Filippo Sassetti, Cartas de la India
Para Ferdinando de Medici
Florencia
Cochín, 10 de febrero de 1585
Ilustrísimo y reverentísimo monseñor:
Escribí a vuestra ilustrísima señoría el año pasado a mi llegada a esta región, y con la flota que partió a Portugal envié a Lisboa a Andrea Migliorati4 diversas cosas adquiridas para que él las enviara a Florencia,5 de modo que así llegasen a las manos de vuestra ilustrísima señoría. Estoy esperando escuchar sobre el arribo de las naves a Lisboa y que de ahí le haya sido encaminado aquello que le envié. Y puesto que estaba poco satisfecho conmigo mismo en el servicio de vuestra señoría, no habiendo hallado cosas sino muy ordinarias para enviarle, esperaba alegrarme este año con alguna cosa agradable en la que vuestra ilustrísima señoría hallara gusto. Pero tampoco esto me ha sido posible en ninguna parte, pues habiendo fallado las naves de la China y llegada sino una de Bengala, las pocas cosas que le envío son todas forzadas; sin embargo, estimo que algunas de ellas no le desagradarán, por ejemplo los tres paños cuadriculados de la China, que pueden usarse como cortinas. De las dos colchas de Bengala, la pequeña, a juicio de quienes la han visto, es la más hermosa que haya llegado de aquellos lugares. El baldaquino de tela es aquí muy apreciado. Las telas fueron teñidas en la ciudad de San Tomás,6 que está en la costa de la India hacia el Oriente, de donde son transportadas por toda esta tierra, y su fabricación es una de las cosas más trabajosas que yo haya escuchado jamás, pues se les encera por completo y luego se les pone a hervir en agua tantas veces como sea necesario dependiendo de la variedad de colores. Aquí se les puso los remates en oro, que seguramente perderá, mientras que los otros colores resisten cualquier tipo de agua y cuanto más se les lave más vívidos serán. Y con telas de esta finura se envuelven aquí los reyes de estas partes. En esta y en todas las demás cosas que le envío he buscado apoyarme, cuanto he podido, en lo que la memoria me hizo enviar. Envío a Migliorati unas cuantas monedas de aquí, con una nota donde está declarado su valor, el sitio donde se fraguan y cómo se gastan aquí. En cuanto a semillas, no he podido aún conseguir;7 al respecto, he intentado varias cosas con estos médicos gentiles y tal vez el año entrante pueda servir de algún modo a vuestra ilustrísima señoría en esta materia, y haré toda diligencia posible, aunque no estoy seguro de ello, pues esta gente no hace las cosas que dice, sean pequeñas o grandes, y sin ellos nada se puede hacer.
Me gustaría decir algunas cosas a vuestra señoría acerca de las costumbres de estos gentiles y en particular sobre su religión, pero son tantos los temas, que cuando una persona cree haber entendido uno o hallado algún fundamento, se vuelve a encontrar en la oscuridad. La misma gente, en la misma tierra, son entre ellas diferentes, pues no se tocan los unos a los otros; y los más bajos, a los que llaman polias, van gritando por la calle que están por ahí, a fin de que los más nobles, a los que llaman nairi, les respondan, también gritando, que se alejen y salgan del camino so pena de matarlos sin más si no los obedecen.8 Y en alguna parte los tales polias llevan, para hacerse notar, una cola de paja. Entre los unos y los otros hay otros tipos de personas, por ejemplo, los que son comerciantes, a los que llaman ciattini, así como pescadores y trabajadores [agrícolas], aunque pocos, pues este arte de la agricultura no es aquí conocido. Ahora bien, no solo todos estos, sino todos los gentiles de estas regiones se reúnen al mismo tiempo en lo que ellos llaman pagodas, y ante los mismos ídolos, que, según dicen, fueron hombres santos de mucho tiempo atrás, y sobre los cuales tienen unas historias inverosímiles sin pies ni cabeza. Sus sacerdotes pertenecen a una casta noble a la que llaman brahmanes, tan importantes como los teólogos y sobre los cuales hizo mención Plinio en su relato de estos pueblos orientales, diciendo: audio complures eorum vocari Brachmenes.9 Esta es la gente más exigente que hay entre todos ellos, pues no comen nada que haya sido tocado por alguien más ni beben agua fuera de su casa. Y quienes pertenecen a la mejor raza, pues entre ellos también son muchas las diferencias, tampoco pueden comer ningún ser sensible,10 y tal es el horror que les causa la muerte de todos los animales inferiores que si alguna vez en nuestras casas se dispone que se maten gallinas, cabras o algún otro tipo de animal, vuelven a comprarlos con dinero y los dejan libres. Y sucede que entre toda esta gente hay muchos que comen carne, pero no hay ninguno que coma vaca, a la cual veneran y adoran como al mismísimo dios. La razón para no