Un día leí un libro y toda mi vida cambió.
Orhan Pamuk
Somos seres narrativos, no solo vivimos en el tiempo, sino que lo habitamos y estamos conscientes de ello. El ser humano es capaz de ver en su temporalidad un lugar, a través de sus historias, lo transforma en relatos cargados de imágenes. Pensar en estos términos nos lleva al arte. En él, la palabra, la acción y la imagen son volcadas en la realidad, no con el afán de describirla, sino de significarla, reconfigurarla y otorgarle sentido. Sin embargo, esto no implica que no haya un referente en el arte; al contrario, lo tiene al mismo tiempo que lo genera; se vuelve un símbolo que transfigura la realidad empírica para referir un mundo cargado de sentido, uno que nos es más propio por ser puramente humano, uno arraigado en la compleja red de significaciones y palabras en la que nos movemos a diario de manera natural. Vivimos en un mundo que es metáfora y a veces ni siquiera lo notamos.
Paul Ricoeur plantea que “el tiempo se hace tiempo humano en la medida en que se articula en un modo narrativo y la narración alcanza su plena significación cuando se convierte en una condición de la existencia temporal”.1 Al tiempo que Orhan Pamuk plantea que “Visto a través de los ojos de sus personajes, el mundo de la novela nos parece más próximo y comprensible […]. El foco no es la personalidad y la moralidad de los personajes principales, sino la naturaleza de su mundo”.2 Es decir, y parafraseando a Heidegger, es el mundo que la narración abre ante nosotros.3
Por eso, la pretensión de este escrito es esbozar ciertas convergencias entre algunas de las ideas de la filosofía y la literatura y mostrar la necesaria apertura de un mundo nuevo al que ambas nos llevan a través de la palabra. Estamos hablando no del mundo de los objetos manipulables, sino de un mundo humano en el que se gesta el tiempo, el arte, la imagen y la palabra, porque no todo lo dicho es comprobable empíricamente y, sin embargo, todo lo tangible tiene la potencialidad de ser puesto en las palabras e incluso ir más allá. Así, el lenguaje en tensión, entre lo posible y lo imposible, es capaz de generar un mundo, pero solo a partir del mundo ya existente, porque “tenemos más ideas que palabras para expresarlas, debemos ampliar las significaciones de aquellas palabras que sí tenemos más allá de su empleo ordinario”.4
En una especie de diálogo, expondré algunas de las ideas del turco Orhan Pamuk, premio Nobel de literatura [2006] y del filósofo y hermeneuta francés Paul Ricoeur. Ambos tienen una propuesta que me parece fundamental: el texto como portador de significado y como poseedor de un centro que le otorga el sentido y abre un mundo nuevo.
Por un lado Ricoeur refiere todo tipo de textos literarios e históricos, mientras que Pamuk hace referencia exclusivamente a la novela y a su propia experiencia como escritor. Así, cada uno desde su campo particular de trabajo muestra la amplitud y vastedad que provoca el conjuntar ciertas palabras en un discurso que es, ante todo, posibilidad de diálogo.
Una palabra que me parece adecuada para definir la forma en que se desarrolla el pensamiento tanto de Pamuk como de Ricoeur es tensión. La identidad narrativa, en Ricoeur, no es otra cosa que la tensión entre ficción y relato histórico, o lo que es lo mismo, cómo nos apropiamos las historias pasadas y las actualizamos al recordarlas de maneras distintas cada vez, entonces se genera una relación dialógica entre imaginación reproductora e imaginación productora, porque “imaginar el no lugar es mantener abierto el campo de lo posible”.5 Asimismo, cuando refiere al pensamiento metafórico, nos viene la necesidad de ver en él la tensión entre ficción y realidad ostensible.
