dx.doi.org/10.19130/iifl.ap.2016.1.669

El loco amor como enfermedad mental. Los cuatro humores en el Arcipreste de Talavera o Corbacho, de Alfonso Martínez de Toledo
The Crazy Love as a Mental Disease. The Four Temperaments in the Arcipreste de Talavera o Corbachoby Alfonso Martínez de Toledo

Ángel Trejo Barrientos
Universidad Nacional Autónoma de México
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
angel.trejo.barrientos@uacm.edu.mx

 

La reprobación del loco amor es el principal objetivo de Alfonso Martínez de Toledo en Arcipreste de Talavera o Corbacho, según él mismo establece desde el Prefacio. Aunque el término ‘loco amor’ en ninguna parte del libro es definido o señalado explícitamente como una enfermedad del cuerpo o de la mente, sí hay una referencia continua tanto a la pérdida de seso y memoria como a otros síntomas relacionados con la lujuria y el mal de amores o amor hereos.

E como los otros pecados de su naturaleza maten el alma, éste, empero, mata el cuerpo e condepna el ánima; por do el su cuerpo luxuriando padesçe en todos sus naturales cinco sentidos: primeramente face la vista perder, e mengua el olor de las narizes natural, quel ombre apenas huele como solía; el gusto de la boca pierde e aun el comer del todo; caso el oir fallesce que parésçele como que oye abejones en el oreja; las manos e todo el cuerpo pierden todo su exerçiçio que tenían e comiençan a temblar (73).

El loco amor como enfermedad solía vincularse con un padecimiento que tornaba al paciente a un estado melancólico tras experimentar el sentimiento de amor hacia una mujer. Era un mal preponderantemente padecido por los hombres, y el aquejado por él ve en su amada la mejor y más bella de todas las mujeres, la más refinada en asuntos morales y naturales; por ello la codicia tanto. Se dice hereos porque es un padecimiento de nobles y ricos. El afectado desea tanto a la amada que se torna loco. De no atenderlo, pierde el sueño, el hambre y cae en una profunda tristeza que puede curarse con la materialización del deseo. Pero si el enamorado no tiene esa posibilidad, el pronóstico puede ser letal: los enfermos que no se curan pueden caer en manía o morir. El tratamiento consiste en hacer ver al enamorado los peligros de su situación, contarle cosas feas de su amada y procurar que esté rodeado de amigos. Conviene contarles cosas muy tristes, para que su tristeza parezca pequeña. Es un tratamiento verbal principalmente, pues el amor hereos es un padecimiento cerebral cuya causa es la corrupción de la imaginativa. Bernardio de Gordio, en el siglo xiii, definía el amor hereos en su Lilio de medicina de la siguiente manera: “esta pasión mas fermosamente se puede definir assi. El amor es locura dela voluntad porque el coraçon fuelga por las vanidades mezclando algunas alegrías con grandes dolores y pocos gozos” (Soto: 34).

En este contexto asume Martínez de Toledo, el autor, el reto de explicar, sin recurrir a los géneros poéticos y alegóricos, a hombres y luego a mujeres, los elementos que deberán considerar para protegerse del loco amor. La primera parte está dedicada a la reprobación del loco amor, y la segunda a las… tachas e malas condiciones de las malas e viçiosas mugeres, las buenas en su virtud aprovando. En estas secciones el discurso es esencialmente moral, y trata de dar herramientas a los hombres para comprender la irracionalidad del deseo sexual —sólo quien sufre falta de seso puede escoger la condenación en lugar de la salvación eterna—, su carácter pecaminoso, así como el riesgo que implican para los hombres los vicios y condiciones de las malas mujeres. Sí habla de padecimientos físicos, pero le preocupan más las consecuencias morales y religiosas:

¿Quién es tan loco e fuera de seso que quiere su poderío dar a otro e su libertad someter a quien non debe, e querer ser siervo de una mujer que alcança muy corto su juicio, e demás atarse de pies e de manos, en manera que non es de mesmo, contra el dicho de sabio, que dize: “quien pudiere suyo, non sea enagenado, que libertad e franqueza non es por oro comprada” (75).

