Palabra acerca del nacimiento de Siyawajsh
De este mundo no había pasado mucho cuando el color de aquella espléndida primavera cambió. Le dijeron al rey Kawús: “La luna afortunada te ha bendecido: ha sido creado un niño venturoso, ahora ¡hay que subir el trono hasta las nubes!16 Ha nacido de ella, como una parí, un niño cuyo rostro se parece a los ídolos de Azar”.17 Todo el mundo hablaba de aquel pequeño, porque nadie había visto jamás tal rostro y tal cabellera. El rey le dio como nombre Siyawajsh18 y dividió por él la rueda giratoria.19 Como él conocía las cuentas del alto cielo, y sabía leer en él lo bueno, lo malo, el cómo y el cuánto, vio que era nefasta la estrella de aquel niño y al ver dormida su fortuna, se entristeció. Vio que sufriría a manos de buenos y malos, y lo encomendó al Creador.20 Así pasaba el mundo hasta que un día Tahamtán21 vino ante el rey y le dijo: “Debo ser yo quien críe a este niño de pecho, ya que tus nanas no tienen la madera, no hay en el mundo mejor nodriza que yo”. El rey reflexionó largo rato y vio que esta idea no pesaba sobre su corazón. Al niño que era sus ojos y su corazón, se lo dio a Rostam, el afable héroe buscador del mundo. Tahamtán se lo llevó a Zabolestán y le hizo un sitio en el jardín de flores. Le enseñó el qué, el cómo y el cuánto de la equitación, del uso de la flecha, el arco, la soga, las riendas y la montura, del comportamiento en las fiestas, del beber vino, de los halcones y los leopardos de caza, de la justicia y la injusticia, de la corona y el trono, de la conversación, de la guerra y la dirección de la tropa. Le enseñó todas las artes y mucho sufrió hasta que el árbol dio frutos. Siyawush se convirtió en un héroe tal que nadie en el mundo lo superaba.
Cuando pasó un tiempo y él se hizo más alto, fue con una soga hacia el cuello del león: le dijo al venturoso Rostam: “Necesito ver al rey. Tanto has sufrido y el cuerpo has desgastado para enseñarme las artes de los reyes. Ahora mi padre debe ver las artes que me ha enseñado el héroe de cuerpo de elefante”. El héroe de corazón de león preparó el viaje: hizo cabalgar a sus enviados a todas partes para que trajeran caballos, siervos, plata y oro, el sello, el trono, el sombrero22 y el cinturón.23 De lo que se debe vestir, de lo que se debe tender, trajo de todas partes lo que se debe traer. Si de todas estas cosas algo faltaba en el tesoro de Rostam, mandó que rápido lo trajeran de otros lados del mundo. Así lo encaminó y la tropa puso sus ojos sobre Siyawush. Tahamtán lo acompañó para que el guerrero no estuviera triste. Como deseaban contentar al renombrado, ornamentaron el mundo como es debido: mezclaron el oro y el ámbar y desde la cúpula lo arrojaron sobre su cabeza. El mundo se llenó de alegría y riquezas y las puertas, los techos y las calles, estaban todos adornados; bajo los cascos de los caballos tazíes, sonaban las monedas, y en todo Irán no se veía ni una sola persona que estuviera triste; de un extremo a otro, las crines de los caballos estaban untadas de almizcle, vino y azafrán.
Cuando Kawús se enteró de la llegada del bienaventurado Siyawajsh, ordenó que Giv y Tus, al frente de la tropa, fueran a recibirlo con alegría, elefantes y tambores. Se reunieron todos los renombrados: por un lado, Tus, y, por el otro, Rostam de cuerpo de elefante. Deslizándose, fueron ante el rey; pues iban acompañando a un joven árbol repleto de frutos.24 Cuando se acercó al palacio del rey Kawús, se levantó bullicio y le abrieron camino. En cada esquina, 300 siervos, con incensarios que desprendían agradables aromas, esperaban con los brazos cruzados,25 mirando a Siyawajsh de espíritu libre, entre ellos. Le arrojaron mucho oro y joyas y lo alabaron.
