Abol Qasem Ferdousí: El Shahnamé: la historia de Ŷamšīd, Zahāk y Fereydún
Cuando concluyó la vida de aquel que había apresado a los dīv y cuyos consejos habían beneficiado a todo el mundo, todos los corazones se sumergieron en luto. Pasó el tiempo y su querido hijo Ŷamšīd, llevando sus consejos en el corazón, emprendió el camino de su venturoso padre, se sentó en su trono y siguiendo las costumbres reales colocó la corona de oro en su cabeza. Comenzó a obrar con la Far real y el mundo entero se puso a sus órdenes. Liberó de conflictos el tiempo, y los dīv, las aves y las parí9 se sometieron a su voluntad. Gracias a él el universo se volvió más glorioso y el trono real por él se iluminó. Entonces dijo: “Yo soy aquel que posee la Far divina. Soy tanto rey como sacerdote.10 Ato las manos de los malhechores, guío el espíritu hacia la luz”.
Empezó primero con los artefactos de guerra: ablandó el hierro y forjó cascos, escudos y corazas, armaduras, petos y espadas. Los creó todos con clarividencia, dando a los héroes la oportunidad de buscar gloria. Durante cincuenta años se esforzó en esa tarea, legando muchos tesoros de esa guisa. En los siguientes cincuenta años ideó la indumentaria que se viste en la paz y en la guerra. Extrajo hebras del capullo del gusano de seda, del algodón y del lino, y también del pelo de los animales, para fabricar hilos. Les enseñó a hilar, a tejer y a entretejer las fibras horizontales y verticales. Una vez tejidas las telas, de él aprendieron cómo coser y lavar las prendas. El mundo estaba contento y él al concluir esa tarea, alegre, comenzó otra.
Durante otros cincuenta años, congregó personas de cada profesión: al grupo de los hombres de la religión, aquellos que se dedican a la oración, los separó de los demás y fijó la montaña como su morada, para que siempre cantando y en movimiento se dedicaran a la alabanza ante el luminoso Guardián del mundo; apartó a otro grupo dándole el nombre de los guerreros: aquellos hombres de guerra igual a los leones que encienden el ejército y el país; aquellos que protegen el trono real y preservan la denominación de la hombría. Conoce al tercer grupo ahora,11 al de los agricultores, que no necesitan favores de nadie: aran la tierra, la siembran, cultivan y cosechan ellos mismos y cuando comen de ello nada se les reprocha; están en paz, liberados de las órdenes, y sus oídos a salvo de cualquier reclamación. Su cuerpo está libre y el mundo por ellos reverdece, su vida en paz y armonía acontece. ¿Cómo dijo aquel hombre de espíritu libre? Que “la pereza apresa al hombre libre”. El cuarto grupo fue el de los llamados artesanos, aquellos valientes que con la mente llena de ideas se dedican a las industrias. En estos cincuenta años, [Ŷamšīd] trabajó, se regocijó y fue generoso; escogió un lugar adecuado para cada gremio y los guio para que cada quien se midiera y supiera sus propios límites y alcances.
Después ordenó a los impuros dīv a mezclar tierra con agua, y una vez que habían conocido el barro, rápidamente empezaron a moldear ladrillos. Tras cálculos geométricos,12 los dīv construyeron paredes y muros de barro y yeso, irguiendo altos palacios, arcos y baños, y otros edificios [que sirven] para refugiarse de los peligros.
Durante un tiempo buscó gemas en las duras rocas, deseando desvelar su brillo; encontró varios tipos de piedras preciosas como rubíes, ámbar, plata y oro. Los extrajo de las rocas con habilidad, ofreciendo así una preciosa llave a las ataduras.13 Luego trajo a la gente las fragancias que tanto necesitan, como flores de sauce egipcio, alcanfor, almizcle puro, incienso, ámbar gris y clara agua de rosas. Después deseó, como nadie nunca ha deseado, revelar los secretos de la medicina y el remedio de todas las enfermedades, y desveló el beneficio y el perjuicio en todas las cosas. Entonces cruzó las aguas en barco, yendo velozmente de un país a otro. En eso se empeñó otros cincuenta años y no hubo arte alguna que se resistiera a su conocimiento.
Cuando había realizado todo lo que había que hacer, buscó algo mejor que su ya alta posición: gracias a su Far real, construyó un trono y engarzó en él toda clase de gemas. Cuando él lo deseó, los dīv levantaron el trono y lo alzaron hasta el cielo, mientras el gobernante rey estaba sentado en él como el sol radiante en medio del firmamento. El mundo entero se reunió alrededor de su trono, sorprendido y atónito ante su fortuna; le arrojaron joyas a Ŷamšīd y llamaron aquel día, Nowrūz, el Día Nuevo. En el día Hurmuz del mes de Farvardín,14 el comienzo del año nuevo, cuando sobre la tierra descansó de todo sufrimiento, los nobles se juntaron con júbilo y pidieron vino y copas y llamaron a los músicos. Esta feliz celebración que ha llegado hasta nosotros, es el recuerdo del festejo de aquellos nobles.15
Trescientos años transcurrieron de esa manera y en aquellos tiempos nadie vio la muerte; no conocían el mal ni el sufrimiento y los dīv se dignaban como fieles súbditos, prestando ambos oídos a las órdenes de los humanos. El universo estaba en paz y lleno de alegres cantos. Durante ese tiempo la bondad del omnipotente era lo único que se percibía y el mundo entero obedecía al guardián del universo sentado con gloria [en su trono].
Entonces [Ŷamšīd] desde su alto trono miró todo lo que había a su alrededor y no vio ni una sola cosa que no fuera creación suya. Aquel rey que conocía al sagrado Creador se vanaglorió y se rebeló contra Él en un acto de ingratitud. Convocó a las autoridades del ejército y así habló a los viejos sabios: “El universo no es sino mío. Las artes aparecieron en el mundo gracias a mí y el trono real no ha visto a nadie tan renombrado como yo. Yo arreglé el mundo con belleza y el universo es exactamente como yo quería que fuera. Vestís, coméis y dormís en paz por causa de mí, os deleitáis gracias a mí. Mías son la grandeza y la corona real, ¿quién dice que hay otro rey más que yo?” Los sacerdotes bajaron la cabeza, ya que hablar así no es debido ni merecido. Cuando eso fue dicho, la Far divina le dio la espalda [a Ŷamšīd] y el mundo se llenó de desconcierto. Al haberse vanagloriado ante el Creador, invocó el fracaso y su suerte cambió.
¿Qué dijo aquel glorioso e inteligente relator? Intenta ser un buen siervo cuando te conviertes en rey. De todas las direcciones el temor se abre camino hacia el corazón de quien es ingrato al Creador. El día de Ŷamšīd se oscureció, y su esplendor que iluminaba el mundo decreció.