Al igual que en el Libro de buen amor de Juan Ruiz Arcipreste de Hita, la materia de discusión aquí es el loco amor; sin embargo, a diferencia del primero, en el Arcipreste de Talavera está ausente el plano alegórico en donde tienen cabida la ambigüedad, lo burlesco y cierto talante jocoso con respecto al tema del loco amor. La obra adopta una posición ideológica de condena hacia un comportamiento que asocia con la lujuria, la pasión y la sexualidad. Martínez de Toledo relaciona este tipo de pasión con la posesión diabólica, considerando la situación propia del hombre ante el mundo y su contienda con fuerzas que lo inclinan al mal: “El combate del cristiano contra las fuerzas del mal implicaba discernir entre los espíritus buenos y los malos. El objetivo último era derrotar a los demonios para elevarse a Dios. […] Pero el demonio, en relación con el cristiano se manifestaba de una forma más violenta: la posesión” (Mitre: 74).

Cuando Martínez de Toledo se dirige principalmente a los hombres, señalándoles los riesgos y las consecuencias del loco amor, y cuando hace advertencias sobre el comportamiento de las malas mujeres, se sitúa en la línea dominante durante la Edad Media y se limita aquí a condenar y a mostrar las consecuencias funestas del enamoramiento y el amor carnal. Hay una creciente condena no sólo del acto sexual en sí sino del propio deseo, ámbitos que pasan a ser terreno de la posesión demoniaca: la pasión sexual es la perdición per se, en tanto que quien desea y cae en la mundanidad fue poseído por el diablo y por tanto ha perdido la razón. Ha perdido el entendimiento de Dios y ha caído en locura; esto es el loco amor. “¿Quántos enemigos tiene el mezquino del ombre? El mundo, el diablo e la muger” (230). Es decir, el escenario es el mundo, la potencia, el diablo, y la operadora, la mujer. Por tanto, en las primeras dos partes los consejos van dirigidos al hombre para que con razón, es decir, con entendimiento, y haciendo uso de su libre albedrío, evite el loco amor y los vicios de las malas mujeres.

Su noción del loco amor es unívoca, y pocos fragmentos difieren realmente del sentido general del texto. En sus dos primeras partes es un libro al mismo tiempo didáctico, doctrinal y entretenido, pero no recurre a la ambigüedad como sí lo hace Juan Ruiz, quien parece escribir regodeándose burlonamente en el loco amor.

La tercera y cuarta partes del Arcipreste de Talavera, en cambio, constituyen un intento por explicar la pérdida de entendimiento a propósito del deseo sexual masculino, que parece dirigido principalmente a las mujeres. Ya en las conclusiones de la segunda parte introduce el tema de los siguientes capítulos: aunque sigue dando menor cualidad intelectual y moral a las mujeres, reivindica el derecho de ellas a advertir los tipos de hombres, para que sepan sacar provecho y conozcan los vicios de ellos, subraya que el matrimonio es el ámbito de salvación y orden que salva, a unas y otros, del pecado y la condenación.

E por cuanto el intento de la obra es principalmente de reprobaçion de amor terrenal, el amor de Dios loando, e porque fasta aquí el amor de las mujeres fue reprobado, conviene que el amor de los ombres no sea loado. E si las mujeres amar quisieren los ombres, vean quién aman, qué provecho se les seguirá de los amar, qué virtudes, qué viçio para amar tiene los ombres (204).

Es aquí donde confluyen el discurso teológico y el médico para articularse en una explicación, ahora —insisto— dirigida a las mujeres. El resultado de esta confluencia es el uso concreto de la teoría de los humores por Martínez de Toledo. La enfermedad mental, o el estar mal del seso, se concebía como un desequilibrio de los fluidos del cuerpo. Este comportamiento extraño tenía su causa, según la teoría humoral, en una falla en la interacción de los fluidos corpóreos que conformaban el temperamento del individuo. La disfunción de este equilibrio, y el que uno de los líquidos preponderara sobre los demás, así como la corrupción de sus funciones, provocaba diversas enfermedades. Así, en esta visión médica la locura resulta una conformación de los líquidos del seso demasiado cargada sobre uno de los cuatro humores, o una combinación nefasta de éstos; la locura es físicamente un líquido que inunda el cerebro del individuo y distorsiona su funcionamiento.

