Desestabilizaciones del campo literario en el Perú de los ochenta: la representación de la militante senderista en “El grito” de Carmen Ollé y “Los días y las horas” de Pilar Dughi

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Paolo de Lima

Resumen

En el presente artículo, se analizan dos cuentos escritos por dos de nuestras más importantes escritoras durante los primeros años de su trayectoria: “El grito”, de Carmen Ollé, y “Los días y las horas”, de Pilar Dughi, ambos publicados en Lima a finales de la década de 1980, los cuales, en consonancia con el hecho de que en sus autoras era ya notoria la puesta de un inteligente y especial énfasis en dotar a su literatura de elementos que el propio país aportaba en el tránsito final de la Guerra Fría, expresan una nueva temática al presentar al sujeto militante senderista femenino y revelar en el discurso el rol político de esta, al mismo tiempo dan testimonio de ello, ponen en relieve y se reapropian del tópico de la memoria, lo que vuelve más tenso el campo de la literatura peruana, que desde nuestro punto de vista se ve afectado y desestabilizado en los aspectos ideológicos y formales del canon literario no solo por la inclusión de un sujeto nuevo que cumple roles políticos controversiales, sino por la forma como estos se relatan.

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Cómo citar
de Lima, P. (2018). Desestabilizaciones del campo literario en el Perú de los ochenta: la representación de la militante senderista en “El grito” de Carmen Ollé y “Los días y las horas” de Pilar Dughi. Interpretatio. Revista De hermenéutica, 3(2), 227-242. https://doi.org/10.19130/irh.3.2.2018.113
Sección
Notas
Biografía del autor/a

Paolo de Lima, Universidad de Lima; Universidad Nacional Mayor de San Marcos

Es doctor en literatura por la Universidad de Ottawa y actualmente es catedrático en la maestría y doctorado de Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, así como catedrático de Lengua y Literatura en la Universidad de Lima. En 2005 obtuvo el primer premio de ensayo de la Asociación Canadiense de Hispanistas. Es coeditor de los volúmenes Hinostroza: Il miglior fabbro (2011), Oswaldo Reynoso: Los universos narrativos (2013) y En octubre no hay milagros: 50 años después (2015). Es autor de los estudios La última cena: 25 años después. Materiales para la historia de la poesía peruana (2012) y Poesía y guerra interna en el Perú (1980-1992) (New York: 2013). Sus ensayos han sido publicados en diversas revistas de carácter internacional. Ha participado en numerosos congresos internacionales en Estados Unidos, Canadá, España, Francia y diversos países de América Latina. Es a su vez autor de los poemarios Cansancio (1995 y 1998), Mundo arcano (2002) y Silenciosa algarabía (2009), reunidos en Al vaivén fluctuante del verso (2012).

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Desestabilizaciones del campo literario en el Perú

de los años ochenta: la representación de la militante

senderista en “El grito”, de Carmen Ollé,

y “Los días y las horas”, de Pilar Dughi

Introducción

El campo literario en el Perú de los años ochenta, particularmente el narrativo, se expresó de múltiples maneras, todas ellas plenas de vigor y profundidad expresiva e ideológica. En las obras publicadas durante ese periodo -que incluyen las propias del boom y Nobel Vargas Llosa, cinco novelas en total, desde La guerra del fin del mundo (1981) hasta Elogio de la madrastra (1988), como las de una serie de narradores de primera línea, en todos sus espectros sociales y generacionales-, la riqueza narrativa de la literatura peruana mantuvo un magnífico nivel que se manifestó tanto en la novela como en el cuento y el relato, y, en este último rubro, podríamos recordar desde Hueso duro (1980) y Montacerdos (1981), de Cronwell Jara, hasta Sólo para fumadores (1987) y los Dichos de Luder (1989), de Julio Ramón Ribeyro.