Cuando vio a Kawús en el trono de marfil, portando en su cabeza una corona de brillantes rubíes, primero lo alabó y se prosternó ante él: contando sus secretos a la tierra por un largo tiempo.26 Luego se acercó al rey; él lo abrazó, le preguntó por Rostam, lo acarició y lo sentó en el trono de turquesa. Estaba tan maravillado de verlo que no paraba de elogiarlo como a los grandes y bendecir su alta estatura y su far.27 Vio que bajo la sombra de su protección importantes sucesos ocurrirían: a su tan corta edad era muy sabio, como si de su alma emanara sabiduría. Cantó alabanzas al Creador del universo, frotando el rosto contra la tierra. Hablaba con el Creador del cielo, con el Dueño de la inteligencia y el amor: “Todo lo bueno de este mundo viene de Ti, ante todo Te doy las gracias por este hijo”. Los nobles de Irán, alegres, fueron ante el rey con obsequios. Quedaron deslumbrados por el far de Siyawush y alabaron al Tenedor del mundo. Ordenó a los valientes guerreros que se ciñeran el cinturón de servirles a los nobles iranios. En su palacio, en su jardín y su recinto, un mundo volvió su rostro hacia la alegría. En cada lugar, hicieron una fiesta, mandaron llamar a los músicos, trajeron instrumentos y vino. Ordenó celebrar tal fiesta que ningún soberano del mundo antes que él lo había hecho así. Durante una semana, así estuvieron contentos. En el octavo día, abrió los tesoros y de cada cosa le dio lo mejor a Siyawajsh: de sellos, espadas, tronos y sombreros de reyes, de caballos tayikos con montura de piel de leopardo, de vestimenta de guerra28 y armaduras, de monedas, de sedas y joyas. De todo, menos cascos, porque era todavía un niño, y una corona así no le era apropiada. Se los brindó y le dio esperanzas y buenos augurios.
Por siete años lo puso a prueba, y vio que en todo mostraba ser un biennacido. En el octavo año ordenó que le dieran una corona y un cinturón de oro y la tierra de Kavarstán. Según las costumbres de los soberanos y la far de reyes, escribieron un decreto sobre seda por el cual el rey le daba la tierra de Kavarstán, pues él merecía la riqueza y la grandeza. Kavarstán era anteriormente el nombre de la tierra que hoy llamamos Mavara ul-nahr.29
Palabra acerca del enamoramiento de Sudavé de Siyawajsh
Cuando Sudavé30 vio el rostro de Siyawush, se aturdió y su corazón se incendió. Adelgazó tanto que parecía un hilo, un trozo de hielo puesto ante el fuego. Le envió un mensajero para que le dijera: “No sería extraño si de repente aparecieras en el serrallo del rey”. Él le mandó responder: “No soy hombre de serrallos. No me busques, no soy engañoso”. Al otro día, cuando cayó la noche, Sudavé fue ante el rey de Irán con suaves andares y, ligero, le dijo: “¡Oh, rey, dueño del ejército! La luna y el sol no han visto a nadie como tú, y en la tierra no ha visto nadie a alguien como tu hijo. ¡Alégrese el mundo por esta unión! Envíalo a tu serrallo, a donde están sus hermanas. Todas ellas, de caras veladas, tienen el corazón lleno de sangre y el rostro lleno de lágrimas por su amor. Lo adoraremos y le ofreceremos regalos, haremos que el árbol de la admiración se llene de frutos”. El rey le respondió: “Es merecida esta palabra. Tú lo quieres con el amor de cien madres”.
El dueño del ejército llamó a Siyawajsh y le dijo: “Uno no puede ignorar el amor de quienes son de su sangre y sus raíces. Tras la cortina de mi serrallo, tienes hermanas, y a Sudavé como a una amorosa madre. El puro Creador del universo te creó de tal modo que quien te vea se queda prendado de ti, especialmente los que tienen lazos de sangre contigo. ¿Cómo se sentirán si te ven solo de lejos? Ve a ver a las veladas tras la cortina y quédate un rato para que te halaguen”. Cuando Siyawush escuchó las palabras del rey, fijó su mirada en él. Reflexionó con el corazón durante un tiempo e intentó lavarlo de cualquier polvo. Pensó que su padre quería ponerlo a prueba para conocer sus intenciones: “Es sabio, elocuente, inteligente, ve con los ojos del corazón y sospechaba de mí. Si entro en su serrallo, hablarán mal de mí a causa de Sudavé”. Siyawajsh respondió: “El rey me ha otorgado el decreto, el trono y el sombrero para gobernar aquel lugar donde el alto sol al salir enaltece la tierra.31 No hay rey que tenga tu talante y tu sabiduría ni que esté como tú sobre el camino recto. Hazme sabio con los eruditos, los nobles y los experimentados, o batiendo a los de mal pensamiento, armado de lanza, maza, arco y flecha, o en el trono de reyes, en los ritos de recibir a la gente y las costumbres de celebración, de música y de beber vino. ¿Qué puedo aprender en el serrallo del rey? ¿Desde cuándo dirigen a la sabiduría las mujeres?32 Pero, claro, si el rey me lo ordena, lo correcto será obedecerlo”. El rey le dijo: “¡Alégrate, hijo mío! ¡Que seas siempre origen de sabiduría! Pocas veces son escuchadas palabras tan virtuosas: quien las escucha crece en conocimiento. No dejes que malos pensamientos entren en tu corazón, disponte a la felicidad y sepárate de la tristeza”. Siyawush respondió: “Vendré al amanecer y haré lo que ha dicho”.
