La India y el Renacimiento florentino: las cartas de Filippo Sassetti

Contenido principal del artículo

Óscar Figueroa

Resumen

Se presenta aquí la traducción de dos de las cartas que Filippo Sassetti, comerciante y humanista florentino del siglo xvi, envió a Italia desde la India con profusas e iluminadoras observaciones sobre las creencias religiosas, las costumbres, las lenguas, el mundo natural y la vida social del subcontinente. Este documento de difícil acceso e inédito en español (y al parecer en otras lenguas) constituye un valioso testimonio del complejo proceso de recepción y representación interpretativa de la antigua cultura de la India frente al espejo europeo. Al respecto destacan los empeños hermenéuticos de Sassetti, en gran medida inspirados en los ideales del humanismo florentino renacentista, para comprender al otro indio en sus propios términos, por encima de los estereotipos entonces (y aún hoy) en boga, así como las dificultades para lograrlo.

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Figueroa, Óscar. (2020). La India y el Renacimiento florentino: las cartas de Filippo Sassetti. Interpretatio. Revista De hermenéutica, 5(1), 107-121. https://doi.org/10.19130/iifl.it.2020.5.1.0009
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Biografía del autor/a

Óscar Figueroa, Universidad Nacional Autónoma de México Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias

Investigador en el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias y docente en la Facultad de Filosofía y Letras, ambos de la unam. Hizo estudios doctorales de filosofía también en la unam y de literatura sánscrita en la Universidad de Chicago. Es autor de los libros Madre por conveniencia o El manual de la cortesana perfecta (Madrid 2019), El Vijñāna Bhairava Tantra (Barcelona 2017), La mirada anterior: poder visionario e imaginación en India antigua (México 2017), El arte de desdecir: inefabilidad y hermenéutica en India antigua (México 2015) y Pensamiento y experiencia mística en la India (México 2007).
Sus líneas de investigación comprenden la relación entre secularidad y vida religiosa en la cultura sánscrita, el desarrollo histórico del hinduismo y los estudios sobre orientalismo. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores.

Citas

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Introducción del traductor

El encuentro intelectual entre la India y Europa constituye uno de los episodios cardinales en la construcción de “Oriente” como categoría hermenéutica. Como se sabe, dicho encuentro se remonta a los griegos; empero, sobre la base de esa herencia, la articulación definitiva de la imagen occidental de la India es el fruto de un largo proceso de intercambios y proyecciones ocurridos entre los siglos XV y XIX; primero, a través de los informes de viajeros y misioneros, y, después, como parte de la aventura colonialista (Halbfass 2013). Para documentar la historia de esa imagen se ha prestado particular atención a los testimonios aportados por las tres grandes colonias en la India: los portugueses en toda la costa occidental; los franceses en el sur, sobre todo misioneros jesuitas; y, por supuesto y de manera definitiva, los ingleses en todo el subcontinente. En cambio, menos conocido es el papel desempeñado por los italianos, a pesar de tratarse de una presencia continua y profunda, y en algunos casos, como el que aquí nos ocupa, pionera. Wilhelm Halbfass apenas los menciona en su ya clásico India y Europa, centrando toda la atención en el jesuita Roberto Nobili (1577-1656). Sin embargo, la huella italiana en la India se remonta al siglo XIII, con el célebre viaje de Marco Polo y la publicación de su Milione; continúa a lo largo de los siglos XIV y XV con las expediciones de misioneros franciscanos como Odorico da Pordenone o comerciantes venecianos como Niccolò de’Conti, y se multiplica en el siglo XVI, bajo el espíritu del umanesimo fiorentino renacentista, con los viajes de comerciantes florentinos como Andrea Corsali, Piero Strozzi, Giovanni da Empoli y muchos otros (Spallanzani 1985: 329-330; Formichi 1950: 84-85), entre ellos, a finales de ese siglo, Filippo Sassetti. Los casos se siguieron acumulando en los dos siglos subsecuentes y en tal cantidad que a finales del siglo XIX había material y curiosidad suficientes para redactar una antología: el clásico de Angelo de Gubernatis, Storia dei viaggiatori italiani nelle Indie orientali.