En aquellos tiempos había un valioso hombre de la llanura de los jinetes lanzadores:16 un rey y un hombre benévolo, que suspiraba por el temor al Guardián del universo. Este gran hombre se llamaba Mardás y era inigualable en justicia y generosidad. Poseía mil de cada animal cuadrúpedo que se puede ordeñar, tanto obedientes vacas como caballos árabes, todos de mucho valor; además tenía cabras y ovejas que daban leche, y aquel hombre justo las había puesto en manos de los ordeñadores; todo aquel que necesitara leche podía acceder a esta propiedad. Este hombre de buena fe tenía un hijo que no gozaba ni de un poco de don de amor; ese hijo ambicioso se llamaba Zahāk y era imprudente, ignorante e impuro; lo denominaban Bīvar Asp en pahlavi. Si bien Bīvar es una palabra de pahlavi, en la lengua persa darí significa “diez mil”. Lo llamaban Bīvar ya que poseía diez mil caballos árabes de aparejos dorados. Día y noche, mantenía a dos de ellos preparados para montar con el fin de mostrar su grandeza, no para la guerra.17
Fue así que, una mañana, Iblís se le apareció como un hombre benévolo, desviando el corazón del príncipe del camino del bien. El joven prestó sus oídos a las palabras de él que le dijo: “Primero quiero que pronuncies un juramento, después te hablaré con la verdad”. El joven le obedeció de buen corazón y pronunció el juramento como él se lo ordenó: “No revelaré a nadie tu secreto y escucharé todo lo que me digas”.18 Entonces Iblís le dijo: “¿Por qué debe haber otro soberano viviendo en tu palacio? ¿Por qué es debido que tu padre esté allí cuando tiene un hijo como tú? Debes escuchar mi consejo. Este viejo rey vivirá un largo tiempo, tú acórtalo. Ocupa tú la cabeza de su opulento espacio, su lugar en el mundo te es merecido a ti. Si haces lo que te digo, serás el único soberano del mundo”. Al oír esas palabras y pensar en [derramar] la sangre del padre, el corazón de Zahāk se llenó de dolor. Dijo a Iblís: “Esto no es merecido. Di otra cosa, esto no se puede hacer”. [Iblís] Le dijo: “Si desatiendes estas palabras, incumples el pacto y el juramento; el juramento se quedará atado a tu cuello, perderás tu dignidad y tu padre seguirá siendo digno”. Apresó la cabeza19 del hombre árabe y así él cedió a obedecerlo y le preguntó: “Dime cuál es la solución. ¿Cómo se debe hacer? No busques excusas”. [Iblís] Respondió: “Yo te daré la solución y alzaré tu cabeza hasta el sol”.
Aquel rey [Mardás] tenía en su palacio un admirable jardín de árboles frutales. Por las noches, el valeroso rey se levantaba y se arreglaba para rezar. Oculto en el jardín, el devoto lavaba la cabeza y el cuerpo y nunca llevaba una lámpara consigo. El perverso Iblís urdió una trampa: cavó un hoyo profundo en su camino. Al anochecer, el rey de los árabes, aquel valiente soberano, se dirigió hacia el jardín. Cuando el rey se acercó a aquel profundo hoyo, su suerte se desplomó: aquel hombre benévolo y devoto cayó al hoyo y se le rompió la vida. Entonces el perverso Iblís llenó de tierra aquel hoyo profundo y lo allanó. Aquel rey de espíritu libre nunca había hecho ningún daño a su hijo, ni para bien ni para mal; lo había criado con cariño y con mucho esfuerzo, le había dado sus tesoros y él era su alegría. Pero su malvado e insolente hijo no tuvo la decencia de buscar un lazo afectivo con su padre y conspiró para derramar su sangre. Escuché decir a un sabio que “un mal hijo, por más que se convierta en un león muy feroz no se atrevería a [derramar] la sangre de su padre, a no ser que esté oculta allí otra historia; y es la madre quien guarda este secreto para quien lo busca [revelar]”.20
De esta manera, el vil e injusto Zahāk tomó el lugar de su padre. Colocó la corona de los árabes en su cabeza y los eximió del pago de tributos. Cuando Iblís vio que sus palabras habían surtido efecto, fundamentó un nuevo mal consejo y le dijo: “Como viniste hacia mí, tomaste del mundo lo que deseaba tu corazón. Si a partir de ahora me obedeces, no ignoras mis palabras y te comprometes, serás el rey de todo el mundo y sus bestias, su gente, sus aves y sus peces serán tuyos”. Dicho eso, se emprendió en otro camino y tramó una idea más sorprendente que la sorpresa misma: se arregló como un joven elocuente, clarividente y hermoso. Así se dirigió a Zahāk pronunciando sólo palabras de admiración y alabanza, y le dijo: “Si el rey me considera merecedor, soy un renombrado y virtuoso cocinero”. Al oír eso Zahāk lo trató con amabilidad y le construyó un lugar para cocinar; luego ordenó que le entregaran la llave de la cocina real. En aquel tiempo apenas se mataba para cocinar, pero el cocinero le ofreció carne de todo tipo: de aves y de animales cuadrúpedos. Lo alimentó con sangre como un león, con la excusa de otorgarle al rey valentía. [Zahāk] Obedece lo que él dice, su corazón cede a sus órdenes [de Iblís]. Primero le dio platillos preparados con yema de huevo y así lo estuvo nutriendo. [Zahāk] Comió y le encontró el sabor; lo encomió mucho y lo llamó bienaventurado. El engañoso Iblís le dijo: “¡Que viva el rey eternamente, con alegría y soberanía! Mañana te haré tal platillo que te robustezca totalmente”. Se fue y estuvo planeando toda la noche la sorprendente comida que iba a preparar para el día siguiente.
Al otro día, cuando la bóveda de lapislázuli sacó y mostró el amarillo rubí, preparó platillos de perdiz y faisán blanco y llegó con el corazón lleno de esperanzas. Cuando el rey de los árabes echó mano a la comida que estaba sobre el mantel, entregó su poco sabia cabeza al cariño de él. Al tercer día adornó el mantel de comida con platillos de pollo y kebab de cordero. Al cuarto día preparó un banquete de lomo de ternera cocinado con azafrán, agua de rosas, vino añejo y almizcle puro. Cuando Zahāk tendió la mano y comió, quedó sorprendido de la inteligencia de aquel hombre y le dijo: “Mira a ver qué deseas y pídemelo, ¡oh benevolente!” El cocinero respondió: “¡Que viva el rey eternamente, con alegría y soberanía! Todo mi corazón está lleno de amor por ti. Es tu rostro lo único que fortalece mi alma. Quisiera pedirle al victorioso rey un deseo, aunque no soy merecedor de tal posición: que me ordenara besarle sus hombros y frotar mis ojos y mi cara en ellos”.21
Al oír sus palabras, Zahāk no supo del engaño que él ocultaba y le dijo: “Te concedo ese deseo; ¡Que tu fama sea elevada gracias a ello!” Ordenó que el Dīv,22 como su pareja, besara sus hombros.23 Los besó, se metió al suelo y desapareció. Nadie ha visto en el mundo nada más sorprendente que eso: dos serpientes negras crecieron de sus dos hombros. [Zahāk] Se entristeció y buscó una solución en todas partes. Finalmente, las cortó de sus hombros, pero salieron de nuevo. Los médicos sabios se reunieron y todos y cada uno dio su opinión. Idearon remedios varios, pero ninguno solucionaba ese mal. Entonces Iblís, a manera de un sabio médico, acudió rápidamente a donde estaba Zahāk y le dijo: “Eso estaba destinado a pasar. Espera a ver qué sucede. No hay que cortarlas. Prepárales comida y tranquilízalas con alimentos, no hay que buscar ningún otro remedio. No les des de comer excepto sesos humanos,24 a ver si así ellas mismas mueren”. Observa lo que el feroz Dīv veía y buscaba en ese diálogo: quería conseguir un fin oculto, el de vaciar de humanos el mundo.
A partir de entonces, de Irán se alzaban bullicios y en todas partes aparecieron guerras y alborotos. El luminoso y blanco día se volvió negro y [el pueblo] rompió sus lazos de unión con Ŷamšīd; su Far divina se oscureció y él se inclinó hacia el mal y la ignorancia. De cada dirección aparecieron reyes y de cada ciudad, guerreros que tras haber eliminado de sus corazones el amor por Ŷamšīd, habían formado sus propios ejércitos listos para la guerra. Todos estos ejércitos de repente se encaminaron hacia los árabes. Habían oído que ahí había un soberano, un terrorífico rey con cuerpo de dragón.25 Todos los jinetes iraníes, en busca de un rey, fueron ante Zahāk. Lo elogiaron como rey y lo llamaron monarca de la tierra de Irán. El monarca dragón vino a la tierra de Irán como el viento y colocó la corona en su cabeza. Formó un ejército de iraníes y árabes, seleccionando a los guerreros más prominentes de cada país. Se dirigió hacia el trono de Ŷamšīd y volvió su universo tan pequeño como un anillo. Cuando la fortuna de Ŷamšīd se retardó, el nuevo comandante se le acercó.
