Investigadora de reconocida trayectoria, Rosario Vidal Bonifaz aborda en su reciente libro un tema novedoso en la historiografía del cine mexicano: la obra de los productores cinematográficos.
Estructurado en cuatro apartados, el volumen estudia de manera acuciosa la producción fílmica de Cinematográfica Marte, una compañía singular como anuncia el título, que en un breve periodo de vida -de 1966 a 1972- hizo 17 películas.
El primer apartado ofrece un contexto histórico de la situación del cine mexicano del periodo, entonces en franco declive debido a la política de puertas cerradas de los sindicatos que impedían la entrada a la industria de nuevos directores y técnicos, razón por la cual los dirigentes del propio Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica (stpc) organizaron en el año de 1965 el Primer Concurso de Cine Experimental, un evento de suma trascendencia del que surgirían noveles cineastas de la valía de Juan José Gurrola, Juan Ibáñez, Julián Pastor y otros, que al año siguiente serían acogidos por Cinematográfica Marte, compañía productora fundada por Mauricio Walerstein y Juan Fernando Pérez Gavilán, cuyas semblanzas y entrevistas, realizadas por la autora, conforman el segundo apartado del volumen que nos ocupa.
En el caso de estos productores el dicho “infancia es destino” es preciso, ya que ambos procedían de familias relacionadas con el cine. Mauricio Walerstein fue hijo del “zar” de la producción de la Época de Oro, Gregorio Walerstein; mientras que el padre de Pérez Gavilán, don Guillermo, fue dueño de varios cines y un exitoso exhibidor de películas nacionales. Ítem más, Juan Fernando Pérez Gavilán era sobrino de la dinastía Bracho -Julio, Jesús y Guadalupe Bracho Pérez Gavilán, mejor conocida como Andrea Palma, y primo de Diana Bracho-, lo cual lo hizo sensible al medio desde edad temprana.
Rosario Vidal, autora de varios libros y ensayos sobre la industria del cine y apasionada cinéfila, obtiene valiosa información de sus entrevistados; lo mismo indaga en su ideología o en sus conocimientos del lenguaje cinematográfico, que los cuestiona sobre sus decisiones económicas, técnicas, éticas y estéticas; rastrea en sus recuerdos más entrañables, siempre amena, en divertidas anécdotas. Una de estas se refiere al amor infantil de Walerstein por la escultural Ana Luisa Peluffo, cuando la actriz filmaba para su padre La Diana cazadora; o su profunda admiración desde entonces por Luis Alcoriza, quien años después, ya como director de títulos memorables como Tiburoneros (1962) o Tarahumara (1965), no encontraría financiamiento para filmar un argumento novedoso, como Paraíso (1969), en el que presentaba una visión crítica y cruda del “otro Acapulco”, el de la prostitución y el desencanto, diametralmente opuesta al idílico puerto turístico y divertido que solía mostrar la mayoría de las películas mexicanas. Luego de tocar muchas puertas, Alcoriza contó con la complicidad creativa y financiera de Walerstein y Pérez Gavilán para rodar Paraíso, uno de los proyectos más importantes de su vida. Y es que la audacia fue una de las características de la Compañía Marte, capaz de apoyar a directores consagrados como el propio Alcoriza o Alejandro Galindo y de arriesgar su capital e invertirlo en el debut de jóvenes entre los que se cuentan José Estrada, Jorge Fons y Juan Manuel Torres.
Al tiempo, Marte conformó interesantes cuadros creativos. Contó entre sus argumentistas a Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Gustavo Sainz, y con una planta de actores variopinta. De tal suerte que en la productora confluyeron desde las grandes figuras de la Época de Oro -Adalberto Martínez Resortes, Tin Tan, Gloria Marín, Joaquín Cordero-, hasta intérpretes de extracción teatral universitaria -Héc-tor Bonilla, Óscar Chávez, Sergio Jiménez, Ernesto Gómez Cruz y Eduardo López Rojas-, a los que se sumaron Jorge Rivero y Andrés García, los galanes de moda, o comediantes de la calidad de Héctor Suárez. Todos dando vida a personajes complejos, que criticaban el machismo, cuestionaban los roles de género o exploraban la sexualidad de las mujeres maduras, algo insólito para el cine mexicano de entonces.