Había un hombre llamado Herzbad, de corazón pulido y lejos del mal. Él tenía la llave del serrallo y jamás lo desatendía. El dueño del ejército le dijo así al veterano: “Cuando el sol desenvaine su espada,33 ve ante Siyawush con la mente abierta y haz lo que te ordene. Dile a Sudavé que le obsequie joyas, almizcle y fragancias, y que sus hermanas y las siervas le arrojen peridotos y azafrán”.
Cuando el sol asomó la cabeza por la montaña, Siyawush fue ante el rey. Lo alabó y se prosternó ante él y el dueño del ejército le habló en oculto. Cuando habían terminado, llamó a Herzbad y le dijo lo que era necesario. Luego le habló a Siyawajsh: “Ve con él y engalana los corazones de quienes te volverán a ver”. Se fueron juntos con el espíritu alegre y el corazón sin tristezas.
Cuando Herzbad apartó la cortina de la puerta, Siyawush temblaba por temor a la maldad. Repletas de alegría y celebrando, todas las mujeres vinieron a recibirlo. De un extremo a otro había copas llenas de almizcle, azafrán y monedas de oro. Arrojaron monedas bajo sus pies, mezclándolas con peridotos y ágatas. El suelo estaba cubierto de sedas de China y repleto de perlas de Jushab.34 Había vino, música y cantores, todos llevaban gravosos tocados en la cabeza. El serrallo era un ornamentado paraíso, repleto de bellos rostros y riquezas. Al entrar al iwán,35 Siyawush vio un brillante trono dorado, adornado con turquesas y majestuosamente engalanado con seda. Sudavé, de rostro de luna, estaba en él como un paraíso de colores y fragancias: sentada como la brillante estrella de Yemen, con su ondulada cabellera almizclada que le llegaba a los pies y una alta corona en la cabeza. Una sierva, con la cabeza postrada, estaba de pie a su lado portando un par de zapatos dorados en la mano.
Al pasar Siyawush tras el serrallo, ligera bajó Sudavé del trono. Deslizándose con gracia se acercó y se prosternó ante él. Luego lo abrazó largo rato, le besó largamente los ojos y el rostro y no dejaba de mirarlo mientras decía: “¡Cien veces gracias al Creador! Lo alabo día y noche36 porque nadie tiene un hijo como tú, ni el rey mismo tiene otros parientes semejantes a ti”. Siyawush supo cómo era aquel amor: un cariño lejos del camino del Creador. Fue rápidamente hacia sus hermanas, pues ahí no era donde deseaba estar. Las hermanas lo halagaron y lo sentaron en el trono de oro. Tras pasar un largo tiempo con sus hermanas, deslizándose lentamente fue hacia el trono real. El serrallo se llenó de palabras: “¡Qué cultas cabeza y corona! ¡Es como si no fuera un ser humano! ¡De su alma emana sabiduría!” Siyawajsh fue ante su padre y le dijo: “En tu oculto serrallo vi que posees todo lo bello que hay en el mundo, no tienes razones para quejarte ante el Creador. Tus tesoros, tu armamento y tu palacio superan aquellos de los reyes Yam, Fereydún y Hushang”.37 El rey se alegró por sus palabras. Ordenó que adornaran el iwán como verde primavera y trajeran vino, barbat y ney,38 y así liberaran de todo su corazón.
