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Este artículo, redactado en forma de glosa crítica, pretende revelar las complejidades de uno de los textos más importantes para la Hermenéutica y la teoría de la traducción,
This article, written in the form of a critical gloss, aims to reveal the complexities of one of the most famous texts for Hermeneutics and Translation Theory,
¡Pues qué terriblemente difícil y complicado resulta aquí el trabajo! ¡Qué conocimiento tan exacto y qué dominio de ambas lenguas presupone!
El 24 de junio de 1813, en la Real Academia de Ciencias de Berlín, Schleiermacher leyó una no muy extensa reflexión con el título:
El discurso, apenas comenzado, expone y perfila los dos puntos de fuga que marcarán, y en parte prefigurarán, su destino. En esta pronta presentación interesa, en todo caso, el dibujo de una escena en la que la posibilidad de la traducción es cuestionada a partir de un íntimo desajuste dentro de las lenguas. Schleiermacher no solo atisba de inmediato cierta
Y es que, si a cada palabra de una lengua correspondiera exactamente (
Pero, por otra, este espíritu se encuentra a su vez modificado (y modelado) por geniales producciones individuales:
todo el que piensa libremente, y cuyo espíritu actúa por propio impulso, contribuye también a moldear la lengua. Pues ¿cómo, sino a través de estos influjos, se habría formado y habría crecido desde su estado primitivo y rudo hasta una más alta perfección en la ciencia y en el arte? En este sentido, es la fuerza viva del individuo la que produce nuevas formas en la materia dúctil de la lengua (
He aquí el esbozo de la dialéctica. Es más, esta pujanza, que propiamente no solo se da en el seno de una misma lengua, sino que, por extrapolación, interviene en su recíproca interrelación, revela a su vez una falsa y disimulada aquiescencia, es decir, el tiempo, la distancia histórica:
y cuanto más alejadas estén por su ascendencia y por el tiempo, más difícil es hallar en una lengua una sola palabra a la que corresponda exactamente una palabra de otra, y ningún tipo de flexión de una abarca justamente la misma variedad de circunstancias que cualquier otro tipo de otra (
La combinación de ambas fuerzas motrices conforma, por tanto, una historia entre el espíritu de la lengua que se hereda —y del que no se puede salir— y las distintas formas que tiene el genio individual para configurarla y reinventarla.
La concatenación de espíritu y genio, y el consecuente surgimiento de una lengua que es y que hace historia, sienta ciertamente unos precedentes y destituye una serie de prejuicios que marcarán necesariamente un replanteamiento teórico y práctico de la traducción. De ahí que resulte sugestivo, en virtud de ello, apreciar la condición liminar de este discurso: digámoslo así, si bien pretende formular un nuevo enfoque y unas nuevas categorías desde las cuales comprender la traducción, termina a la postre mixturando su discurso con viejos prejuicios. Esta condición textual es de suma importancia pues, de su combinación, acaso pueda advertirse la diferencia entre dos paradigmas en la historia de la traducción: “¡Y cuántas veces los más entendidos en la materia y los mejores conocedores de las lenguas, en el convencimiento común de que es imposible hallar una expresión equivalente (
Schleiermacher, por tanto, si bien abre espacio y delimita un nuevo cuerpo teórico, no asume las derivadas consecuencias prácticas de este. Dicho de otro modo, aunque sistematiza y renueva el aparato teórico de la traducción, sigue operando con los prejuicios clásicos, pese a que —y esto es lo interesante— su cuerpo teórico lo empuja incesantemente al necesario e intrínseco abandono de estos. Un claro ejemplo de esta contradicción puede vislumbrarse en el siguiente pasaje:
¿Debe proponerse establecer entre dos personas tan alejadas entre sí como son la que habla su misma lengua y desconoce la del autor original, y el autor mismo, una relación tan directa como la que hay entre un escritor y
Se trata, pues, de un pasaje importante, en el que se presentan dos opciones de traducción, a tenor de la equivalencia recibida ora por el lector nativo, en un caso, ora por el lector de la traducción, en otro. La pregunta entonces, que se presenta con clara intención retórica, no es sino una crítica al binomio inmediatamente presentado. No en vano, esta es seguida por otra al término del párrafo, y con un alcance aún mayor, ya que, si en la primera se equiparaban las potenciales posibilidades de los modelos, en esta última parecen ponerse en duda: “¿No parece la traducción, así entendida, una empresa descabellada (