En realidad, el equilibrio óptimo prácticamente nunca se obtenía, a causa de los rigores del clima, de la diversidad de los hábitos y de costumbres, etc. El equilibrio es un equilibrio de dos o un solo temperamento dominante; si, por ejemplo, la bilis negra está superior en cantidad a los otros humores, el individuo tendrá un temperamento melancólico; en los otros casos, el temperamento podrá ser sanguíneo, flemático o colérico (Bigeard: 20; traducción mía).

No debe sorprendernos el uso que Martínez de Toledo hace de esta noción, toda vez que fue la teoría médica más aceptada durante siglos, desde su primera articulación en el siglo v a. C. por Hipócrates, su canonización por Galeno y pasando por numerosas repeticiones, adiciones, interpretaciones y complementos con otras teorías que durante más de dos milenios se fueron construyendo tanto en el ámbito popular como en los variados tratados médicos orientales y occidentales hasta finales del siglo xix de nuestra era.

Setecientos años separan a Galeno de Hipócrates, pero la ilación de ideas entre los dos grandes de la antigüedad es clara. La obra del médico de Pérgamo procede de la del médico de Cos. Con Galeno, en último movimiento impetuoso antes del hundimiento, culmina la medicina griega. Durante toda la Edad Media y el Renacimiento, la creencia en los vampiros y en los brujos tuvo en jaque todos los procesos de la ciencia; Galeno durante estos cinco siglos fue la única luminaria, el único resplandor de un pensamiento médico positivo (Ristich: 27).

Lo particular de la teoría humoral, en el caso de la Edad Media, es su articulación y funcionamiento junto con otras ideas teológicas y astrológicas. Esta teoría seguirá siendo reproducida con propósitos argumentativos y explicativos; por ejemplo, por Huarte de San Juan en 1575 en su célebre Examen de ingenios para las sciencias, lo que nos indica que acaso una de las exposiciones románicas más tempranas en la literatura sea la de Martínez de Toledo. Lo que aquí interesa es que las líneas generales para entender el mecanismo de los fluidos corporales no varían mucho entre diferentes épocas:

El ser humano es descrito en ella [la teoría humoral] como crasis, o en la transcripción latina, temperamento, es decir, la mezcla individualmente variable de los cuatro humores. […] Su presencia en el cuerpo es necesaria, mientras que su equilibrio aparece más bien como un punto ideal que permite medir las desviaciones encarnadas por los individuos. Asimismo, la medicina edifica su cuadro patológico sobre la idea de discrasia, es decir el desequilibrio de la mezcla humoral, que se aleja de la fórmula de la buena mezcla (eucrasia) (Müller: 32).

Éste es el caso de las partes tercera y cuarta del Arcipreste de Talavera, que reproducen la relación de los fluidos y sus características. Su texto se apega a la clasificación corriente, que podía mostrar variaciones en los diferentes tratados o documentos que las referían: el humor de la sangre, cuyo órgano secretor es el corazón, tiene como elemento el fuego; su cualidad esencial es el calor, y la temperación de este fluido da como resultado un temperamento sanguíneo. El humor de la bilis negra, secretada por el bazo y cuyo elemento es la tierra, posee calidad fría; su estado de equilibrio da por resultado el temperamento melancólico. El humor de la bilis amarilla es secretado por el hígado; su elemento es el aire y su cualidad esencial es lo seco; su ponderación en el cuerpo da por resultado el temperamento colérico. El temperamento flemático es resultado del equilibrio de la flema, secretada por el cerebro o la glándula pituitaria; su cualidad esencial es la humedad, y por tanto su elemento es el agua.

En Donde se tracta de las complisiones de los ombres e de las planetas e signos, quáles e cuántos son, el Arcipreste de Talavera llama a los temperamentos “complisiones”, cuatro “complexiones” o maneras de constituirse del cuerpo, así como su influencia en el funcionamiento emocional, que corresponden a las características que para bien o para mal hombres y mujeres pueden mostrar, según las cualidades de cada quién: “unos son secretos, callados e de cortas razones, flemáticos, adustos; e otros son en otras maneras: unos sanguinos, alegres e placenteros; otros colóricos e furiosos; otros malenconiosos, tristes e pensativos” (Martínez de Toledo: 205).