La poca atención otorgada a la presencia italiana en la India y a la representación italiana de la India enmarca la inmerecida falta de reconocimiento que ha recibido el documento que aquí se presenta, traducido por primera vez al español. Se trata de un par de un total de 32 cartas que Filippo Sassetti (1540-1588), comerciante florentino educado en el humanismo renacentista escribió y envió desde la India entre 1583 y 1588 a amigos, familiares y mecenas, entre ellos el gran duque Francesco de Medici y su hermano menor, el cardenal Ferdinando de Medici. Varios pasajes de esta singular correspondencia presentan un inusual intento por comprender la diversidad india, el otro “oriental”, más allá de los estereotipos entonces en boga, y en ese sentido constituyen un esfuerzo hermenéutico en torno al encuentro intelectual entre Europa y la India, con pocos antecedentes. En esta misma línea, las cartas contienen algunas observaciones pioneras, notablemente la primera mención europea, por su nombre, de la lengua sánscrita, así como la prime­ra conjetura sobre el parentesco entre esta y las lenguas europeas clásicas y modernas. La historia ha consagrado a William Jones, un juez al servicio de la Corona británica en Bengala, como el primer europeo que propuso explícitamente el parentesco entre el sánscrito y las lenguas griega y latina, sugiriendo una fuente común, un hito que alimentó el sueño romántico en torno a la India, pero que además dio una dirección científica a los estudios lingüísticos al zanjar el camino para la importante categoría de “lenguas indoeuropeas”. En un célebre discurso de 1786 ante la Royal Asiatic Society, Jones afirmó:

La lengua sánscrita, cualquiera que sea su antigüedad, posee una estructura extraordinaria, más perfecta que la del griego, más profusa que la del latín y más exquisitamente refinada que cualquiera de estas lenguas. Al mismo tiempo, sin embargo, tiene con ellas una fuerte afinidad, tanto en lo que concierne a sus raíces verbales como a la gramática […] tan fuerte, de hecho, que ningún filólogo podría examinar las tres sin pensar que surgieron de una fuente común, la cual quizá no exista más (1824: 28).

Sin embargo, Jones no fue el primero. Dos siglos antes nuestro autor había llegado a una conclusión similar después de vivir en la India y conocer también de primera mano su cultura y tradiciones. La demora para reconocer la aportación de Sassetti se explica, en parte, porque originalmente sus cartas circularon en círculos intelectuales locales y cuando al fin se publicaron, en 1743 (Dati 1743: 205-206), fue en documentos también de alcance local y solo de manera más amplia hasta 1855 (Marcucci), es decir, cuando la fama de Jones ya había sido abrazada por el Romanticismo y por las incipientes disciplinas lingüística e indológica, privando a Sassetti del reconocimiento que merecía.1

De nuevo, sin embargo, la relevancia de este aporte apunta en última instancia a la relevancia de las cartas en su conjunto, a su singularidad en el contexto de la construcción interpretativa de la India. Para decir algo al respecto conviene volvernos a la personalidad y el pensamiento de nuestro autor.

Metido en el pujante negocio de la pimienta más por necesidad que por gusto, el joven Sassetti decidió mudarse a Portugal, la escala obligada de las mercancías que satisfacían la sed europea, incluida la sed toscana, de artificialia y naturalia provenientes del “exótico” Oriente (Karl 2008: 23). Una vez instalado en Lisboa, Sassetti se empapó no solo de la vida comercial entre Europa y la India, sino también de las noticias de descubrimientos y los relatos fantásticos que llegaban de esas tierras y que desde ahí se difundían al resto de Europa (Alessandrini 2007: 46-47). Así, cuando decide él mismo embarcarse hacia Goa y Cochín, en la costa occidental de la India, no lo hace únicamente en pos de una fortuna sino empujado por un impulso más profundo: “Es algo que deseo desde hace mucho, desde que era niño”, ir “allá a ver y tocar y escribir” (Sassetti 1970: 295). Sassetti no era, pues, un comerciante ordinario. Perteneció a la tradición florentina del comerciante humanista (Boutier 1994: 160), y como tal en su aventura comercial convergen la curiosidad intelectual renacentista y la emoción de viajar a las nuevas tierras, el deseo de conocer y las ansias de experiencia directa. En efecto, antes de volverse comerciante, los intereses de Sassetti estaban en la literatura y la filosofía, lo que lo llevó a la Universidad de Pisa, donde estudió las disciplinas humanísticas, entre ellas griego y latín (incluso llegó a traducir a Aristóteles y a Luciano de Samosata, entre otros). Estudioso también de la literatura toscana, de Dante, Bocaccio y Petrarca, de vuelta a Florencia participó activamente como miembro de la Accademia Fiorentina y la Accademia degli Alterati. Por si esto no fuera suficiente, desde sus años pisanos se interesó asimismo por las ciencias, en especial por la botánica, la medicina y la geografía (Milanesi 1973; Sensi 1989).

