquista de México”, que dirigió el Dr. Antonio Río Torres-Murciano. Ha publicado dos artículos (uno en coautoría): “ ‘Ahí pasan como cosas demasiado extrañas’: relatos aterradores de Morelia”, Revista de Literaturas Populares, 17/1, 2017, pp. 54-83, y “Las luces del cerro de Patagalana: la relación entre los fuegos fatuos, las brujas y los tesoros enterrados”, Revista de Literaturas Populares, 18/1, 2018, pp. 115-135.