El Humanismo florentino en América Annunziata Rossi. El Humanismo renacentista florentino. Presagios, viajes, arte y ciencia hacia el continente americano. México: Instituto de Investigaciones Filológicas, Universidad Nacional Autónoma de México, 2017.

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Antonio Rubial García

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Rubial García, A. «El Humanismo Florentino En América Annunziata Rossi. El Humanismo Renacentista Florentino. Presagios, Viajes, Arte Y Ciencia Hacia El Continente Americano. México: Instituto De Investigaciones Filológicas, Universidad Nacional Autónoma De México, 2017.». Acta Poética, vol. 40, n.º 2, junio de 2019, pp. 149-57, doi:10.19130/iifl.ap.2019.2.862.
Sección
Reseña
Biografía del autor/a

Antonio Rubial García, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras

Historiador mexicano, especializado en los procesos de mestizaje y evangelización que tuvieron lugar durante el periodo colonial, y en general en la historia social y cultural de virreinato de Nueva España. Es Doctor en Filosofía por la Universidadde Sevilla y en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores desde 1990 y miembro de número de la Academia Mexicana de Historia desde 2010. Ha recibido, entre
otras distinciones, el Premio Universidad Nacional en el área de Investigación en Humanidades 2008.

Hasta nuestros días sigue en pie la discusión entre medievalistas y modernistas sobre cuáles fueron los verdaderos alcances de los cambios culturales que se dieron entre los siglos XV y XVI. Eugenio Garin (Medioevo y Renacimiento. Madrid: Taurus, 1981), por ejemplo, sostiene que hubo un giro fundamental en el Renacimiento respecto al mundo anterior, pues se comenzó a romper con el paradigma basado en el pensamiento teológico para dar paso a otro sustentado en la ciencia experimental y la racionalidad, con el subsecuente proceso de secularización. Otros autores como Jacques Heers (La invención de la Edad Media. Barcelona: Editorial Crítica, 1995) han insistido en que el movimiento renacentista solamente se puede observar en una capa de intelectuales, pero la mayor parte de la población, y muchos letrados, continuaban viviendo en los esquemas mentales basados en el pensamiento cristiano medieval hasta muy avanzado el siglo XVIII. Por ello, la escuela francesa ha creado el concepto de sociedades de Antiguo régimen para hablar de la civilización propia de la era preindustrial, sin olvidar por supuesto que entre los siglos XV y XVIII se gestaron muchos de los fenómenos que darían origen al mundo moderno y que éste se fue insertando paulatinamente en la mentalidad colectiva y de manera distinta en las diferentes regiones de Europa. Un hecho incuestionable es, sin embargo, que frente a los cambios que se estaban dando de manera ininterrumpida, permanecían vigentes aún muchos de los valores que se gestaron durante el periodo anterior.

Uno de los rasgos más importantes de esa continuidad fue sin duda el pensamiento cristiano cuya primera síntesis filosófica y teológica había realizado Agustín de Hipona entre los siglos IV y V. La premisa fundamental de sus postulados, vigentes hasta hoy, insiste en ver al mundo terrenal como escenario de una lucha entre el bien y el mal, entre el vicio y la virtud, entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas; la contienda tendría un final catastrófico para la humanidad seguido por un Juicio universal en el que Dios daría premios y castigos, infierno o gloria, a las almas y a los cuerpos resucitados de los elegidos y de los réprobos.

En el siglo XIII, la segunda gran síntesis del pensamiento cristiano, la escolástica, encabezada por el dominico Tomás de Aquino, sacralizó la concepción de una sociedad jerarquizada, estática y sujeta a un orden divino que la trascendía y que señalaba a cada quien el sitio que debía ocupar en el mundo. Esta sociedad cristiana, de la que estaban excluidos los infieles musulmanes y los judíos, formaba la Iglesia militante la cual, reunida alrededor del cuerpo eucarístico de Cristo, luchaba en la tierra contra las fuerzas infernales y recibía la ayuda constante de la Iglesia triunfante, formada por ángeles y santos que habitaban ya en los cielos. Ambas, además, comunicaban sus beneficios espirituales a la Iglesia purgante que penaba en el purgatorio sus culpas en espera de la gloria.