El subgénero de la narrativa de la violencia política, tan en boga actualmente, ya estaba anunciado muy metafóricamente en La guerra del fin del mundo, pero daría un salto a la profundidad peruana y ficcional en su siguiente novela: Historia de Mayta (1984).1 Un canon surgiría a partir de entonces, con Adiós Ayacucho (1986), de Julio Ortega; Otorongo y otros cuentos (1986), de Dante Castro; Harta cerveza y harta bala (1987), de Luis Nieto Degregori; Hacia el Janaq Pacha (1989), de Óscar Colchado Lucio, y varios otros. Esto sin olvidar dos significativos cuentos del libro Los ilegítimos (1980), del escritor ayacuchano Hildebrando Pérez Huarancca (1948-¿?): “Mientras dormía se contaban” y “Día de mucho trajín”.2

Por último, enfocando el recuento al tema de género, en este caso se debe considerar la novela Por qué hacen tanto ruido(1992), de Carmen Ollé, y los cuentos: “El grito”, de la propia Ollé, incluido en su libro Todo orgullo humea la noche (1988), y “Los días y las horas”, de Pilar Dughi, incluido en su libro La premeditación y el azar (1989). Estos dos últimos textos narrativos, publicados en Lima a finales de la década de 1980, no solo presentan una nueva temática, ya que discursivamente aparece y se registra por primera vez, en ese entonces, al sujeto militante senderista femenino -representada, concretamente, en ambos cuentos con la figura de una “muchacha” de origen popular3 que participa de actividades subversivas armadas correspondientes al pcp-sl, varias de las cuales son dirigidas incluso por ellas mismas, como, por ejemplo, cuando Ollé refiere, en “El grito”, que “estaban en todas partes, por donde brotara una insurrección armada” (46), que “fue una mujer -señalaron con acritud- la que dirigió el comando de aniquilación, o la que disparó el tiro de gracia”, o que “el alarido seco [el grito] que a todos les pareció haber escuchado antes” y que fue proferido por una persona encapuchada, correspondía a una mujer que lideraba acciones que son referidas en el cuento: “Nadie vio el rostro de la lidereza, cubierto con pasamontaña, pero todos lo adivinaron […]. Y la ciudad crujió como un herido que se tambaleara a lo largo de un puente” (48) y cuyo rostro “era igual a la voz”, y en el que también narra y da cuenta, a modo de sucinta crónica, de que la estudiante Edith Lagos, caída en combate entre el pcp-sl y las Fuerzas Armadas, y cuyo cuerpo fue “cosido torpemente desde el pubis hasta el pecho donde la habían perforado con una bayoneta” (47), “ya se había convertido en una figura legendaria” (47); mientras que, por su parte, Dughi, en “Los días y las horas”, narra también, en igual sentido, por ejemplo, que la joven senderista, más allá de apoyar y colaborar en las cotidianas actividades laborales del hogar, participa también de las acciones guerrilleras, como la de “aniquilamiento” de un militar:

Vestido con el uniforme verde que era su mortaja. Ella se acercó por la espalda y solo vio sus ojos en el instante último y repentino, en aquel momento infinito para él, breve para ella, porque la vida ahora era así, sin tiempos largos ni cortos, sin plazos, y aquel hombre no lo sabía, o si lo supo fue demasiado tarde porque cayó tan rápido que no se dio cuenta que estaba muerto […]. Y fue solo coger y correr y correr, correr y sacarse la chompa arrojarla, “Para que no nos reconozcan”, había dicho Víctor. “Es una medida de seguridad.” “Saca el revólver” (61-62).