[Ŷamšīd] Se marchó y le entregó el trono y la corona, la grandeza, los tesoros y el ejército. Durante cien años nadie vio a quien poseía título de rey y había desaparecido. Un día, en el centésimo año, aquel rey de fe impura apareció en el mar de China. Se ocultó un tiempo del daño del dragón, pero al final no se liberó de él. Cuando Zahāk de repente lo apresó no le dio tiempo de hablar; lo partió en dos con una sierra y limpió el mundo del temor hacia él.
Aquella majestad y aquel trono real se deshicieron y el tiempo lo robó como el ámbar roba la paja. ¿Quién era más que él en el trono real? ¿Qué beneficio obtuvo de tanto esfuerzo? Setecientos años pasaron por él y creó todo lo bueno y todo lo malo. ¿Por qué es debida una larga vida si el mundo no te revela su misterio? Te cría con calma y dulzura, no oyes excepto suaves cantos; pero justo cuando dices: “El mundo es todo amor y no me mostrará su rostro malvado”, cuando estás contento y sientes su caricia y él hace crecer tu grandeza, de repente muestra uno de sus ingeniosos juegos y llena tu corazón de sangre por tanto dolor. Mi corazón está harto de esa transitoria morada, ¡Dios mío, libérame pronto de este sufrimiento!26
Cuando Zahāk se convirtió en el monarca del mundo, se le congregaron mil años. Toda la era volvió hacia él y así pasaron largos años. La obra de los sabios se ocultó y se cumplieron los deseos de los dīv; el arte fue despreciada y la magia, valorada; la rectitud se ocultó y el perjuicio se reveló. Los dīv echaron mano larga a la maldad y de la bondad no se hablaba excepto a escondidas. Sacaron de la casa de Ŷamšīd a dos seres pulcros que temblaban como las hojas del sauce; eran las dos hijas de Ŷamšīd, coronas en las cabezas de todas las mujeres. Una de las dos mujeres de cara velada era Šahrnāz y la otra mujer impoluta se nombraba Arnavāz. Las llevaron al iwán27 de Zahāk y las entregaron a aquel dragón que las instruyó en la magia y les enseñó la malicia y la hosquedad. [Y es que] Él mismo no sabía más que maleducar, matar, saquear y quemar. Era así que cada noche el cocinero llevaba a dos hombres jóvenes, tanto de los plebeyos como de la semilla de los héroes, al iwán de Zahāk para confeccionarle su remedio: los mataba y vaciaba sus sesos y preparaba comida a aquel dragón.
Dos hombres puros de esencia real, dos valiosos persas comedidos, uno de nombre Armāyil, de pura fe, y el otro de nombre Garmāyil, el vidente, un día estaban juntos y estuvieron hablando de lo mucho y de lo poco: del injusto rey y de su ejército, y de aquellas malas costumbres en su cocina. Uno de ellos dijo: “Debemos ir ante el rey como cocineros y después buscar una solución, pensar en ideas de todo tipo; a ver si se puede salvar a una de las dos personas a quienes derraman la sangre”. Fueron y empezaron a cocinar, conocieron los platillos y las medidas. Aquellos dos [hombres] despiertos y afortunados en su interior tomaron la cocina del rey del mundo.
Cuando se acercó el momento de derramar sangre, el momento de contender con la dulce alma, los guardias homicidas trajeron arrastrando a dos hombres jóvenes; jadeantes cabalgaron hacia los cocineros y desde arriba se los arrojaron. Los cocineros, con el hígado lleno de dolor, con los ojos llenos de sangre y la cabeza llena de rencor, se miraban el uno al otro atónitos ante la injusticia28 del rey de la tierra. De aquellos dos hombres mataron a uno, ya que no encontraron otro remedio; sacaron los sesos de una oveja y los mezclaron con los del [hombre] valioso. Así salvaron la vida de uno y le dijeron: “Ten cuidado y esconde tu cabeza; ten cuidado y no te halles en las ciudades, de este mundo a ti te tocan las llanuras y los montes”. Así prepararon la comida del dragón con aquella cabeza sin valor en vez de su cabeza. De este modo, cada mes treinta jóvenes de ellos encontraban huida. Una vez que se habían reunido doscientos hombres, de manera que no se conocía quién era quién, los cocineros les dieron algunas cabras y ovejas y los guiaron hacia las planicies. Los kurdos de ahora, cuyo corazón ya no recuerda la ciudad, son descendientes de aquellos hombres.29
La costumbre del perverso Zahāk además era que cuando deseaba vino, requería a uno de los guerreros y se emparejaba con él, ya que sólo con los dīv se relacionaba; donde había una bella muchacha de buen nombre, tras la cortina sin expresarse, el adorador la traía y la poseía, ni a modo de reyes ni conforme a la religión.30
Mira lo que el Creador hizo con Zahāk cuando quedaban cuarenta años de su era. Una noche cuando se encontraba dormido con Arnavāz en el iwán real, soñó que del palacio de los reyes aparecían de repente tres guerreros: dos mayores y uno menor entre ellos con altura de ciprés y dotado de la Far real, que se había ceñido el cinturón31 y cabalgaba como un rey,32 llevando en la mano una maza de cabeza bovina.33 Éste se dirigió a Zahāk, jadeante y en pos de guerra y golpeó su cabeza con la maza de cabeza bovina. Entonces ese guerrero más joven lo amarró con una soga de piel de pies a cabeza, ató muy duro sus dos manos con la misma soga, puso un yugo en su cuello y arrastrándolo cabalgó hasta el monte Damāvand, y los demás [iban] tras él.
El injusto Zahāk se retorció como si el miedo desgarrara su hígado. Lanzó tal grito en sueños que tembló aquella casa de cien columnas. Las de cara de sol se levantaron del lecho por el bullicio [causado] por el soberano; Arnavāz le dijo a Zahāk: “¡Oh, rey! ¿No quieres contarme en secreto qué te pasó? Estabas dormido tranquilamente en tu casa y temiste así por tu vida; la tierra y los siete climas34 están a tus órdenes; las bestias, los dīv y los humanos son tus guardias”. El tenedor del ejército respondió a las de cara de sol: “Es merecido ocultar tal pasmo; si oís de mí esa historia, vuestros corazones perderán la esperanza por mi vida”.35 Arnavāz le dijo al apreciado rey: “Deberías revelarnos tu secreto. Quizá podamos encontrar una solución, no hay mal que no tenga remedio”. El dueño del ejército sacó de su interior aquello que estaba oculto y les contó con detalles todo su sueño. Aquella de bello rostro le dijo al renombrado [rey]: “No lo dejes pasar, busca una solución. La gema de la era está en la cabeza de tu cama y el mundo está iluminado por tu gloriosa fortuna. Tú tienes bajo el anillo36 el universo: las bestias, los humanos, los dīv, las aves y las parí. Reúne a los astrólogos y magos más grandes de todos los países, habla con todos los sacerdotes; investiga y busca la verdad. Mira a ver en manos de quién está tu muerte, si en las de alguien de los humanos o en las de los dīv y parí. Cuando se sepa, piensa en una solución. No temas en vano la maldad de los malintencionados”.37 Las palabras que aquel ciprés de rostro como las Pléyades había fundamentado le gustaron al soberbio rey.