Es importante señalar que antes de indicar la relación de los signos del zodiaco con los humores y de desarrollar una imbricada relación de los mismos con los planetas, Martínez de Toledo se disculpa por haber utilizado antes una forma de explicar que algunos pueden considerar poco docta, pero señala que su interés reside en que su mensaje llegue a la plaza y a todas las personas, y que les sirva para aplicarlo en la vida diaria. Ciertamente, el tema de las dos primeras partes es entretenido y nos ilustra sobre la mentalidad cristiana con respecto a la sexualidad, las mujeres y la voz cotidiana de la mujer bajomedieval; sin embargo, la argumentación de su trasfondo explicativo es débil, pues se limita a reproducir estereotipos de la misoginia imperante y sobre los riesgos del loco amor, enunciando las razones por las que el que ama desordenadamente traspasa los diez mandamientos, por ejemplo. El protagonismo de la voz femenina es lo que ahora se nos hace más interesante, no tanto los argumentos esgrimidos (Cfr. González-Casanovas).

El tono de las partes tercera y cuarta del libro es más de tratado científico que de texto didáctico, no obstante que no están ausentes de exempla y buen humor.

Demás, ruego a los que este libro leyeren que non tomen enojo por el non ser más fundado en çiençia; que esto es por dos razones: por quanto para viçios e virtudes farto bastan enxiemplos e prácticas, aunque parescan consejuelas de viejas, pastrañas o romançes; e algunos entendidos reputarlo han a fablillas, e que non era libro para en plaça. Perdonen e tomen lo poco, e de buena mente. ¿Qué más pudiera fazer sinón que cada uno sepa e entienda la manera de bivir del mundo? (Martínez de Toledo: 204).

El deseo sexual de las mujeres, ese que provoca el loco amor en los hombres, se ha explicado antes en términos de la influencia que el mundo, las mujeres y el diablo pueden ejercer contra la voluntad de los hombres. El deseo, la locura de amor de los ombres, ahora será explicado en términos médicos a las mujeres. El deseo masculino, a diferencia del femenino, no proviene del demonio, sino de la constitución o complision, de la influencia de los astros y planetas en el cuerpo de los hombres. Estas determinantes también son válidas para las mujeres, pero
“e por quanto comúnmente los ombres non son comprhendidos como las mugeres so reglas generales —esto por el seso mayor e mas juizio que alcançan— conviene, pues, particularmente fablar de cada uno segund su qualidad; e esto non se puede saber sin natural materia de los estrólogos naturales” (204).

Luego pasa a enunciar las características de cada una de las complisiones. Del ombre sanguino su elemento es aire, humido e caliente; alegre, hombre placentero, dançador y bailador, de todo enojo enemigo. Ombre colórico, elemento fuego, caliente y seco, irados muy de rezio, soberbios, con arranques violentos breves, pero peligrosos. El ombre flemático, cuyo elemento es el agua, es húmedo y frío, de poco hablar, sospechoso, ligero de seso. Y del ombre malencólico su elemento es la tierra, frío y seco, muy airados, riñosos e con todos rifadores, tristes, sospirantes, pensativos. Cada una de estas complisiones es relacionada con los signos zodiacales: “de doze signos que son, cada tres de ellos son predominantes a cada elemento e complision”, y establece una relación con la calidad de los mismos; también vincula los signos con las partes del cuerpo en función de su calidad genérica, masculino o femenino: “Libra es masculino, señorea el ombligo; es su planeta Venus”. No desarrolla un exemplum en esta parte sobre el funcionamiento concreto de estas relaciones para interpretar el comportamiento de los hombres; sin embargo, más adelante desarrolla las qualidades de las cuatro complisiones: “Dígote de las calidades e maneras de los suodichos ombres e mugeres, mas de mugeres aquí no se tracta, como de suso se a dicho algund poquito —e tan poco que non es más quel grano del mijo en la boca de un asno— para avisaçion e correcçion: farto para que el quisiere puede aprovechar” (212).