Cuando el día oscureció y la noche llegó rotando, el renombrado rey entró en su serrallo. Buscó a Sudavé y le dijo: “No debes ocultarme este secreto: cuéntame de los modales y los pensamientos de Siyawush, de su mirar, de su hablar y de su figura, ¿te agradó? ¿es sabio? Si es así, ¡que nadie lo sepa!” Sudavé respondió: “El sol y la luna no han visto a nadie como el rey en todo el espacio. ¿Quién hay en el mundo como tu hijo? ¿Por qué hablar de él a escondidas?” El rey le dijo: “Llegará a ser hombre y no deben verlo malos ojos”. Sudavé dijo: “Si el rey acepta mi palabra y concuerda con mi opinión de darle como esposa a alguien de su propia sangre y no de otros valientes soberanos, para que su hijo sea igual a él entre todos los valerosos, le diré que ‘Yo tengo hijas parecidas a ti, hijas de tu semilla, puramente unidas a ti’; y si prefiere a alguien de la semilla de Kay Arash y Kay Pashín,39 ellas serán felices de ser las elegidas”. Él respondió: “Esto es lo que también deseo, pues al final la grandeza estará a mi nombre”.
Al caer la noche, Siyawush fue ante el rey, ensalzando su corona y su posición. El padre habló al hijo en secreto, ocultando la palabra a los extraños. Le dijo: “Al Creador del universo solo le pido un deseo oculto: que, de ti, tu nombre quede de recuerdo y de tu linaje venga un rey al mundo, para que del mismo modo que yo me siento renovado al verte, se te alegre el corazón a ti al verlo a él. La estrella de los sabios, según la palabra de los sacerdotes astrólogos, ha dicho que de tu espalda40 habrá un rey a quien todo el mundo siempre recordará.41 Ahora mira tras la cortina del serrallo de Kay Pashín y elige a una de las ilustres, y también hay nobles doncellas del linaje de Kay Arash, tú busca y elige a quien quieras”. El hijo respondió: “Soy siervo del rey y me someto a sus órdenes y decisiones. Quien él elija para mí, está bien, pues el tenedor del mundo es el rey de sus siervos. Sudavé no debe escuchar esto porque lo contradirá y no lo aceptará. Estas palabras no le conciernen a Sudavé y yo no tengo nada que hacer en tu serrallo”. El rey, que no advertía el agua oculta bajo la paja,42 se rió de las palabras de Siyawush y le dijo: “Tú debes elegir a tu esposa. No te preocupes por ella y por lo que la gente pueda decir. Ella habla por cariño y quiere cuidar de ti”. Siyawush se alegró de oír estas palabras y su mente se liberó de la preocupación. Alabó al rey y se prosternó ante su trono. Pero para sus adentros estaba pensativo e inquieto a causa de la engañosa Sudavé. Sabía que esto también era idea suya y deseaba desgarrarse la propia piel.
La noche pasó también por esta historia y el cielo dejó atrás la oscura esfera. Sudavé, alegre, se sentó en el trono. Colocó en su cabeza un tocado de oro y rubíes y luego, la de cara de luna, le dijo a Herzbad: “Ve y dile a Siyawush: ‘debes tomarte la molestia de venir y mostrarme el ciprés de tu estatura’ ”. Siyawush vino ante ella, deslizándose lentamente. Vio aquel trono y aquel tocado. Junto a ella estaban de pie jóvenes ídolos y parecía que el palacio y el serrallo eran el paraíso mismo. Sudavé, con el rostro y la cabellera adornados con joyas, bajó del trono y se acercó a él. Siyawajsh se sentó en el trono dorado y Sudavé se detuvo a su lado con los brazos cruzados. Presentó al joven rey a los ídolos que parecían gemas jamás talladas, y le dijo: “Mira este trono y este espacio, a las muchas siervas con tocados de oro, y a las jóvenes ídolos erguidas que no han madurado todavía y a quienes el Creador ha hecho de pudor y gracia. Dime quién te gusta y mira su cuerpo y rostro”. Siyawajsh miró un poco. Ninguna de ellas apartaba de él los ojos; decían entre sí: “Ni la luna resistiría mirar a este rey”. Se fueron hacia sus tronos murmurando y maldiciendo su propia fortuna.43
Cuando ellas se fueron, Sudavé inquirió: “Dime las palabras ocultas en tu interior. ¿No me dices cuál es tu linaje? Pues en tu rostro está la far del rostro de las parí. Todo aquel que te divise de lejos, pierde la consciencia y te elige a ti. Mira estas bellas caras con el ojo de la sabiduría y ve cuál de ellas te conviene”. Siyawush se quedó callado y no respondió. Su puro corazón empezó a recordar: “Que mi puro corazón tenga que sollozar es preferible a elegir esposa entre los enemigos. He oído del más renombrado de los héroes las historias de Hamawarán, de lo que hicieron con el rey de Irán y de cómo desgastaron a los valientes iraníes.44 Siendo la tramposa Sudavé su hija, tampoco querrá que mi linaje siga teniendo médula y cáscara”.45 Como Siyawush no abrió la boca para responder, la de cara de parí se quitó el velo del rostro46 y le dijo: “El sol y la luna han aparecido juntos en el palacio y no es sorprendente que, teniendo el sol a tu lado, desprecies la luna. No me sorprende que, al verme a mí, sentada en el trono de marfil y llevando en la cabeza una corona de rubíes y turquesas, no mires a las lunas y de ellas nadie te parezca buena. Si ahora te comprometes conmigo, no vuelves de tu promesa y dejas de preocuparte, haré que una joven doncella esté a tus pies como tu sierva. Hazme un juramento y no rechaces mi palabra. Cuando el rey se marche de este mundo, tú me quedarás de él como recuerdo, no permitirás que me llegue daño alguno y me valorarás como él lo hace. Ahora estoy aquí ante ti, dispuesta a darte mi cuerpo y mi luminosa alma. Te daré todo lo que me pidas, no trataré de salvarme de tu red”. Luego, tomó su cabeza en las manos y sin miedo ni vergüenza le dio un amplio beso.