Frente a la permanencia de los valores cristianos tradicionales, pero no en contraposición a ellos, se consolidaba la visión humanista que propugnaba por el rescate del mundo clásico como base de una actitud crítica en la búsqueda del conocimiento y de una mayor libertad de pensamiento. Así, por influencia del Humanismo se comenzaron a considerar valiosas para la cristiandad algunas concepciones de las civilizaciones paganas (Egipto, Grecia y Roma), siempre que se adecuaran al dogma y a la moral del cristianismo y al marco de referencia agustiniano-tomista. El Humanismo comenzó como un movimiento literario que buscaba el rescate del latín clásico y de la literatura de la época romana y después recuperó la literatura griega, restaurando igualmente la historicidad de dichas lenguas; en su poesía había tantos elementos que hablaban de los valores humanos trascendentales que muy bien podía ponérsele a la altura de la filosofía. Su conocimiento, junto con el hebreo, estaba además dando impulso a estudios lingüísticos sobre la Biblia, pero a diferencia de ellos, que tenían por finalidad interpretar la palabra de Dios, el Humanismo postulaba que el hombre era el principio y el fin del conocimiento, y que la mayor perfección de la humanidad había sido alcanzada en la antigüedad clásica.

Frente a un cristianismo medieval que insistía en el valor del sufrimiento y del dolor como instrumentos de redención y de una visión pesimista de la vida, el Humanismo presentaba un enfoque optimista del amor humano, de la amistad, de los placeres, de la belleza del cuerpo, del erotismo. Sus pensadores contraponían al pesimismo apocalíptico, propio de la época anterior, un profundo optimismo basado en la creencia de la potencialidad humana para crear arte y tecnología y en su capacidad para transformar al mundo y a sí mismo. Además de promover la exaltación del individualismo, el Humanismo ponía al hombre de acción al mismo nivel que el hombre contemplativo y convertía a la naturaleza en su espacio de descubrimiento, conocimiento y conquista.

Muchos pensadores trataron de integrar ese ideal del hombre clásico con la civilización cristiana, lo que los llevó a postular una renovación religiosa. Erasmo de Rotterdam, máximo representante de esta corriente, planteaba el estudio del cristianismo en sus fuentes bíblicas, así como su interpretación a la luz de la filosofía clásica. La Sagrada Escritura debía ser traducida a todas las lenguas para que cualquiera encontrara en ellas el camino de la salvación a través de una comunicación más íntima con Dios. Se criticaba además la piedad externa, el culto a las imágenes y a las reliquias, el fanatismo, la superstición, y a los frailes corruptos e ignorantes. Otros pensadores, como Tomás Moro, postulaban una sociedad ideal llamada Utopía, donde regían los principios del cristianismo primitivo y se habían abolido la propiedad privada y la desigualdad. La guerra era, para todos ellos, el mayor mal del mundo y se debía erradicar de la faz de la tierra.

Al mismo tiempo que circulaban en Europa los principios de ese Humanismo pacifista cristiano, se imponía una tónica militarista e imperialista que avalaba el poder hegemónico castellano sobre el resto de los estados peninsulares y estructuraba su futuro predominio en Europa por medio de alianzas matrimoniales. Carlos de Habsburgo, heredero de esas políticas, consolidó un imperio que se forjaría dentro de un sentimiento mesiánico y militarista. Su fortaleza y amplitud lo proyectaban como el reino universal de salvación que precedería al fin de los tiempos, hecho que se veía confirmado por el descubrimiento de América y la posibilidad de expansión misionera en ella. Dentro de esta visión mesiánica fue también interpretada la presencia de la reforma protestante, concebida como una faceta más de los intentos demoníacos por destruir “la ciudad de Dios”. En el siglo XVI el mundo católico agregaba así a las huestes satánicas dos nuevos miembros: los herejes protestantes de la Europa norteña y central, y los pueblos idólatras de América y Asia. Su presencia justificó la guerra contra los primeros y la conquista armada y espiritual de los segundos.