Las cualidades de las complisiones de los hombres son explicadas con diferentes estrategias textuales, según los propósitos de Martínez de Toledo. Primero, los sanguíneos y coléricos son desarrollados con amplitud, y se expresa en los ejemplos la preeminencia de alguno de los humores, que puede entenderse como un exceso del fluido predominante según el funcionamiento que describe previamente, y que es coherente con la idea de discrasia/eucrasia de fluidos antes mencionados: “En todo susodicho se entiende de las complisiones de cada una de las dichas calidades en él más preduminante. Empero, si otra complisión mejor ayudase a la mala en quantidad mayor que ella, fará a la persona perder la propia e allegarle a la que le ayuda, e será demudado en la mejor complisión” (209).

Segundo, la posibilidad de intervenir con conocimiento de causa en la búsqueda de compañía, del matrimonio, se ejemplifica ampliamente con el desarrollo de las cuatro maneras de casamiento, “las tres son reprobadas, e la una de loar” (225), que inserta luego de presentar inquietantemente a los ombres flemáticos como perezosos pero moldeables, lo cual nos hace pensar que hay una recomendación explícita para escoger marido de entre esta complisión, aunque esto último se verá contradicho posteriormente.

Tercero, sobre los melancólicos apenas resalta su malicia, pero sobre todo su conflictividad; en el capítulo X de la segunda parte, De cómo los ombres malencólicos son rifadores, parece sólo desacreditar esta opción sin mayor desarrollo de argumentos, en contraste con los humores anteriormente explicados: “La que tal marido o amigo tiene, posesión tiene de muerte o de poca vida” (229).

En el primer caso, el temperamento de los sanguíneos es entendido como una tentación a la mujer, pues bajo este tipo de constitución el hombre es alegre, franco e riente e plazentero; pero tendrá que evitarse pues “es mucho enamorado e su coraçón arde como fuego, e ama a diestro e a siniestro; e quantas vee, tantas ama e quiere, e con todas mucho alegre, alegando por sí lo que dize el profecta David en el Salmo: ‘Señor, delectáseme en la fechura de tus manos’” (212).

Aunque reconoce que esa característica ha sido dada por Dios a los sanguíneos para “generaçión de cópula matrimonial; dioles estímulos para aver galardón sin trabajo non se puede alcançar(213), advierte a las mujeres las penas que pueden sobrevenir de amar a un hombre sanguíneo que atrae a otras mujeres:

E como las mugeres se paguen de ombres alegres e amadores e enamorados, más que condiçión que non amen a otra sinón a ella; que para ella nasçió en el mundo e le crio su madre, etc. E de nesçia non se les entienden, más alléganse las mugeres a ellos, e éstos, con sus plazenterías, solazes, burlas e juegos, traen muchas engañadas, burladas, escarnesçidas, a perder. ¡Guay de la triste desaveturada que los cree! (214).

El riesgo para la mujer de caer en enfermedad de amor, aunque no es explicado en esos términos, sí se describe precisamente a propósito de la tentación y el enamoramiento que suscita el sanguíneo; en la medida en que la mujer cae como “loca desventurada” al amor, su situación se presenta como la de una enferma mental: “e non cura sinón çerrar e pasar e biva la locura” (215). La discrasia en el cuerpo expresa los síntomas del amor hereos: “en tanto que ella cresçe en amor, e pierde el comer, bever e dormir e folgar, por el contrario de lo de primero que mientras más iva, el más ardía e ella menos sentía” (215). Paralelamente al caso de los hombres en la primera y la segunda parte del Arcipreste de Talavera, la mujer ahora tiene que resistir la tentación con respecto a los hombres más atractivos, que sin embargo no nos son presentados como el vehículo del diablo sino como un inquietante producto de la naturaleza, que maneja las herramientas del amante cortés:

Non tienen jesto non risa inflinjida; todos ombres alegres aman, todos juegos les plazen, especialmente cantar, tañer, bailar, dançar, fazer trobas, cartas de amores; gusajolosos en dezir, alegres en participar, verdaderos en lo que prometen, entremetidos en toda proeza (216).