Esta riqueza de pensamiento es tangible precisamente en sus cartas de la India. A la par de las relaciones sobre las mercancías que le solicitan sus patrones y sus peripecias para conseguirlas, al lado de sus minuciosas observaciones sobre rutas marítimas africanas y asiáticas, entre ellas el servicio de galeones entre Manila y Acapulco, instituido en 1567 (Sassetti 1995: 129, 214), Sassetti introduce vívidas descripciones y juiciosas reflexiones sobre la realidad que tiene ante sus ojos, sobre las costumbres, las creencias religiosas y los conocimientos de los habitantes de aquellas tierras. Puntuales observaciones naturalistas ―sobre flora y fauna, sobre el clima y las estaciones― y ocasionales circunloquios personales ―sobre las ambiciones, planes y sueños de un hombre de su época― aderezan y redondean el contenido de su correspondencia índica.

Así, las cartas presentan una India concebida como precioso objeto de expansión comercial, pero también, en sintonía con la multifacética personalidad de su autor, retratan los esfuerzos de un humanista florentino por entender una realidad sobre la que pesa una añeja imagen. En este contexto, su discurso oscila entre la reiteración de generalizaciones petrificadas y estereotipos consabidos, donde se confunden realidad y fantasía (por ejemplo, el proverbial rigor ascético de brahmanes y yoguis), y el esfuerzo genuino por ir más allá, incluso si eso supone despertar de un largo y placentero sueño para enfrentarse a la realidad e, idealmente, entenderla y aceptarla tanto en la similitud como en la diferencia (Alessandrini 2007: 50). En esa tarea, Sassetti cuenta con el apoyo de su formación renacentista y su sensibilidad humanista. Al respecto sobresale el impulso de contrastar pasado y presente, y dar cuenta del cambio y la diversidad. Destaca, sobre todo en comparación con aquellos que se embarcaron en una aventura similar antes de él y en ocasiones también después de él, la inclinación a establecer conexiones y a hacer analogías. Aunque a menudo la antigüedad clásica aporta la pauta, por ejemplo, a través de la autoridad de Plinio, Heródoto, Pitágoras o Galeno, las diferencias no necesariamente desembocan en un discurso de condena o rechazo, sino en uno de comprensión y aceptación críticas. Sobran los ejemplos. En la selección que aquí se ofrece, el lector se tropezará con una explicación del hinduismo como el sincretismo de los cultos egipcios y las creencias adivinatorias romanas; con una analogía entre los brahmanes y los teólogos como una forma de entender el quehacer y el lugar de aquellos en la sociedad india; con una alusión a una imagen de Apolo con varios brazos para entender la representación de los dioses indios con varios brazos; con la insinuación del carácter culto de la lengua sánscrita por la manera como se aprende y los usos que tiene, tan similares al griego y al latín. Por último, Sassetti reconoce con admiración varias instituciones y doctrinas indias, incluso si deplora su aplicación.

Es bajo esta inusual luz que la correspondencia de Sassetti, y en especial sus observaciones sobre la vida religiosa india constituyen un episodio importante de la interpretación europea de la India, así como de la imagen de la India frente al espejo europeo. Para apreciar esa riqueza en este artículo se presenta la traducción de dos cartas.2 La primera, dirigida a Ferdinando de Medici el 10 de febrero de 1585, ilustra las observaciones de Sassetti sobre cuestiones religiosas.3 Fechada el 22 de enero de 1586, la segunda es la carta que envió a Bernardo Davanzati, amigo suyo, donde aparece mencionado por primera vez el nombre sánscrito y el lazo entre este y las lenguas griega, latina e italiana.

Mi traducción se basa en la edición preparada por Adele Dei en Lettere dall’India, la cual reproduce la de V. Bramanti en Lettere da vari paesi (cartas 95-126) con algunas enmiendas señaladas a pie de página. En la edición de Dei, las cartas aquí traducidas corresponden a la decimotercera y la vigesimosegunda. Este trabajo fue posible gracias a una estancia de investigación en Florencia, Italia, durante el primer semestre de 2018. Quiero dar las gracias al personal de la Biblioteca Umanistica de la Universidad de Florencia por las facilidades para completar una primera versión de la traducción; asimismo, al personal de la Biblioteca della Accademia della Crusca por permitirme consultar algunos manuscritos relevantes. Estoy en deuda también con la doctora Giuditta Cavalletti, cuya exhaustiva y generosa revisión no solo salvó el texto de varias imprecisiones, sino que además amplió mi entendimiento del italiano antiguo (desde luego, cualquier error es por completo mi responsabilidad). Por último, agradezco a Elena, mi hija, cuyo inesperado romance con el italiano desempolvó mi propio amor por la lingua di Dante, inspirándome a volver a ella y, como aquí, a traducirla.