Como buenos empresarios, con gran visión comercial, Walerstein y Pérez Gavilán supieron aprovechar la popularidad del cantante Vicente Fernández, lanzándolo como actor de las películas Uno y medio contra el mundo (1973) y Tacos al carbón (1971), historias de ácido humor que muestran el entorno urbano, dirigidas respectivamente por José Estrada y Alejandro Galindo, títulos que dejaron a Marte sendas ganancias en taquilla.
En el tercer apartado, la autora incorpora una vasta selección de documentos de época: notas, entrevistas, reportes de rodaje, reseñas, artículos y, algo novedoso, los dictámenes a los que eran sometidos los guiones, que muestran la censura que la empresa debió enfrentar en no pocas ocasiones. En este sentido, es de aplaudir que Vidal en ningún momento caiga en la complacencia ante sus estudiados; por el contrario, objetiva, en su análisis incorpora todo tipo de comentarios, incluso negativos. Así, en las páginas del libro confluyen las opiniones -encontradas- de lo más granado de la crítica del momento -Tomás Pérez Turrent, Emilio García Riera, Francisco Sánchez, Jorge Ayala Blanco-, publicadas en los medios impresos de mayor circulación entre 1966 y 2016. A medio siglo de su filmación, la reunión y relectura de dichas opiniones permite comprender a cabalidad los elementos que han posicionado a Los caifanes como un clásico moderno del cine mexicano.
Llamativos para cualquier amante del cine mexicano y especialmente relevantes para el historiador resultan los reportes de filmación, ya que a través de ellos conocemos a cabalidad las condiciones de cada rodaje, los equipos técnicos utilizados-cámaras, dispositivos de sonido e iluminación-, la adrenalina que se vive durante un rodaje, que invariablemente enfrenta y resuelve múltiples contratiempos. Por medio de ese nutrido grupo documental, la autora brinda al lector las herramientas para que construya su propia opinión, pero, sobre todo, lo induce a ver de nuevo esas películas, ahora con una visión informada.
Otro aspecto sobresaliente de este extraordinario trabajo de investigación es que, tanto a través de las entrevistas, como de las notas recuperadas, Vidal pondera el trabajo de los cinefotógrafos que formaban parte de la planta de los Estudios América, entre otros Fernando Álvarez Colín, Javier Cruz, Raúl Domínguez y Genaro Hurtado, uno de los pocos especialistas en fotografía submarina de nuestro país; y pone en relieve las valiosas aportaciones de escenógrafos y directores de arte, como Octavio Ocampo, José Méndez, Raúl Cárdenas y Heriberto Enters, un equipo creativo que, en acuerdo con sus directores, literalmente construyó una nueva estética, siendo esta una de las mayores aportaciones de la Compañía Marte al cine industrial del periodo.
El libro de Vidal tampoco descuida el lado humano de los personajes involucrados en esta historia. Conmovedoras resultan las confesiones de José Estrada a Beatriz Reyes Nevares, cuando declara que al momento de realizar Siempre hay una primera vez (1969) “no tenía ni la más leve idea de lo que era filmar una cinta, pero me daba cuenta de que aquella oportunidad era única”; o cuando, entrevistado por Gustavo Montiel, afirma que la comedia Los cacos “está vergonzosamente mal hecha”, pero que disfrutó el proceso gracias al reparto de primera línea encabezado por Silvia Pinal.
El último apartado del libro se completa con las fichas de las películas que incluyen sinopsis del argumento, ubicación exacta de las locaciones y las fechas de estreno de cada una. Finalmente, destaca la investigación iconográfica llevada a cabo en archivos públicos -Cineteca Nacional, Imcine- y en la colección privada de Roberto Fiesco, quien aportó la mayoría de los stills que ilustran este volumen, en los que vemos a directores, cinefotógrafos y actores en plena filmación. En ese sentido, es digno de mención el sobrio diseño editorial de Elisa Orozco, que favorece tanto la lectura del texto como la visión de las imágenes.
En resumen, Cinematográfica Marte. Historia de una empresa fílmica sui géneris es una investigación completa que mucho aporta a la historiografía el cine mexicano y que, a la vez, evidencia los grandes huecos que habrá que cubrir en un futuro, como la ausencia de estudios específicos sobre la vida y obra de Luis Alcoriza, Juan Ibáñez, Juan Manuel Torres o José Estrada, entre otros autores, que hoy, gracias a este trabajo de Rosario Vidal Bonifaz, empiezan a ser valorados.