El libro que hoy reseñamos de Annunziata Rossi recrea ese fascinante mundo que vinculó regiones tan distantes como la Toscana, Castilla y América y, a partir de una narración fluida, inteligente y sumamente amena nos introduce en el importante papel que tuvo Italia y su cultura en la expansión europea hacia el mundo. El libro, dividido en seis capítulos, está articulado alrededor de un eje temático: la apertura de la visión espacial que trajo consigo el Humanismo. Después de una breve introducción que postula el papel central que ocupó Florencia en el proceso de expansión de Europa hacia América, Annunziata Rossi nos introduce en el fascinante mundo de los viajes y cómo en su consecución se mezclaron ficciones y realidades, represiones y anhelos de aventura, permanencias y cambios.

Para ejemplificar esos contrastes, la autora muestra la actitud ambigua que tiene Dante ante la figura de Ulises: fascinado por el héroe que busca lo desconocido poniendo en peligro su vida, pero al mismo tiempo condenado al infierno por desobedecer los designios divinos y por su soberbia al atreverse a desafiar a Dios. Annunziata Rossi encuentra el contrapunto de la actitud del Dante en su contemporáneo Marco Polo, el Ulises veneciano, en cuya vida aventurera no existen tales conflictos. Marco fue uno de los varios italianos, mercaderes y frailes, que habían llegado a China impulsados por el comercio y el afán evangelizador, los dos grandes proyectos que alentaron la expansión europea, primero en África y finalmente en América y Asia.

A partir de los viajes y las narraciones de Marco Polo, China se volvió un espacio necesario para la reconquista de la Tierra Santa, la cual después de las frustradas cruzadas, tendrá que esperar a que se cerraran sobre el Islam las tenazas de una cristiandad occidental en avance y de un Lejano Oriente en vías de cristianizarse. Con base en el mito del preste Juan, un rey sacerdote cristiano que habitaba los territorios orientales (donde no había guerra, ni propiedad, ni moneda), y que ayudaría a la cristiandad a recuperar Jerusalén. Ese mito, y los viajes de Marco Polo a China, influyeron poderosamente en el ideario de Colón, influido por el más grande matemático de su tiempo, Paolo dal Pozzo Toscanelli, quien había marcado en un mapa enviado al rey de Portugal una posible ruta a las Indias por el Atlántico. Colón esperaba que con el dinero obtenido con las expediciones a Cipango y Catay y una vez que China se convirtiera al cristianismo, sería posible atacar a los musulmanes por ambos flancos. Dos objetivos irreconciliables, la obtención del oro y la misión evangelizadora, quedarían finalmente unidos bajo una misma perspectiva: la reconquista de Tierra Santa.

ParaAnnunziata Rossi , este tercer factor mítico e imaginario tuvo la misma importancia que el comercio o la misión para encauzar las energías hacia las grandes empresas descubridoras. Las aventuras caballerescas y su búsqueda de países de maravillas, junto con las cruzadas, movieron la conciencia europea a exaltar el viaje como un medio para conseguir fama y fortuna y no sólo como peregrinaje religioso. Entre la realidad y el sueño, entre el mito y la utopía, Asia y el Atlántico fueron los lugares donde situaron esos espacios insólitos en los cuales los caballeros llevarían a cabo sus hazañas. Ese mundo imaginario fue subversivo, para Annunziata Rossi, pues ponía en la tierra espacios paradisiacos que la Iglesia prometía sólo en el cielo. En tales lugares no existía la miseria, ni las pestes, ni el hambre, ni las guerras, situaciones que constituían la realidad cotidiana de los europeos.