Traducción

Filippo Sassetti, Cartas de la India

Para Ferdinando de Medici

Florencia

Cochín, 10 de febrero de 1585

Ilustrísimo y reverentísimo monseñor:

Escribí a vuestra ilustrísima señoría el año pasado a mi llegada a esta región, y con la flota que partió a Portugal envié a Lisboa a Andrea Migliorati4 diversas cosas adquiridas para que él las enviara a Florencia,5 de modo que así llegasen a las manos de vuestra ilustrísima señoría. Estoy esperando escuchar sobre el arribo de las naves a Lisboa y que de ahí le haya sido encaminado aquello que le envié. Y puesto que estaba poco satisfecho conmigo mismo en el servicio de vuestra señoría, no habiendo hallado cosas sino muy ordinarias para enviarle, esperaba alegrarme este año con alguna cosa agradable en la que vuestra ilustrísima señoría hallara gusto. Pero tampoco esto me ha sido posible en ninguna parte, pues habiendo fallado las naves de la China y llegada sino una de Bengala, las pocas cosas que le envío son todas forzadas; sin embargo, estimo que algunas de ellas no le desagradarán, por ejemplo los tres paños cuadriculados de la China, que pueden usarse como cortinas. De las dos colchas de Bengala, la pequeña, a juicio de quienes la han visto, es la más hermosa que haya llegado de aquellos lugares. El baldaquino de tela es aquí muy apreciado. Las telas fueron teñidas en la ciudad de San Tomás,6 que está en la costa de la India hacia el Oriente, de donde son transportadas por toda esta tierra, y su fabricación es una de las cosas más trabajosas que yo haya escuchado jamás, pues se les encera por completo y luego se les pone a hervir en agua tantas veces como sea necesario dependiendo de la variedad de colores. Aquí se les puso los remates en oro, que seguramente perderá, mientras que los otros colores resisten cualquier tipo de agua y cuanto más se les lave más vívidos serán. Y con telas de esta finura se envuelven aquí los reyes de estas partes. En esta y en todas las demás cosas que le envío he buscado apoyarme, cuanto he podido, en lo que la memoria me hizo enviar. Envío a Migliorati unas cuantas monedas de aquí, con una nota donde está declarado su valor, el sitio donde se fraguan y cómo se gastan aquí. En cuanto a semillas, no he podido aún conseguir;7 al respecto, he intentado varias cosas con estos médicos gentiles y tal vez el año entrante pueda servir de algún modo a vuestra ilustrísima señoría en esta materia, y haré toda diligencia posible, aunque no estoy seguro de ello, pues esta gente no hace las cosas que dice, sean pequeñas o grandes, y sin ellos nada se puede hacer.