Los sanguíneos aman brevemente, por lo que finalmente concluye: “E non curen de creer locos amadores por mucho que sean bailadores, loçanos nin cantadores: que todos son burladores, honestad de matrimonio salva” (216). Y por esto, por encarnar al loco amor desordenado y por ser naturalmente incapaces de cumplir sus compromisos matrimoniales, los hombres sanguíneos deben ser evitados por las mujeres.

El colérico es indeseable por otras razones: puede perder la cabeza y dejarse ir en la violencia a la que está dispuesto por su complisión; a pesar de tener buen seso, ser sabios y sutiles, son “movidos de ligero e feridores”. Representan la locura como furia asesina: “El loco ‘furioso’ marcado por la regularidad y continuidad de los ataques de frenesí constituye un verdadero peligro para la seguridad de los demás” (Mitre: 77). Cuando se enojan, sus manos son “prestas a las armas e a ferir. Estos tales son sacadores de sangre que a unos pocos ruidos se fallan que non saquen sangre” (Martínez de Toledo: 217). Por tanto debe evitárseles, como en el caso del colérico que al ir a vengar una injuria de la que se quejaba su esposa hiere y es herido; Martínez de Toledo muestra cómo todo puede terminar en un hecho de sangre. Los coléricos sólo pueden dejar lágrimas en las mejillas de las mujeres que lloran la tragedia de ver a su marido herido o muerto, y por tanto quedar ellas en estado melancólico, de acuerdo con el propio Martínez de Toledo. Sin embargo, aquí no hay una discusión profunda sobre el amor de los coléricos, toda vez que son francos y duraderos en ello, pero peligrosos y locos: no de amor, sino por violencia.

Interesante resulta la ambigüedad en el trato que se dispensa al flemático. En un principio se recomienda a las mujeres la complisión flemática para escoger marido: es el menos caliente de los humores, y sus representantes resultan “para el arte de amar los más áviles e convenientes del mundo” (221). El flemático es hombre muy fuerte de corazón y constante, cortés, mesurado, liberal, osado y dueño de otras características muy positivas; ¿cómo no van a amar las mujeres un hombre así?, se pregunta Martínez de Toledo. Sin embargo, se responde, los flemáticos también son todo lo contrario a lo que las mujeres desean en cuanto a atracción, protección y seguridad: son flojos, indecisos y cobardes. “Así que los tales non son buenos para amar, nin aun para ser amados, que nin tienen lo que amor requiere, ni han lo que la fembra quiere. Amar, pues, a tales es mengua de bondad e sobras de ruindad” (224). Los ejemplos del hombre flemático caen en la exageración burlesca cuando el hombre flojo se niega a salir a hacer algo necesario, que le pide su mujer, por no sufrir un accidente que ha podido imaginar que sucedería si saliera, como ser mordido por un perro o recibir una cuchillada, todos escenarios improbables que elabora la mente del flemático para decidir finalmente no salir no obstante la necesidad de su esposa. De manera análoga, la mujer que espera a su enamorado flemático quedará decepcionada de que el temor de su hombre se debiera al ruido y la sombra del gato de la casa, a la cual no accede valientemente por un balcón o por el jardín tras saltar una barda, sino por la puerta. De hecho, el ruido del gato le parece el sonido de cien hombres armados: al final sale corriendo de la casa sin que la mujer pudiera juntarse con él. En estos dos ejemplos, el flemático parece acercarse más al loco pensado como fool o estulto. Ante esta cobardía Martínez de Toledo se pregunta nuevamente qué mujer se sentirá segura con un flemático si alguien la amenaza, y termina por sugerir no amar a estos hombres.

Una de las cualidades que los compendios y comentaristas suelen resaltar del temperamento melancólico es que hace a los hombres pensativos, y este aspecto se relaciona con la inteligencia y el talento. En el Arcipreste de Talavera apenas se menciona que son muy tristes y pensativos en sus melancolías, “e buscan luego vengança; non ay compañía que ellos dure; no ha muger que los pueda comportar”. Esto lo aleja de la posibilidad de vincular, como hacen muchos, la melancolía con el mal de amores o el amor hereos. Los melancólicos son, insiste, conflictivos “rifadores”, y señala que son enemigos de la justicia, cometen ultrajes, roban y son capaces de vender a su mujer.