Por otro lado, Pamuk es un escritor que vive en tensión entre Oriente y Occidente, como su país de origen, pues Estambul está literalmente dividido entre Oriente y Occidente. El Bósforo, también conocido como el “estrecho de Estambul”, divide a la ciudad en dos continentes, Turquía es Europa y Asia al mismo tiempo. Sin embargo, no solo se trata de geografía, sino que esta división está profundamente arraigada en las letras del escritor desde otras trincheras, como la historia, la política y la cultura, por mencionar lo más evidente de sus escritos, pues, aunque escribía del pasado, lo hacía desde la nostalgia del presente. Pamuk nos escribe, entonces, desde una ciudad de Europa que mira a Asia. Él mismo narra en una entrevista concedida al periódico español El País su perspectiva, que no solo lo incluye a él, sino a todo lo turco: “Es el problema turco clásico: decidir cuál es la ubicación de Turquía dentro de Europa. Si es más moderna, más musulmana, más europea, más abierta, más centroasiática. Y no hablamos solo de relaciones internacionales sino de luchas internas, culturales y políticas”.6
Pamuk nos escribe entonces desde una “ciudad de Europa que mira a Asia”. Así, en la escritura de Pamuk no solo se ve la tensión entre las cosmovisiones occidental y oriental, sino entre la tradición y la innovación de la que también habló Ricoeur, pues, a veces, la línea que divide la literatura del relato histórico en este escritor es muy delgada, ya que logra ver el complejo significado que tienen los pequeños detalles de lo cotidiano y, a través de su palabra, nos muestra un fragmento de Estambul; sus letras no solo atraviesan la ciudad sino el tiempo y así como nos habla de los pintores del Imperio otomano del siglo v, en su conocida novela Me llamo rojo, lo hace de la revolución de 1908 en La casa del silencio y de la Turquía de los años setenta en Cevdet Bey e hijos.
Por otro lado, aunque estas tensiones en sus novelas parecieran evidentes por las temáticas y la forma de conformarlas, más allá de la especificidad de su trabajo, también hay una teorización sobre la tensión intrínseca en el trabajo del novelista. Así, establece que aunque un relato puede ser ficcional, creado por la imaginación en solitario del escritor, este no siempre está solo, pues hay una tensión entre este mundo imaginario y la tradición que le precede:
Para mí, el comienzo de la literatura verdadera está en la persona que se encierra en su cuarto con sus libros […]. Pero no estamos tan solos como se cree en esa habitación en la que nos hemos encerrado. Nos acompañan las palabras de otros, las historias de otros, los libros de otros, eso que llamamos tradición. Creo que la literatura es la experiencia más valiosa que el ser humano ha creado para comprenderse a sí mismo.7
Cabe recordar que, al igual que Gadamer, que plantea que mientras una obra de arte mantenga sus funciones será contemporánea en cualquier presente, remitiéndonos a la historia efectual. Ricoeur también abordó esta idea, primero, al considerar que la manera de entender lo humano es a través de la interpretación de ciertas manifestaciones culturales, lo que otrora llamara la vía larga y, segundo, con la concepción de tradición desarrollada en su obra Tiempo y narración: “Entendemos por esta [la tradición] no la transmisión inerte de un depósito ya muerto, sino la transmisión viva de una innovación capaz de reactivarse constantemente por el retorno a los momentos más creadores del hacer poético […] la constitución de la tradición descansa en el juego de la innovación y de la sedimentación”.8
Retomando la tensión entre realidad ostensible y ficción, es importante considerar que Ricoeur se vale de la metáfora para explicarla. Esta no solo es un tropos de la retórica, o al menos él no la entiende así, es más bien una tensión, no es mentira pero tampoco es una realidad ostensible. Lo que esta refiere no es necesariamente tangible; de hecho, casi nunca lo es. No se presenta de forma empírica en el mundo, pero es lo que lo configura y lo hace más habitable; en otras palabras: “La tensión sería entonces entre un ‘es’ y un ‘no es’”.9 Esta es la tensión generadora de un nuevo sentido:
El mundo del texto, ser mundo, entra necesariamente en colisión con el mundo real, para rehacerlo, sea que lo confirme, sea que lo niegue. Pero aún la relación más paradójica del arte con la realidad sería incomprensible si el arte no des-compusiera y no re-compusiera nuestra relación con lo real. Si el mundo del texto no tuviera una relación consignable con el mundo real, entonces el lenguaje no sería peligroso…10
De ahí que la metáfora para Ricoeur no solo sea una descripción de la realidad, sino generadora de una nueva realidad, pero aunque solo es posible partir del mundo real, lo lleva más allá. Se desprende de una referencia de primer grado para pasar a una de segundo, “que se conecta ya no en el nivel de los objetos manipulables, sino en el nivel que Husserl designaba con la expresión Lebenswel y Heidegger con la de ser-en-el-mundo”.11 Entonces ya no refiere necesariamente a un mundo material, a un ser-dado, sino a un poder-ser: “En una metáfora viva la tensión entre las palabras, o, más precisamente, entre dos interpretaciones, una literal y otra metafórica en el nivel de una oración entera, suscita una verdadera creación de sentido”.12
Esta tensión en el pensamiento de Ricoeur también puede verse en el de Pamuk cuando habla de la forma en que se lee una novela; él dice que:
Leer una novela significa entender un mundo a través de una lógica no cartesiana. Con esto… [se refiere] a la capacidad constante y continua para creer simultáneamente en ideas contradictorias. Así, en nuestra mente surge lentamente una tercera dimensión de la realidad: la dimensión del mundo complejo de la novela. Sus elementos entran en conflicto entre sí y, sin embargo, al mismo tiempo son aceptados y descritos […]. Las novelas son estructuras excepcionales que dan pie a pensamientos contradictorios en nuestra mente sin inquietud, y que nos permiten adoptar puntos de vista divergentes de forma simultánea…13
Es decir, la tensión entre realidad ostensible y ficción también se hace presente para Pamuk, pues aunque aparentemente puedan generarse mundos imaginarios, pasados, futuros o “imposibles”; ello no los hace inverosímiles. Aluden al mundo, esto es, que tienen una referencia en el mundo real; aluden al conocimiento que las personas tienen para poder ser creados y, sobre todo, comprendidos e interpretados por el lector. Así, para este escritor “escribir es hablar de cosas que todo el mundo sabe pero que no sabe que sabe. Explorar ese conocimiento, desarrollarlo y compartirlo, le proporciona al lector el placer de viajar maravillado por un mundo que conoce bien.”14
Efectivamente, la obra de arte siempre tiene una referencia, pero esta es la referencia no ostensible de la obra o, en otras palabras, la apertura/descubrimiento de un mundo. Dice Paul Ricoeur que: “No nos contentamos con la estructura de la obra; suponemos su mundo […]. La hermenéutica no es otra cosa que la teoría que regula la transición de la estructura de la obra al mundo de la obra. Interpretar una obra es desplegar el mundo de su referencia en virtud de su ‘disposición’, de su ‘género’ y de su ‘estilo’”.15
Esta idea de que la obra de arte es capaz de abrir un mundo ya había sido esbozada por Heidegger en El origen de la obra de arte, donde dice: “La obra descollando sobre sí misma abre un mundo y lo mantiene en imperiosa permanencia. Ser obra significa establecer un mundo”.16 Entonces, bien podría afirmar que la literatura abre un mundo, muestra aquello que no podría materializarse de otro modo, porque: ¿Qué mejor medio para expresar las pasiones humanas que el arte?
Porque “obtener placer de una novela es disfrutar del acto de separarse de las palabras y transformarlas en imágenes en nuestra mente. Cuando recreamos en nuestra imaginación lo que nos están diciendo las palabras, los lectores completamos la historia”.17 De ahí que para Pamuk: “el elemento de la obra que proporciona a los lectores de hoy día un mayor placer es su minuciosa descripción de la naturaleza humana. El contexto en que se escriben las novelas no es importante, y tampoco importa dónde se leen. Lo único que importa es qué nos dice el texto”. Esta frase de Pamuk, bien podría remitir a la hermenéutica filosófica de Gadamer, en la que plateaba, en contraposición a la hermenéutica del romanticismo, que había que dejar hablar a la obra de arte, antes que al autor.