comer carne, me decía un médico brahmán, es para no alterar con un alimento tan potente la especulación, a la cual está consagrada toda esta casta; principalmente por sentir horror ante la muerte de cualquier animal, aun la de las serpientes y las tarántulas, y por creer en la transferencia del alma de una especie a otra. Por las nuevas cosas que aquí se dicen al respecto, Luciano tendría material para mofarse de una manera distinta de como lo hace del gallo de Pitágoras y Euforbo.11 Argumentan esta transferencia de observar que del cadáver nacen gusanos, y asumen que así como es común la materia sea también la forma. Pero aquello que más los mueve es el ver que nosotros tenemos todas las potencias del alma que tienen el resto de los animales, y paralogizando concluyen que somos una misma cosa. Así, cuando vienen a sonsacar al loro, lo hacen riendo, como si los contradijera en cosas sobre las que no existe ninguna duda. Viniendo de Goa entré en uno de sus templos, un lugar fantástico donde había dos capillas. Lo que había en una, que era la habitación grande y oscura, no pude verlo, pero en la otra había una vaca de piedra con un becerrito al lado suyo; y frente a la puerta de la otra había dos estatuas de tamaño natural, hechas de latón, una a cada lado de la puerta, y ambas parecían la misma cosa o apenas diferentes, pues tenían la una y la otra una multitud de brazos, una de ellas seis, dividido cada brazo en tres a partir del codo. A la otra, además de estos, le salía uno de la mitad del cuerpo, y en cada mano tenían algo, por ejemplo una serpiente, una lanza, un hacha, un martillo, una fusta, una espada y otros instrumentos, que la brevedad del tiempo no me permitió considerar con la diligencia que yo hubiera deseado. Tampoco pude hallar entre ellos quién supiera el significado de esos jeroglíficos colocados en dicho lugar por ventura con mucho entendimiento y mucha significación, pareciéndome recordar haber leído que en Rodas antiguamente se adoraba a Apolo con muchos brazos. Nótese que la religión de esta gente desciende de los egipcios en gran parte, como lo demuestra esta veneración a los animales, pues adoran también a los simios y hacen miles de otras locuras similares. Tienen todavía mucho de la gentilidad romana, en particular en lo que concierne a los augurios, pues al inicio de sus acciones prestan enorme atención a si las cornejas pasan por un lado o si pasan por el otro, o si el cuervo grazna, como decía Hegión en Plauto,12 o si también, saliendo de casa, se cruzan con un perro o con una vaca, con un brahmán o dos, si es domingo o lunes; mientras que para lidiar con esto, deben reunirse puras señales propicias, o de otro modo bien puede arruinarse el mundo sin que puedan hacer nada. Los preceptos de sus leyes (que son sumamente morales) están escritos en verso, del mismo modo que todas sus ciencias, la lengua de las cuales está extinta y la aprenden como la latina y la griega se aprende entre nosotros. Y dicen que para aprenderla le dedican siete años. Es muy sonora, pues posee muchas consonantes, las cuales tienen en total 53 elementos, y por este hecho es casi imposible que nosotros profiramos bien sus palabras, de lo que no es tal vez pequeña causa el que ellos mastican continuamente esa hoja que llaman betel con un fruto llamado areca, que es la avellana índica, untando encima un poco de yeso, todas ellas cosas astringentes, de ahí que toda la boca y la lengua se les ponga seca y delgada, y que en cambio nuestra lengua sea húmeda y más gruesa. De la ciencia natural saben poco y sin ningún orden, aunque les combine a Aristóteles y a Galeno y a Avicena traducido de la lengua árabe a la suya, estando por encima de los susodichos sus antiguos brahmanes. De la astrología saben mucho más y al respecto coinciden con nosotros en todas las divisiones tanto del cielo como del tiempo. Calculan el movimiento de todos los planetas y todos son muy dados a la astrología, y no hay un gentil, así sea pobre, que no lleve consigo su horóscopo anual, el cual se manda hacer a costa de un mínimo desembolso. Son grandísimos expertos en fisiognomía, al punto de retirarle el habla a alguien porque no tiene barba en las mejillas, a otro porque no tiene pelo en el pecho y a uno más porque no tiene líneas bien marcadas en la cabeza; son quirománticos maravillosos y, en Goa, uno de ellos de aquí me predijo que no amasaría mucho dinero, y preguntándole dónde lo veía, me hizo juntar los dedos de la mano y me mostró que entre uno y otro, estando así juntos, seguían muy abiertos. No pude no reír, pareciéndome que de aquí podía provenir aquel proverbio que nosotros decimos sobre el que no sabe hacer suyo nada al extremo que el dinero se le cae entre los dedos.