Para que sus lectores puedan entender, tienen que penetrar en el espíritu de la lengua (
Acompañando sus palabras, podemos decir que al traducir y cambiar de lengua, y con ello el espíritu de la lengua, se vuelve imposible salvar el escollo, hacerlo coincidir con la supuesta recepción del lector nativo del original. Se torna ineludible, por tanto, la mezcla y el “sentimiento de lo extraño” (
Después de la pregunta aporética, se produce un desplazamiento que excede el ámbito de la “propia traducción”. El camino de la traducción quedaba ciertamente encerrado constitutivamente sobre su propia imposibilidad. Era entonces cuando Schleiermacher abría una tercera vía bifronte. En sus propias palabras:
Por eso, en la desesperanza de alcanzar esta meta, o, si se prefiere, antes de que se pudiera llegar a percibirla claramente, se inventaron, no por verdadero sentido del arte y de la lengua, sino, de una parte, por necesidad intelectual, y, de otra, por habilidad mental, otras dos maneras de trabar conocimiento con las obras de lenguas extrañas, suprimiendo así violentamente algunas de aquellas dificultades y soslayando prudentemente otras, pero abandonando por completo la idea de la traducción aquí propuesta; son esas dos maneras la paráfrasis y la imitación (
En este caso, la alternativa vendrá determinada por la paráfrasis (
Por un lado, la limitación de la
En ambos casos, la estrategia ha sido clara: o bien se difumina —en el caso de la paráfrasis— o bien se ignora —en el caso de la imitación—, sea con el objetivo de traducir el contenido, sea con la intención de traducir la impresión del original, el carácter estructural del espíritu de las lenguas. Y en sendos intentos incurriendo en la misma falta, en la compartida imposibilidad, es decir, en el acercamiento ineludiblemente parcial por exactitud limitada o semejante. La realidad, la puesta en práctica, demostraba en efecto que lo único que se lograba mediante estas estrategias era un acercamiento siempre parcial y excluyente, esto es, inversamente proporcional a la elección del objetivo. El destierro espiritual de las lenguas minaba inexorablemente la propia traducción, el “riguroso concepto de traducción” (
Así con todo, no debe infravalorarse el hecho significativo de haber utilizado estas desviaciones para explorar un camino inexplorado. No en vano ha sido justamente la imposibilidad de realizar la segunda vía, habida cuenta de la distinción entre lengua y espíritu, el pretexto necesario para encauzar la primera por medio de su negación. Quedaba así cerrada aquella tenaza que habíamos advertido de un modo un tanto arbitrario. Por lo tanto, más que una encrucijada, el texto de Schleiermacher nos acaba de conducir a un callejón sin salida. Si los desplazamientos no son tales, no se presentan como una tercera vía a la doble posibilidad de la traducción, sino que, como hemos visto, son desviaciones inexploradas de la primera, puesto que la segunda había sido conducida a una contradicción intrínseca, ¿qué nos queda?, ¿qué resta de las posibilidades de traducir? Aun, ¿podemos hablar a estas alturas de “traducción”? El mismo Schleiermacher se hace estas preguntas:
Pero, entonces, ¿qué caminos puede emprender el verdadero traductor (
Este postula entonces dos (nuevas) vías: o el traductor dirige la traducción de tal modo que fuerza al lector a dirigirse al original, o bien fuerza al original para que vaya al encuentro del lector:
A mi juicio solo hay dos [...] en el primer caso, el traductor se esfuerza por sustituir con su trabajo el conocimiento de la lengua original, del que el lector carece. La misma imagen, la misma impresión que él, con su conocimiento de la lengua original, ha logrado de la obra, trata de comunicarlas a los lectores, moviéndolos, por consiguiente, hacia el lugar que él ocupa y que propiamente les es extraño [...] ¿Y qué diremos del método opuesto, que, sin exigir de su lector ningún trabajo ni fatiga, quiere poner en su presencia, directamente y como por encanto, al autor extranjero, y mostrar la obra tal como sería si el autor mismo la hubiera escrito originalmente en la lengua del lector?