Por vergüenza, el rostro de Siyawush se volvió una roja flor y adornó sus pestañas con cálidas lágrimas de sangre. Le dijo a su corazón: “¡Que el Guardián del universo me proteja de la obra del Div!47 No traicionaré a mi padre ni me acercaré a Ahrimán. Si le digo frías palabras a esta desvergonzada, su corazón se calentará de ira y hervirá: recurrirá a una oculta hechicería y al rey del mundo a ella someterá. Es mejor que le hable con voz suave y la mantenga tranquila”. Entonces Siyawajsh le dijo a Sudavé: “En este mundo, tú no tienes semejantes. Te pareces a la media luna y solo el rey te merece. Me bastaría con tu hija y no deseo otra compañera que ella. Ten esto en cuenta y díselo al rey de Irán y mira a ver qué contesta. Quiero comprometerme con ella, pero te prometo que esperaré hasta que crezca y tenga mi edad y hasta entonces no me fijaré en nadie más. Y respecto a tu pregunta acerca de mi rostro, que unió tu alma con mi cariño, te digo que el Creador me creó de su propia far, me formó y protegió bajo Sus alas.48 No reveles este secreto y no se lo cuentes a nadie, solo deseo que esta palabra se mantenga oculta. Tú eres la cabeza de las mujeres y soberana, creo que eres como una madre para mí”.
Al llegar Kay Kawús al serrallo, Sudavé lo vio y fue ante él: mencionó lo que Siyawush había hecho y le dio al rey buenas noticias: “Vino y miró en el iwán a todos los ídolos de ojos negros que había reunido. Por la presencia de tantos bellos rostros en el iwán, parecía que de la luna surgía el sol. Le agradó solo mi hija y ninguna otra bella le gustó”. El rey se alegró tanto de aquellas palabras que parecía estar junto a la luna. Abrió la puerta del tesoro y dispuso muchas joyas, telas de seda, cinturones de oro, tocados, coronas, anillos, tronos y gargantillas de guerreros. Arregló un tesoro de todas las cosas: era un mundo de riqueza.
Sudavé quedó atónita, tramando en su interior malos pensamientos: “Si él no me obedece, permitiré que mi alma abandone mi cuerpo. Buscaré todas las buenas y malas soluciones que existen en el mundo, descubiertas o escondidas, y si se resiste a mí, lo acusaré ante todos”. Se sentó en el trono, con aretes y un colorido tocado y mandó llamar al valiente Siyawajsh. Le habló de todo, diciéndole: “El rey ha dispuesto un tesoro sin igual: innumerable en todas las cosas, tanto que para cargarlo se necesitarían 200 elefantes. Quiere darte a mi hija como esposa; pero mira mi rostro, mi cabellera y mi tocado, ¿qué excusa tienes para darle la espalda a mi amor, a mi semblante y estatura? Desde que te he visto, me siento encadenada, estoy afligida, agitada y alborotada. Siento tanto dolor que el día me parece oscuro, como si el sol se hubiera vuelto lapislázuli. Hace ya siete años que el amor [que siento] me hace derramar lágrimas de sangre. Hazme feliz, a escondidas, y otórgame juventud. Te daré un tesoro mayor a lo que el rey ha dispuesto. Pero si desobedeces mis órdenes y tu corazón no se inclina al compromiso [que te propongo], destruiré tu reinado y haré que tu rostro parezca oscuro a los ojos del rey”. Siyawush le respondió: “¡Que no llegue nunca el día que entregue mi cabeza al viento a causa del corazón, el día que traicione así a mi padre y me aleje de la sabiduría y la hombría! Tú eres la dama del rey y el sol del palacio; es merecido que no cometas pecado tal”. [Sudavé] se levantó del trono, hostil y airada, lo agarró y le dijo: “He revelado ante ti el secreto de mi corazón, ocultándolo a quienes te desean mal. Quieres delatarme, sin razón, y humillarme ante los sabios”. Con sus propias manos se desgarró la ropa y rasguñó sus mejillas con las uñas. Del serrallo se levantó bullicio: sus gritos llegaron del iwán a la calle. El palacio y el iwán desprendían hervor, como si fuera la noche de la Resurrección.