Así, podemos ver cómo se delinean en esta obra las afecciones mentales clásicas:

—frenesí (ligada a la bilis amarilla), locura con fiebre y con excitación;

—letargo (ligada a la flema), locura con fiebre y con abatimiento;

—manía, locura sin fiebre y con excitación;

—melancolía: locura sin fiebre y con abatimiento (Fritz: 133; traducción mía).

Tras ver cómo Martínez de Toledo pone en práctica esta teoría, resulta interesante el funcionamiento de la misma, porque al contrastarla con otras elaboraciones se advierte que permitía hilar argumentos de diversa índole alrededor de ella. En el apunte burlesco de un copista, versión que se distribuyó entre los profesores del Colegio Hereford en el siglo xiii, puede verse que la noción humoral intenta establecer los atributos de cada temperamento en cuanto a la efectividad de los hombres para alcanzar y realizar el loco amor.

—los sanguíneos (cálidos y húmedos) “desean mucho y pueden mucho”

—los coléricos (cálidos y secos) “desean mucho y pueden poco”

—los flemáticos (fríos y húmedos) “desean poco y pueden mucho”

—los melancólicos (fríos y secos) “desean poco y pueden poco” (Jacquart: 150).

La explicación elaborada por Martínez de Toledo tiene propósitos diferentes: él quiere señalar ventajas y desventajas para las mujeres, y como podemos derivar de la relación de las maneras del matrimonio, quiere dar a la mujer elementos para escoger a quién amar y con quién casarse; con ello establece un intento de balance con respecto a la evidente y reiterada condena de la mujer dirigida a los hombres en las primeras dos partes. Sin embargo, no dejan de ser indicativas las coincidencias y divergencias de las interpretaciones sobre el uso diverso de esta teoría.

No puede establecerse un balance equitativo en el discurso entre la desacreditación de la mujer en las primeras dos partes del libro y la descalificación de todas las complisiones del hombre en la tercera parte, porque la relación con el pecado, el diablo y la perdición, así como la manifiesta desestima por la capacidad de raciocinio en la mujer, no se comparan con los casi celebrados vicios y locuras a las que naturalmente están inclinados los hombres, aunque ningún tipo de hombre sea ideal. La recomendación a las mujeres se hace muy explícita al final del capítulo IX, dedicado a las cualidades de los hombres flemáticos, en donde desarrolla los tipos de matrimonio y recomienda que los casados tengan ambos juventud, más allá de los humores y las determinaciones astrológicas. Los tres tipos de matrimonio que se deben evitar son entre hombres y mujeres de diferente edad: la primera manera es cuando “moço casa con la vieja”; la segunda manera, cuando “viejo casa o ama a la moça”; el tercer caso reprobado, “el viejo con la vieja”, y finalmente la manera de matrimonio aprovada, el moço con la moça: “e en este tal matrimonio debe aver tres cosas: comienço, firmeza, acabamiento. Comiénçase en los esponsorios, fírmase en las palabras, después consúmase e acábese en la carnal cópula”, dando con esto espacio legítimo a la sexualidad, pero advirtiendo que este amor es locura y vanidad “si non a Dios amar” (Martínez de Toledo: 228).

Esta misma actitud prevalece en la cuarta parte del libro, “Que fabla del común fablar de fados, fortuna, signos e planetas”, donde él mismo cuestiona la aplicación tanto de las determinaciones internas del hombre, su inclinación humoral, como de la influencia externa de los signos y los planetas; de hecho, ya no intenta desarrollar la lógica bajo la cual operan estas determinaciones de la conducta; más bien inicia una larga disquisición, más cercana a la religión nuevamente y alejándose de su discurso “científico”, que tiene como objetivo establecer la fuente original de todas las fuerzas que determinan no sólo el carácter personal, y aquí parece referirse a hombres y mujeres, sino su fortuna y destino: Dios. Reivindica el papel de unos y otros, a través del libre albedrío, de acercarse mediante la oración y el uso del entendimiento, pero recuerda que la última palabra siempre la tiene Dios: “que Dios todopoderoso puede de ti e de mí ordenar contra tu calidad e mía; que aunque queramos nosotros usar mal, empero a Él le plaze que nosotros usemos bien, dándonos conosçimiento del mal usar nuestro perdimiento” (235). Uno de los vehículos de Dios precisamente para vencer cualquier predeterminación corporal o astral es el libre albedrío como raciocinio, para distinguir el bien y el mal.