El tercer capítulo del libro se enfoca en el Humanismo florentino y en su papel como impulsor de la apertura a nuevos mundos. Annunziata Rossi comienza su discurso cuestionando la difundida opinión de que Florencia sólo era un centro artístico y filosófico, mientras que Padua se desarrollaba como el núcleo científico de Italia, pues en ella habían estudiado los más importantes geógrafos y astrónomos (Cusa, Toscanelli, Pico, Müller, Copérnico). Para la autora, Florencia también fue sede de un importante movimiento científico y hace una reflexión sobre el importante papel en el desarrollo de la ciencia que jugaron el arte y las técnicas destinadas a su realización. El artista, gracias a Alberti y a Leonardo se convertiría también en un científico, en un filósofo y en un intelectual. El artista fusionaría teoría y praxis, ciencia y técnica, como se vio en la construcción de la cúpula de Santa María del Fiore en la cual coincidieron Alberti y Bruneleschi. Gracias a los artistas, por ejemplo, se modificó la visión del espacio por lo cual, para Annunziata Rossi, el paisaje y la tridimensionalidad serían antecedentes a tener en cuenta para entender la curiosidad y el espíritu viajero que movió a las expediciones geográficas o a la búsqueda de los espacios siderales infinitos.

Pero esa visión de apertura y movilidad convive con otra que busca la estabilidad y el estatismo. Junto a los aventureros, inconformistas, utopistas que buscan la conquista de los espacios exteriores están las expectativas de los monjes, ermitaños y místicos, embebidos en sus viajes interiores y opuestos a los cambios que consideran tentaciones del Demonio. El mundo que envejece será un extendido tópico profundamente influido por el Apocalipsis, que marca el contraste con esa edad de logros. El profetismo joaquinita milenarista heredado de la Edad Media convivía con la utopía humanista. Hombres de Iglesia con ideas de avanzada como Cusa, Copérnico o Eneas Piccolomini tuvieron que hacer concesiones a los principios teológicos y dar marcha atrás en muchos de sus postulados científicos y humanísticos. En 1504 Sanazzaro inaugura con su Arcadia la literatura pastoril que exalta la posibilidad de encontrar el amor y la felicidad en la vida terrena. Casi al mismo tiempo, en Orvieto, Lucca Signorelli está pintando las escenas del Juicio Final entre 1499 y 1502.

Esos contrastes son percibidos por Annunziata Rossi en la misma historia de Florencia. En la primera mitad de siglo, dicha ciudad se presentaba como una república gobernada por intelectuales (como en la antigua Grecia), en contraste con las otras urbes italianas donde gobernaban tiranos (los Visconti en Milán, los Gonzaga en Mantua, los Montefeltro en Urbino, los Malatesta en Rimini, los Este en Ferrara). Pero en la segunda mitad del siglo, Cosme de Medicis iniciaría un gobierno principesco con rasgos feudales, lo cual traería un retroceso de la vida pública hacia el ámbito privado. En ese ambiente Annunziata Rossi sitúa la crisis del Humanismo cívico con Leon Battista Alberti quien contrasta la corrupción de la ciudad con la vida apacible y virtuosa del campo; fue también en ese ambiente donde Maquiavelo propondría que el hombre sabio podía prevenir su destino y triunfar sobre la fortuna, en un tiempo en que la visión pesimista de una fortuna inexorable parecía triunfar. Ese mismo Maquiavelo que proponía una ruptura teórica entre ética, religión y política, un drama del poder que Shakespeare llevará al teatro un siglo después.