Me gustaría decir algunas cosas a vuestra señoría acerca de las costumbres de estos gentiles y en particular sobre su religión, pero son tantos los temas, que cuando una persona cree haber entendido uno o hallado algún fundamento, se vuelve a encontrar en la oscuridad. La misma gente, en la misma tierra, son entre ellas diferentes, pues no se tocan los unos a los otros; y los más bajos, a los que llaman polias, van gritando por la calle que están por ahí, a fin de que los más nobles, a los que llaman nairi, les respondan, también gritando, que se alejen y salgan del camino so pena de matarlos sin más si no los obedecen.8 Y en alguna parte los tales polias llevan, para hacerse notar, una cola de paja. Entre los unos y los otros hay otros tipos de personas, por ejemplo, los que son comerciantes, a los que llaman ciattini, así como pescadores y trabajadores [agrícolas], aunque pocos, pues este arte de la agricultura no es aquí conocido. Ahora bien, no solo todos estos, sino todos los gentiles de estas regiones se reúnen al mismo tiempo en lo que ellos llaman pagodas, y ante los mismos ídolos, que, según dicen, fueron hombres santos de mucho tiempo atrás, y sobre los cuales tienen unas historias inverosímiles sin pies ni cabeza. Sus sacerdotes pertenecen a una casta noble a la que llaman brahmanes, tan importantes como los teólogos y sobre los cuales hizo mención Plinio en su relato de estos pueblos orientales, diciendo: audio complures eorum vocari Brachmenes.9 Esta es la gente más exigente que hay entre todos ellos, pues no comen nada que haya sido tocado por alguien más ni beben agua fuera de su casa. Y quienes pertenecen a la mejor raza, pues entre ellos también son muchas las diferencias, tampoco pueden comer ningún ser sensible,10 y tal es el horror que les causa la muerte de todos los animales inferiores que si alguna vez en nuestras casas se dispone que se maten gallinas, cabras o algún otro tipo de animal, vuelven a comprarlos con dinero y los dejan libres. Y sucede que entre toda esta gente hay muchos que comen carne, pero no hay ninguno que coma vaca, a la cual veneran y adoran como al mismísimo dios. La razón para no comer carne, me decía un médico brahmán, es para no alterar con un alimento tan potente la especulación, a la cual está consagrada toda esta casta; principalmente por sentir horror ante la muerte de cualquier animal, aun la de las serpientes y las tarántulas, y por creer en la transferencia del alma de una especie a otra. Por las nuevas cosas que aquí se dicen al respecto, Luciano tendría material para mofarse de una manera distinta de como lo hace del gallo de Pitágoras y Euforbo.11 Argumentan esta transferencia de observar que del cadáver nacen gusanos, y asumen que así como es común la materia sea también la forma. Pero aquello que más los mueve es el ver que nosotros tenemos todas las potencias del alma que tienen el resto de los animales, y paralogizando concluyen que somos una misma cosa. Así, cuando vienen a sonsacar al loro, lo hacen riendo, como si los contradijera en cosas sobre las que no existe ninguna duda. Viniendo de Goa entré en uno de sus templos, un lugar fantástico donde había dos capillas. Lo que había en una, que era la habitación grande y oscura, no pude verlo, pero en la otra había una vaca de piedra con un becerrito al lado suyo; y frente a la puerta de la otra había dos estatuas de tamaño natural, hechas de latón, una a cada lado de la puerta, y ambas parecían la misma cosa o apenas diferentes, pues tenían la una y la otra una multitud de brazos, una de ellas seis, dividido cada brazo en tres a partir del codo. A la otra, además de estos, le salía uno de la mitad del cuerpo, y en cada mano tenían algo, por ejemplo una serpiente, una lanza, un hacha, un martillo, una fusta, una espada y otros instrumentos, que la brevedad del tiempo no me permitió considerar con la diligencia que yo hubiera deseado. Tampoco pude hallar entre ellos quién supiera el significado de esos jeroglíficos colocados en dicho lugar por ventura con mucho entendimiento y mucha significación, pareciéndome recordar haber leído que en Rodas antiguamente se adoraba a Apolo con muchos brazos. Nótese que la religión de esta gente desciende de los egipcios en gran parte, como lo demuestra esta veneración a los animales, pues adoran también a los simios y hacen miles de otras locuras similares. Tienen todavía mucho de la gentilidad romana, en particular en lo que concierne a los augurios, pues al inicio de sus acciones prestan enorme atención a si las cornejas pasan por un lado o si pasan por el otro, o si el cuervo grazna, como decía Hegión en Plauto,12 o si también, saliendo de casa, se cruzan con un perro o con una vaca, con un brahmán o dos, si es domingo o lunes; mientras que para lidiar con esto, deben reunirse puras señales propicias, o de otro modo bien puede arruinarse el mundo sin que puedan hacer nada. Los preceptos de sus leyes (que son sumamente morales) están escritos en verso, del mismo modo que todas sus ciencias, la lengua de las cuales está extinta y la aprenden como la latina y la griega se aprende entre nosotros. Y dicen que para aprenderla le dedican siete años. Es muy sonora, pues posee muchas consonantes, las cuales tienen en total 53 elementos, y por este hecho es casi imposible que nosotros profiramos bien sus palabras, de lo que no es tal vez pequeña causa el que ellos mastican continuamente esa hoja que llaman betel con un fruto llamado areca, que es la avellana índica, untando encima un poco de yeso, todas ellas cosas astringentes, de ahí que toda la boca y la lengua se les ponga seca y delgada, y que en cambio nuestra lengua sea húmeda y más gruesa. De la ciencia natural saben poco y sin ningún orden, aunque les combine a Aristóteles y a Galeno y a Avicena traducido de la lengua árabe a la suya, estando por encima de los susodichos sus antiguos brahmanes. De la astrología saben mucho más y al respecto coinciden con nosotros en todas las divisiones tanto del cielo como del tiempo. Calculan el movimiento de todos los planetas y todos son muy dados a la astrología, y no hay un gentil, así sea pobre, que no lleve consigo su horóscopo anual, el cual se manda hacer a costa de un mínimo desembolso. Son grandísimos expertos en fisiognomía, al punto de retirarle el habla a alguien porque no tiene barba en las mejillas, a otro porque no tiene pelo en el pecho y a uno más porque no tiene líneas bien marcadas en la cabeza; son quirománticos maravillosos y, en Goa, uno de ellos de aquí me predijo que no amasaría mucho dinero, y preguntándole dónde lo veía, me hizo juntar los dedos de la mano y me mostró que entre uno y otro, estando así juntos, seguían muy abiertos. No pude no reír, pareciéndome que de aquí podía provenir aquel proverbio que nosotros decimos sobre el que no sabe hacer suyo nada al extremo que el dinero se le cae entre los dedos.