Su presentación literaria y su inclusión, por ser, precisamente, un sujeto nuevo y con una visión distinta y controversial, inmediatamente implica, en consecuencia, cierta ruptura en relación con los sujetos que por lo general eran representados de acuerdo con la tradición formal del canon literario de ese entonces, y más todavía porque los personajes principales representados literariamente en los cuentos referidos son, como se reitera, mujeres protagonistas de las historias que ahí se refieren y de la propia Historia -en lo que respecta al campo social correspondiente a la comunidad imaginada nacional-, y tienen un papel activo, ejecutor de su propio destino, así como dirigencial y muy importante, en general, en la organización que integran (pcp-sl), además de que se caracterizan por ser rebeldes al punto de ser subversivas y tener una ideología que se encuentra proscrita, lo cual desestabiliza el campo literario en el Perú y, en particular, en la cuentística de los años ochenta, ya que, entre otros, en estos cuentos se rompe con la visión tradicional de asumir y presentar a la mujer como un “animal de cabellos largos” pasivo y carente de determinación, no rebelde ni desafiante, ni hacedor de su historia y de la Historia, y menos aún subversivo, y se presenta a la mujer militante senderista como portadora y poseedora de tales inquietantes características referidas. Así, por ejemplo, en ese sentido, Ollé señala, en su cuento “El grito”, y desde un inicio, que “para los que siempre pensaron que la mujer era un animal de cabellos largos, debió parecerles que se había movido la montaña” (46), pues “el grito [frase nominal que, precisamente, refiere el título del cuento] provenía de una garganta femenina […]. Y ahora eran ellas las que tenían el sartén por el mango. Estaban en todas partes, por donde brotara una insurrección armada, en la costa o la sierra, y hasta en lugares menos accesibles a la imaginación de los costeños, como los trópicos” (46) y, más aún, agrega que “las historias épicas se encargaban de ellas como de las descendientes de una antigua raza guerrera […], y los diarios las difundían a su manera, generalmente satanizadas, como si estuvieran drogadas; solo así podían tener el valor de atreverse” (46), pero “nadie penetraba más al fondo porque a nadie le estaba permitido” (46); mientras que, por su parte, Dughi presenta, en su cuento “Los días y las horas”, a la joven senderista en su vida cotidiana, como hija que vive y ayuda a su madre, con quien vive, en las tareas del hogar -como cuando esta accede, con un “está bien” (56), a un requerimiento de su madre: “Ayúdame a barrer las escaleras […] y quiero que vayas haciendo el arroz y preparando los fideos” (55-56), y lava y escurre el arroz que va a cocinar: “Saca la bolsa de arroz. Abre un pequeño agujerito en ella […] coloca la fuente sobre el chorro de agua cristalina. Los granos quedan sumergidos transformando el líquido transparente hasta convertirlo en blanquecino y espeso […]. Escurre la masa varias veces con sus manos y comprueba que el agua vuelva a ser otra vez clara y pura” (57), o cuando, por ejemplo, va a “hablar con la comadre de la ferretería […] me dijo que ahí quieren que les haga el menú” (62) -, pero, a la vez, participa de acciones armadas que realiza el pcp-sl -como en el del “aniquilamiento” de un militar (61-62), para lo cual, con tal fin, previamente “saca el revólver” (62) con que esta luego le dispararía-.

Así, dos de nuestras más importantes escritoras, en los primeros años de su trayectoria, ponían un énfasis inteligente y especial en dotar a su literatura de elementos que el propio país aportaba en el tránsito final de la Guerra Fría. La guerra civil desplegada era visibilizada desde la perspectiva femenina, tanto a través de la voz narrativa, como del personaje de la ficción, y ello generaba también tensión y desestabilización en el campo de la literatura y de la cuentística en particular, pues lo hacía en un contexto en el que la modelación narrativa del lector peruano de literatura culta de la década de 1980 lo posicionaba en una situación inédita de comprensión del fenómeno de la violencia política.