Annunziata Rossi señala que a esas dos etapas florentinas correspondieron dos distintos postulados filosóficos. En la primera mitad del siglo Florencia vio renacer la antigua tradición latina de Seneca, Cicerón y Quintiliano la cual se enfrentó a los escolasticismos. Etapa que vivía inmersa en las contradicciones y que no podía conformarse con una explicación unilateral. La concordia discors, la armonía de los opuestos que proponía Nicolás de Cusa respondía a esa inquietud, al igual que la disputa entre razón e intuición como los mejores caminos para alcanzar el conocimiento; esto llevó a postular a Dante y a Mussato que la poesía era más eficiente que la filosofía en la comprensión de la naturaleza humana. La razón es inflexible y abarca sólo lo inmediato, la poesía y sus metáforas utiliza la agudeza del ingenio para abarcar lo diverso, inconmensurable, la multiplicidad del ser. Leonardo Bruni hace esa oposición entre ratio e ingenium. Esta posición llevaría en el siglo xvii a Juan Battista Vico a contraponerse al racionalismo cartesiano señalando que el hombre sólo podía conocer lo que él mismo construía, es decir su historia. Vico salía a la defensa de lo sensible, de la fantasía, la imaginación y la poesía, para entender la historia humana la cual dividía en tres edades: la de los dioses, en la que los hombres crean los fantasiosos mitos; la de los héroes, la épica que exalta las grandes gestas, y la de los hombres, la de la razón y la filosofía. Quizás por eso, hasta hace muy poco, no se consideraba el Humanismo dentro de los libros de historia de la filosofía pues, desde Descartes hasta el siglo XX, se privilegió el racionalismo como único método válido para alcanzar la verdad. Sólo filósofos con una gran sensibilidad como Ramón Xirau lo incluirían en su Manual.

Frente a una Florencia que en las primeras décadas del siglo se debatía en esos postulados, la de la segunda mitad era arrebatada por el triunfo del neoplatonismo. Una de las consecuencias del Humanismo, además de la exaltación de la dignidad del hombre, había sido la búsqueda del conocimiento de la naturaleza, cuyos postulados traerán consigo la denominada revolución científica, tema que se trata en la segunda parte del capítulo cuarto. Gracias a los contactos con la ciencia árabe, a partir de los siglos XII y XIII comenzó a reivindicarse una nueva manera de pensar basada en la lógica, la observación y la experimentación cuyos principios fueron propuestos, entre otros, por Pedro Abelardo y fray Roger Bacon. En el siglo XV, a raíz de la llegada de sabios bizantinos a Florencia, la filosofía neoplatónica y los textos atribuidos a un sacerdote egipcio llamado Hermes Trismegisto comenzaron a proponer la visión de que, además de la revelación, el conocimiento de Dios podía alcanzarse por medio de la astrología, de la cábala y de la numerología matemática. Tanto el postulado experimental como el procedente del conocimiento esotérico coincidieron en cuestionar uno de los principios básicos del saber antiguo: el geocentrismo.

Nicolás Copérnico, matemático, físico, embajador y astrólogo polaco, lanzó en su libro Sobre la revolución de las esferas celestes la hipótesis de que el sol era el verdadero centro del universo y no la tierra. Su propuesta no fue aceptada pues contradecía la narración bíblica en la que Josué detuvo el avance del sol con un dedo durante la toma de Jericó, pero varios de sus seguidores demostraron matemáticamente la veracidad de su aseveración, la cual no sería aceptada sino hasta el siglo XVII. A la larga, las propuestas de la ciencia en éste y en otros campos marcaron la desaparición del modelo retórico basado en verdades reveladas absolutas y en argumentos de autoridad, para sustituirlo por un pensamiento lógico que se sustentaba en la observación, la experimentación y la demostración matemática. Tal propuesta coincidió con la llegada de la filosofía neoplatónica a Occidente y en especial a Florencia.