He ido de una cosa a otra, ya sea por la dificultad que hay en averiguar sus asuntos o porque la materia en sí es tan variada y posee tantos detalles de poco orden el uno con el otro, que hablar de una sola cosa extensamente es casi imposible. Cuando el tiempo me permita comprender con mayor fundamento algo de casos como estos, le escribiré a vuestra ilustrísima señoría más largamente. Entretanto, le suplico de nuestro Señor Dios cada felicidad.

Humildísimo servidor

Para Bernardo Davanzati13

Florencia

Cochín, 22 de enero de 1586

El árbol llamado cadira,14 con cuyos leños los indios hacen el cato, crece libremente en toda la costa de la India y en abundancia en Cambay.15 Tiene unas barbas muy gruesas y su tronco se asemeja al del ciruelo y el almendro, etc.; sus ramas son desiguales y crecen tanto hacia arriba como a los lados, y de ellas brotan espinas parecidas a las de las zarzas que dan las moras en nuestros setos. Las hojas son de un verde claro, finas y pequeñitas y se asemejan a las del abeto, unidas a pequeños tallos de tal modo que al juntarse forman una especie de ángulo agudo y no una superficie plana; sobre ellas nacen unos frutos redondos y rojizos que, si bien son muy pequeños, cubren toda la hoja a lo largo y son ácidos al gusto. La corteza del árbol es áspera y agrietada, de un tono rojizo por dentro, y entre esta y el tronco hay una cáscara muy delgada, casi de color amarillo, y la médula del tronco tira al rojo, mientras que la parte exterior tiene un tono parecido al de la cáscara más delgada. La materia es extremadamente densa, y cortada de manera transversal se rompe como la del leño santo, y es tan pesada que si se le pone en agua se hunde. Cuando está fresco, el árbol tiene un olor fuerte parecido al del laburno; el sabor de la médula revela lo amargo que será después su extracto y cuán astringente es, pero ni un sabor ni el otro se sienten tanto como se sienten después en esa sustancia suya que los indios llaman cato, la cual, según Garzia d’Orta y Cristóbal d’Acosta, corresponde al lycium de Dioscórides, como parece que se puede afirmar por las notas que de este se conocen.16