La noticia llegó a los oídos del dueño del ejército. Preocupado, bajó del trono de reyes y fue rápidamente del trono de oro hacia el serrallo. Cuando llegó y vio el rostro arañado de Sudavé y halló el palacio lleno de habla, preguntó a todos y su corazón se encogió: no sabía de lo que tramaba aquella de duro corazón. Sudavé sollozó ante él, derramó lágrimas y se arrancó los cabellos, y dijo: “Siyawush vino a mi trono, riñó conmigo y me sujetó con firmeza, diciendo: ‘Mi corazón y alma están repletos de amor por ti, ¿por qué huyes de mí, tú, de bello rostro? No quiero a nadie excepto a ti, y tú debes aceptar mi palabra’. Arrancó mi tocado de mi almizclada cabellera y desgarró así mi vestimenta”. Al oír aquellas palabras, el rey se angustió y se dispuso a descubrir la palabra [de la verdad]. Dijo en su corazón: “Si ella dice la verdad y no está buscando hacer maldad, habrá que cortarle a Siyawajsh la cabeza; esta será la solución”. ¿Qué dirían los sabios ahora? Que lo vergonzoso de esta historia tiñe de sangre el sudor.
[El rey] despidió a los que estaban en el serrallo, a los sabios y a los siervos. Se quedó solo en el palacio y llamó ante sí a Siyawajsh y a Sudavé. Con inteligencia y sabiduría, le dijo a Siyawajsh: “No debes ocultarme el secreto. Esto no es culpa tuya; de mí vino la equivocación; estoy afligido por haber pronunciado palabras dañinas: ¿por qué te envié al serrallo? Ahora, mía es la tristeza, y tuya la traición. Busca la verdad y dime: ¿cómo discurrió la palabra? ¡Da la cara!” Siyawush le contó aquello que había sucedido y por lo cual Sudavé estaba enfurecida. Sudavé dijo: “Esto no es cierto. De entre todos los ídolos, él solo deseó mi cuerpo. Le hablé de todo lo que el rey del mundo quería darle abiertamente y a escondidas: de mi hija, de la corona y las riquezas, de las monedas y del tesoro dispuesto. Le dije que yo estaba totalmente de acuerdo con darle todo lo bueno a mi hija. Me dijo que no le importaban las riquezas y que no deseaba ver a mi hija: ‘Solo te deseo a ti’, dijo, ‘¡sin ti no me sirven las riquezas ni [me importan] las personas!’ Quiso atraparme y hacerme aquello que se hace, me agarró con fuerza con sus manos. Como no le obedecí, me arrancó los cabellos y rasguñó mi rostro. ¡Oh, rey del mundo! Tengo en mi vientre a un hijo de tu semilla y estuvo a punto de morir de tanto que sufrí; el mundo se me había hecho oscuro y estrecho”.