Debido a la noche oscura, el mundo estaba como pluma de cuervo y entonces la lámpara asomó la cabeza por la montaña: como si el sol hubiera esparcido rubíes amarillos por la bóveda de lapislázuli. El dueño del ejército trajo ante sí a todo aquel sacerdote sabio y clarividente que se encontraba en el país y les contó aquel sueño tan desgastante; en secreto les reveló sus palabras acerca del bien, del mal y de la rueda del destino: “¿Cuándo termina mi era? ¿A quién van a pertenecer esa corona, ese trono y ese cinturón? Deben desentrañar ese misterio o aceptar la vileza”. Los labios de los sacerdotes estaban secos, sus rostros húmedos, y su lengua llena de habla entre sí: “Si expresamos la verdad sobre lo destinado, nuestra vida se pone en riesgo y la vida es invalorable; y si no oye decirnos la verdad sobre lo destinado, del mismo modo debemos entregar la vida”. En eso transcurrieron tres días y nadie podía desvelar el habla. Al cuarto día, el rey se enfadó con aquellos sacerdotes que muestran el camino: “O es debido que vivos palpéis la horca, o es debido revelar lo que está destinado”.
Todos los sacerdotes bajaron las cabezas, sus corazones llenos de terror y sus ojos, de sangre. Entre aquellos renombrados [sacerdotes] muy inteligentes, había uno, agudo y clarividente, sabio, despierto y de nombre Zīrak;38 éste caminaba al frente de aquellos sacerdotes. Su corazón se encogió y se volvió impávido, dejó en libertad su elocuente lengua, fue ante Zahāk y le dijo: “Quita de tu cabeza el viento de la soberbia. Nadie ha nacido de una madre sin haber nacido para la muerte. Antes que tú existían muchos dueños del mundo, merecedores del trono de la grandeza; contaron muchas tristezas y alegrías, se marcharon y dejaron el mundo en manos de otros. Aunque tus pies sean como muros de hierro, el cielo te desgastará, no permanecerás. Quien después se adueñará de tu trono y sepultará la cabeza de tu fortuna se llama Afrīdún39 y es como un bendito cielo para la tierra.40 Ese comandante todavía no nace de su madre, no ha llegado el momento de preguntar y suspirar. Cuando él nazca de su madre, de aquella [poseedora] de muchas artes, fructificará como un árbol; llegará a ser hombre, levantará la cabeza hasta la luna y buscará el cinturón, la corona y el trono. Su cuerpo será tan alto como un majestuoso ciprés y sobre su cuello llevará una maza de acero. Te golpeará en la cabeza con una maza de rostro bovino, te amarrará y te sacará de tu iwán a la calle”. Zahāk, de religión impura,41 le dijo: “¿Por qué me amarrará? ¿Qué rencor tiene hacia mí?”.42 El valiente le respondió: “Si eres sabio, sabes que nadie hace el mal sin motivo. Su padre morirá a tus manos y este dolor llenará su cabeza de rencor. Habrá una vaca, Barmāyé, que será la nodriza de aquel que busca el mundo; ella también será aniquilada a tus manos y él sacará su maza de cabeza bovina debido a este rencor”. Zahāk, consciente, al oír eso cayó de su trono y perdió la consciencia.43 El valeroso Zīrak abandonó el recinto del alto trono, por la amenaza de algún daño.
Cuando el corazón del renombrado volvió a su lugar, puso su pie en el trono real. Buscó indicios de Fereydún alrededor del mundo, tanto a escondidas como abiertamente. No tenía calma, ni dormía ni comía, el reluciente día había oscurecido para él.
Así transcurrió un largo tiempo y aquel que era como un dragón vivió en estrechez. El bendito Fereydún nació de su madre y para el universo llegó una nueva esencia. Creció como un esbelto ciprés y la Far real irradiaba de él continuamente. El buscador del mundo tenía la Far de Ŷamšīd44 y era como el sol resplandeciente. Era tan necesario para el mundo como la lluvia; y tan merecido para la mente como el conocimiento. El cielo giratorio rodaba sobre su cabeza y era dócil y cariñoso con Fereydún.
Una vaca cuyo nombre era Barmāyé, la más prominente de todas las vacas, se separó de su madre como un valeroso pavo real: cada uno de sus pelos era de un nuevo color diferente. Los sabios, los astrólogos y los sacerdotes se reunieron alrededor de ella, ya que nadie había visto una vaca así en todo el mundo ni tampoco había oído [algo parecido] de los viejos maestros sabios.
Zahāk llenó la tierra de bullicio y continuó su búsqueda alrededor del mundo. Fereydún tenía como padre a Ābtín, para quien la tierra se había vuelto estrecha. Huyendo y harto de sí mismo, de repente cayó en la trampa de un león. Algunos de aquellos impuros vigilantes diurnos lo encontraron. Lo agarraron y se lo llevaron a Zahāk como una pantera encadenada, y él puso fin a sus días. Cuando la sabia madre de Fereydún vio el mal que había sucedido a su pareja, [ella que] se llamaba Farānak,45 era venerable y su corazón estaba repleto de amor por Fereydún, con el corazón marcado por el duelo, harta de este mundo, se fue caminando hasta aquella pradera donde se hallaba la renombrada vaca Barmāyé, aquella cuyo cuerpo estaba adornado sin llevar ornamento alguno. Bramó ante el guardián de aquella pradera y llovió sangre [de sus ojos]. Le dijo: “Mantén seguro a ese bebé lactante mío por un tiempo. Acéptalo de su madre como un padre y críalo con la leche de esa espléndida vaca. Si quieres algo a cambio, te doy mi alma; toma mi vida como rehén si la deseas”. El devoto guardián46 de la pradera y de la espléndida vaca, respondió así a aquella de mente pura: “Cuidaré de tu hijo y le serviré tal como me aconsejes”. Farānak le entregó a su hijo y le dio los consejos necesarios. Durante tres años, como un padre, el lúcido guardián lo alimentó con la leche de aquella vaca.
Zahāk no se cansó de buscar y el mundo se llenó de conversaciones acerca de la vaca. La madre vino corriendo a la pradera y le dijo así al hombre guardián: “El camino de la sabiduría ha inducido en mi corazón una idea divina; hay que realizarla, no se puede evitar, ya que mi hijo y dulce vida es sólo uno. Abandonaré esa tierra de hechiceros y me iré hasta la frontera de India. Desapareceré del grupo y llevaré al bello [niño] al monte Alburz”.47
Como un caballo veloz, como una bramante borrega, trajo al hijo hacia el alto monte. En aquel monte había un hombre de religión que no se preocupaba por los asuntos del mundo material. Farānak le dijo: “¡Oh tú de pura religión! Soy una doliente de la tierra de Irán. Sabe que este querido hijo mío será la cabeza de la asamblea; cortará la cabeza de Zahāk de su cuello y entregará su cinturón al polvo. Tú debes ser su guardián, como un padre, temiendo por su vida”. El buen hombre aceptó a su hijo y jamás lo expuso al frío viento de los daños.
Un día, a Zahāk llegó la noticia sobre la vaca Barmāyé y la pradera. Debido a su rencor, vino como un elefante ebrio, abatió a la vaca Barmāyé y derribó a todos los demás animales cuadrúpedos48 que vio y vació el lugar de ellos. [Después] Se apresuró hacia la casa de Fereydún; buscó mucho pero no encontró a nadie. Prendió fuego a su iwán y derrumbó aquel alto palacio.
Cuando pasaron por Fereydún dos [periodos] de ocho años, bajó del monte Alburz y entró al llano. Fue ante su madre y le preguntó: “Desvela para mí lo que ha estado oculto. Dime ¿quién es mi padre? ¿Quién soy yo? ¿De qué esencia es mi semilla? ¿Qué digo en la asamblea sobre quién soy? Cuéntamelo para que sepa”. Farānak le respondió: “¡Oh, buscador de buena fama! Te diré todo lo que me dijiste que te dijera. Has de saber que en la tierra de Irán había un hombre nombrado Ābtín; era de semilla de reyes, despierto, sabio, valiente e inocuo. Su raza ascendía al valeroso Tahmūriṯ, tu padre siempre tenía en su memoria a su padre. Era un padre para ti y un buen marido para mí; mis días sólo eran iluminados gracias a él. Pasó que desde Irán, Zahāk, el venerador de la magia, alargó la mano hacia tu vida. Yo de él te oculté, ¡qué días pésimos pasé! Tu padre, aquel hombre joven y valioso, sacrificó su resplandeciente alma por ti.49 Dos serpientes brotaron de los hombros del nigromante Zahāk y hostigó a Irán. Vaciaron de sesos la cabeza de tu padre y prepararon comida para aquel dragón. Finalmente fui a una pradera que nadie conocía. Vi una vaca tan espléndida como la primavera, de pies a cabeza colorida, ilustrada y encantadora. Su guardián estaba sentado con ella como un rey cuidando sus mamas. A él te entregué por un largo tiempo y te crio con caricias y cariño. De las ubres de aquella vaca colorida como un pavo real, creciste como un bravo leopardo.50 El monarca acabó enterándose de aquella vaca y aquella pradera; fue y mató a la valiosa vaca, a aquella cariñosa nodriza carente de habla. Convirtió nuestro iwán en tanto polvo que se alzó hasta el sol, derrumbó aquello tan elevado”.