El susodicho tronco es preparado de la siguiente manera. Se le corta en pedazos pequeños, se le macera sobre la piedra de los pintores y se ponen a cocer dos libras en […]17 libras de agua por un lapso de 24 horas; a continuación se le cuela por completo y se le pone a cocer de nuevo hasta que adquiere una consistencia más dura que la de la miel y más suave que la de la cera; luego, la sustancia es sellada y se forman con ella los llamados trocisci,18 negros por fuera y de un tono oscuro rojizo por dentro. De estos, se pone en la boca la cantidad de una media avellana, se disuelven con la humedad, sin masticarlos en absoluto o sentirlos crujir, que es señal de pureza. Su sabor, de un amargo no desagradable al gusto, tiene un toque dulzón y es astringente con tanta fuerza que se resiente en la lengua y desde el paladar hasta la boca del estómago. Así escribió el Propietario19 gentil acerca de las virtudes del árbol cadira: “El cadira es amargo y agrio, consume la flema y la cólera, elimina el malestar y la tos. Sirve para las inflamaciones que aparecen en cualquier miembro, cura la roña y la lepra, y purifica la sangre; y si bien es remedio contra muchos otros males, su mayor virtud es servir de remedio contra la sangre putrefacta”. Las virtudes del cato son las mismas, con la excepción de que, al ser la esencia del tronco, produce todos los efectos apenas mencionados con mayor vehemencia. Y habiendo discutido muchas veces con un médico gentil sobre este medicamento y sobre la manera de usarlo, aun cuando prácticamente todo está contenido en aquello que sobre él ha dicho el Propietario, no quiero dejar de señalar algunas cosas. Tanto los oriundos de Malaca20 como los chinos, a quienes se les envía una gran cantidad, lo mastican con yeso y con betel en lugar de areca o avellana índica; pues al desprender las flemas superficiales de toda la cavidad bucal, impide la generación de pudrimiento, fortalece las encías y elimina los gusanos que crecen en los dientes, quita el dolor y produce un buen aliento. Si se pulveriza y se mezcla una dracma21 en tres onzas de agua simple, que es el jarabe común en el que dan todos los medicamentos, detiene cualquier tipo de flujo, fortifica el estómago, impide el vómito, y se proporciona con maravilloso resultado a quienes escupen sangre y alivia casi de inmediato el efecto nocivo de los purgantes. Si se le toma como se indicó antes por un lapso de quince días, cura la roña, y si se le continúa tomando durante 50 [días], purifica de la lepra, absteniéndose los enfermos de alimentos húmedos, ácidos y salados. Escribió Dioscórides que el lycium, sirve contra la mordida de perros rabiosos; [pero] de este accidente no tienen en la India casi ningún conocimiento pese a que la región es muy cálida, por lo que no es una sorpresa que, aun cuando casi todas las virtudes del cato coincidan con las que Dioscórides atribuye al lycium, no se hable en la India de esta que es tan importante. Con la decocción de tres onzas de este cato hervido en una garrafa de agua, las comadronas lavan el vientre femenino después del parto con el fin de reducirlo una cantidad moderada. El citado Propietario es un doctor gentil muy antiguo que escribió en estas regiones en materia de Simples22 y a quien llaman Niganto.23 Analizó más de 3 000 plantas con la misma brevedad con la que se ha transmitido [el texto], y toda esta obra está en verso, y los dichos suyos sobre esta materia y los de otros médicos que son estudiados por ellos son sentencias comunes que han sido compiladas y que una vez al alcance de ellos poseen autoridad sin contradicción; y muchas de ellas fueron deducidas por Hipócrates o las de Hipócrates deducidas por estas gentes, como ellos presumen, exhibiendo memorias muy antiguas que en otros tiempos supieron más que hoy. Entre otros, vi un capítulo sobre aquella definición de la medicina Adjectio et ablatio,24 presentado con mucho método, mostrando la pertinencia de dicha definición al margen de todas las curas que se hacen, comenzando con los lavativos purgativos y discurriendo por todas las demás. Sus ciencias están escritas todas en una lengua que ellos llaman sánscrito, que quiere decir bien articulada, de la cual no se tiene memoria cuándo fue hablada [por primera vez], pese a tener (como yo digo) memorias antiquísimas. La aprenden como nosotros la griega y la latina, y les toma muchísimo más tiempo, pues la consiguen dominar en seis o siete años, y tiene la lengua actual muchas cosas en común con aquella, en la cual hay muchos de nuestros nombres, en particular los números 6, 7, 8 y 9, Dios, sierpe y muchos otros.25 Sobre sus doctores escribió Plinio refiriéndose [a ellos] como filósofos (Plinio 1624: 7.2). Y Heródoto, escritor antiguo, habla de estos brahmanes y de sus costumbres (Herodoto 1979: 98-106); así que no hay que mofarse de su opinión de que la ciencia haya surgido aquí. Les maravilla verme preguntarles sobre muchas de estas cosas, pues nunca jamás les había sucedido, y cuando escuchan tratar sobre alguna cosa con método y según sus principios se miran fijamente a los ojos el uno al otro como se observa a quien adivina. Se necesitaría haber venido aquí a los 18 años para volver con algún conocimiento de estas cosas hermosísimas.