He ido de una cosa a otra, ya sea por la dificultad que hay en averiguar sus asuntos o porque la materia en sí es tan variada y posee tantos detalles de poco orden el uno con el otro, que hablar de una sola cosa extensamente es casi imposible. Cuando el tiempo me permita comprender con mayor fundamento algo de casos como estos, le escribiré a vuestra ilustrísima señoría más largamente. Entretanto, le suplico de nuestro Señor Dios cada felicidad.
Humildísimo servidor
Para Bernardo Davanzati13
Florencia
Cochín, 22 de enero de 1586
El árbol llamado cadira,14 con cuyos leños los indios hacen el cato, crece libremente en toda la costa de la India y en abundancia en Cambay.15 Tiene unas barbas muy gruesas y su tronco se asemeja al del ciruelo y el almendro, etc.; sus ramas son desiguales y crecen tanto hacia arriba como a los lados, y de ellas brotan espinas parecidas a las de las zarzas que dan las moras en nuestros setos. Las hojas son de un verde claro, finas y pequeñitas y se asemejan a las del abeto, unidas a pequeños tallos de tal modo que al juntarse forman una especie de ángulo agudo y no una superficie plana; sobre ellas nacen unos frutos redondos y rojizos que, si bien son muy pequeños, cubren toda la hoja a lo largo y son ácidos al gusto. La corteza del árbol es áspera y agrietada, de un tono rojizo por dentro, y entre esta y el tronco hay una cáscara muy delgada, casi de color amarillo, y la médula del tronco tira al rojo, mientras que la parte exterior tiene un tono parecido al de la cáscara más delgada. La materia es extremadamente densa, y cortada de manera transversal se rompe como la del leño santo, y es tan pesada que si se le pone en agua se hunde. Cuando está fresco, el árbol tiene un olor fuerte parecido al del laburno; el sabor de la médula revela lo amargo que será después su extracto y cuán astringente es, pero ni un sabor ni el otro se sienten tanto como se sienten después en esa sustancia suya que los indios llaman cato, la cual, según Garzia d’Orta y Cristóbal d’Acosta, corresponde al lycium de Dioscórides, como parece que se puede afirmar por las notas que de este se conocen.16
El susodicho tronco es preparado de la siguiente manera. Se le corta en pedazos pequeños, se le macera sobre la piedra de los pintores y se ponen a cocer dos libras en […]17 libras de agua por un lapso de 24 horas; a continuación se le cuela por completo y se le pone a cocer de nuevo hasta que adquiere una consistencia más dura que la de la miel y más suave que la de la cera; luego, la sustancia es sellada y se forman con ella los llamados trocisci,18 negros por fuera y de un tono oscuro rojizo por dentro. De estos, se pone en la boca la cantidad de una media avellana, se disuelven con la humedad, sin masticarlos en absoluto o sentirlos crujir, que es señal de pureza. Su sabor, de un amargo no desagradable al gusto, tiene un toque dulzón y es astringente con tanta fuerza que se resiente en la lengua y desde el paladar hasta la boca del estómago. Así escribió el Propietario19 gentil acerca de las virtudes del árbol cadira: “El cadira es amargo y agrio, consume la flema y la cólera, elimina el malestar y la tos. Sirve para las inflamaciones que aparecen en cualquier miembro, cura la roña y la lepra, y purifica la sangre; y si bien es remedio contra muchos otros males, su mayor virtud es servir de remedio contra la sangre putrefacta”. Las virtudes del cato son las mismas, con la excepción de que, al ser la esencia del tronco, produce todos los efectos apenas mencionados con mayor vehemencia. Y habiendo discutido muchas veces con un médico gentil sobre este medicamento y sobre la manera de usarlo, aun cuando prácticamente todo está contenido