Fereydún se agitó, abrió el oído; a causa de las palabras de su madre, entró en hervor. Su corazón se llenó de dolor y su cabeza, de animosidad. Frunció de ira sus cejas. Así respondió a su madre: “Un león no se vuelve valiente a no ser que sea puesto a prueba. Ahora que aquel adorador de la magia ha hecho lo que ha hecho, debo llevar mano a la espada. Por órdenes del puro Creador iré y levantaré polvo del iwán de Zahāk”.
Su madre le dijo: “Esto no es una [buena] idea. En todo el mundo no hay quien te acompañe. Zahāk, el dueño del mundo, con la corona y el palacio, y con el ejército a sus órdenes, si lo pide, cien mil hombres de cada país le servirán y combatirán por él. Los ritos de guerra y de alianza animosa no son de esa manera; no mires el mundo con ojos de un joven: todo aquel que ha saboreado el vino de la juventud y no ha visto para el universo más dueño que él mismo, por esa embriaguez ha entregado su cabeza al viento. ¡Que no haya para ti excepto días de júbilo y felicidad!”.
Era así que día y noche los dos labios de Zahāk se abrían con el nombre de Fereydún. Por temor a la caída, su corazón se llenó de miedo al joven Fereydún. Fue así que un día [sentado] en el trono de marfil y llevando en la cabeza una corona de turquesa, convocó a los soberanos de todos los países para enderezar la espalda como rey. Después, así habló a los sacerdotes: “¡Oh virtuosos y valiosos sabios! Tengo un enemigo secreto y los conocedores lo saben claramente. De años tiene pocos y de conocimiento, mucho: es valiente, de ascendencia real, atrevido y corpulento. No subestimo al enemigo aunque sea pequeño, temo la maldad de la era. He de poseer un ejército más grande de humanos, divs y paris. Haré surgir un ejército y mezclaré [en él] a los dīv y a los humanos. Hay que estar de acuerdo con eso, ya que estoy impaciente por ese asunto. Ahora se debe redactar un documento que lea: el dueño del ejército no ha sembrado excepto la semilla del bien; no pronuncia excepto palabras de verdad; no quiere que en la justicia haya negligencia”.
Por temor al dueño del ejército, todos los [hombres] rectos acordaron lo dicho. En presencia del dragón, inevitablemente, los jóvenes y los viejos redactaron el acta. Entonces de repente, del umbral del [palacio del] rey se alzó el bramido del demandante de justicia.51 Trajeron ante él al que había sido oprimido y lo sentaron junto con los de renombre. El soberano, con el rostro enfurecido, le dijo: “Di, ¿de quién has visto opresión?”. Rugió y a causa del rey golpeó la cabeza con sus manos: “¡Oh rey! Soy Kāvé, demandante de justicia. Soy un inofensivo hombre herrero. Del rey sólo me ha llovido fuego en la cabeza. Tú eres rey y aunque tengas cuerpo de dragón, sin duda he de decirte este asunto: si los siete climas son tuyos por ser rey, ¿por qué son sólo nuestros todo el sufrimiento y toda la dificultad? Debes aplicarme tu juicio y saber que el mundo quedará sorprendido por ello. Que tu juicio determine ¿cómo me llegó a mí el turno en este mundo para que, de entre todos, los sesos de mi hijo tengan que ser entregados a tus serpientes?”
El tenedor del ejército miró el habla de él. Se sorprendió de oír aquellas palabras. Le devolvieron su hijo y buscaron unirse con él a través de la bondad. Luego el rey ordenó a Kāvé que diera fe de aquella acta. Cuando Kāvé leyó todo el documento, ligero rugió ante los grandes de aquel país suyo: “¡Oh compañeros del Dīv! ¡Vuestros corazones han abandonado el miedo al Rey del universo! Todos dirigís vuestras caras hacia el infierno. Habéis entregado vuestros corazones a sus palabras. No daré fe de esta acta ni jamás temeré al rey”. Rugió y se levantó temblando, rompió el acta y la tiró a sus pies. Junto con su querido hijo salió bramando del iwán hacia la calle.
Los soberanos alabaron al rey: “¡Oh, renombrado rey de la tierra! ¡Que en el día de la batalla la rueda del cielo no te cause sufrimiento! ¿Por qué el embaucador Kāvé enrojece el rostro ante ti, como si estuviera a tu altura, y rompe nuestra acta que a ti nos acomete, y desobedece tu orden?” El renombrado rey respondió rápidamente: “Hay que escuchar mi sorpresa: cuando Kāvé apareció en el umbral y mis dos oídos oyeron sus gritos, pareció que justo del iwán creció una montaña de hierro entre él y yo. Cuando golpeó con ambas manos la cabeza, sorprendido sentí mi corazón vencido.52 No sé qué habrá a partir de ahora; nadie conoce los misterios del cielo”.
Cuando Kāvé salió de la corte del rey, la gente del bazar se reunió alrededor de él. Siguió rugiendo y gritando, invitando el mundo entero a la justicia. Aquel cuero que los herreros llevan puesto en la parte trasera de la pierna cuando golpean [el hierro] con el martillo, Kāvé lo puso en la punta de una lanza y entonces mismo se levantó polvo del bazar. Marchó con la lanza en la mano, gritando: “¡Oh renombrados adoradores del Creador! Quien anhela a Fereydún, libera la cabeza de la atadura de Zahāk. Corred que este soberano es Ahrimán y en su corazón es el enemigo del Creador del mundo”.
Con aquel modesto y vulgar cuero, se distinguió la voz de los amigos de la voz de los enemigos. El hombre valiente siguió marchando al frente y un ejército no pequeño se reunió a su alrededor. Él mismo sabía dónde se encontraba Fereydún y fue derecho hacia ahí con la cabeza en alto. El nuevo gobernante salió a la puerta, lo divisaron a lo lejos y se levantó el bullicio. Cuando el rey vio aquel cuero en la punta de la lanza, fundamentó una estrella afortunada. Lo adornó con seda romana y oro, trazando en él formas con joyas. Como la luna llena, lo colocó sobre su cabeza y fundó un buen augurio. De él colgó el rojo, el amarillo y el morado y lo llamó bandera de Kāvián. Desde entonces todo aquel que tomaba posición y colocaba en su cabeza el sombrero de reyes, colgaba nuevas joyas en aquel modesto cuero de herreros.53 Por la valiosa seda y el satén, la estrella de Kāvián se hizo de tal manera que era el sol en la noche oscura, y gracias a ella el corazón del mundo se llenó de esperanza.54
Así giró el mundo por un tiempo, ocultando en su interior muchos advenimientos. Fereydún, al observar el universo de aquella manera, vio que el mundo de Zahāk se estaba volcando; con el cinturón ajustado a la cintura, con el sombrero de reyes en la cabeza, fue ante su madre y dijo: “Me voy a la guerra; tú no hagas excepto rezar; alaba al Creador del universo y tiende tu pura mano hacia él, para el bien y el mal”. Su madre derramó agua de las pestañas y con la sangre de su corazón llamó a su dios, diciéndole: “¡Ay de mí! Lo dejo en tus manos, oh Dueño de mi universo. ¡Aleja de su vida el daño de los malvados! ¡Limpia de ignorantes55 el mundo!”. Fereydún emprendió el viaje rápidamente, ocultando el habla a todos.