En segundo lugar, en el aspecto temático y formal, el texto de Ollé tiene un carácter de crónica en el que un narrador describe a Edith, “una muchacha del pueblo, pequeña y cobriza” (46), que rompe con los estereotipos comunes sobre el concepto de mujer a partir de su militancia activa en Sendero Luminoso (dirige, por ejemplo, un comando de aniquilamiento). En el caso de Dughi, el texto posee una estructura eminentemente ficcional, en la que un narrador describe y caracteriza un día en la vida de una joven de los suburbios de la ciudad capital -“la esquina que forman el jirón Saloom y la avenida Buenos Aires” (Dughi 1989, 55), presumiblemente el distrito de Puente Piedra, si bien otros lectores señalan al puerto del Callao como locación de esta esquina- que colabora con su anciana madre en las tareas domésticas del hogar, mientras se alista para efectuar, con un revólver, un nuevo atentado (se relata, desde la memoria de la muchacha, otro previo, en el que asesina a un policía). Así pues, ambos textos apelan a registros discursivos no eminentemente ficcionales -crónica testimonial en Ollé, memoria en Dughi- para infundir mayor verosimilitud histórica a sus relatos, como veremos a continuación.

La crítica

Numerosos son los estudios que han abordado la narrativa peruana relacionada con la guerra interna. Incluso algunos de ellos han aparecido casi paralelamente al surgimiento de esta literatura. Pensemos si no en la antología Nuevo cuento peruano (1984), de Antonio Cornejo Polar y Luis Fernando Vidal, que incluía cuentos como “El departamento” (1982), de Fernando Ampuero, narrado en clave ribeyriana y relacionado con un gris empleado limeño asesinado por las fuerzas represivas del Estado en tiempos de “luces que parpadeaban y bajaban unos segundos de voltaje” minutos previos al noticiero informando sobre “un castillo de alta tensión que acababan de dinamitar en las afueras de la ciudad” (131).4

En cuanto al tema de este trabajo mío, en particular, existe un estudio previo, de 2012, “Autoritarismo y violencia política en el cuento peruano sobre el enfrentamiento armado interno (1980-2000)”, de Víctor Quiroz, en el cual se estudian siete cuentos de autores (cuatro hombres y tres mujeres) ubicados en diversos registros y posiciones del canon nacional (Alonso Cueto, Mario Guevara Paredes, Víctor Tenorio García, Juan Alberto Osorio y Zelideth Chávez, además de nuestras dos autoras). Ese trabajo tiene la particularidad de comparar los cuentos de Ollé y Dughi, y por eso me interesa incluir aquí su punto de vista, descubierto tras la preparación de este ensayo.

Con relación a “El grito” de Ollé, Quiroz hace notar que los medios masivos y las ciencias sociales legitimaron, “sobre la base de los estereotipos deshumanizadores creados por el discurso falocéntrico” y “las versiones patriarcales de la Historia”, una imagen de la mujer en Sendero Luminoso que el cuento rechaza, y ofrecieron a cambio una “revaloración del rol sociopolítico del sujeto femenino” (su empoderamiento), a la par que cuestionaron el “estereotipo de la mujer temerosa que grita para buscar la protección del hombre”, con lo que transgredieron, con la figura de Lagos y su grito liberador, “los tres aspectos sobre los que se instauró la dominación moderna en Latinoamérica: la raza, la clase y el género”. En ese mismo sentido, respecto a “Los días y las horas” de Dughi, Víctor Quiroz plantea que este cuento “propone que, en medio de los años de la extrema violencia, ciertos individuos pudieron haber abrazado un determinado proyecto o ideología buscando una forma de empoderamiento para lograr su autoliberación”.

Esta lectura, ciertamente perspicaz, de Quiroz con relación con el significado ideológico de ambos cuentos, le permite al crítico ensayar las siguientes conclusiones. En principio, “constatar que el punto de partida de las narraciones de Dughi y Ollé consiste en seleccionar cierta configuración discursiva de la mujer senderista del imaginario colectivo para cuestionar los estereotipos del sistema de género imperante”; y, paralelamente, que “en ambos casos se desea mostrar que la mujer puede liberarse de la opresión de la sociedad patriarcal a través del canal que le ofrece el movimiento subversivo”, con lo que “la mujer se instaura, supuestamente, como un ‘nuevo sujeto’ capaz de desempeñar un rol activo en la sociedad, como si la violencia pudiera, también, desestabilizar el sistema de género moderno”.