A pesar del nuevo frente abierto, y a pesar de haber sido presentado como posible solución definitiva a los modos de traducir, Schleiermacher volverá, en un gesto ya recurrente, a negar de nuevo las potencialidades efectivas de ambos métodos. El autor se demora varias páginas en el despliegue doble de ambas opciones. Argumentos tales como las diferencias imbricadas en una lectura escolar frente a una portentosa, el estado y la evolución sincrónica de las distintas lenguas, la importancia del grado de traducciones que haya recibido una lengua para el proceso de traducción, etcétera, serán elementos partícipes en su demostración. En cualquier caso, ambos despliegues se ven truncados por una misma imposibilidad: la de llevar a cabo una traducción sin tomar en cuenta el espíritu de las lenguas en juego. De ahí la queja de Schleiermacher:
¿cómo quiere el traductor tener éxito aquí, cuando el sistema de conceptos y de signos es en su lengua totalmente diverso del de la lengua original, y los radicales, en vez de cubrirse paralelamente, más bien se entrecruzan en las direcciones más peregrinas? (2000: 63)
Ciertamente, esta limitación conlleva de suyo la necesidad de prescindir y excluir una de ellas para poder llevar a cabo una traducción. Schleiermacher vuelve a preguntar:
¿puede pretender analizar el discurso hasta sus últimos elementos, aislar la partición en él de la lengua, y, por un nuevo proceso semejante a los de la quí-mica, hacer que lo más íntimo de él se combine con la estructura y la fuerza de otra lengua? (2000: 81)
La contradicción surge, por tanto, en el intento de obviar que la intelección del original viene irremediablemente determinada por el espíritu de la lengua original o, en otras palabras, ante la imposibilidad de eludir que en el proceso de traducción haya que medirse inexorablemente con dos espíritus distintos —recuérdese: “esencial e íntimamente, el pensamiento y la expresión se identifican” (
Pues, evidentemente, para llevar a cabo esta empresa, habría que eliminar con precisión todo lo que en la obra escrita de un hombre es
Del ejemplo no importa tanto el mitologema de una posible vuelta a un estado de inocencia salvaje, como la idea de que se pudiera desligar de la mente y del pensamiento el papel conformador de la lengua. Este prejuicio, propio de una teoría de la traducción clásica, se ve corroborado por la figura del lector/traductor portentoso. Figura esquizoide que surge en el texto para mostrar, de un modo hiperbólico, la imposibilidad de una traducción al margen del espíritu de las lenguas, pero que, al mismo tiempo, parece operar desligado de dichas exigencias en el momento de la intelección del original. Schleiermacher así lo presenta:
Pero hay otra intelección que ningún traductor puede imitar. Pensemos en esos hombres portentosos que la naturaleza suele producir a veces [...] hombres que sienten tan peculiar afinidad con una existencia ajena que se sitúan por completo, vital e ideológicamente, dentro de otra lengua y de sus producciones [...] como en su comprensión de obras extranjeras ya no se da el menor influjo de la lengua materna, y la conciencia de su intelección no les llega de ningún modo en esta lengua, sino que la adquieren directa y espontáneamente del original, tampoco sienten la menor inconmensurabilidad entre su pensamiento y la lengua en que leen. Por eso ninguna traducción puede alcanzar ni exponer la intelección que de ellos obtiene (2000: 57).
Sin embargo, líneas más adelante, aparece una réplica. Primero, cierra la posibilidad de la metáfora anteriormente presentada: “Pero esto no será posible hasta que no se logre sintetizar productos orgánicos mediante un proceso químico artificial”, para después matizar: “a nadie le está unida su lengua solo mecánica (
Hacia el final del texto, el propio Schleiermacher conceptualiza el “auténtico fin de toda traducción” (
Este
¿Debemos compartir esta opinión y seguir este consejo? Los antiguos evidente-mente tradujeron
Lo más interesante de esta recapitulación final, además de esa hendidura abierta a la verdadera traducción, es la sustitución de la traducción por la paráfrasis y la imitación. Las implicaciones son sumamente relevantes, pues Schleiermacher acaba de aceptar que, dada su definición de la traducción y sus metodologías pertinentes, la traducción tiene que rebajar sus exigencias y su naturaleza. Y en ambos modos, como ya habíamos apuntado, la estrategia era clara: el carácter estructural del espíritu de las lenguas era difuminado o excluido en el supuesto acto de la traducción.