Tenía dos venturosos hermanos iguales a él, ambos mayores que él en su edad. Uno se llamaba Kayānuš y el otro, el feliz Barmāyé. Fereydún abrió la palabra con ellos: “¡Que vivan verdes y felices, oh valientes! ¡Que la rueda sólo gire hacia el bien y el sombrero de soberanía vuelva a nosotros! Traigan a los herreros conocedores, hay que encargarles una maza pesada”. Al abrir la boca, los dos lo supieron y cabalgaron hasta el mercado de los herreros. Llevaron hacia Fereydún a todo aquel que tenía fama en aquella profesión. El buscador del mundo tomó rápido el compás y les mostró el cuerpo de aquella maza: sobre la tierra trazó un dibujo con la forma de la cabeza de un bovino. Los herreros pusieron manos a la obra y cuando se llevó a cabo el trabajo de la pesada maza, la llevaron ante el buscador del mundo, luminosa como el sol naciente. Le gustó el trabajo de los herreros y les obsequió prendas, plata y oro. Además, les dio mucha esperanza de ventura y les prometió la buena noticia de la soberanía: “Si pongo al dragón bajo tierra, lavaré el polvo de vuestras cabezas; al recordar el nombre del Justo, traeremos hacia la justicia a todo el mundo”.
Fereydún levantó la cabeza hasta el sol y amarró bien su cinturón para vengar a su padre. Salió, verde, en el día de Xurdād,56 con la buena estrella y la fortuna que iluminaba el mundo. El ejército se juntó en sus puertas y las alturas de su lugar se cubrieron por nubes. Los elefantes y los toros tiraban de los carruajes, llevando hacia delante las provisiones del ejército. Kayānuš y Barmāyé [iban] al lado del rey, deseándole bien a su hermano pequeño. Fue de morada en morada como el viento, con la cabeza llena de rencor y el corazón repleto de justicia. Llegaron a [donde se encontraban] veloces caballos árabes, a donde estaban los devotos al Creador. En aquel lugar de los buenos, bajó del caballo y les envió saludos.
Cuando la noche se hizo más oscura, un bienhechor vino de aquel lugar, caminando con belleza: había soltado su cabellera almizcleña que le llegaba hasta los pies y su rostro era como el de un ángel paradisiaco. Era un mensajero venido del paraíso para que revelara todo el bien y todo el mal. Vino hacia el soberano, como una parí y a escondidas le enseñó el uso de la magia para que supiera [cuál era] la llave de las ataduras, las abriera con hechizo y las hiciera desaparecer. Fereydún supo que eso era algo divino, no algo con fines de perjuicio ni ofrecido por la mano del Mal. A causa de la alegría de ver joven el cuerpo y la suerte, su rostro se volvió ciclamor. Su cocinero preparó muchos platillos, [y extendió] un puro mantel para su soberano. Tras haber comido hasta satisfacerse, se apresuró; su cabeza se volvió pesada y decidió dormir.
Sus dos hermanos, al ver su talante divino y sus obras y al observar su despierta suerte, se levantaron en animosidad y planearon su destrucción. El rey estaba durmiendo plácidamente al pie de la montaña y había transcurrido un tiempo de la larga noche. Había un camino al lado de la corpulenta montaña: los hermanos, a escondidas del grupo, subieron a la montaña corriendo y arrancaron una roca para aplastar su cabeza sin demora. Arrojaron montaña abajo la roca rodante y creyeron que aquel que estaba dormido, estaría muerto. Por órdenes del Creador, el rugido de la roca despertó la cabeza del hombre dormido. Con un hechizo detuvo la roca y ésta dejó de moverse de su lugar. En aquel mismo instante se levantó, ciñó su cinturón y no les desveló estas palabras.
Cabalgó con Kāvé al frente de su ejército57 y fue más allá de aquel lugar, con la bandera de Kāvián izada, aquella misma bendita real bandera. Se dirigió hacia Arvandrūd como cualquier hombre que busca la corona si no conoces la lengua pahlavi, llama a Arvandrūd “Diŷla”58 en árabe. Aquel rey, hombre libre, se dirigió a las orillas del Tigris y a la ciudad de Bagdad. Al llegar cerca de Arvandrūd, mandó saludos a los guardianes del río, diciendo: “De prisa traigan todas sus embarcaciones al agua”. El guardián del río no cedió ante la palabra de Fereydún y no trajo las embarcaciones, y le respondió: “El rey de los tiempos me ha dicho en secreto otra cosa diferente; me ha dicho que no navegue sin primero encontrar un permiso sellado por él mismo”.59 Al oír eso, Fereydún se enfureció. No tuvo miedo de aquel profundo río. Rápidamente ciñó su cinturón de grandes reyes Kayánidas y montó aquel caballo de corazón de león. Agudizó su cabeza para la venganza y la batalla e hizo entrar al agua a [su caballo] Gulrang.60 Todos sus compañeros también ciñeron el cinturón y entraron al agua al mismo tiempo. Sobre aquellos venerables caballos de piernas tan veloces como el viento, entraron al agua mojando las monturas. Debido al sosegado bamboleo de los caballos veloces en el agua, el sueño poseyó la cabeza de los bravos jinetes.61 Con sus cabezas buscando la venganza, llegaron a la ribera y se dirigieron hacia Jerusalén:62 ya que hablaban pahlavi lo llamaban “Gang diž Huxta”; en árabe lo llamarías “Casa pura” y sabe que se refiere al palacio de Zahāk.63
Cuando buscando la ciudad, del llano se acercaron a ella, Fereydún lanzó una mirada: el rey divisó en aquella ciudad un palacio cuyo iwán parecía superar a Saturno, como si quisiera tocar las estrellas; luminoso en cielo como Júpiter, un lugar enteramente propicio a la alegría, la tranquilidad y el amor. Supo que aquella era la casa del dragón, aquel lugar de grandeza y de valor. Dijo a sus compañeros: “Temo por quien sobre la tierra oscura yergue de lo hondo un lugar tan alto, será que el mundo tiene con él escondido un secreto;64 es mejor que en vez de demorarnos, nos apuremos en este lugar de guerra”.
Dicho eso, llevó la mano a la pesada maza y dejó las riendas al veloz caballo. Se podía decir que fue un fuego verdadero lo que creció ante el guardia del iwán; cuando levantó aquella maza desde la montura, ¡podías decir que atravesó la tierra!65 De los guardias diurnos nadie se quedó en la puerta. Fereydún nombró al Creador del mundo. Aquel robusto joven que no había recorrido el mundo, entró al gran palacio sobre el caballo. Fereydún derrumbó aquel conjuro que Zahāk había construido y había alzado su cabeza hasta el cielo, ya que vio que no se había hecho en el nombre del Tenedor del mundo. A aquellos hechiceros que estaban en el iwán, todos ellos renombrados dīv machos, les aplastó las cabezas con la gran maza y se sentó en el lugar del adorador de la magia. Puso su pie en el trono de Zahāk, buscó el sombrero de reyes y tomó lugar.
Sacó del serrallo [de Zahāk] a los ídolos de cabello negro y cara de sol. Mandó que primero les lavaran las cabezas, pues lavó de sus psiques la oscuridad. Les mostró el camino del Juez impoluto, limpió de polución sus cabezas, ya que habían sido criadas por los idólatras y estaban tan agitadas como los ebrios. Entonces aquellas hijas de Ŷam, el tenedor del mundo, mientras por los narcisos [de sus ojos] humedecían las rosas [de sus mejillas] abrieron la palabra a Fereydún: “¡Sé nuevo, mientras es viejo el mundo! ¿Qué estrella es la tuya, oh bienaventurado? ¿Qué fruto eres y de la rama de cuál árbol, como para venir así al lecho del león, del valiente hombre opresor? ¡Qué mal giró el mundo para nosotras debido a los hechos de este nigromante poco sabio! ¡Cómo sufrimos a causa de este macho dragón con fe de Ahrimán! No hemos visto en este lugar a nadie tan atrevido ni poseedor de tantas artes como para que pensara tomar su morada o deseara su alta posición”.