Quiero añadir, respecto de estas conclusiones de Quiroz, el hecho de que ambos puntos de vista, que los dos cuentos comparten, son planteados en el ámbito cultural en paralelo, a finales de la década de 1980, cuando los discursos públicos sobre Sendero Luminoso eran aún bastante limitados a lo periodístico, es decir, ligados al universo de lo informativo y de la opinión personal. En ese sentido, Ollé y Dughi están vehiculizando imaginarios propios de la época que no son propiamente los que nacen de una visión científica, sino básicamente informativa, lo que conllevaba una gran dosis de mitificación y estereotipos.5

El corpus

Tanto Carmen Ollé como Pilar Dughi tienen en sus obras un corpus considerable de cuentos sobre la violencia política. Particularmente, en un trabajo mío de 2006, dedicado a la novela Por qué hacen tanto ruido (1992), de Ollé, he rastreado las “diversas menciones a hechos que remiten a la violencia política, ya sea en la forma de apagones, o de detonaciones, balazos y asaltos a cuarteles policiales” (33). Otro texto de Ollé, de 2008, es el cuento “Ángel del desierto” (187-189), incluido al final de su libro Una muchacha bajo su paraguas y otros relatos. Pilar Dughi tiene cinco cuentos que abordan el periodo de la violencia política, publicados entre 1989 y 1996: “Como una estrella” (Premeditación 67-75) y “El cazador” (Ave de la noche 239-259), en los que los niños son los protagonistas; “Las chicas de la yogurtería” (Ave de la noche 185-199) y “Tomando sol en el club” (Ave de la noche 231-238), desde la perspectiva de las mujeres, y “Los días y las horas” (Premeditación 55-62), centrado en la concientización senderista de una joven de origen popular.

Tanto en “El grito”, de Carmen Ollé, como en “Los días y las horas”, de Pilar Dughi, la focalización está circunscrita a la figura de sus protagonistas. En Ollé, esto se desarrolla desde una voz narrativa que realiza una operación interesante: construir el lugar de enunciación de la militante senderista en la simbiosis entre “imagen” (los medios de comunicación, el país) y “grito” (la rebeldía y el dolor de la joven). Este espacio es configurado mediante la anotación de diversos ámbitos sociales y culturales. En primer lugar, el literario, apelando a la distinción entre el grito de Lagos y la construcción de personajes paradigmáticos del realismo novelístico como Madame Bovary (1856), de Gustave Flaubert, y Anna Karenina (1877), de León Tolstói, de temperamentos fuertes y finales trágicos. De esta asociación, propia del ámbito ilustrado letrado, europeo y decimonónico, Ollé pasa a un ámbito más amplio, el de los medios de comunicación, particularmente el del mundo de la imagen y la cultura de masas: la televisión y sus noticieros. Es aquí donde el sujeto senderista cobra nitidez en la heterogénea y enfrentada comunidad imaginada nacional, particularmente en la dicotomía que opone a la nación peruana representada por los Andes, “las montañas, esos cerros que observaban desde lejos como espumas gigantes”, frente a “la ciudad cruj[iendo] como un herido que se tambaleara a lo largo de un puente” (47-48). La parte moderna y occidentalizada del país es, pues, mostrada como vencida (crujiente, herida, tambaleante).

Pilar Dughi, por su parte, realiza una empresa más ligada a la construcción de una narración ficcional en su relato “Los días y las horas”. Como ha señalado Roberto Reyes Tarazona, en su antología Nueva Crónica. Cuento social peruano 1950-1990, de 1990, en este cuento, Dughi “narra en un tono sereno y medido, dentro de un anodino ambiente familiar de clase media, la presencia de la violencia política, de la muerte, como un hecho perfectamente asimilable, sin escándalo, en el Perú de hoy” (12), siendo ese “hoy” el del periodo mismo de la guerra interna en uno de sus años más álgidos, tanto para la crítica (Reyes en 1990), como para el cuento (Dughi en 1989).