Nuestro escritor fluctúa entre una postura y otra, entre destacar el papel del autor y olvidarlo por un momento. Así, menciona que es fundamental la intención del autor y la del lector; sin embargo, un par de líneas más abajo asegura que: “La parte más dura de entender una novela no es adivinar las intenciones del escritor y las reacciones del lector, sino lograr una visión equilibrada de esta información y determinar qué es lo que intenta contarnos el texto”.18 Pensándolo en estos términos, es el texto y no el autor el que habla. Sin embargo, al igual que Ricoeur, Pamuk no elimina al autor de la obra; le importa, pero antes que él está el texto, específicamente para él, la novela. Este es el punto de encuentro con Ricoeur, ya que al igual que Pamuk, no desdeña del todo al autor, sino que lo recupera con un afán hermenéutico antes que psicologicista. Entonces, el autor no desaparece, pero solo es importante en función del texto.
De ahí que Ricoeur haga tanto énfasis, por un lado, en la autonomía semántica de la obra, cuando esta se separa del autor y, por otro, en la cosa del texto. Así, desde la fenomenología hermenéutica, dice que la cosa del texto, o mundo del texto (también lo denomina de esa manera), es sin duda el objeto de la hermenéutica, es el mundo que el texto despliega ante sí. Y este mundo, agregábamos pensando sobre todo en la literatura poética y de ficción, toma distancia con respecto a la realidad cotidiana hacia la que apunta el discurso ordinario […] la etapa necesaria entre la explicación estructural y la autocomprensión es el despliegue del mundo del texto. Este mundo es el que, en última instancia, forma y transforma según su intención el ser-sí mismo del lector.19
El punto de vista del literato no dista demasiado de esto. Por ejemplo, para Pamuk, la novela posee un centro que hace que sea eso y no otro tipo de escrito; sin embargo este no se encuentra expuesto de manera evidente; al contrario:
El centro en una novela es una opinión o una idea perspicaz sobre la vida, un punto de misterio arraigado en lo más profundo, ya sea real o imaginario […]. El concepto que tiene el escritor del centro secreto empieza a cambiar, del mismo modo en que cambia la idea del lector al respecto durante el curso de la lectura. Leer una novela es el acto de determinar el centro real y el tema real, a la vez que se disfruta de los detalles de la superficie. Explorar el centro —en otras palabras, el tema real de la novela— puede llegar a parecer algo mucho más importante que esos detalles.20
Para hacer evidente esta convergencia entre literato y filósofo, Pamuk en una de sus conferencias dijo:
El arte de escribir novelas […] me obliga a ir más allá de mi propio punto de vista y convertirme en otra persona. Como novelista me he identificado con otros y he rebasado los límites de mi yo, y he forjado un carácter que no poseía anteriormente. Durante los últimos treinta y cinco años, al escribir novelas y ponerme en la piel de otros, he creado una versión más compleja y elaborada de mí mismo. [Se trata de] Rebasar los límites de nuestro yo, percibir todas las cosas y todo el mundo como un gran todo, identificarse con tanta gente como sea posible, ver tanto como sea posible.21
Al final, para este literato, “lo que la literatura de hoy debe explorar y describir en realidad son las preocupaciones básicas del ser humano”.22 Por su parte, el filósofo Paul Ricoeur, en un sentido muy semejante, exponía lo siguiente:
Diré que, para mí, el mundo es el conjunto de las referencias abiertas por todo tipo de textos descriptivos o poéticos que he leído, interpretado y que me han guiado. Comprender estos textos es interpolar entre los predicados de nuestra situación todas las significaciones que, de un simple entorno (Umwelt), hacen un mundo (Welt).23
Al final, tanto filósofo como literato generan la idea de que la palabra no solo muestra una visión del mundo, sino que lo configura e incluso de que las palabras nos constituyen de alguna manera. El lenguaje no solo es un instrumento por emplear sino el medio mismo donde se da la comprensión; por tanto, la literatura no se agota en mero entretenimiento, sino que es portadora de conocimiento y generadora de realidades posibles, aun cuando no sea descriptiva o histórica. Una ventana al mundo, no de los objetos manipulables, sino al que está cargado de sentido. Porque aunque las pasiones humanas no sean parte de la realidad ostensible ¿quién se atrevería a negar que existen y son parte indispensable de nuestro mundo?