Fereydún respondió así: “El trono no es eterno para nadie, ni tampoco la buena fortuna. Yo soy el hijo de aquel agraciado Ābtín, de quien Zahāk privó a la tierra de Irán; lo mató con crueldad y yo, vengativo, me dirigí hacia el trono de Zahāk. Este hombre impuro tuvo la idea de derramar la sangre de aquel animal cuadrúpedo sin habla, aquella vaca Barmāyé que era mi nodriza y cuyo cuerpo era puro ornamento; de modo que, inevitablemente, me he ceñido el cinturón de guerrero y he venido de Irán por venganza. Aplastaré su cabeza con esa maza de cabeza bovina, no le traeré ni perdón ni compasión”.
Al oír de él esas palabras, se abrió el secreto del puro corazón de Arnavāz66 y le dijo: “¿Eres tú el rey Fereydún quien destruirá la magia y el hechizo? ¿Está en tus manos la muerte de Zahāk? ¿Es tu cinturón ceñido la causa de la liberación del mundo? Nosotras dos, [mujeres] veladas, puras y de semilla de reyes, nos habíamos sometido a él por miedo a morir; nos llama sus parejas, pero, oh, protector del país, ¿cómo puede ser alguien pareja de una serpiente?”. Fereydún de nuevo respondió así: “Si la Rueda me otorga justicia desde arriba, cortaré de la tierra el cimiento del dragón y limpiaré el mundo de lo impuro. Ahora ustedes deben decirme la verdad sobre el lugar donde se encuentra aquel [hombre] mediocre que es como un dragón”. Las de bello rostro le desvelaron el secreto, deseando ver cortada la cabeza del dragón, y le dijeron: “Él se ha ido hacia la India para someter la tierra de la magia.67 Corta la cabeza de miles de inocentes y se ha vuelto temeroso por el mal [que le pudiera llegar] del mundo; es que le había dicho un vidente que ‘la tierra se limpiará de ti, vendrá alguien que tomará la cabeza de tu trono y tu fortuna se marchitará’. Su corazón está lleno de fuego debido a aquella predicción, la vida entera le parece desagradable. Derrama continuamente la sangre de los animales domésticos y salvajes, de hombres y mujeres, y la vierte en una tina para lavarse el cuerpo y la cabeza con sangre, por si así se revierte la premonición de los astrólogos. Además está sufriendo largamente y con pasmo a causa de las serpientes que están en sus dos hombros. Viene de un país y se va a otro, no tiene reposo a causa del sufrimiento por las dos serpientes negras. Ya es tiempo de que regrese: no se queda mucho en un mismo lugar”. Así desveló el secreto aquella belleza de sufrido hígado, y aquel de cabeza en alto había puesto en ella su oído.
Como el país estaba vacío de Zahāk, un hombre valeroso fungía de delegado: estaba a cargo del trono, del tesoro y de la morada y era un sorprendente y cometido regente. Su nombre era Kundrow: él que se mueve lentamente ante la injusticia. Kundrow entró corriendo al palacio y vio a un nuevo portador de la corona en el iwán: sentado tranquilamente en la corte, como un alto ciprés, a su lado la redonda luna; tomando con una mano al esbelto ciprés Šahrnāz, y con la otra, a la de cara de luna, Arnavāz. [Kundrow] No se inquietó ni preguntó por qué; orando fue y lo adoró. Elogiándolo le dijo: “¡Oh, protector del país! ¡Que vivas siempre mientras exista el tiempo! ¡Bendito sea tu ascenso al trono con la Far, ya que mereces ser rey! ¡Que el mundo, los siete climas, esté bajo tu dominio! ¡Que tu cabeza supere las nubes que derraman lluvia!”.
Fereydún le ordenó que se acercara; dijo desvelado todo su secreto. El valiente rey le ordenó: “Ve en busca de lo servicial para el trono real. Trae vino de dátil y llama a los Rāmišgarán,68 haz circular la copa y prepara un banquete. Quien merece mi compañía en la fiesta es aquel que quita las penas de mi corazón gracias al saber. Trae, reúnelos alrededor de mi trono, como mi fortuna se lo merece”. Al oír esas palabras, el regente hizo lo que el líder le había ordenado. Trajo vino luminoso y a los Rāmišgarán, y también a los merecedores y magnates poseedores de valiosa esencia. Fereydún arrojó la tristeza y eligió la alegría; celebró aquella noche un festín como se merecía.
Al despuntar el alba, Kundrow salió corriendo de donde se encontraba el nuevo soberano. Montó el caballo conocedor del camino y se dirigió hacia el rey Zahāk. Fue y al llegar ante el dueño del ejército, le dijo todo lo que había visto y oído. Le dijo: “¡Oh rey de los poderosos! Han llegado señales de la reversión de tus obras: tres hombres con la cabeza en alto, llegaron de otro país con un ejército. Entre ellos, uno menor de estatura de ciprés y rostro de reyes Kayánidas; es menor en cuanto a su edad, pero es más que los mayores y está un paso por delante de ellos.69 Tiene una maza como un pedazo de montaña que brilla entre el grupo. Entró al iwán del rey a caballo en compañía de los dos valiosos. Llegó y se sentó en el trono real, despeñó todo tu engaño y todas tus trampas. A quien había en tu iwán, de tus hombres y tus dīv, separó la cabeza del cuerpo tirándola al suelo, mezcló con sangre sus sesos”.
Zahāk le dijo: “Puede ser que sea una visita, hay que alegrarse”. Su subalterno le respondió así: “Un huésped no se sentaría en tu morada ostentoso y con una maza de cabeza bovina; no borraría tu nombre de la corona y del cinturón; no convertiría a tu gente a su fe como un malagradecido. No creo que reconozcas un huésped con estas características”. Zahāk le dijo: “No te quejes tanto: los huéspedes atrevidos son un auspicio favorable”. Kundrow le contestó así: “Bien, te escuché; escucha ahora tú mi respuesta: si es un huésped este [hombre] renombrado ¿qué tiene que hacer en tu serrallo? Allí se sienta con las hermanas de Ŷam,70 el tenedor del mundo, y opina sobre lo poco y lo mucho; con una mano toma el rostro de Šahrnāz y con la otra, el ágata de los labios de Arnavāz. Por la noche oscura, hace peor que eso; pone su cabeza en un lecho de almizcle: ¿qué almizcle? el de la cabellera de tus dos lunas a quienes tu corazón siempre deseaba”.
Zahāk se agitó como un rinoceronte; al oír aquellas palabras, deseó su propia muerte. Con feos insultos y con duros clamores reprendió al desgraciado [Kundrow] de manera sorprendente. Le dijo: “A partir de ahora ya no serás el guardián de mi morada”. El subalterno le respondió así: “Creo, oh rey, que ya no te beneficiarás de aquel trono; ¿cómo puedes darme la regencia de la ciudad? Si no te beneficias del lugar de grandeza, ¿cómo puedes encargarme responsabilidades? ¿Por qué mejor no te encargas de tus asuntos? Ya que no te habías enfrentado nunca con una tarea así: llegó tu enemigo, se sentó en el lugar, en su mano una maza de cuerpo bovino; destiñó todas tus trampas y tus engaños; tomó a tus amadas y experimentó tu lugar. ¡Oh, soberano! Has salido de la posición de grandeza, como sale un cabello de la masa,71 ¡busca remedio!”.