en aquello que sobre él ha dicho el Propietario, no quiero dejar de señalar algunas cosas. Tanto los oriundos de Malaca20 como los chinos, a quienes se les envía una gran cantidad, lo mastican con yeso y con betel en lugar de areca o avellana índica; pues al desprender las flemas superficiales de toda la cavidad bucal, impide la generación de pudrimiento, fortalece las encías y elimina los gusanos que crecen en los dientes, quita el dolor y produce un buen aliento. Si se pulveriza y se mezcla una dracma21 en tres onzas de agua simple, que es el jarabe común en el que dan todos los medicamentos, detiene cualquier tipo de flujo, fortifica el estómago, impide el vómito, y se proporciona con maravilloso resultado a quienes escupen sangre y alivia casi de inmediato el efecto nocivo de los purgantes. Si se le toma como se indicó antes por un lapso de quince días, cura la roña, y si se le continúa tomando durante 50 [días], purifica de la lepra, absteniéndose los enfermos de alimentos húmedos, ácidos y salados. Escribió Dioscórides que el lycium, sirve contra la mordida de perros rabiosos; [pero] de este accidente no tienen en la India casi ningún conocimiento pese a que la región es muy cálida, por lo que no es una sorpresa que, aun cuando casi todas las virtudes del cato coincidan con las que Dioscórides atribuye al lycium, no se hable en la India de esta que es tan importante. Con la decocción de tres onzas de este cato hervido en una garrafa de agua, las comadronas lavan el vientre femenino después del parto con el fin de reducirlo una cantidad moderada. El citado Propietario es un doctor gentil muy antiguo que escribió en estas regiones en materia de Simples22 y a quien llaman Niganto.23 Analizó más de 3 000 plantas con la misma brevedad con la que se ha transmitido [el texto], y toda esta obra está en verso, y los dichos suyos sobre esta materia y los de otros médicos que son estudiados por ellos son sentencias comunes que han sido compiladas y que una vez al alcance de ellos poseen autoridad sin contradicción; y muchas de ellas fueron deducidas por Hipócrates o las de Hipócrates deducidas por estas gentes, como ellos presumen, exhibiendo memorias muy antiguas que en otros tiempos supieron más que hoy. Entre otros, vi un capítulo sobre aquella definición de la medicina Adjectio et ablatio,24 presentado con mucho método, mostrando la pertinencia de dicha definición al margen de todas las curas que se hacen, comenzando con los lavativos purgativos y discurriendo por todas las demás. Sus ciencias están escritas todas en una lengua que ellos llaman sánscrito, que quiere decir bien articulada, de la cual no se tiene memoria cuándo fue hablada [por primera vez], pese a tener (como yo digo) memorias antiquísimas. La aprenden como nosotros la griega y la latina, y les toma muchísimo más tiempo, pues la consiguen dominar en seis o siete años, y tiene la lengua actual muchas cosas en común con aquella, en la cual hay muchos de nuestros nombres, en particular los números 6, 7, 8 y 9, Dios, sierpe y muchos otros.25 Sobre sus doctores escribió Plinio refiriéndose [a ellos] como filósofos (Plinio 1624: 7.2). Y Heródoto, escritor antiguo, habla de estos brahmanes y de sus costumbres (Herodoto 1979: 98-106); así que no hay que mofarse de su opinión de que la ciencia haya surgido aquí. Les maravilla verme preguntarles sobre muchas de estas cosas, pues nunca jamás les había sucedido, y cuando escuchan tratar sobre alguna cosa con método y según sus principios se miran fijamente a los ojos el uno al otro como se observa a quien adivina. Se necesitaría haber venido aquí a los 18 años para volver con algún conocimiento de estas cosas hermosísimas.