Tras este recorrido, podemos afirmar que Schleiermacher encarna la figura textual y conflictiva de dos paradigmas. Si por un lado, desarrolla y sistematiza todo un nuevo aparato conceptual basado en el espíritu y el carácter histórico de las lenguas; por otro, en la negación de esta verdadera y estricta traducción, lo que consigue hacer aflorar en su discurso es la necesidad estructural de una equivalencia entre lenguas. Este prejuicio se corrobora en la necesidad de tener que recurrir a la paráfrasis y la imitación para llevar a cabo este proceso. Es decir, las únicas estrategias que operan prescindiendo de la distinción del espíritu en la tarea del traductor. Es más, estos procesos solo conseguirán, como muy bien reconoce el propio Schleiermacher, un acercamiento siempre parcial a la equivalencia. Por lo tanto, se presenta y se teoriza sobre un concepto de traducción que luego es desechado. Se presenta un programa que no se asume. Y, sin embargo, el paso ha sido importante. No se podrá obviar la brecha abierta.
No terminaremos sin antes ahondar en otra grieta descubierta de un modo un tanto oscuro en las últimas páginas de este ensayo. Si nos quedáramos y asumiéramos el legado presentado hasta ahora por Schleiermacher, hecho que ya de por sí sería sumamente productivo, tendríamos la sensación de que consciente o inconscientemente la escritura de su texto habría deconstruido y explicitado ciertos prejuicios. Podría, en este sentido, haber titulado perfectamente su ensayo “Sobre la imposibilidad de la traducción” o “Sobre los diferentes métodos de la paráfrasis y la imitación”. Creemos, no obstante, que no quedó paralizado en este
necesidad interna, en la que se expresa claramente una vocación peculiar de nuestro pueblo [...] sin duda el hecho de que nuestro pueblo por su atención a lo extranjero y por su naturaleza mediadora, parece estar destinado a reunir en su lengua, junto con los propios, todos los tesoros de la ciencia y del arte ajenos, como un gran conjunto histórico, que se guarde en el centro del corazón de Europa, para que, con la ayuda de nuestra lengua, cualquiera pueda gozar, con la pureza y perfección posibles de un extraño, la belleza producida por los tiempos más diversos
Para ello recurrirá a una abundante tarea nacional de traducción que permita, merced a la paráfrasis y la imitación, “la verdadera finalidad histórica de la traducción a gran escala”
De esta manera, la traducción —así como sus diferentes métodos— tendrá el papel de tarea futura, pero no inalcanzable. En efecto, la traducción, aunque por el momento imposible,
El estudio de Berman,
Esta tesis será reformulada, posteriormente, bajo la célebre “hipótesis Sapir-Whorf”
La inclusión de términos o fragmentos del original alemán han sido extraídos de la propia edición bilingüe.
Contemporáneo a Schleiermacher, Wilhelm von Humboldt se acercaba en sus escritos a posiciones muy próximas: “El lenguaje me pertenece a mí porque yo lo produzco de la manera como lo hago; y como el fundamento de que lo haga así está al mismo tiempo en el hablar y haber hablado de todos los linajes humanos, en la medida en que entre ellos haya podido haber comunicación lingüística no interrumpida, es el lenguaje mismo el que me impone sus constricciones. Solo que lo que en él me constriñe y determina ha entrado en él desde una naturaleza humana íntimamente ligada a mí, de modo que lo extraño en él solo es tal para mi naturaleza individual momentánea, no en cambio para mi verdadera naturaleza originaria”
Las cursivas son mías.
Creo que no andaba lejos Walter Benjamin cuando, en
De ahí que más adelante aclare: “Así, pues, todo lo que se dice sobre traducciones según la letra o según el sentido, traducciones fieles o traducciones libres, y cuantas otras expresiones puedan haber cobrado vigencia, aunque se trate de métodos diversos, tienen que poder reducirse a los dos mencionados” (51).
Las cursivas son mías.
Las cursivas son mías.
Anacronismos aparte, la asunción de estos hechos estarán en la base de dos de los planteamientos contemporáneos más fecundos sobre la traducción, a saber, el de Walter Benjamin y Jacques Derrida. Me permito remitir a mi estudio:
Este derrotero puede seguirse, en clave crítica, en