Zahāk, el tenedor del mundo, hirvió a causa de aquella conversación y partió enseguida. Ordenó que colocaran la montura sobre aquellos caballos caminantes de fina vista. Vino bramando con un gran ejército de machos dīv guerreros. Tomó, por un atajo, las puertas y los techos del palacio, llenando su cabeza de animosidad. Cuando el ejército de Fereydún se percató, todos se encaminaron hacia aquel atajo; con los caballos de guerra se derramaron en aquel estrecho lugar. Toda la gente de la ciudad dotada de dones de guerrero estaba en las puertas y los techos; todos anhelaban a Fereydún ya que [sus corazones] estaban llenos de sangre a causa del dolor [provocado por] Zahāk. Desde los muros, ladrillos, desde los techos, piedras y en el callejón, cuchillas y flechas de madera de Xadang72 llovían como rocío de nubes negras: no había lugar para los pies sobre el suelo. En la ciudad, todos aquellos que eran jóvenes o que eran viejos y sabios en la guerra, fueron hacia el ejército de Fereydún, saliendo del engaño de Zahāk. La montaña gruñó debido al grito de los guerreros; la tierra se desgastó bajo la pezuña de los caballos. A causa del polvo levantado por el ejército, se formó una nube sobre la cabeza [de la montaña]; los tambores rompieron el corazón del granito.
Se alzó un bramido del templo del fuego que: “Aunque el rey que esté en el trono sea salvaje, todos, jóvenes y ancianos, le obedeceremos y no ignoraremos sus palabras. No queremos en el lugar a Zahāk, a aquel impuro con dragones en los hombros”.73 Un ejército y una ciudad como una montaña se unieron todos en pos de guerra. De aquella luminosa ciudad se levantó tal polvo que el sol se volvió lapislázuli. Entonces Zahāk, por envidia, buscó un remedio y desde el ejército se encaminó hacia el palacio. Cubrió todo su cuerpo con hierro para que nadie lo reconociera en la asamblea. Subió al alto palacio, en su mano un lazo tan largo como la distancia entre los pulgares abiertos cuando los brazos están extendidos. Vio el negro narciso de Šahrnāz, lleno de magia, intimando en secreto con Fereydún; sus dos mejillas, el día, sus dos cabelleras, la noche. Zahāk, abriendo los labios a la maldición, supo que aquella era obra del Creador y que no se liberaría del mal. En su mente se despertó el fuego de la envidia; lanzó su lazo directamente hacia el iwán.74
Sin recuerdos del trono y sin dignidad en la conciencia, bajó del techo del alto palacio. Sacó la afilada daga de la vaina, no desveló el secreto ni pronunció el nombre. En su mano estaba la daga del color del agua, estaba sediento de la sangre de las de cara de parí. Cuando desde arriba puso el pie en el suelo, vino Fereydún como el viento. Echó mano a aquella maza de cabeza bovina, lo golpeó en la cabeza y rompió en pedazos su casco. El bienaventurado Surūš75 llegó jadeante y dijo: “No [lo] golpees. No ha llegado su tiempo. Así de roto, átalo como una piedra, llévalo hasta donde se te acerquen estrechas dos montañas. Es mejor que sea apresado en la montaña, ahí no irán ante él sus parientes y allegados”.76 Al escuchar eso, Fereydún no se tardó. Atavió una soga de cuero de león. Rápidamente ató sus ambos brazos y su cintura, ni un elefante airado podría romper aquella soga.
Se sentó en su dorado trono y desmoronó su mala fe. Ordenó que vociferaran en la puerta que: “¡Oh renombrados de mucha inteligencia! No debéis estar dispuestos a la guerra, ni buscar fama o infamia en pos de ella. No es debido que los guerreros y los artesanos busquen juntos la misma arte en una misma dirección. Unos obran y otros portan mazas, está claro el trabajo merecido de cada uno. Si éstos persiguen la tarea de aquéllos y aquéllos la de éstos, la tierra se llenará de caos. Está preso aquel que era impuro y de cuyos actos estaba temeroso el mundo. ¡Que permanezcáis mucho tiempo y seáis felices! Volved con calma a vuestras respectivas actividades”.
Después todos los renombrados de la ciudad, los que estaban dotados de comodidad y riquezas, se fueron tranquilos y deseosos, engalanados todos sus corazones con sus órdenes [de Fereydún]. El sabio Fereydún los trató con amabilidad, les construyó una base por la vía de la sabiduría. Les dio consejos y los elogió, recordando continuamente al Creador del mundo. Y decía: “Éste es mi lugar; la estrella de vuestra tierra es de luminoso augurio. El puro Creador nos eligió de entre el grupo, de la montaña de Alburz, para que con mi Far y con mi maza, el mundo se liberara del mal del dragón. Como el Dador de la bondad ha traído la compasión, hay que recorrer el camino con bondad. Soy yo el soberano de todo el mundo, no es merecido sentarse en un solo lugar: de lo contrario yo todavía estaría ahí, pasando muchos años igual que vosotros”.77 Los nobles besaron la tierra ante él. El sonido del tambor se alzó desde el portón.
Toda la ciudad, con bullicio, tenía sus ojos en el portón del palacio, en aquel corto día, para ver salir al dragón, atado con una soga como se merecía. El ejército fue saliendo de la ciudad sin haberse beneficiado de ella. Llevaron a Zahāk, atado y desdeñado, tirado humillado sobre los lomos de un corpulento caballo. [Fereydún] Cabalgó así hasta llegar a Širxán. Cuando oigas eso di que el mundo es viejo: ¿cuánto tiempo habrá transcurrido en montañas y llanuras y cuánto más habrá de transcurrir? Cabalgó conduciéndolo hacia el interior de la montaña, quería constantemente despeñar su cabeza. En este momento vino el venturoso Surūš, suavemente le dijo un secreto al oído: “Lleva a este preso cabalgando hasta el monte Damāvand, sin todo tu grupo. No lleves contigo excepto a aquellos que te han elegido y te protegerán en los tiempos difíciles”. Cuando el veloz caballo había traído a Zahāk al monte Damāvand, [Fereydún] lo aprisionó; añadió más ataduras a aquellas [ya atadas]: a la mala suerte ya no le faltaba nada. Eligió para él un lugar estrecho en la montaña: vio una cueva cuyo fondo no se divisaba. Trajo pesados clavos de hierro y los metió en todas las partes del cuerpo de Zahāk en las que no se encontraban sus sesos, para que se quedara en aquella dificultad por un largo tiempo. Lo ató y colgó bocabajo, la sangre de su corazón derramándose en la tierra. Al caerse el nombre de Zahāk a la tierra, gracias a él [Fereydún] el mundo se limpió completamente de su maldad. Se separó de sus parientes y allegados y así se quedó apresado.
Ven, no atravesemos el mundo con maldad, extendamos nuestras manos para intentar hacer el bien. Ni lo bueno ni lo malo son estables, es mejor que sea el bien lo que quede de recuerdo. El tesoro y el alto palacio no te serán de provecho: la palabra quedará de ti como recuerdo, no desprecies así la palabra. El bienaventurado Fereydún no era un ángel hecho de almizcle y ámbar; alcanzó tal magnanimidad gracias a la justicia y a la generosidad. Sé justo y generoso y tú serás Fereydún.
A causa de la obra divina que realizó Fereydún, primero lavó del mal aquel mundo que antes había sido preso de Zahāk, quien era injusto e impuro. Segundo, limpió de los ignorantes el universo y se lo quitó a los malvados. Tercero, vengó a su padre y enderezó el mundo, especialmente, para con sí mismo.
¡Qué malos son, oh, mundo, tu amor y tu esencia: cazas a quien has criado tú mismo! Mira que el valiente Fereydún, que de la semilla de Zahāk quitó la realeza, fue rey del mundo por quinientos años, pero al final se fue y de él quedó su lugar; dejó el mundo a otro, no se llevó del universo más que el buen nombre. Así somos todos, pequeños y grandes: seas pastor o rebaño.