El rey se dijo a sí mismo: “Sus palabras no me sirven de nada. No hay que apresurarse, pues la tristeza adormece la sabiduría. Primero, hay que mirar bien; el corazón dará fe de la verdad. Veré quién de los dos es culpable y merece castigo”. Como solución para aquella nueva indagación, Kawús olió primero las manos de Siyawush, sus brazos, todo su cuerpo de ciprés. [Luego] encontró en Sudavé olor a vino, almizcle puro y agua de rosas. No halló en Siyawajsh estos olores: no había en él señas de haberla tocado. Se entristeció y despreció a Sudavé, afligió el corazón a causa de ella. Le dijo a su corazón: “Ahora hay que cortarla a ella en trozos con una afilada espada”. Entonces temió, [primero], que la voz del dolor alzara revueltas en Hamavarán. Segundo, recordó que cuando estaba apresado y no se hallaba con él ninguno de sus allegados, Sudavé había sufrido día y noche sin abrir los labios [a una queja]. Tercero, pensó que su corazón estaba repleto de amor por ella y que debía alejar de ella cualquier mal. Cuarto, que tenía hijos pequeños con ella y que no se debe menospreciar la tristeza de los pequeños. Siyawajsh era inocente y el rey sabía de su sabiduría. Le dijo: “¡No te preocupes! ¡Busca la inteligencia, la clarividencia y el conocimiento! ¡Olvida lo sucedido y no lo cuentes a nadie! No vaya a ser que esta palabra se tiña de más colores y aromas”.
Cuando Sudavé supo que había sido degradada y que no había podido convencer el corazón del rey, buscó una solución para aquella maldad, plantando un nuevo árbol de rencor: había con ella una mujer en el serrallo, sabedora de hechicería, conjuros y magia; estaba embarazada y debido a la carga que llevaba en su vientre no podía caminar bien. [Sudavé] le reveló su secreto y le pidió ayuda, diciendo: “Primero quiero que me hagas una promesa”. Cuando obtuvo el compromiso, le dio mucho oro y le dijo: “No develes esta palabra a nadie. Confecciona una pócima para que bajes tu carga y te vacíes. Y no me delates. Quizá gracias a tus hijos, mi engaño y mentira se aviven. Le diré a Kawús que son mis hijos, muertos por el ataque del malvado Ahrimán. Quizá así consiga culpar a Siyawush. Ahora vete y busca la solución. Si el rey no me escucha, mi honra se oscurecerá y quedaré lejos del trono”. La mujer le contestó: “Soy tu sierva; obedeceré todas tus órdenes”.
Al oscurecerse la noche, la mujer tomó la pócima y abortó a los hijos de Ahrimán: dos hijos que parecían hijos de los div, pues ¿cómo podrían ser si su linaje era de hechiceros?49 [Sudavé] trajo una jofaina de oro, llamó a su cuidadora y le contó sus intenciones. Puso en ella a los hijos de Ahrimán, lanzó un alarido y arrojó su cuerpo al lecho. Escondió a la mujer y se acostó: sus gritos llegaron hasta el palacio. Todas las siervas que había en el iwán fueron rápidas ante Sudavé. Vieron a dos niños muertos en una jofaina, y sus alaridos llegaron desde el iwán hasta Saturno. Cuando Kawús oyó los gritos que venían del iwán, tembló en sueños y abrió los oídos. El rey preguntó y le contaron lo que le había sucedido a la de bello rostro. Se entristeció, pero aquella noche no dijo nada. Al alba, se levantó y fue abatido a donde estaba Sudavé. La halló dormida y encontró el serrallo alborotado; vio a aquellos dos niños en la jofaina de oro: muertos50 y tirados ahí indignamente. Sudavé llovió agua de los ojos y le dijo: “¡Mira claro el sol!51 Te dije las maldades que él había cometido, pero confiaste en las palabras de él”.