¿nuestro Señor non dio para cada criatura seso e juizio natural para el mal del bien discerner, e que conosca él mismo quando faze mal e quándo faze el bien? Dime más: ¿non dio Nuestro Señor Dios a la criatura des­creçión e franco albedrío para fazer bien e obrar mal si quisiere, dándole primeramente conoscimiento del bien? (236).

Al final, la determinación total de las cosas está en manos de Dios: “si mal o bien te viene, afán o trabajo, plazer e alegría, de Aquél te viene todo lo que permite o le plaze, o quiere que las cosas vayan todas a su dispusiçión e ordenamiento” (275).

Esto parece ilustrarse con el destino desigual de Nabucodonosor y el Faraón, referidas por san Agustín en el Decreto, de acuerdo con Martínez de Toledo, a quienes Dios indujo la locura: a uno, Nabucodonosor, habiendo experimentado una vida errante y animalesca, le otorga un destino de redención y lo hace un gobernante piadoso, mientras que al otro, el Faraón, ensoberbecido, empeoró en su locura y se vio perdido (239).

Si bien la conclusión del libro acepta que es la voluntad divina la que rige a los planetas, los signos y por tanto a los hombres (y mujeres) y es la verdad y única generadora de sentido, para nosotros las conclusiones deben ser otras. Sobre la disposición natural de los hombres hacia un humor y la discrasia, o sea el comportamiento desequilibrado del hombre, Martínez de Toledo sí expresa este aspecto de la teoría y lo hace parte de su explicación, sobre todo en el caso de los sanguíneos y los coléricos; es poco claro en el caso de los flemáticos, y casi nulo en el de los melancólicos. El loco amor no es visto como una enfermedad mental, no obstante que se mencionan los síntomas, pues el caer o no en esa locura depende de las herramientas de que disponga el hombre, su libre albedrío y conocimiento sobre los riesgos y vicios de las malas mujeres. Sin embargo, posteriormente la locura de amor de los hombres se nos presenta como resultado de determinaciones endógenas como el temperamento, y exógenas, como los signos y los planetas. Resalta la falta del vínculo entre el último temperamento y su estado desequilibrado, o sea la melancolía, así como su relación con la enfermedad del amor hereos. La teoría humoral en el Arcipreste de Talavera tiene otros propósitos expositivos: se usa para orientar a las mujeres sobre el tipo de hombres que hay en el mundo, sus inclinaciones naturales y los peligros y vicios que se generan en el varón.

Otro punto en el que insiste a propósito de las complisiones de los ombres, es que estas cualidades pueden ser temperadas si se induce la presencia del humor o fluido contrario al que prevalece en el cuerpo que manifiesta un desequilibrio humoral; es decir, se recomienda varias veces la búsqueda de la eucrasia.

Es de resaltar, por otra parte, la insistencia del autor en indicar, a propósito de las complisiones, las conveniencias y el riesgo de los hombres para el matrimonio a propósito de su inclinación humoral, queriendo que su breve tratado sirva a las mujeres como una guía que dé luces, aunque no definitivas, toda vez que ningún tipo de hombre resulta plenamente recomendable para amar y casarse.

Ángel Trejo Barrientos

Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública (Ciencia Política) por la Universidad Nacional Autónoma de México en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Pasante de la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras (unam). Maestro en Letras Españolas en la Facultad de Filosofía y Letras en la unam. Doctorando del programa de Doctorado en Letras en la unam (segundo año), con el proyecto: “La locura en La Celestina: amor hereos y mundo al revés”. Ha sido becario del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (ceiich) en la unam; dentro del programa de Becas para Tesis de Licenciatura en Proyectos de Investigación (probetel, 1999-2000). Es profesor adjunto en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la unam.

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