En este cuento de Dughi, la focalización es mucho más concreta; transcurre en un lapso no mayor al de una hora, suficiente para configurar, a partir de las digresiones y los recuerdos de la protagonista -en un tiempo anterior, pero contemporáneo al presente del texto-, una imagen certera de la militante senderista y sus motivaciones de clase. Dughi contrapone las acciones laborales del hogar de la joven, bajo las órdenes amorosas de una madre trabajadora y abnegada, a las acciones guerrilleras, realizadas junto a su compañero Víctor. Uno de los mayores aciertos del cuento está en la elección del espacio desde el cual fluye la conciencia de la protagonista: su vida cotidiana, como hija de un hogar popular, en el que vive sola junto a su madre. Es desde esa descripción del personaje, a través de acciones como barrer, preparar la comida o hacer mandados, que la conciencia del personaje va dándose a conocer al lector como la de un sujeto comunista que apuesta por la liberación popular a través de la lucha armada.

El cuento de Dughi termina de la siguiente manera: “Baja las escaleras. Abre la puerta. El cielo está gris; ya no hay carretillas; los bultos del mercado se amontonan sobre la vereda, los ambulantes atan sus mercaderías con sogas, cierran sus puestos. Escucha un grito. Es un maullido, piensa. Es un gato. La noche recién está comenzando” (62). El personaje escucha un grito, pero lo traduce o ubica en la corporeidad de un gato (su maullido), para darse fuerzas en su empresa, opuesta a la del sujeto informal del otro sendero (los ambulantes amarrando con sogas su mercadería),6 si bien reconoce que recién comienza el verdadero día de trabajo en esa noche anónima y subversiva.

El grito, pues, es un elemento fundamental en el discurso que tanto Carmen Ollé como Pilar Dughi construyen en la literatura de la violencia política. Se trata del exceso que configura a la nación. En Dughi, el grito no solo es un eco del miedo y el horror, sino, también, una constatación de la no-voz humana, de la bestialización y animalización a todo nivel que operaba en la sociedad peruana. En Ollé, el personaje de Edith se reafirma como líder a través de su grito, imponiéndose a la reducción simbólica que de su imagen realizan los aparatos ideológicos del Estado.7 Siguiendo el pensamiento de Mladen Dolar, en su fundamental libro Una voz y nada más, sobre la voz como objeto psicoanalítico y motor del pensamiento, en ambos cuentos de Dughi y Ollé el grito se torna un elemento no simbolizado, pero que puede infiltrarse y subvertir el discurso hegemónico.

Conclusión

Se puede afirmar que la operación narrativa que realizan las escritoras Carmen Ollé y Pilar Dughi, en los cuentos “El grito” y “El día y las horas”,8 respectivamente, es compleja, pues incorporan en su literatura y desde su perspectiva nuevos elementos que tensionan la constitución del canon literario en el Perú de los años ochenta, tanto en el aspecto formal como en el ideológico, y desestabilizan el campo literario no solo por el tema que abordan y representan en sus textos: la mujer militante senderista como sujeto y su visión, sino también por la forma literaria como relatan el rol político de estas, como mujeres guerrilleras, subversivas, esto es, con una construcción ficcional de un sujeto femenino que cuestiona los estereotipos imperantes para asumir un rol activo y que tiene como aspectos centrales de esta la localización espacial, la focalización temporal y la voz como grito, y porque, además, lo hacen en un contexto en el que la modelación narrativa del lector peruano de literatura culta de la década de 1980 lo posicionaba en una situación inédita respecto de la comprensión del fenómeno de la violencia política, que, ciertamente, implica entre otros, el tópico de la memoria, que en los cuentos referidos se aborda al presentar y representar a la mujer senderista, así como su visión, y acción durante el periodo de violencia referido.