El corazón del rey Kawús se tornó desconfiado, se fue y estuvo lleno de preocupación largo rato. Se decía: “¿Cómo encontrarle a esto un remedio? No es merecido que le sea fácil al corazón.52 Entonces, el rey Kawús buscó a todos aquellos que leen las estrellas. Los mandó llamar de todas partes y los sentó en el trono de oro. Les habló infinitamente acerca de Sudavé y la batalla de Hamawarán, para que conocieran su situación y deslizaran su compás con sabiduría.53 También les habló dilatadamente de aquellos niños y sacó lo oculto de su interior. Todos tomaron sus planisferios y astrolabios y dedicaron una semana a la tarea. Finalmente dijeron: “¿Cómo puede ser que donde han impregnado de veneno haya vino?54 Estos dos niños son de otro padre, no de la espalda del rey ni de esta madre. Si fueran de esencia de reyes, sería fácil determinarlo con el planisferio. Lo sorprendente es que las señas del hombre humilde no se ven ni en el cielo ni en la tierra.55 En secreto, le hablaron al rey de la estrella de la impura mujer malvada. Kawús lo mantuvo oculto y no se lo contó a nadie, lo tuvo encubierto en su interior. Así transcurrió una semana más y la copa del mundo se colmó por la hechicería.56 Sudavé se quejó y reclamó justicia al rey del mundo, diciendo: “Estoy de acuerdo con el rey si me debe hacer daño o alejarme del trono y del palacio, pero mi corazón se tuerce tanto por el dolor de mis hijos muertos que deseo arrancarme la cabeza del cuerpo”. El rey le dijo: “¡Tranquila, mujer! ¡No veas solo el hoy, ve el fin!”57 Luego ordenó a sus guardias diurnos para que se encaminaran y buscaran en toda la ciudad y trajeran ante él a la mujer malhechora [que había abortado]. Encontraron señales de ella ahí cerca, arrastraron a la pobre mujer por el camino y la llevaron ante el rey, humillándola. Hasta los mayores se apresuraron a ver. El gran soberano le preguntó con amabilidad [acerca de lo sucedido], le dio esperanzas y le prometió buenos días, pero ella no confesó y no convenció al rey. Entonces, la ató y la pegó y dijo a sus guardias: “¡Sáquenla de aquí y busquen una solución! Si no confiesa, cortadla a la mitad, como mandan las costumbres y los ritos de reyes”. Sacaron a la mujer del palacio y le hablaron de la espada, la horca y el calabozo. La hechicera respondió: “Yo soy inocente, ¿qué puedo decir ante el soberano?” Le contaron al rey lo que la mujer había dicho: solo el Creador del mundo sabe lo oculto. Llamó a Sudavé ante sí y le reveló lo que habían determinado los astrólogos: “Estos dos niños se parecen a la mujer hechicera y son hijos de Ahrimán”. Sudavé de nuevo respondió: “Ellos saben más secretos que esto, ocultan más palabra en su interior, pero no pueden decir nada por Siyawush: por el temor al comandante de cuerpo de elefante, hasta los leones tiemblan, porque tiene la fuerza de 80 elefantes y si quiere puede cortar la corriente del río Nilo. Los valientes ejércitos de 100 000 soldados huyen de él en las batallas. ¿Cómo puedo enfrentarlo yo? Solo me queda tener siempre los ojos llenos de sangre. ¿Qué dicen los astrólogos excepto lo que les ordena decir quien los recompensará? Si no te importan tus pequeños hijos, a mí tampoco me une nada más a ellos. Como has tomado este asunto a la ligera, esperaré que se me haga justicia en el otro mundo”. Derramó de sus ojos tanta agua que superaba lo que toma el sol del Nilo.
El dueño del ejército se afligió por sus palabras y empezó a llorar junto con ella. Mandó de vuelta [al serrallo] a Sudavé, pero su corazón seguía puesto en el dolor; se decía: “Investigaremos este asunto ocultamente, a ver cuál es el resultado”. Llamó a todos los sacerdotes y les habló de Sudavé largo rato. Los sacerdotes le dijeron al rey: “El dolor que siente el dueño del ejército no quedará oculto. Si deseas saber la verdad hay que lanzarle una piedra al vaso.58 Aunque son queridos los hijos, el corazón del rey está afligido de preocupación; y, por otro lado, está angustiado por la hija del rey de Hamawarán. Como ambos sostienen su palabra, uno de ellos debe pasar por el fuego. La alta rueda59 ha determinado que los inocentes saldrán indemnes.” El tenedor del mundo llamó a Sudavé ante sí y la sentó con Siyawush para que hablaran del mal [sucedido]. Finalmente dijo: “Mi corazón no se sentirá seguro de ninguno, ni mi alma quedará tranquila, a no ser que el ardiente fuego encuentre al culpable y lo delate”. Sudavé contestó: “Yo he dicho la verdad. Malogré dos hijos del rey: nadie sabe de una falta mayor. Siyawajsh es quien debe mostrar que no cometió esta maldad”. El rey de la tierra le preguntó a Siyawajsh: “¿Qué opinas tú de esto?” Siyawush le respondió: “A causa de estas palabras, [hasta el fuego] del infierno me parece insignificante. Pasaré por la montaña de fuego si es necesario; no me negaré”. El alma de Kay Kawús se llenó de preocupación por su hijo y por su querida Sudavé: “Si uno de los dos resulta malhechor, ¿quién me llamará rey a partir de entonces? ¿Quién puede hacer buenas acciones si su mente está hirviendo a causa de su hijo y su esposa? Es mejor que lave mi corazón de estas malas palabras y busque un remedio que libere el corazón. ¡Qué bien dijo aquel rey elocuente: ‘No reines con el corazón doliente’!”