Uno de los centros donde se inició ese movimiento fue Florencia y su iniciador fue Marsilio Ficino, quien creó una academia platónica donde se discutía y traducían las obras de Platón, Plotino y Porfirio, el Corpus Herméticum y los himnos de Homero, Orfeón y Hesiodo. Ya Ficino expresaba la idea de que a través del hermetismo se podrá conciliar las diferencias religiosas y filosóficas consiguiendo el ideal de la Paz y la unidad universales. Otro de los grandes filósofos herméticos, Pico della Mirandolla, pensaba reunir en Roma a sabios de todas las religiones pero de las novecientas tesis que pretendía discutir varias fueron consideradas heréticas, por lo que tuvo que huir a Francia.

En 1484 una conjunción astral entre Júpiter y Saturno desató sueños, visiones y presagios sobre el fin del mundo apocalíptico, pero al mismo tiempo la esperanza de una nueva edad dorada que se confundía con el milenio. En esa época de contrastes, de permanencias y cambios en la cual se confundían los valores tradicionales con los modernos, había pensadores que atacaban la astrología, como Pico de la Mirandolla mientras otros, como Toscanelli, la defendían. Era un periodo en que convivían las visiones apocalípticas, pesimistas y reformadoras de un fraile exaltado como Jerónimo Savonarola, detractor de los lujos y de las vanidades, con la posición optimista sobre la dignidad y potencialidades del hombre que sostenía su amigo Pico della Mirandolla. Los sueños de la Arcadia de Sanazzaro, que anhelaba el regreso a una edad dorada originaria, compartían el espacio literario con la poesía melancólica sobre la vanidad y futilidad del mundo de los seguidores de Petrarca y de los lectores de sus Triunfi. La idea de un mundo que envejecía no se oponía a la expectativa de una sociedad utópica venidera. En un mundo que exaltaba los logros de Grecia y Roma, vivía Leonardo, un científico indiferente ante el mundo clásico. Maquiavelo, quien anunciaba la futura razón de estado, comulgaba también con los ideales filosóficos religiosos de su tiempo. Un Colón franciscano y milenarista que al mismo tiempo esclavizaba a los indios, los explotaba y buscaba insaciable el oro y las perlas, haciendo compatibles fe y codicia. Resulta imposible encuadrar a pensadores y hombres de acción tan diversos en un solo esquema pues en sí mismos vivían las contradicciones propias de una época de cambios.

Citando a Eugenio Garin en su libro Rinascite y revoluzione, Annunziata Rossi señala los contrastes más significativos de esta etapa: la glorificación de la dignidad del hombre frente a la justificación de la esclavitud; las revueltas contra a la tiranía frente a la justificación del poder del estado; la exaltación de las virtudes del buen salvaje o la sabiduría china frente al anatema de la barbarie del americano o la inmovilidad cruel y corrupta del asiático; la utopía que se intenta implantar en América se transforma en una anti-utopía de exterminio y explotación como lo muestra Las Casas; visiones apocalípticas que dirigen su mirada al más allá contrastan con impulsos exploradores que buscan ampliar los espacios y mejorar la vida del hombre en la tierra.

Permanencias y cambios, escolástica frente a Humanismo, universidades frente a academias, pesimismo frente a optimismo, autoridad frente a experiencia, Arcadia frente a Utopía, intuición frente a razón. Una nueva visión del mundo clásico, de las bellas letras, de la historia como maestra de vida y de la libertad crítica contrasta con aquella que ve a los fieles como borregos obedientes. Pero el irenismo tolerante e incluyente, el Humanismo que privilegiaba la experiencia sobre el autoritarismo, todo eso terminó cuando la Reforma y la Contrarreforma impusieron sus criterios dogmáticos y crearon inquisiciones para acabar con la libertad y la crítica.

Con una pluma magistral y una gran erudición la obra de Annunziata Rossi presenta aquí una perspectiva novedosa que ve el Renacimiento como una conquista del espacio y del tiempo, como una revolución del pensamiento que cambió la perspectiva del hombre respecto a sí mismo y al cosmos. Al igual que sucedió con el Humanismo, en este pequeño libro la poesía y filosofía se unen en una conjunción estupenda.

Bibliografía

  1. (). . . México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicas. .

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