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  37. (). . . Madrid: Seix Ba-rral. .
  38. (). . . Madrid: Seix Barral. .
  39. (). . . Madrid: Tusquets. .
  40. (). . . Lima: IEP. .21-31.
Es Jean Franco quien en su libro Decadencia y caída de la ciudad letrada (2003) ha planteado una visión de La guerra del fin del mundo como una “narrativa histórica que sugiere una crítica a la guerrilla de los años 60 y 70” (307). Para una lectura de Historia de Maytacon relación a la violencia política peruana, véase mi ensayo “Guerrillas del sesenta y guerra interna de los ochenta en dos novelas de Mario Vargas Llosa” (2016).
Los considero como parte de dicho corpus pues hacen referencia a un suceso histórico visto como punto de inicio del surgimiento de Sendero Luminoso: el movimiento por la gratuidad por la enseñanza llevado a cabo en la ciudad de Ayacucho y en Huanta en el mes de junio de 1969 “contra el Decreto Supremo número 006, que eliminaba la gratuidad de la enseñanza en los colegios y establecía pagos mensuales de cien soles a los estudiantes secundarios que desaprobaran algún curso en el año lectivo” (Gilbonio 20, nota 30), lo que desembocó en un “enfrentamiento que tuvo como saldo alrededor de 50 muertos y 37 detenidos” (Vich 23). Las fechas exactas de esta protesta están pormenorizadamente detalladas por Carlos Iván Degregori en la segunda parte de su libro El surgimiento de Sendero Luminoso. Ayacucho 1969-1979 (1990), explícitamente titulado “1969, la lucha por la gratuidad de la enseñanza” (51-67). Otro recuento puntual de estos eventos se encuentra en el ensayo “Encrucijada de guerra en mujeres peruanas”, de la investigadora francesa Anouk Guiné. Mi idea es afirmar que ambos cuentos de Pérez Huarancca son los primeros en dar cuenta del periodo de guerra interna que se desencadenaría en el Perú entre 1980 y 1992 (véase mi ensayo respectivo en la bibliografía). Por último, en el mencionado relato Sólo para fumadores, Ribeyro recuerda su arribo a la Universidad de Huamanga en 1959: “Me encontraba en Huamanga, como profesor de su universidad, que acababa de reabrirse luego de tres siglos de clausura. Esa vieja, pequeña y olvidada ciudad andina era una delicia. El camarada Gonzalo no había hecho aún su aparición ni su filosofía señalado ningún sendero luminoso” (44-45).
Ollé describe al personaje principal de su cuento “El grito” como “una muchacha del pueblo, pequeña y cobriza” (46); mientras que, por su parte, Dughi, en su cuento “Los días y las horas”, describe a la militante senderista y protagonista de la historia como hija de un hogar popular, en el que vive sola junto a su madre, y por cuya ventana del pasillo de su casa esta puede observar: “el vaho sofocante de cebollas, orines, limones y basura de las carretillas de comida, alineadas […] una tras otra, como un ejército desordenado de vendedores ambulantes […], surtidas de tallarines, papas a la huancaína, cau cau, cebiche, en medio del barullo de las vendedoras de pollos destripados ofreciendo a gritos su mercadería” (55), lo que, precisamente, da cuenta de su condición y situación social.
Esto, dicho a despecho de que Cornejo Polar y Vidal veían con curiosidad, en este corpus de cuentos peruanos publicados entre 1975 y 1982, “el silenciamiento casi total de los hechos históricos más concretos o importantes”, como por ejemplo “la preparación e inicio de la ‘guerra popular’ que Sendero Luminoso declara en 1980, pero que venía preparándose desde mucho antes” (18), lectura errada que los llevó a no considerar los dos cuentos de Pérez Huarancca que aquí he mencionado (incluirían otro suyo, “Cuando eso dicen”, la narración del hijo niño de una mujer sola, campesina, que debe prostituirse para mantenerlo).