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En 1823, Giacomo Leopardi se encuentra entre los primeros que concedió el mérito a Sassetti en una entrada de sus diarios: “[Sassetti fue] el primero que dio noticia a Europa sobre la lengua sánscrita, y de manera muy verídica y justa” (1995: 3018, véase también 4245). Cabe señalar que antes de Sassetti, a principios del siglo XVI, Alfonso de Albuquerque, el segundo virrey de la India portuguesa, dio fe de la existencia en la India de una “lengua científica similar al latín” (Halbfass 2013: 51), pero sin aportar más información ni llamarla por su nombre. Por otra parte, en 1767, casi un siglo después de Sassetti y uno antes de Jones, Gaston-Laurent Coeurdoux, un jesuita francés radicado en Pondichery, observó en una carta enviada a la Académie des Inscriptions que entre “la lengua sánscrita y el latín y el griego hay curiosas analogías”. Su observación, publicada 40 años después, también pasó desapercibida.
La traducción de las 32 cartas se encuentra en curso.
Otras cartas valiosas sobre el tema son las dos enviadas a Francesco de Medici en enero de 1584, así como la carta dirigida al helenista Pietro Vettori y fechada en enero de 1585 (respectivamente, las cartas cuarta, quinta y novena en la edición de A. Dei).
Andrea Migliorati era el contacto de Sassetti en Lisboa, responsable de despachar las mercancías a Florencia.
Fiorenza en el original, y no el acostumbrado Firenze.
En la actual Chennai (Madrás).
Los Medici tenían especial interés en obtener semillas para su jardín botánico y se las habían pedido a Sassetti (Karl 2008: 24).
Sassetti hace referencia a la división de castas en la región de Malabar: los nairi son la clase gobernante; los polias (¿parias?) son los esclavos y siervos.
Plinio, Historia natural 6.64. La referencia exacta es multarumque gentius cognomen Bragmanae, [los brahmanes, nombre de muchos pueblos].
Es decir, animales.
Como explica A. Dei en una nota, la alusión es a El sueño, un diálogo en el que un gallo confiesa de viva voz, ante la mirada atónita de Micilo, ser la reencarnación del guerrero troyano Euforbo y de Pitágoras, defensor él mismo de la doctrina de la metempsicosis. De este modo, Sassetti revela su afición por Luciano de Samóstata, el satirista del siglo II, del que tradujo varias obras.
La alusión es a Cautivos 656-658 e indirectamente a Aulularia (La comedia de la olla) 624-625.
Bernardo Davanzati Bostichi (1529-1606) era un comerciante florentino amigo de Sassetti, con el que compartía el gusto por la literatura y el pensamiento clásicos.
Sassetti se refiere al khadira (sánscrito), una especie de acacia (Acacia catechu) de cuyos frutos y madera se extrae una esencia medicinal viscosa y astringente conocida como cato.
Se trata del puerto de Khambhat, importante centro comercial de Gujarat, al oeste de la India, mencionado con admiración por Marco Polo y otros exploradores y navegantes europeos.
Garzia d’Orta y Cristobal d’Acosta fueron dos científicos portugueses del siglo XVI cuyas obras sobre la medicina tradicional india, respectivamente los Coloquios das simples e drogas e coissas medicinais da India y el Tractado de las drogas, medicinas y plantas de las Indias orientales, circularon ampliamente traducidos al italiano. El Lycium (Lycium barbarum) es un arbusto de seto que produce una baya ovoide carnosa de color rojizo; su uso medicinal está ampliamente documentado en fuentes asiáticas y desde una época muy temprana fue introducido y naturalizado en Europa también con fines medicinales.
Texto lagunoso. Se indicaba aquí la cantidad de agua.
Como explica A. Dei, los trocisci son pequeños trozos o porciones de pasta medicinal, por lo general de forma cilíndrica.
Así llama Sassetti, como se infiere unas líneas más adelante, al médico indio en quien basa sus observaciones.
Región costera al sur de Malasia.
En el ámbito farmacéutico, medida de peso equivalente a la octava parte de una onza, es decir, 3’594 miligramos.
En su acepción antigua, ‘simples’ (semplici) significa plantas medicinales.
Sassetti confunde el nombre del autor en el que basa sus observaciones con el título de su obra, el Rājanighaṇṭu, un diccionario sánscrito sobre medicina tradicional escrito por Narahari en el siglo XIV.
Principio derivado de Hipócrates, según el cual la medicina es la ciencia que suple aquello de que se carece y elimina lo que es nocivo.
Sassetti se refiere al lazo que hay entre las palabras sánscritas e italianas ṣaṣ/sei, sapta/sette, aṣṭau/otto, nava/nove, deva/Dio, sarpa/serpe, y que vale también para los equivalentes en español seis, siete, ocho, nueve, Dios, sierpe.