Recordemos que son El discurso de Sendero Luminoso: Contratexto educativo, de los lingüistas Juan Biondi y Eduardo Zapata; Qué difícil es ser Dios. Ideología y violencia políticaenSendero Luminoso y El surgimiento de Sendero Luminoso. Ayacucho 1969-1979, ambos del antropólogo Carlos Iván Degregori, y Sendero: Historia de la guerra milenaria en el Perú, del periodista Gustavo Gorriti, los primeros textos en analizar en profundidad y sistemáticamente este fenómeno, pues aparecieron entre 1989 y 1990, es decir, no antes de la publicación de ambos cuentos. En 1981 había aparecido un libro pionero, pero de muy escasa circulación, Terrorismo y sindicalismo en Ayacucho (1980), de Piedad Pareja Pflucker, cuyo segundo capítulo está relacionado con el surgimiento y las acciones propagandísticas y armadas de Sendero Luminoso (65-99; véanse a su vez las páginas 48-51 del primer capítulo).
Hago alusión aquí al libro El otro sendero, del economista Hernando de Soto, aparecido en 1986 con un prólogo de Mario Vargas Llosa, en el que se estudia y valora la economía informal (que no está registrada, no paga impuestos y se encuentra fuera de la ley), como una respuesta espontánea e imaginativa ante la incapacidad del Estado. De Soto y Vargas Llosa proponen a este sujeto como uno que encara tanto al Estado como al proyecto comunista de sujeto revolucionario de Sendero Luminoso.
Una acotación final puede extraerse del cuento de Dughi. La autora incluye, como epígrafe de su cuento “Los días y las horas”, dos versos del poeta surrealista César Moro, tomado de su poema “Vienes en la noche con el humo fabuloso de tu cabellera”, incluido en su poemario La tortuga ecuestre y otros poemas: “Estrella desprendiéndose en el apocalipsis / entre bramidos de tigres y lágrimas”, que es una magnífica lectura entre esta imagen poética y la realidad cotidiana de entonces, vivida por miles de jóvenes mujeres peruanas: “estrellas”, símbolo positivo, señal de ruta hacia un porvenir promisorio; apocalipsis, término empleado desde inicios del periodo para referirse a la guerra interna (como en el caso de Vargas Llosa en Historia de Mayta; o del ensayo Historias del más acá. Imaginario apocalíptico en la literatura peruana, de 2013, de Lucero de Vivanco); “bramidos de tigres”, que pueden ser vistos como los agentes de la violencia; y “lágrimas”, el dolor de todo un país ante los desgarros de la conflagración interna. Lágrimas, bramidos, pero, sobre todo, estrellas luminosas en el firmamento nocturno de aquella noche peruana son las imágenes que tanto Pilar Dughi, como Carmen Ollé nos han legado desde estos cuentos en la tradición literaria y cultural de nuestro país.
Al respecto, se debe resaltar un aspecto puntual, pero muy significativo, de ambos cuentos. En Pilar Dughi, la referencia directa al “Partido” (es decir, al Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso) se da recién en la compilación póstuma La horda primitiva, de 2008, tras la finalización del periodo de la violencia política y cuando ya en 2003 se había emitido el Informe finalde la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, pues, cuando el cuento apareció inicialmente, en 1989, las marcas denotativas se expresaban de manera exclusivamente elusiva y sutil; mientras que, en Carmen Ollé, lo denotativo está claramente mediatizado a través de los aparatos ideológicos del Estado, representados por un noticiero de la televisión de señal “abierta”, en realidad la única realmente existente en el mundo global de la década de 1980. De este modo, estas marcas textuales, culturales, históricas e ideológicas en general, presentes en “El grito”, de Ollé, y en “Los días y las horas”, de Dughi, permiten también afirmar su carácter desestabilizador y, por tanto, perspicaz, novedoso, vigente y representativo de lo que ya forma parte de lo mejor de nuestra literatura nacional.